Viernes, 31 de Enero
OTRO fantástico día soleado, el termómetro de mi coche marcaba diecinueve grados a pleno sol, era lo bueno que tenía vivir al sur del país, los días de frío intenso se podían contar con los dedos de una mano. Con un poco de suerte, el tiempo no cambiaría en los próximos dos días, y pensé que la ropa de abrigo que me recomendó Scandar llevar, no sería realmente necesaria. En cualquier caso seguí su consejo y la eché a la maleta junto con un par de camisas más ligeras por si acaso.
Después de aquella semana en el instituto intentando pasar desapercibidos, por fin Scandar y yo podríamos estar juntos sin temor a ser descubiertos. Quedé con él junto a un bar a la salida de las clases para encontrarnos. Esperó a que se marcharan todos sus compañeros para aproximarse a mi coche, portando una bolsa de mano bien cargada. Se acercó con paso firme exhibiendo su irresistible sonrisa, y se acercó a mi ventanilla.
—¿Estás lista preciosa?
En lugar de responder, le devolví una ruborizada sonrisa. Entonces subió al coche trayendo con él su penetrante y masculino aroma.
—Bueno, tú dirás a dónde vamos— aún no sabía cuál era el destino final de nuestra escapada, Scandar lo había mantenido en secreto hasta el último momento.
Se quedó en silencio durante unos segundos, mirándome cómo si hubiera encontrado algo extraño en mi cara, incluso palpé mi rostro pensando que tal vez tuviera algún resto del desayuno alrededor de mi boca.
—Estás muy guapa hoy— dijo al fin.
Aquella frase consiguió que mis mejillas enrojecieran. Sin lugar a dudas había estado esperando impaciente toda la semana para volver a verle a solas, y estaba ansiosa por pasar unos días a su lado. Puede que aquella felicidad fuera la culpable de que mi rostro se viera más radiante que de costumbre.
—¡Oh vamos Scandar! ¿Intentas coquetear conmigo?— dije en broma para disimular mi rubor.
De nuevo aquel silencio acompañado de su profunda mirada.
—No. Lo único que quiero es que en estos días te enamores más de mí con cada beso que te dé.
Esta vez consiguió dibujar una amplia sonrisa en mi cara.
—Yo también lo deseo— contesté mientras le agarraba de la mano mostrando mi regocijo.
Sin más demora arranqué el motor del coche y puse rumbo a una montaña que había a unos trescientos kilómetros de donde vivíamos. Aquella montaña estaba a unos mil ochocientos metros por encima del nivel del mar, por lo que todos los inviernos una capa blanca de nieve la cubría. No sabía cómo, pero Scandar había conseguido las llaves de una pequeña cabaña de madera que había junto al pueblo de aquella montaña. Según me contó después, un amigo le debía un favor y en aquella ocasión se lo devolvió prestándole las llaves de la casa de sus padres. En cualquier otra situación me habría negado en rotundo a invadir el hogar de unos desconocidos, pero nada más lejos de mi intención, pues aquella ocasión merecía cualquier locura.
Pasamos la mayor parte del viaje charlando, contándonos qué tal nos había ido la semana, y lo complicado que había sido para ambos disimular delante de todo el mundo. Scandar se echó a reír cuando le conté la reacción de Salomé al confesarle que estaba saliendo con alguien, y cómo me las tuve que apañar para no desvelar su identidad.
—Lo malo es que aún nos quedan unos meses por delante, y me será complicado pasar a tu lado y no poder comerte a besos— poco a poco fui sintiéndome más confiada, y aproveché la ocasión para transmitirle lo difícil que era para mí aquella situación.
—Eso tiene arreglo— dijo seguro de sí mismo—. La próxima vez nos esconderemos en el cuarto de limpieza y nadie se dará cuenta. Esa habitación sólo la utilizan las asistentas cuando vienen a limpiar al centro por las tardes.
—Vaya, parece que estás muy enterado del funcionamiento del instituto— estaba claro que él mismo ya había estado en aquel cuarto anteriormente, pero no me importó, inclusive me pareció graciosa la ocurrencia.
Tras más de cuatro horas de viaje, por fin alcanzamos la cima de la montaña. El viaje se había hecho más lento a la subida, ya que la carretera era muy estrecha, y había poca visibilidad. Llegamos de noche al pueblecito, donde se apreciaban algunas luces brillando con claridad. A pesar de todo alrededor estaba oscuro, la luna reflejaba sobre la nieve blanca, dibujando una perfecta silueta de la montaña al fondo. Salimos del coche sintiendo el golpe de frío. Un frío tan limpio y puro, que no me importó respirar hondo para sentir cómo penetraba en mis pulmones.
—Aquella debe ser la casa— dijo Scandar señalando una cabaña que había a unos trescientos metros de donde habíamos aparcado.
Abrió el maletero del coche y sacó nuestras mochilas, y yo me encargué de sacar los abrigos del asiento de atrás. Ofrecí a Scandar el suyo, pero se negó a ponérselo. Yo, sin embargo, no era tan valiente, y no dudé ni un segundo en echármelo sobre los hombros. Me cogió de la mano y fuimos andando hasta la casita de madera.
