Viernes, 20 de Diciembre

- ¿Qué te vas a poner esta noche?— me preguntó Cristina dando saltitos de emoción.

—No sé, aún no lo he decidido.

—Yo pienso llevar un vestido con un escote de infarto— interrumpió Salomé.— Así más de uno se quedará con las ganas de ver lo que hay debajo.

Cristina y yo nos quedamos mirando a Salomé boquiabiertas.

—No me miréis así. A mí también me gusta llamar la atención.

Tras un segundo de silencio, las tres rompimos a reír a carcajadas. Casi se me saltaron las lágrimas cuando Salomé se puso en pié y empezó a caminar cómo si de una pija cursi se tratara, contoneando las caderas de forma llamativa y poniendo cara de besugo. No tenía remedio, cada vez que se hablaba de algún tema relacionado con el papel de la mujer, ella siempre sacaba su lado feminista.

No quería admitir que la fiesta de fin de trimestre me ponía nerviosa. Desde el día que hablé con Salomé sobre Rodrigo, no había cruzado palabra con él, salvo para resolver algún tema de trabajo. Era como si ambos hiciéramos todo lo posible por no coincidir a solas en el departamento. Pero finalmente, y después de dos semanas, llegó el día de la celebración, y sabía que todos, tanto alumnos como profesores, asistirían al evento. Podía hacerme una leve idea de cómo acabaría la fiesta, con más de la mitad de los asistentes medio bebidos, y dejándose llevar por la falsa autoestima del alcohol.

—Bueno, yo me voy a clase— dije cuando sonó el timbre.— Cris, ¿te recojo en tu casa a las nueve?

—Vale, estaré lista.

Dejé a mis compañeras en el departamento y salí al pasillo. Allí encontré a los alumnos exaltados y ansiosos por ser el último día de clase. Las chicas hablaban de los modelitos que llevarían aquel día, y planeaban citas esa tarde para hacer las últimas compras antes de la gran noche. Los chicos, sin embargo, se regocijaban sobre lo ciegos que se iban a poner en la discoteca.

Irónicamente, todos estaban felices, incluso aquellos que habían suspendido el trimestre. Vi a Scandar esperándome frente a la puerta del aula de segundo. Estaba tan guapo como siempre, pero aquel día tenía un brillo especial en los ojos.

—Vaya, te veo feliz— le dije.

—Sí, es que ya me han dado las notas.

—¡Uf! A ver, suelta— esperaba buenos resultados después de todo lo que habíamos trabajado.

—He aprobado todo excepto lengua— dijo mostrando una amplia sonrisa.

—¡Estupendo! Enhorabuena, sabía que lo conseguirías— me alegró saber que sólo le había quedado una asignatura, que le di un abrazo sin pensar en que estábamos siendo observados por el resto de los alumnos.

—Gracias, no lo habría conseguido sin tu ayuda.

—Eso no es cierto. Tú tienes un gran potencial, ya verás cómo el próximo trimestre apruebas también la lengua.

Esta vez fue él quien me abrazó. Fue un gesto sincero, cariñoso.

—¡Uuuuuhhhh!— se empezó a escuchar entre los alumnos al ver que nuestro abrazo duraba más de lo normal.

Al escucharlos, reaccioné rápidamente y me separé de él.

—¡Venga, meteos en clase!— les reprendí.— Tú también deberías ir a la tuya, ¿no querrás que el profesor te ponga una falta?

—Claro— me contestó.— ¿Irás a la fiesta esta noche?

—Por supuesto.

—Te veré allí entonces— dijo mientras se alejaba.

Le vi marcharse alegre por el pasillo imaginando lo divertido que podría ser estar en la misma fiesta que él. Quería comprobar cómo sería su actitud fuera de las aulas, estando rodeado de sus amigos. De alguna manera supuse que no se comportaría con la misma cordialidad con la que me había tratado en las últimas semanas, pero creí interesante observarlo en un ambiente menos serio.

