Martes, 15 de Octubre
PASÉ una noche fatal. Cada vez que cerraba los ojos veía a esos tres gamberros acercarse a mí desafiantes. No sé qué habría pasado si Scandar no llega a aparecer en aquel momento para echarme una mano. Pero lo que en realidad me desveló del sueño, fue la identidad oculta de la chica que permaneció en el interior del coche durante el altercado. Mis conjeturas apuntaban a que Rebeca había sido la causante del encontronazo, después de lo sucedido en el instituto, no me quedaba otra sospecha. En cualquier caso recordé que no era la primera vez que cometía un error al culpar a alguien, así que decidí no juzgar a nadie y olvidarme de la historia.
Al llegar al instituto, pasé por el departamento de orientación, quería preguntarle a Silvia algunas cuestiones acerca de Scandar. Aquel chico me libró la noche anterior de ser apaleada frente al instituto, y me sentía en la obligación de devolverle el favor de algún modo.
—Buenos días Silvia, ¿estás ocupada?— pregunté desde la puerta.
—No, pasa. Sólo estaba tomando unas notas, pero puedo dejarlas para más tarde.
Entré en la sala y tomé asiento frente a ella.
—Perdona que te moleste de nuevo con más preguntas, pero quería consultarte algo acerca de otro alumno.
—¡Uy mujer! Para eso estamos, puedes hacerme todas las preguntas que necesites.
—Bueno, se trata de un alumno de último curso, Scandar. No es alumno mío, pero me gustaría saber algo más acerca de él.
—¿Qué quieres saber en concreto?— preguntó.
—Bueno..., quisiera conocer un poquito más a fondo su perfil, sus hábitos, sus calificaciones escolares, su familia..., ya sabes.
—Verás, en lo que se refiere a sus hábitos, te puedo adelantar que se pasa las tardes entrenándose en el gimnasio. Todo el mundo lo sabe, porque el chaval presume de ello. Tiene fama de ser un líder entre sus compañeros, nadie se mete con él porque el muchacho impone, y parece que algunos alumnos le tienen cierto temor.
De que el chico era sólido y entero, ya me había dado cuenta, sobre todo la noche anterior en la que me tuve que refugiar tras su atlética espalda.
—En cuanto a sus calificaciones— prosiguió—, déjame que las busque en su expediente, pero te puedo asegurar que bajó mucho su nivel desde hace un año más o menos.
Silvia se dirigió hacia un armario donde guardaba una serie de archivos clasificados por curso escolar. Cogió el último de ellos que correspondía con el año anterior, y lo abrió por el grupo de primero de Bachillerato. Allí se encontraban todos los expedientes de los alumnos que habían estudiado en ese periodo.
Sacó la ficha de Scandar y la colocó sobre la mesa. Tras hacer un breve repaso me comentó:
—Fíjate en la diferencia tan abismal entre el primer trimestre y los dos últimos— me señaló con el dedo apuntando a sus notas.
Comprobé que las calificaciones finales no se parecían en absoluto con las de principio de curso. Había dado un bajón en las notas importante.
—¿A qué se debe este cambio tan drástico?— quise saber.
—No estamos seguros. Ahí donde lo ves Scandar es un chico que guarda su intimidad bajo llave. Es muy difícil hablar con él porque nunca cuenta nada de su vida fuera del centro. Pero por los comentarios que oímos de otros alumnos, parece que su cambio vino a raíz de un tema familiar.
—¿A qué te refieres?
—Verás, sabemos que el padre de Scandar falleció cuando él era tan sólo un niño. Su madre lo sacó adelante, y se preocupó mucho de su educación, de hecho, él ha sido siempre un chico ejemplar y muy buen estudiante. Pero ella se volvió a casar hace un par de años con otro hombre, y a raíz de ahí, la actitud del chico comenzó a desmejorar.
—¿Tal vez no aceptó la nueva relación de su madre?
—Posiblemente. El caso es que desde entonces se ha vuelto muy susceptible y lo resuelve todo a base de golpes. Aparte, como puedes comprobar, sus calificaciones han decaído considerablemente, y no estudia lo que debería.
—Vaya, es una pena.
—Desde luego. Si este muchacho no se pone las pilas no acabará el curso escolar, y es realmente un desperdicio, porque es un chaval muy inteligente.
Me quedé un rato pensativa. ¿Por qué habría dado un cambio tan drástico en su expediente y en su actitud? Supuse que el principal motivo había sido el nuevo matrimonio de su madre, pero no consideré que fuera excusa suficiente como para abandonarse en ese sentido. Por otro lado, se había mostrado muy protector cuando me auxilió de los vándalos, así que imaginé que detrás de todo aquello debía haber algo más.
—¿Has intentado hablar con él sobre este asunto?— le pregunté.
—Sí, claro. Pero ya te he dicho que siempre intenta desviar la conversación; no quiere hablar de su padrastro, y se excusa diciendo que simplemente, no le gusta estudiar.
—Tal vez se siente incomprendido. Si no tiene a nadie con quien desahogarse...