—Creo que me está entrando nieve en los pies— dije sintiendo cómo el frío penetraba por mis zapatos.
—No te preocupes, sólo son unos metros, allí podrás entrar en calor.
El dueño de la casa (quien quiera que fuese), había dejado la luz del porche encendida, era evidente que sabían de nuestra visita. Scandar sacó una llave gruesa de su bolsillo derecho y la introdujo en la cerradura. Yo esperaba tiritando para entrar, no sabía si me embargaban más los nervios, o si estaba temblorosa por el frío. Cuando por fin abrió la puerta, todo estaba a oscuras, no se veía más que el reflejo de las luces de afuera. Scandar buscó el contacto de la luz para poder encenderla, y cuando lo hizo, tan sólo una suave y cálida bombilla iluminaba la entrada. Dejó las mochilas sobre el suelo y fue hacia el interior para buscar otros interruptores. Cerré la puerta y fui tras él. Llegamos al salón, donde otra cálida lámpara iluminaba la habitación. Allí tan sólo había una antigua chimenea de piedra, una alfombra y un sofá. No era muy grande, pero aquello no me importó demasiado, sólo podía pensar en el frío que hacía en el interior de aquella casa, y en cómo nos las apañaríamos para calentarla.
—¡Madre mía, qué frío hace aquí dentro!— dije escondiendo las manos en los bolsillos de mi chaqueta.
—Lo sé, mi amigo me advirtió. Dijo que había un montón de leña en la parte de atrás de la casa para poder encender la chimenea— se decidió a coger su chaqueta y se la puso para salir de nuevo— .Vuelvo en un minuto.
Me quedé allí sola tiritando. Me entraron ganas de reír al pensar en los dos finos modelitos que había traído por si hacía calor. “Como para cambiarme de ropa estoy yo” pensé. Fui a mi mochila y saqué otra chaqueta que había traído, me la coloqué encima de la primera y me senté en el sofá encogida, esperando a que Scandar volviera para encender el fuego.
Cuando por fin regresó, trajo consigo un montón de troncos que depositó junto a la chimenea.
—Debo llevar un mechero por algún sitio— rebuscó entre sus bolsillos hasta que lo encontró—. Bien, vamos allá. Voy a conseguir que haga tanto calor aquí dentro, que no querrás ni llevar una simple camiseta.
Comenzó a sonreír de forma pícara cuando vio mi reacción al abrir de par en par los ojos sorprendida por el comentario.
—Vaya, no sabía que fueras tan directo— contesté.— A lo mejor eres tú el que acaba sorprendiéndose.
Me levanté del sofá guiñándole un ojo, y le dejé tranquilo para que pudiera centrarse en encender la chimenea. No quería reconocerlo, pero yo también estaba deseando que la casa entrara en calor.
Fui a cotillear un rato el resto de la choza. Entré a una pequeña cocina amueblada con piezas rústicas de madera; la lumbre era una de aquellas hornillas a gas que había normalmente en las casas de pueblo, y el fregadero en azul, estaba hecho de algún tipo de piedra caliza. Abrí uno de los armarios y encontré una vieja vajilla de cristal verde, exactamente igual que la vajilla que mi madre tenía en casa cuando éramos pequeños. Las cacerolas eran de un cobre oxidado y las sartenes colgaban de unos ganchos sobre la pared.
A continuación me dirigí a la habitación principal y única de la casa, tendría más o menos los mismos metros que el salón. En el centro había una enorme cama de matrimonio con dosel de forja, vestida con varias mantas de lana, y sobre una pared se apoyaba un gigantesco armario de madera labrada con espejo central. Comencé a percibir un extraño olor a humedad dentro del dormitorio. Observé que había una puerta en la pared contraria al armario y supuse que el olor venía de ahí. Al abrirla encontré un viejo baño que aparentemente estaba limpio, pero eso no impedía que el olor a rancio se propagase por el dormitorio. No había ventana alguna por la que ventilar, así que todo el vapor y la humedad se quedaban allí acumulados. Volví a cerrar la puerta y regresé al salón.
El fuego ya comenzaba caldear la casa, y al menos pude quitarme una de las dos chaquetas que llevaba. Scandar se había quedado en manga corta, llevaba una camiseta blanca ceñida al cuerpo que dejaba entrever la silueta de sus músculos, y sus fuertes brazos se tensaban cada vez que removía la leña.
—¿Mejor ahora?— preguntó.
—Sí, ya se va notando el calorcito— dije quitándome la segunda chaqueta.
—¿Tienes hambre?— preguntó mientras se secaba el sudor de la frente causado por la proximidad del fuego.
—Pues ahora que lo dices... sí, la verdad es que me empieza a gruñir el estómago. ¿Dónde podemos comprar algo de comer?— pregunté.
—He traído algunas provisiones— se acercó a su mochila y comenzó a sacar bolsas de patatas fritas y otros snaks.
—¡Vaya! A eso lo llamo yo una alimentación sana— bromeé.
