28

Todos felicitaron a James después del juicio. Manuel Gómez había ganado. Él y su novia podrían casarse y permanecer en los Estados Unidos para siempre, si así lo deseaban. Lidia estaba exultante de alegría, no solamente por los jóvenes enamorados, que ya no tendrían que sufrir más, sino también por el éxito de James. Ese caso no le iba a aportar nada económicamente hablando, pero Lidia estaba convencida de que le había venido bien conocer y vivir los problemas con los que se encuentran los inmigrantes cuando llegan a un nuevo país. Habían hablado mucho sobre ello y habían profundizado en las dificultades sociales, familiares y económicas con las que se tenían que enfrentar. James comprendía la situación de esa gente, aunque no siempre le daba la razón a Lidia.

Ambos tenían razón en algunos de sus argumentos. Las charlas que mantenían a este respecto siempre eran enriquecedoras, sin embargo, Lidia terminaba siempre con la sensación de que ninguno de los dos se convencía mutuamente.

James había ayudado al joven chileno porque Lidia se lo había pedido y porque, una vez conocido el caso, su sentido de la justicia así se lo exigía. Eso no quería decir que aprobara la postura de Lidia con respecto a los más humildes.

T Ella tenía la esperanza de que con paciencia y constancia lograría que él la apoyara.

Todavía no habían fijado la fecha de la boda. Ambos jóvenes preferían que fuera en verano. Lidia no deseaba una gran celebración, por lo que habían decidido casarse en la intimidad, acompañados tan sólo de sus familiares y amigos más íntimos.

— Será como tú quieras, cariño. La pomposidad con la que se celebran algunas bodas tampoco es de mi agrado. Para mí sólo existirás tú en esos momentos. Lo demás no me importa — dijo abrazándola.

— Te quiero, James, y prometo hacerte muy feliz.

Rose se presentó un día muy contenta en casa de Lidia. Le gustaba mucho la casa de su nieta y en esa ocasión alabó las bellas flores que llenaban el salón.

— James sabe que me encantan y me las envía continuamente.

Me gusta que te mime. No dudo de que será un marido excelente.

Rose traía un paquete en la mano. Se lo entregó a Lidia después de darle un cariñoso abrazo.

— Es mi regalo de boda, querida.

Lidia la miró con afecto y abrió el envoltorio con cuidado. Su expresión de asombro al ver la maravillosa pulsera que se presentaba ante sus ojos, hizo reír a Rose.

— ¡Qué preciosidad! Pero Rose... yo..., bueno, no se qué decir sino...

Y se abrazó a ella con fuerza.

— Muchas gracias, abuela — dijo emocionada.

— No tienes nada que agradecerme, cielo. Esta pulsera te pertenece porque era de tu madre. Tu abuelo y yo se la regalamos el día que se puso de largo — recordó nostálgica— . Fue una fiesta preciosa y tengo la gran satisfacción de saber que ella fue muy feliz ese día.

— Yo también estoy muy feliz de poder llevar el día de mi boda algo que perteneció a mi madre — afirmó contenta.

— Tengo también otra sorpresa para ti, querida Lidia, pero antes de iniciar los preparativos, deseo obtener tu aprobación.

— Sea lo que sea, puedes contar con mi aceptación.

— Me halaga que confíes tanto en mí — contestó la dama agradecida— . Se trata de organizar en mi casa una fiesta en vuestro honor. A raíz de conocerte ha vuelto a renacer la ilusión en mí. Me siento viva de nuevo, y aunque a petición tuya no puedo proclamar que eres mi nieta, quiero agasajarte de alguna manera y deseo hacerlo en mi casa, que es también la tuya.

— Será un placer para mí y para James — exclamó dándole un beso.

James aceptó la invitación de Rose Asder con escepticismo.

Desde el altercado con los Abock, a raíz de la denuncia que le pusieron a Lidia, no le resultaban simpáticos.

— Reconozco que Rose es distinta, pero no me agrada estar cerca de los Abock y menos aún meterme en su casa.

— Esa casa es de Rose, aunque ellos también vivan allí — le aclaró ella con ternura— . Comprendo lo que sientes, cariño, y yo también prefiero estar alejada de ellos. No obstante, en esta ocasión no podemos negarnos. Rose es una mujer buena y atenta. Me tiene mucho cariño y desea con gran ilusión organizar esa fiesta en nuestro honor.

James la miró con embeleso y la sentó en sus rodillas.