A las nueve menos cinco Cristina estaba de pie, esperándome en la puerta de su casa. Estaba más guapa que nunca: llevaba un vestido largo de color negro, un diseño sencillo y sobrio que le sentaba como un guante. Iba ajustado a la cintura con un fajín de raso y la falda le hacía un ligero vuelo. No estaba acostumbrada a ver a Cristina tan arreglada, y descubrirla tan elegante me impresionó. Me hizo pensar que tendría que haber cuidado más mi aspecto para aquella noche, al contrario que ella, decidí ir más casual a la fiesta: unos pantalones de pitillo y una blusa blanca, acompañados de una chaqueta color pardo.

—¡Madre mía! Estas guapísima— le dije a través de la ventanilla del coche.

—Gracias, pero ¿no crees que me he pasado un poco?

—¡Qué va! Seguro que esta noche triunfas— contesté guiñándole un ojo.

Subió al coche y una vez dentro no pude evitar fijarme también en sus pies. Llevaba unos tacones de infarto en piel de serpiente rosa.

—Cris, esos zapatos son increíbles. Sin duda hoy estás deslumbrante— se aplicó una capa de brillo de labios mirándose en el espejo retrovisor—. ¿Decidida a impresionar a alguien en particular?

—No. Sólo quería estar guapa para mí, nada más.

La mirada que me lanzó dejaba claro que no se lo creía.

En pocos minutos llegamos a la sala de fiestas. Fuimos de las primeras en aparecer, tan sólo habían unos cuantos alumnos y tres profesores más.

Poco a poco el local se fue llenando. Salomé y Rodrigo no tardaron en hacer su aparición, y me alegró comprobar que ninguno de ellos venía excesivamente emperifollado, como había hecho Cristina. Por supuesto todos los piropos fueron dirigidos a ella, lo cual me alegró, pues al contrario que mi compañera, yo prefería pasar desapercibida.

Rodrigo estaba también muy guapo. Llevaba un traje de chaqueta, aunque sin corbata, para quitar ese aire de formalidad innecesario para la ocasión. Al verme junto a la barra se acercó para saludar.

—Estás especialmente guapa esta noche— dijo apoyando el codo sobre la barra.

Se le veía contento y además, muy seguro de si mismo.

—Gracias, he cogido lo primero que he pillado del armario— mentí.

Aunque esperaba que la presencia de Rodrigo en la fiesta me pusiera nerviosa, lo cierto es que en aquel instante me sentía tranquila a su lado. Tal vez fuera por el ambiente relajado del momento, pero parecía que todo volvería a la normalidad y podríamos seguir con nuestra extraordinaria relación de amistad.

—Tú también estás muy guapo— señalé agarrándole de la solapa de la chaqueta.

—Me alegra que te guste. No sabía si la ocasión merecía corbata o no.

—Estás perfecto— repliqué sin dejar de sonreír.

—¿Te apetece una copa?— preguntó mirando al bar.

—Claro. Habrá que celebrar el final de trimestre.

La música sonaba y muchos de los alumnos ya se habían lanzado a bailar. Algunos incluso se atrevieron a sacar a la pista a sus profesores para bailar con ellos en grupo. Rodrigo y yo estábamos riendo al ver cómo algunos de los estudiantes hacían el payaso en la pista. Cuando de repente lo vi bajar por las escaleras.

Fue como un puntapié a mis ojos. Estaba radiante, guapo, perfecto. Parecía un modelo de catálogo. Su aire informal lo hacía aún más atractivo, pantalones vaqueros, camisa blanca por fuera y corbata negra estratégicamente mal colocada. Pelo desaliñado, mano izquierda en el bolsillo y con la otra sostenía el casco de su moto. Parecía estar buscando a alguien mientras bajaba las escaleras.

—¿Qué me dices?— interrumpió Rodrigo mi abstracción.

—¿Qué?— pregunté sin poder apartar la vista de las escaleras.

—Que si te apetece bailar.

—¿Bailar? Quizás más tarde— dejé la copa sobre la barra—. Perdona, ahora mismo vuelvo.

Sin pensarlo abandoné a Rodrigo en la barra para acercarme a saludar a Scandar, pero cuando llegué junto a las escaleras, estaba rodeado de un montón de chicas dispuestas a tomarse algo con él. Al ver el revuelo que se había formado a su alrededor, me di media vuelta. No creí oportuno interrumpir su momento de éxito.

