20
Faltaba sólo un día para la fiesta de Parnell, pero James consideraba que era suficiente para preparar su estrategia. Desde que había hablado con él el día anterior, no pensaba sino en la forma de sorprender a Lidia y enfrentarse con ella. Aunque habían pasado varios meses desde que ella desapareciera, James no había podido mitigar su furia y su despecho por su abandono. Ahora había llegado el momento que tanto había esperado. Lidia Villena, lo quisiera o no, tendría que darle una explicación convincente. Había reflexionado mucho sobre el motivo que habría tenido para alejarse de él, llegando a la conclusión de que Lidia había huido cobardemente para no tener que ceder a sus demandas. Lidia tenía miedo de sí misma, de su debilidad ante él y sabía, igual que él, que tarde o temprano, si seguían viéndose, ella sería suya. A pesar de que continuaba loco por ella, James también era consciente de que no tenía ningún derecho legal sobre Lidia, lo que significaba que su acoso tenía un límite. Le había dado muchas vueltas a este tema, intentando encontrar la mejor forma de dominarla, de tenerla en su poder para que ella se diera cuenta, de una vez por todas, que no se podía jugar con James Vantor III. Desafortunadamente, no encontraba nada que pudiera obligar a Lidia Villena a acceder a sus deseos. Era una mujer libre, F con fuerte personalidad y carácter, y aunque le enfurecía la forma de comportarse con él, precisamente la mezcla de seguridad y ternura, de furia y pasión, de bondad y orgullo era lo que lo atraía de ella.
No sabía cómo reaccionaría al verle ni si tendría la oportunidad de presionarla lo suficiente como para que ella quisiera contestar a sus preguntas, pero de lo que sí estaba seguro era de que, antes de que terminara esa noche, él averiguaría dónde se escondía.
Teniendo esa información era más fácil urdir un plan para ganar la guerra que Lidia, al engañarlo tan cruelmente, había declarado entre los dos.
Después de dejar al niño dormido, Lidia se reunió con Irving para cenar.
— Eres una buena madre, Lidia. Michael tiene mucha suerte — comentó sonriendo.
— Para mí es un placer atenderle — contestó con satisfacción— .
Ahora me necesita casi todas las horas del día y yo, con sumo gusto, paso ese tiempo con él.
— Mañana, después de la fiesta, si estás cansada, podemos pasar la noche en mi casa de Boston.
— Yo prefiero no dejar a Michael. No quiero aguarte la fiesta, Irving, pero no me gustaría volver muy tarde — sugirió un poco molesta consigo misma por imponerle sus deseos— . Quizás sea mejor que yo me venga con el chófer y tú te quedes hasta la hora que quieras.
— De ninguna manera — protestó él— . Teniendo en cuenta lo poco partidario que soy de fiestas, seguro que me canso antes que tú.
Lidia no quería llamar la atención, por lo que decidió ponerse un atuendo sencillo: una falda negra de raso que ya se había puesto otras veces y una blusa de cuello cisne, estampada en distintos tonos de azulón.
Su entrevista con Parnell era importante, por eso accedía a esa salida nocturna, pero no se dejaría ver más de lo necesario. Después de hablar con el magnate, sólo pensaba estar en el yate el tiempo mínimo que imponía la cortesía; una vez transcurrido ese tiempo, correría de nuevo a su refugio hasta que llegara la hora de trasladarse a Miami.
Irving la esperaba en el hall cuando ella bajó. Antes de salir se sintió obligada a darle una explicación. Él no había comentado nada acerca de su atuendo, pero Lidia estaba segura de que se estaría preguntando por qué no se había puesto el bonito vestido que él le había regalado hacía unos meses.
— Hubiese preferido llevar el maravilloso vestido amarillo que tú me regalaste, pero no quiero llamar la atención, Irving, por eso he preferido vestir de forma más sencilla — le explicó ella.
— Lo comprendo perfectamente. No te preocupes — la tranquilizó él.