— Me guste o no me guste, lo que deseo es complacerte, así que haré lo que me pidas — afirmó mirándola seductoramente mientras la acercaba para besarla.

Aun no teniendo nada que celebrar, Nancy Vantor pensó que la fiesta que Rose Asder pensaba dar en honor de James y Lidia podría ser una buena ocasión para hablar con la hispana. Era el último recurso que le quedaba para intentar anular la boda. A James no había logrado convencerlo, y para colmo, su marido estaba de su parte. Quizás este desafortunado asunto tuviera una solución si pudiera persuadir a la periodista de que se alejara de su hijo apelando a su bondad y a su amor por él. Si James se casaba con ella, sus amigos y toda la gente de la que siempre se había visto rodeado se alejarían de él, provocando, tarde o temprano, una gran desazón y tristeza en su ánimo. Eso perjudicaría al matrimonio, puesto que Lidia tampoco sería feliz viendo que su marido no lo era.

Dudando acerca de la reacción de la chica, Nancy intuía que con un poco de suerte quizás consiguiera llegar a un trato con ella.

Rose había invitado a mucha gente a la fiesta. Lo había organizado todo con esmero e ilusión, exactamente igual que si Lidia hubiera figurado oficialmente como su nieta. Para Rose no había ninguna diferencia, aunque respetaba el deseo de Lidia de dejar incólume el nombre de su madre.

Afortunadamente, su hija Jennifer también estaba encantada con su sobrina, y su yerno y sus nietos parecían haberse rendido ante la evidencia de que su familia constaba de dos miembros más.

Si bien en un principio intentaron evitar que Lidia entrara en la familia para no tener que repartir la herencia, ahora se encontraban satisfechos de que ella no tuviera ningún interés por sus negocios.

Ellos seguían llevando las riendas de todo, y eso era lo más importante para los Abock.

— Otra cosa será el marido. En cuanto James Vantor se entere de quién es realmente su mujer querrá defender los intereses de Lidia que, en parte, serán también los suyos — comentó Thomas Abock con aprensión— . Teniendo en cuenta lo listo que es para los negocios, no me extrañaría que empezara a pedirnos cuentas... ¡maldita sea!

Su hijo Sean suspiró con impaciencia.

— Papá, por favor, no empecemos de nuevo. Ya sabemos que Vantor tiene sus motivos para no congeniar con nosotros, pero adora a Lidia y hará lo que ella diga. ¡Bastante tiene él con sus propias empresas!

El gesto de Thomas Abock expresaba poca convicción.

— Ojalá tengas razón.

El espejo reflejó la radiante figura de Lidia. Como era habitual en ella, su sencillez y su armónica elegancia hacían resaltar aún más su belleza. James y ella habían elegido el modelo que llevaba en esos momentos: falda en muselina color tabaco con la cintura drapeada y cuerpo sin tirantes, bordado en pedrería. El pelo lo llevaba recogido, y como único adorno lucía la cruz y la pulsera que su abuela le había regalado.

James la miraba embobado, siguiendo con admiración cada uno de sus movimientos.

— Todavía no puedo creer que seas mía, amor. Dudo que haya otro mortal en la tierra con más suerte que yo — dijo acercándose peligrosamente a Lidia.

— ¡James...! — exclamó ella alejándose de él— , debemos irnos..., se hace tarde.

— ¿Tú crees? — preguntó con sonrisa burlona— . Está bien; entonces sólo un besito.

Lidia rió y lo besó con cariño.

— Pero antes de salir — dijo James sujetándola contra él— , quiero entregarte mi primer regalo de compromiso.

Lidia cogió el paquete con nerviosismo y lo abrió con cuidado.

Un bonito estuche forrado de terciopelo apareció ante sus ojos.

Dentro, un par de pendientes, bellamente diseñados con brillantes y una perla en forma de lágrima, la deslumbraron con sus destellos.

Sus ojos, brillantes de felicidad, subieron lentamente desde el estuche hasta los expresivos ojos verdes de James, transmitiéndole, con su profunda mirada, todo su agradecimiento.

— Gracias, cariño: son preciosos.

— No es nada comparado con la felicidad que tú me das — declaró abrazándola por la cintura y besándola suavemente en los labios.

Lidia se puso los pendientes y alabó de nuevo el gusto de James.

La gran mansión de Rose Asder se vistió de gala la noche de la cena— baile en honor de los jóvenes enamorados.

Lidia siempre la había admirado cada vez que había estado allí, pero esa noche lucía en todo su esplendor con los adornos luminosos y florales que se habían dispuesto en todos los rincones de la casa.