—Mañana ya tendremos tiempo de comprar algo más, hoy está todo cerrado. Además, no creas que me he olvidado del postre— sacó una botella de vino del interior de su bolsa.
—Y yo que creía que llevabas la mochila llena de ropa...— dije estupefacta.
Una mezcla de nervios y emoción me embriagó al comprobar su sentido del detalle. Scandar hizo que entrara en calor y me sintiera más cómoda encendiendo la chimenea, y además, se había acordado de traer comida, y por supuesto una botella de vino, perfecto para aquella ocasión.
—¿Por qué me miras así?— dijo al darse cuenta de que no le quitaba los ojos de encima.
—Porque eres perfecto— me acerqué a él para besarle, y noté el fuerte calor que desprendía el fuego de la chimenea.
Cuando su lengua rozó la mía, el calor se hizo más intenso aún, pero esta vez, el ardor provenía de mi interior. Sus cálidas manos se posaron sobre mi cintura, arrastrándome contra su duro cuerpo. Posé mis manos, aún destempladas, sobre sus desnudos y ardientes brazos, y palpé el perfecto molde de sus músculos. Estaban tensos y fuertes, pero transmitían un movimiento suave a sus manos, que comenzaron a subir por mi espalda atrayéndome hacia él con un intenso abrazo. Acaricié sus hombros y su cuello hasta alcanzar su cabello para enredar mis dedos en él.
Comenzamos a besarnos con un hambre tan salvaje, que el calor que tanto anhelaba antes, ahora se me hacía insoportable. Cada beso hacía que le deseara más y más, me sentía insaciable, imparable, incontrolable, sólo era capaz de pensar en la sed que me producía el roce de su lengua. Quería morder sus carnosos labios y saborear su boca. Entreabrí los ojos para ver cómo su potente mandíbula se movía al ritmo de su lengua, tan sensual, tan masculina...
Sus labios se deslizaron por mi cuello hacia abajo, hasta llegar a mis hombros haciendo que un suave gemido escapara de mi boca. Empecé a tener la necesidad de desprenderme de toda la ropa, le deseaba con ardor y me sentía consumida por el placer. Entonces separé mi cuerpo del suyo para darme un respiro, ambos jadeábamos de manera incontrolada.
—Parece que ya has entrado en calor— dijo mostrando sus perfectos dientes blancos—. Hay algo en ti que hace que me sienta terriblemente perverso, logras que desee hacer cosas escandalosas.
Tenía ganas de gritarle lo descontroladamente loca que me volvía con sus besos y sus envolventes abrazos, pero en lugar de eso le contesté:
—Vuelvo enseguida.
Regresé a la habitación a trompicones para cambiarme de ropa. Las piernas me temblaban sin control, y los nervios me invadían por todas partes. Deseaba entregarme a él por completo; su cara, sus ojos, su boca, sus brazos, su pecho... todo él me atraía de manera desbocada, como nunca antes alguien lo había hecho. Ejercía un poder físico sobre mí que jamás habría pensado que pudiera ser posible.
Al llegar al dormitorio respiré profundamente para recuperar el aliento. Rebusqué entre mis cosas hasta encontrar una camiseta de tirantes que había cogido como ropa interior; el calor frente a la chimenea se me había hecho tan insoportable, que era la única opción que tenía para cubrir mi cuerpo. Necesité un par de inhalaciones profundas para controlar la agitación de mis piernas y deshacerme de los vaqueros, sustituyéndolos por unas finas mallas de color negro.
Me acerqué al baño para comprobar frente al espejo que todo estaba en su lugar. De nuevo se me empezó a acelerar la respiración al pensar en lo que irremediablemente iba a suceder a continuación. Le deseaba con todo mi corazón, era mi decisión, nuestra decisión, y los dos queríamos que ocurriera. Sentía un cúmulo de sensaciones, entre inseguridad y miedo, pero ninguna de ellas conseguiría que me arrepintiera de entregarme a él.
Solté mi pelo recogido y lo dejé caer libremente sobre mis hombros, agitándolo para que estuviera lo más suelto posible, pensé que daba a mi rostro un aspecto informal, pero sexy a la vez. Volví a respirar profundamente antes de salir del baño y me repetí a mí misma “Vamos Raquel, tú puedes hacerlo”. Abrí la puerta y me dirigí al salón donde Scandar esperaba.
Allí estaba él, recostado sobre la alfombra frente a la chimenea, con una copa de vino en una mano y otra preparada junto a él. Su mirada parecía estar perdida en las hipnotizadoras llamaradas del fuego; y su pecho desnudo brillaba con la tenue luz del fuego.
Allí estaba mi chico, tan pensativo, tan apuesto, tan sexy... Las suaves líneas de su espalda se giraron al oírme llegar. Todas mis inseguridades y mis miedos desaparecieron por completo cuando su profunda mirada se clavó en la mía, invitándome a acercarme a su lado. Una sonrisa se perfiló en mis labios al recordar la nota que me había dejado días atrás: “Será inolvidable”.