El suntuoso yate estaba bellamente iluminado, oyéndose desde lejos los acordes de la música y el murmullo de las voces de los invitados. Cuando ellos llegaron, varias parejas, lujosamente vestidas, subían por la rampa hacia el barco. Los hombres iban de etiqueta y las damas vestían trajes confeccionados por famosos modistos y las adornaban magníficas joyas, lo que indicaba que esa noche, en el yate de Simon Parnell, se habían dado cita la flor y nata de Boston. Lidia se sobrecogió ante la idea de que alguien la reconociera y lo comentara. De todas formas, no expresó sus temores. Se limitó a subir del brazo de Irving, aparentando sentirse tranquila y segura, y a sonreír a las personas que él le presentaba.
Simon Parnell se acercó a ellos en cuanto pudo dejar al grupo con el que estaba hablando.
— Bienvenido a mi barco, Irving — dijo extendiendo la mano con jovialidad.
— Gracias, Simon — contestó él estrechándosela— . Permíteme presentarte a la señorita Lidia Villena.
Lidia sonrió y le extendió la mano a Parnell. El magnate la observó con admiración.
— Es un placer conocerla, señorita Villena.
— Encantada de conocerle, señor Parnell. Muchas gracias por haberme recibido, y le felicito sinceramente por su magnífico barco — añadió Lidia con simpatía.
— Irving me habló muy bien de usted y ahora empiezo a comprender sus alabanzas — dijo sonriendo significativamente.
Mientras charlaban, dos hombres y una mujer se unieron al grupo, interrumpiendo momentáneamente su conversación. Todos hablaban de situaciones y amigos comunes. Dichos relatos y sus personajes eran ajenos a Lidia, pero lo estaba pasando bien riéndose de las bromas que se hacían Simon e Irving y de las anécdotas que ambos recordaban. Aceptó sonriente la copa de champán que un camarero le ofreció, sin embargo, antes de que lo pudiera saborear, su mano empezó a temblar al vislumbrar a lo lejos la alta figura que la miraba fijamente con ojos tan fríos como el hielo.
James había llegado al yate temprano, con la única intención de buscar un buen lugar desde el que observar a los invitados que iban entrando. Estaba nervioso, inquieto y bastante irritado.
Escudriñando a las parejas y a cada uno de los rostros que llegaban, su mal humor había empeorado aún más en cuanto vio entrar a Lidia, sonriente, del brazo de Longley. Nada más verla su pulso se aceleró y su corazón empezó a latir violentamente. El estado de excitación en el que se encontraba se había mezclado peligrosamente con los celos que sintió al ver a Lidia con otro hombre, haciendo que su expresión se tornara demoníaca. Si no hubiera sido por la aparición de Simon, se habría abalanzado sin miramientos sobre Longley, arrancando a Lidia de su lado. Con gran voluntad consiguió dominarse y esperar hasta que llegara el momento propicio para acercarse a ella.
Todos volvieron su mirada hacia Lidia cuando su copa cayó estrepitosamente al suelo. Su sobresalto al ver a James había sido tan impactante que se olvidó de todo lo que la rodeaba, haciendo que su cuerpo flaqueara y casi se desmayara. Al oír el estruendo, Lidia volvió a la realidad y se dio cuenta de lo que suponía que James la sorprendiera. Tranquilizando a todos y en especial a Irving, se disculpó y se alejó de allí a toda velocidad, con la única esperanza de esquivar a James.
La cubierta estaba llena de gente. Esto dificultó hasta la exasperación el camino de James hacia Lidia. Vio desde lejos su expresión de asombro al reconocerlo y disfrutó cruelmente del desconcierto y el temor que se reflejaban en sus ojos. Su victoria no duró mucho tiempo. Con incredulidad observó, sin que él pudiera hacer nada por evitarlo, cómo Lidia se alejaba del grupo y desaparecía de su vista.
Lidia no sabía qué hacer ni hacia dónde correr. Se detuvo durante unos segundos al amparo de una sombra y se obligó a pensar. No conocía el barco, y James seguro que sí. Eso le daba ventaja sobre ella, así que decidió salir de él. Una vez fuera, llamaría a Irving y le explicaría lo que había ocurrido.
Con paso decidido, aunque observando con suspicacia a cada persona con la que se cruzaba, se dirigió hacia la salida. No había dado ni tres pasos cuando vio a James a lo lejos, en la otra parte de la cubierta, mirando hacia todos lados, buscándola. Lidia intentó esconderse con rapidez, pero no pudo impedir que James la viera.