Rose salió a recibir a la pareja y los abrazó con cariño. Jennifer la besó con afecto, y los Abock, una vez asimilado el impacto que les produjo la belleza de Lidia, también la saludaron con respeto. James les dio la mano, sin hacer ningún esfuerzo por mostrarse simpático con ellos. Con Rose fue distinto, charló y bromeó con ella hasta que empezaron a llegar los primeros invitados.

La pareja de novios y Rose se colocaron de pie en el enorme hall para saludar a todos los que llegaban. Las habitaciones de la planta baja se comunicaban unas con otras a través de las puertas abiertas para ampliar el espacio y permitir que los invitados se movieran con más comodidad. Aparte del buffet y de la zona de baile, se había dispuesto una sala con varias mesas de juego por si a los invitados les apetecía jugar una partida después de cenar.

Lidia sonreía complacida al escuchar las alabanzas de las que era objeto, sonriendo a James con picardía cada vez que alguno de los dos recibía una excesiva atención por parte de alguno de los invitados. Acompañados de Rose se dirigieron a la mesa donde estaba dispuesta la comida y se sirvieron. Lidia no tenía hambre, pero probó un poco de diferentes platos para complacer a su abuela.

Continuamente eran abordados por amigos y conocidos que bromeaban con James acerca de su próxima boda.

— Creo que la única solución para que nos dejen charlar un rato a solas es que bailemos. ¿Me concedes ese honor? — le preguntó James al oído.

— Me encantaría — contestó Lidia en un susurro.

Se unieron a las parejas que se encontraban en la improvisada pista y, muy unidos, siguieron el ritmo de la melodía.

Mirándose con arrobamiento y dedicándose las más dulces palabras de amor, se olvidaron de todo lo que los rodeaba. En ese momento sólo existían ellos dos y su mutuo amor.

— James –le llamó su padre golpeándole suavemente en el hombro— . ¿Podría tener el placer de bailar con mi futura nuera? Ya sé que es difícil para ti dejarla — comentó bromeando— , pero creo que Lidia y yo debemos empezar a conocernos mejor.

El joven se apartó con reticencia, complacido a la vez de que su padre fuera tan atento con Lidia.

— Ya nos conocimos anteriormente, pero tenía ganas de hablar contigo de nuevo.

— Será un placer — contestó ella con cortesía.

— Hacía tiempo que quería darte las gracias por haber traído al mundo a mi nieto — comentó Howard Vantor con amabilidad— . Es un niño precioso, igual que James cuando era pequeño, y tanto su abuela como yo estamos muy felices con él.

— A mí me complace enormemente que mi hijo sea tan querido.

Siempre he considerado que es muy bueno para Michael verse rodeado del cariño de sus abuelos.

— Más importante es el amor de sus padres — remarcó él.

— Siempre lo ha tenido, pese a las diferencias que nos hayan separado a veces a James y a mí. Ambos le adoramos y, pase lo que pase, Michael siempre será lo más importante para nosotros.

— Sé que es así, querida, pero hay que estar alerta y luchar mucho por lo que se quiere. James y tú vais a iniciar una nueva vida juntos, la cual no estará exenta de dificultades. De todas formas, esos problemas siempre se pueden superar con buen juicio y tenacidad — le aconsejó— . Contáis con el amor, que es la base principal para que un matrimonio se consolide, pero hay que cuidarlo y mantenerlo diariamente. Sed fuertes y lo conseguiréis — la animó con gentileza.

Lidia se alegró de contar con un aliado en la familia. Teniendo en cuenta la frialdad con la que la madre de James la había saludado hacía un momento, era obvio que nunca podría contar con su afecto o con su ayuda.

Antes de llevarla de nuevo con James, la miró con franca expresión y le dijo mientras acercaba su mano a los labios para besarla:

— ¡Bienvenida a la familia Vantor!

— También has hechizado a mi padre — le dijo más tarde James risueño.

— Me ha parecido un hombre encantador y con mucho sentido común.

— Sí, debo reconocer que su sensatez iguala a su inteligencia.

Siempre he estado orgulloso de él.

Su abuela la solicitó de nuevo y la llevó en presencia de una anciana señora que se encontraba sentada en una silla de ruedas.

— Te presento a Melodie, una querida amiga que fue madrina de tu madre.

— ¡Dios mío, Rose!, ¡es igual que tu hija! — exclamó la señora, completamente asombrada del parecido de Lidia con su ahijada.

