Lunes, 9 de Diciembre
EL ambiente en los pasillos por aquellos días era sumamente alborotador. Pronto llegarían las vacaciones de Navidad, y los chavales estaban nerviosos por las notas finales de la evaluación, sobre todo esperaban con ansiedad la fiesta que se preparaba todos los años con motivo de las vacaciones de Pascua.
Aquella mañana me encontraba en el departamento con Scandar explicándole un par de dudas que le habían surgido. Salomé entró a los pocos minutos, y tomó asiento, esperando a que terminara la explicación para hablar conmigo.
—Gracias profesora, esta tarde podemos terminar con la lección— se despidió Scandar viendo que Salomé comenzaba a impacientarse.
—De acuerdo, hasta luego entonces— contesté.
Salomé me miraba con cara de sorpresa.
—¿Estás dándole clases particulares a Scandar?— preguntó.
—Así es.
—Creí que era alumno de Cristina.
—Sí, bueno. El muchacho me pidió ayuda y no se la pude negar— contesté sin darle la menor importancia.
Seguía con sus ojos clavados en mí sin pestañear.
—¿Qué?— le reproché.
—Ese chico puede resultar muy convincente.
—¿A qué te refieres?— no entendía a dónde quería llegar.
—Pues que hace un par de años yo también le di clases aquí en el instituto. Te digo yo que ese chaval es un listillo, sabe usar sus armas estratégicamente para camelarse a la gente.
—Conmigo ha sido muy amable— confesé.
—¿Ves? A eso me refiero. Sólo necesita esbozar una de sus sonrisas picaronas para conseguir lo que quiere.
—No sé. Yo sólo le estoy ayudando con las asignaturas. No creo que haya nada de malo en eso.
—Sólo te digo que te andes con ojo. ¡Ese se las sabe todas!
Salomé me dejó desconcertada. Era cierto que el chico había sido muy convincente conmigo, y no tuvo que insistir para conseguir que yo aceptara echarle una mano. Pero también había sido testigo de su progreso en los días que habíamos dedicado a estudiar, por lo que no encontré motivo alguno de preocupación. Intenté olvidar las palabras de Salomé, para que no entorpecieran mi relación académica con Scandar., habíamos conseguido llevarnos bien y eso era lo importante.
—En cualquier caso no he venido a hablarte de eso— continuó diciendo mi compañera.
—¿Qué quieres contarme?
—Rodrigo.
—¿Qué le pasa a Rodrigo?
—¿Aún no te has dado cuenta?
—¿De qué?
—¡Ay Raquel! Pues de que ese hombre se muere por tus huesos— dijo agitando las manos.
—¿Y qué te hace pensar eso?
—Venga ya. ¿No te has percatado de cómo te mira cada vez que pasas por su lado?
—Pues no, la verdad— intenté disimular lo que ya sospechaba.
—Además, ayer estuvo hablando conmigo.
—¿Qué?— exclamé sorprendida.
—Lo que oyes. Ayer a la hora del café hablé con él.
—Pero bueno, ¿no tenéis mejores cosas que hacer un domingo por la tarde?— repliqué atónita.
—¿Qué querías que hiciera? El hombre me llamó por teléfono y me pidió que si podíamos vernos para hablar— dijo arqueando los hombros.
—Esto sí que no me lo esperaba.
—Quedamos en la cafetería que hay junto a la Plaza Mayor. Estuvimos comentando algunos temas sobre las lecciones, y, de repente, sin venir a cuento, me preguntó por ti.
—¿Qué quería saber? ¿Acaso no podía hablar conmigo directamente?
—Bueno, al principio quiso asegurarse de que tú y yo teníamos una relación de amistad más allá de las aulas. Supongo que para poder preguntarme lo que vino a continuación.
—Vamos Salomé, suéltalo ya, no tengo toda la mañana— dije precipitada.
—Quiso saber si tú sentías algo por él— soltó con cautela al comprobar que no me agradaba el hecho de que ambos hablasen de mí a mis espaldas.
Nos quedamos en silencio. Ella esperaba una respuesta por mi parte, y yo intentaba asimilar lo que acababa de escuchar. Reflexioné unos segundos sobre la situación: Rodrigo, un hombre apuesto, inteligente, educado, que estaba enamorado de mí, o al menos así lo entendí después de hablar con Salomé. Y yo, una chica soltera de veintiséis años, ansiosa por mantener una relación seria con un hombre que fuera capaz de hacerme feliz, y que compartiera mis aficiones y mis gustos. Además, pertenecía al mismo gremio que yo, con lo que podríamos colaborar juntos en distintos proyectos.
Todo parecía perfecto, pero había un pequeño problema, y es que yo no sentía nada por él.
—¿Qué le contaste?— quise saber.
—Le dije la verdad; que no conocía cuales eran tus sentimientos hacia él, y que lo mejor sería que se tomara las cosas con tranquilidad.
—No deberías haberle dado esperanzas— dije mientras notaba como mis piernas comenzaba a moverse nerviosamente.
Salomé se levantó de la silla de un golpe y me enfocó con sus ojos directamente a los míos.
—Mira Raquel, está claro que ese hombre te importa, si no, no estarías tan interesada en lo que él opine. Además, él te conviene.
—Anda, mira tú quién habla, la experta en relaciones sentimentales— dije con cierta voz de ironía.
—Bueno, una cosa no quita la otra. El que yo no haya tenido suerte en el amor, no quiere decir que no vea claro lo que otras parejas tienen.
—No sé Salomé. Yo no lo veo tan claro.
No acababa de entender cómo Salomé se había prestado a ejercer de celestina, pues su actitud hacia los hombres era más bien indiferente. En cualquier caso me hizo recapacitar por un instante, y llegué a la conclusión de que quizás debería darle una oportunidad a Rodrigo. Creí que sería oportuno estar atenta ante cualquier señal de acercamiento que tuviera hacia mí; aunque por mi parte, no había ninguna intención de forzar nada.