—Bueno, Scandar tiene un hermanito pequeño. Su madre lo tuvo poco antes de casarse con ese hombre, y por lo que tengo entendido, Scandar lo adora.
—Entonces no veo dónde está el problema.
El timbre anunciando el cambio de clase sonó interrumpiendo nuestra conversación. Decidí pasarme por el aula del chaval para hablar con él, y darle las gracias por su intervención la noche anterior. Me despedí de Silvia agradeciéndole su tiempo y salí de la sala.
Cuando llegué a la clase de Scandar, lo encontré junto a la puerta hablando con otras dos chicas. Estaba apoyado sobre la pared con los brazos cruzados, mientras sus compañeras lo acordonaban para contarle algo. Al verme aparecer por el pasillo se irguió y dejó de prestarles atención. Las otras dos muchachas seguían charloteando sin darse cuenta de que él no les estaba prestando atención, entonces se apartó de ellas y se dirigió hacia mí. Las chicas se quedaron boquiabiertas contemplando cómo Scandar les dejaba en mitad de la conversación sin más, probablemente preguntándose qué mosca le habría picado.
Los alumnos fueron introduciéndose en sus respectivas aulas conforme llegaban los profesores, y Scandar y yo nos quedamos a solas en el pasillo.
—¿Puedo hablar contigo un minuto?— pregunté algo tímida ante su inquebrantable mirada.
—Sí, claro. Todo el tiempo que necesites, profesora— contestó sonriente, seguro de sí mismo. Parecía sentirse orgulloso de lo que había hecho la noche anterior.
—Verás, quería darte las gracias por lo de ayer.
—Ya lo hiciste.
—¿El qué?— pregunté perdida.
—Las gracias— aclaró—. Ya me las diste anoche, ¿no te acuerdas?
—¡Ah! Bueno..., claro..., también quería decirte que si hay algo en lo que pueda ayudarte, no dudes en pedírmelo— le ofrecí—. Te debo un favor.
—¡Mmm!— se llevó la mano a la barbilla pensativo—. Pues ahora que lo dices, no me vendrían mal unas clases particulares.
Me quedé atónita al oír su rápida respuesta. No sabía si lo estaba diciendo en serio, o sólo era una broma para vacilarme.
—¿De verdad quieres clases particulares?— pregunté incrédula.
—Pues sí. Últimamente mis notas han bajado mucho y no me vendría mal una ayuda extra, sobre todo viniendo de una profesora tan guapa como tú— me guiñó un ojo.
Viendo su descaro, llegué a la conclusión de que estaba de guasa, y eso hizo que me irritara.
—Sí bueno. Pues nada, si necesitas algo en serio me lo dices— di media vuelta para marcharme.
—¡Espera!— me sujetó del brazo—. Perdona, no pretendía molestarte.
Me giré de nuevo para escucharle. Otra vez observé en su rostro esa inocente sonrisa con la que se disculpó la primera vez.
—En serio, me encantaría que me echaras una mano con algunas asignaturas. Éste es mi último curso y la verdad es que voy de culo.— cuando él mismo utilizó esa expresión, intentó corregirla al ver mi poca aceptación por las palabras— .Vamos, que he empezado muy mal el año.
—¿Crees que puedes cambiar y ser constante con el trabajo? No me apetece perder el tiempo con alguien a quien no le interesan los estudios— le tanteé.
—Bueno, te prometo que lo intentaré.
Recapacité en el planteamiento. En cierto modo se trataba del mismo objetivo que pretendía con Rebeca, sólo que en este caso, era él el que me lo había propuesto. No me pareció tan mala idea si realmente tenía interés por sacar sus estudios adelante, pero tenía que ser cautelosa. Le respondí:
—Está bien, pero tendrás que seguir mis instrucciones y trabajar duro.
—Lo que tú digas jefa— dijo llevándose la mano a la sien como si de una orden militar se tratara.
—Bien, pues dame la dirección de tu casa y la semana que viene comenzaremos con las clases.
En ese instante su semblante se tornó serio.
—Si no te importa, sería mejor que yo fuera a la tuya. En mi casa hay mucho jaleo con mi hermano pequeño, y no nos dejará concentrarnos— se excusó.
No es que me hiciera especial ilusión que un alumno se plantara en mi apartamento, pero consideré que, dadas las circunstancias, podría hacer una excepción.
—Está bien, aquí tienes mi dirección— saqué un trozo de papel de la carpeta y escribí el nombre de la calle junto con mi número de teléfono—. Si tienes alguna duda o no puedes venir, llámame para avisar.
Cogió el papel con sus firmes dedos, y lo dobló introduciéndoselo en el bolsillo de los vaqueros.
—Muchas gracias profesora, no se arrepentirá— su voz denotaba satisfacción.
Contenta de haber llegado a un acuerdo con Scandar, volví a mi trabajo. En cierta manera me sentía feliz por aprovechar mis capacidades como profesora ante un alumno al que, si se esforzaba, creía capaz de responder. Además, se lo debía después de lo que había hecho por mí, y aunque me aterraba reconocerlo, algo dentro de mí esperaba con ilusión la llegada de aquellas clases.