—¡Profesora!— le oí gritar desde atrás.

Salió del círculo de chicas a trompicones y se acercó suspirando.

—¡Uf! Creí que no saldría de allí nunca— dijo secándose el sudor de la frente.

—Eso te pasa por venir tan guapo a la fiesta— bromeé.

—Tú tampoco estás nada mal— señaló con la mirada el botón de la camisa que se me había desabrochado en algún momento de la noche.

Sus ojos sobre mi escote me produjeron tal sofoco, que mis dedos no acertaban a volver a abotonar la camisa. Él, sin embargo, seguía sin borrar esa sonrisa picarona de su cara mientras yo sentía mis mejillas enrojecer.

—¡Ejem! En fin, voy a buscar a mi compañera que hace tiempo que no la veo— mentí presa de la incomodidad.

—Claro profesora.

—Eh, bueno, pásalo bien, ya nos veremos por aquí— sin más dilaciones me alejé de él en busca de Salomé.

Crucé el escenario tan rápido como pude, y encontré a mi compañera junto a la barra. Preferí observar desde allí el panorama el resto de la noche, ya que por un momento sentí que a mi cerebro no le llegaban las ideas con claridad.

Una hora más tarde, muchos de los alumnos y algún que otro profesor, comenzaron a desvariar. A pesar de estar prohibido para los menores de dieciocho años, algunos habían bebido más de la cuenta y andaban haciendo el gamberro en mitad de la pista de baile. Otros, sin embargo, se postraban en los sofás que había en un lateral de la discoteca, y algunas chicas, por el contrario, se subían a las plataformas destinadas a gogos intentando imitar, a muy duras penas, los sensuales bailes de estas.

Llevaba un buen rato sin ver a Cristina, y eso que no era fácil perderla de vista por su distinguido vestido. Me acerqué a la zona de los sofás por si había decidido sentare a descansar sus pies entalonados, pero sólo encontré a un par de chicos dormitando uno apoyado sobre el hombro del otro; otras tres chicas hablando entusiasmadas sobre uno de los profesores, y una pareja de adolescentes besuqueándose en el rincón.

¿Una pareja?

Volví la cabeza de nuevo para confirmar lo que mis ojos creían haber visto. Los froté con empeño para no equivocarme, ya que estaba oscuro y no se distinguían bien las caras.

Sentí un puñetazo en el estómago, el pulso se aceleró descontroladamente y mi mente se paralizó cuando vislumbré a Scandar besándose con una chica.

Ella estaba sentada sobre sus rodillas y lo besaba con tal intensidad que parecía que se lo iba a comer, y él tenía sus manos apoyadas sobre las piernas de la chica.

Las ordenes que mi cerebro enviaban a mis extremidades no respondían: “vete, vete” me decía una y otra vez. Pero mis piernas seguían sin contestar. “Vamos Raquel, te van a pillar mirando descaradamente”.

De repente una música espantosamente estridente me pellizcó el cerebro haciéndome reaccionar. Antes de que pudieran verme, di la vuelta y eché a andar hacia el centro de la pista de baile. Una vez allí, giré la cabeza para comprobar que me había alejado lo suficiente, y fue allí cuando descubrí la identidad de ella.

Ella. No podía ser otra, más que ella. ¿Por qué? De todas las chicas guapas que había en la discoteca tenía que ser ella. Ella, la que menos le convenía. Ella, la chica más problemática de todo el instituto. Rebeca había conseguido ligarse al chico más deseado de todo el centro.

La rabia se apoderó de mí. Me sentía engañada, traicionada. Scandar no sabía nada del encontronazo que habíamos tenido Rebeca y yo meses antes. ¿O sí?

Entonces alguien me rozó el hombro interrumpiendo mis pensamientos. Al girarme, vi a Rodrigo con un par de copas en las manos.

—¿Te apetece?— preguntó levantándolas.

—No— dije tajante—. Tenemos un baile pendiente.

Le agarré del brazo firmemente y lo arrastré hacia un lado de la pista. Comencé a bailar como una posesa y agarré una de las copas que llevaba en la mano. No tardé ni un minuto en bebérmela por completo mientras Rodrigo me observaba desconcertado, intentando seguir mis movimientos.