— Eres la única persona que sabe nuestro secreto, Melodie, y quería que comprobaras por ti misma que te había contado la verdad cuando te dije que había encontrado a mi nieta.

— No hay más que ver a esta bella dama para saber que es la hija de Rose Mary. Es para mí un verdadero placer conocerla, señorita Villena — dijo con afecto.

— Llámeme Lidia, por favor.

— Gracias, querida. Yo quería mucho a tu madre. No solamente porque Rose fuera mi mejor amiga, sino porque ella, por sí misma, se merecía el cariño de todos. Era una muchacha encantadora y me alegra saber que tú, según me ha contado tu abuela, seas tan parecida a ella.

— No creo que sea tan buena como mi madre, pero me alegra que mi abuela así lo crea — comentó mirando a Rose con cariño.

Estaba despidiéndose de la anciana señora, cuando su primo Sean se acercó a ella.

¡Por fin puedo hablar contigo! Estás tan solicitada esta noche que no hay forma de acercarse a ti.

— ¡Qué exagerado! — exclamó ella riendo.

— ¡Enhorabuena por tu compromiso! Os deseo mucha felicidad a James y a ti.

— Muchas gracias; eres muy amable.

James los vio reír y bailar, notando cómo la sombra de la duda anidaba en él. Nunca le gustó la forma en la que los Abock, contando con el consentimiento de Lidia, habían zanjado la cuestión del robo en su casa. Por amor a Lidia casi había olvidado ese asunto, sin embargo, cada vez que veía juntos a Lidia y a Sean en mutua complicidad, volvían a surgir en su mente interrogantes que no habían sido aclarados.

Las bromas de los amigos hicieron que olvidara por el momento a los Abock.

Lidia reparó repentinamente en el camarero que le ofrecía una copa de champán.

— ¡Héctor!, ¡qué sorpresa!

— ¡Enhorabuena, señorita Villena! Tanto mi mujer como yo le deseamos mucha felicidad.

— Muchas gracias. ¿Qué tal está Margarita?

— Muy bien. Está en la cocina. Hemos tenido la suerte de que nos contrataran a los dos para esta ocasión.

— ¡Ah!, ¿si? Ahora mismo iré a verla. Estaré encantada de saludarla.

Se disculpó con su primo y se dirigió hacia la cocina para charlar con su antigua alumna.

James departió un rato con sus amigos en el jardín. Se disponía a entrar de nuevo en el salón cuando escuchó una conversación que provenía desde detrás de un gran arbusto.

— La hispana ha resultado ser más lista de lo que pensábamos — le comentaba Brian Abock a su padre— . A pesar de tener un secreto en su pasado y de no ser absolutamente nadie, ha conseguido pescar a un pez gordo como Vantor.

— Ya os avisé de que no la subestimaseis. Esa mujer hechiza con su belleza. No solamente ha conquistado al todopoderoso Vantor y a tu abuela, sino que además a tu hermano le tiene bobito.

— Sí, la abuela es muy lista. Ella también ha sabido comprar su silencio, ¿o no te has fijado en la pulsera que lleva Lidia?

— Por supuesto que sí. Es una joya muy valiosa que Rose ha sabido invertir muy bien.

Las voces se alejaron y ya no pudo escuchar nada más.

James estaba petrificado. No podía creer que Lidia tuviera un secreto y no se lo hubiera contado. ¿Qué estaba sucediendo?

Con gesto preocupado entró en el salón y la buscó. La última vez que la había visto estaba con uno de los Abock, pero en esos momentos no se encontraba ni con él ni con su abuela. Miró por todas partes sin lograr dar con ella. Preguntó a varias personas, pero ninguno de ellos la había visto.

Su nerviosismo y furor iban en aumento. Sólo Mary, la amiga de Lidia, le supo indicar el camino que la había visto tomar. Él abrió la puerta que llevaba hacia la zona de servicio y terminó dando con la cocina. Desde fuera se escuchaban risas. Entró sin llamar y allí vio a Lidia, tranquilamente sentada, con una taza de café en la mano, charlando amigablemente con los sirvientes.

Al verle, todos se callaron. Lidia se puso de pie y se acercó a él con la mejor de sus sonrisas, presintiendo de alguna manera, al ver su rostro crispado, la tormenta que se avecinaba.

— Veo que no me obedeces ni piensas obedecerme, ¿verdad? — preguntó con aspereza.

Lidia miró azorada a sus amigos e intentó ser razonable. Sabía perfectamente a lo que James se refería.

— Procuro complacerte, James y, sinceramente, considero una tontería que te enfades por algo tan trivial.

— Sigues sin entenderlo. Continúas ignorando que mi familia es muy importante aquí y respeta con rigidez unas normas de conducta, normas que, es obvio — dijo señalando con la mano lo que le rodeaba— , tú no estás dispuesta a acatar.

El corazón de Lidia palpitaba con fuerza, condenando la obstinación y la arrogancia de James. Equivocadamente, Lidia había creído que James estaba intentando respetar su deseo de ayudar a los demás. Ahora veía que no era así. James la quería, eso no lo dudaba, pero con la condición de que se atuviera a sus reglas. Mientras ella se resistiera a sus deseos, no habría paz entre ellos.

Excepto ellos dos, todos habían desaparecido de la cocina.

— No tengo por qué acatar ninguna regla. Considero que el amor no admite condiciones; debe ser entregado libremente.

— ¡No es esa la cuestión! Lo que me fastidia es que no te importe lo que yo piense, y además, intentes manipularme — la acusó con rencor.

— ¡Manipularte?, ¿pero qué estás diciendo?

— Siempre has jugado con mis sentimientos. Supiste desde un principio que yo estaba loco por ti, y esa fue la mejor arma de la que pudiste disponer para conseguir todo lo que te propusiste, como por ejemplo el tema de nuestro hijo. Eres muy lista, Lidia, pero ha llegado el momento de que aclaremos algunas cuestiones — manifestó mirándola con hostilidad al tiempo que se acercaba a ella.

Lidia mantuvo el coraje y no retrocedió.

— Creí que todo estaba muy claro entre nosotros — respondió con expresión altanera— . Desde un principio sabías a lo que me dedicaba y aun así me pediste que me casara contigo; no entiendo que ahora tengas dudas respecto a mí.

— ¿Eso quiere decir que lo sé todo sobre ti? — preguntó retándola a que le mintiera.

Lidia lo miró extrañada. Conocía bien a James, al menos eso creía, y estaba empezando a darse cuenta de que él había entrado en la cocina con el único objetivo de discutir con ella. No sabía lo que podía haber ocurrido en el salón durante el tiempo que ella había estado hablando con sus amigos, pero debía haber oído algo desagradable sobre ella y se encontraba furioso. Eso quería decir que había dudado de ella, y un matrimonio no podía sostenerse sobre cimientos tan frágiles.

— A mí me basta con lo que sé de ti — contestó dirigiéndole una mirada dolorida.

Esa simple frase le habría bastado si se hubiera encontrado en un estado normal, pero James estaba fuera de sí, acosado por el demonio de los celos y la duda.

— ¡Yo quiero saberlo todo: lo que piensas, lo que sientes y todos tus secretos! — exclamó acercándola a él— . ¡No iré al matrimonio con recelos!

Lidia se apartó de él con ademán desdeñoso.

— ¡Vaya!, ¡el gran James Vantor III me amenaza con no casarse conmigo! — exclamó con sarcasmo— . ¡Pues sabes lo que te digo, que me alegro de que te hayas mostrado tal como eres: caprichoso, autoritario y arrogante, porque eso me recuerda que no me convienes, y me da pie para romper nuestro compromiso! — gritó con los ojos relampagueando de ira.

James la agarró con fuerza y no la dejó irse.

— ¡No harás nada hasta que me cuentes tu secreto!, ¡quiero saber si he sido engañado! — exclamó con genio.

— Te quedarás con la duda, James, porque yo no volveré a hablar contigo — afirmó intentando zafarse.

James la cogió de la muñeca y tocó la pulsera que Rose le había regalado. Levantó el brazo de Lidia y la miró. Sus dudas aumentaron al comprobar el valor de la joya. Sabía quién se la había regalado, pero quería oírselo decir a ella y que le explicara cuál era el motivo de tan suntuoso regalo.

— Parece que siempre se me adelanta alguien con los regalos — comentó con sequedad— . ¿Quién te ha regalado esta pulsera?

— Desde hace unos momentos ya no hay nada entre tú y yo. No te debo ninguna explicación.

— ¡No me provoques, Lidia, y contéstame! — le exigió él con expresión severa.

Dos camareros entraron de pronto, interrumpiendo a James.

Ya no podían continuar allí. Aferrándola fuertemente del brazo, se dirigió con ella hacia la puerta. Su objetivo era pasar lo más desapercibidos posible y dirigirse a casa para continuar con la discusión.