Los alumnos alrededor nuestro comenzaron a formar un círculo para vernos bailar. O mejor dicho, para verme bailar a mí, que parecía una loca desvariada. Debía parecer realmente ridícula intentando insinuarme a Rodrigo con mis atrevidos movimientos, pero nada me importaba. Él estaba allí y yo sabía que le gustaba.

Minutos más tarde empezó a sonar una balada y todo el mundo se calmó. Me vi envuelta de un montón de gente bailando en pareja y Rodrigo esperando a que dijera algo.

—Tengo que marcharme— fue lo único que alcancé a decir.

—¿Quieres que te acompañe?— se ofreció.

Debía estar muy mal. La cabeza me daba vueltas y el corazón me latía acelerado de bailar tan impetuosamente. Fue uno de esos momentos en los que deseé que la tierra me tragara, cuando me di cuenta de lo infantil de mi comportamiento. Quería desaparecer, me daba vergüenza que Rodrigo me viera así.

—No, no te preocupes. Cogeré un taxi— de nuevo otra mentira.

No le di opción a insistir, ya que me marché de allí rápidamente. Salí al frío de la noche pensando «Otra vez lo he hecho. De nuevo de dejado a Rodrigo con la palabra en la boca». Pero es que me sentía tan frustrada, no podía entender por qué me había sentado tan mal ver a Scandar besándose con Rebeca, al fin y al cabo, eran dos adolescentes en edad de ligotear.

Y yo, ¿no se suponía que era una mujer madura, con un cargo responsable en mi trabajo, comprensiva con mis compañeros y entendida en asuntos del corazón? Bueno, esto último habría que analizarlo, ya que no era precisamente una experta en parejas estables.

En cualquier caso me había comportado como una chiquilla.

—¿Te marchas sin despedirte?— una voz en la oscuridad interrumpió mis pensamientos haciendo que me sobresaltara.

Al darme la vuelta, vi su figura apoyada bajo la tenue luz de una farola. Estaba fumándose un cigarrillo.

—Sí, ya he tenido suficiente— desvié la mirada abochornada por mi ridículo comportamiento sobre la pista.

—¿Por qué lo haces?— preguntó Scandar serio.

—¿Por qué hago el qué?

—Huir.

Me quedé petrificada. ¿Acaso él se había dado cuenta de que su presencia me ponía nerviosa? ¿Realmente sentía algo por él? Cierto es que su perfume me embriagaba, su voz me estremecía y su presencia me inquietaba. Y él parecía estar tan tranquilo, tan seguro de sí mismo, que sus palabras sonaban sensualmente convincentes.

—No sé— contesté al fin.— No es fácil...

—Vamos, sólo tienes que dejarte llevar— fue acercándose lentamente hacia mi.— Eres una mujer maravillosa, y es normal que un hombre se fije en ti.

Casi se me sale el corazón por la boca cuando me cogió de la mano.

—Rodrigo es un buen hombre, y creo que deberías intentarlo con él— concluyó.

—¿Qué?— mi pulso dejó de latir.

—Vamos, te he visto bailar con él, y, por la forma que tiene de mirarte, es más que evidente que él te considera como algo más que una compañera de trabajo.

Sacudí la cabeza de un lado a otro intentando aclararme. Me llevó unos segundos volver a estar en condiciones de contestar.

—¡Qué sabrás tú!— le solté la mano bruscamente, y me dirigí a trompicones al coche indignada.

—Venga profesora, no te pongas así, sólo quería ayudar— dijo siguiendo mis pasos.

—Déjame en paz Scandar. Vuelve a la fiesta con Rebeca, que es donde tienes que estar— entré en el coche y cerré de un portazo.

—¡Profesora!— me llamó desconcertado a través de la ventanilla.

No quería escuchar su voz. Arranqué antes de que se percatara de las lágrimas que corrían por mis ojos.

Y allí se quedó de pie, visiblemente perplejo y confundido por mi actitud.

Y yo, enfurecida, avergonzada, traicionada, apenada... sola.