James vio sus planes frustrados al toparse con Rose nada más salir de la cocina.

— ¡Ah, estáis aquí! Lidia, querida, te estaba buscando para preguntarte si no te importaba hacerte una foto con Jennifer y conmigo. A vosotros ya os han hecho muchas — terminó risueña.

Lidia y James guardaron silencio para no desilusionar a Rose.

Completamente decepcionado, a James no le quedó más remedio que dejarla ir.

El fotógrafo las estaba esperando cuando Rose, su hija y su nieta, entraron en la habitación.

Después de posar durante un rato, Lidia se dirigió hacia la escalera para subir a una de las habitaciones. Su excusa fue el arreglo femenino, pero lo que quería era pensar con tranquilidad en lo que le había ocurrido con James. Se encontraba deshecha, todavía incrédula de que hubiera terminado toda relación con el hombre que amaba. Pero... ¡no!, no podía ser verdad. Estaba alterada y James completamente desquiciado por algo que ella no acertaba a descubrir. ¡Todo eso era absurdo! Ellos se quería, eran felices, tenían un hijo... ¡Cómo podía haberse dejado llevar por un arrebato de mal genio! No tenía sentido y ella lo solucionaría con James en esos mismos momentos.

Decidida a buscarlo, abrió la puerta con resolución, casi chocando con una camarera que llevaba un teléfono portátil en la mano.

— Alguien pregunta por usted, señorita Villena — dijo la joven alargándole el aparato.

Cogió el auricular pensando que quizá sería la niñera de Michael, pero sus ojos se dilataron con horror cuando el secretario de Irving le dijo que la llamaba desde Londres para comunicarle la mala noticia de que el señor Longley había sufrido un infarto. Lidia palideció, creyendo que las piernas le fallarían de un momento a otro. No podía desfallecer. Tenía que conservar la calma para informarse con todo detalle del estado exacto de Irving.

Sin perder un minuto llamó al aeropuerto para reservar cuatro billetes en el primer avión que saliera para Londres. Tenía sólo dos horas para preparar el equipaje y llegar a tiempo de coger el vuelo.

Corría para buscar a James y contarle lo sucedido cuando Nancy Vantor la detuvo.

— Si tienes un momento, Lidia, me gustaría hablar contigo.

Lidia la miró extrañada. ¿Qué tendría que decirle esa mujer?

Teniendo en cuenta que casi ni la había mirado las veces que habían coincidido, le sorprendió su petición. De todas formas, no le pareció mal firmar la paz con la madre de su futuro marido, si es que James y ella conseguían reconciliarse de una vez por todas.

Desgraciadamente, ese no era el momento. Lidia no podía perder ni un minuto. Necesitaba cada segundo para llegar a tiempo al aeropuerto y poder coger el avión que la llevaría al lado de su amigo.

— Lo siento, señora Vantor, pero debo encontrar a James cuanto antes.

La dama la miró alarmada.

— ¿Sucede algo malo?

— Mi amigo Irving Longley ha sufrido un infarto y debemos volar a Londres inmediatamente. El avión sale dentro de dos horas.

James y yo tenemos el tiempo justo para recoger a Michael — le explicó con precipitación— y salir hacia el aeropuerto.

Decepcionada inicialmente, Nancy reaccionó a tiempo para maquinar lo que sería el golpe definitivo.

— Entiendo, querida. No debes perder tiempo –señaló, mostrando su mejor sonrisa— . Adelántate tú y ve preparando a Michael. Yo avisaré a James. Él te alcanzará enseguida.

Lidia sonrió confiada.

— Gracias, Nancy. Por favor, díselo también a Rose Asder.

— Les transmitiré tu mensaje — contestó con fingida complacencia.

— Muchas gracias — contestó Lidia antes de salir corriendo por la escalera de servicio para que nadie la entretuviera.

Nada más desaparecer Lidia de su vista, en el rostro de Nancy Vantor se dibujó una sonrisa maliciosa. Esta era la oportunidad que había estado esperando. Sin quererlo, la joven hispana había puesto en sus manos la clave que necesitaba para romper su compromiso con su hijo. La periodista se había ido a Londres con urgencia, pero James no lo sabía ni lo sabría. Ahora era muy importante que ella evitara todo contacto entre ellos. Si conseguía que James se desilusionara por segunda vez de la hispana, era seguro que rompería definitivamente con ella. Conocía a su hijo y sabía que no aguantaría una segunda humillación.