No podía quedarse donde estaba; allí había poca gente y él la acorralaría sin dificultad. Pensando con rapidez, entró en el interior del yate por la primera puerta que vio. Ésta daba a un salón, en el que había también gente sentada, charlando. Dominando su excitación, consiguió atravesarlo despacio y salió por otra puerta que daba a unas escaleras. Las bajó y sin saber adónde iba, se encontró en un ancho pasillo, iluminado con vistosas lámparas y con camarotes a cada uno de los lados. No tenía tiempo para pensar ni podía retroceder. Lo mejor, de momento, era esconderse en uno de los camarotes y esperar a que pasara alguien que pudiera avisar a Irving.
La habitación era muy elegante. Las paredes estaban pintadas en tono verde seco y tanto la tela de la colcha de la enorme cama, como la tapicería del pequeño sofá que había debajo del ojo de buey, hacían juego con ese color. Le parecía un atrevimiento haberse introducido en lo que parecía ser el camarote principal, pero no había tenido otra alternativa. Si alguien la sorprendía allí, daría la socorrida explicación de que se encontraba mal.
Pasaron unos minutos de zozobra antes de que la puerta se abriera de par en par y apareciera James Vantor con el rostro desencajado y los ojos relampagueantes de ira. Lidia se levantó de un salto del sillón donde se hallaba sentada y retrocedió asustada.
James cerró la puerta con brusquedad y se acercó a ella con paso seguro. Deteniéndose a tan sólo unos centímetros de Lidia, habló con calma tras observarla durante unos segundos con expresión dolorida.
— Tengo muchas preguntas que hacerte y te juro que no saldrás de aquí hasta que me respondas con la verdad — aseveró con el rostro impasible.
Lidia reconoció el control que James estaba ejerciendo sobre sí mismo y admiró su autodominio.
— No tengo por qué contestar a nada de lo que tú me preguntes — respondió altanera, temblando también como una flor bajo la embestida del viento.
— Pero lo harás, Lidia, y te advierto que yo nunca amenazo en vano.
— No sé qué pretendes, James. Tu actitud no tiene sentido.
Hace muchos meses que no nos vemos y yo creía que, después de mi carta, había quedado zanjado el tema de nuestra breve y extraña relación — dijo con calma.
— Nadie termina nada a mis espaldas y menos tú — contestó, sintiendo todavía la punzada de dolor que experimentó al convencerse de su abandono— . Fuiste una cobarde, eso es obvio, pero debiste tener una buena razón para huir de mí y eso es precisamente lo que quiero averiguar: ¿por qué abandonaste Boston y todo lo que te rodeaba?, ¿por qué dejaste tu trabajo y terminaste con nuestra relación tan repentinamente? — inquirió con voz áspera, mostrando una expresión dura e impaciente.
Lidia empezaba a sentirse acorralada. James se estaba mostrando tan directo que le sería muy difícil contestar con vaguedades. Le conocía muy bien y sabía que cuando estaba decidido a conseguir algo, no había nada que le detuviera. Lidia había creído, inocentemente, que James, después de tantos meses, se habría olvidado de ella, sin tener en cuenta que el orgullo herido de un hombre, sobre todo de un hombre como James Vantor, sólo se curaba con la venganza.
— Sabes muy bien que no tienes ningún derecho a exigirme nada. Nuestra relación apenas existió. No tenemos por qué darnos explicaciones — contestó con frialdad— . Que yo decidiera dejar mi trabajo, es cosa mía, y si te envié esa carta fue por... agradecimiento — señaló un poco titubeante, sin añadir que despedirse de él había sido lo más dolorosa para ella— . Tú te habías portado muy bien conmigo cuando te necesité y antes de irme consideré que lo menos que podía hacer era decírtelo, aunque fuera por carta.
James estaba anonadado por sus palabras. Al principio la había creído fría, pero después de conocerla íntimamente se había dado cuenta de que Lidia era mucho más cálida y apasionada de lo que él había pensado. Ahora, sus palabras, dichas de una forma tan impasible, le destrozaron el corazón. Fue precisamente ese dolor lo que le movió a zarandearla con fuerza.
— ¡Agradecimiento?, ¡fue también el agradecimiento hacia mí lo que te obligó a acompañarme a París? — preguntó con furia mientras seguía agarrándola con fuerza— , ¡fue por agradecimiento por lo que consentiste en acostarte conmigo?, ¡contesta, maldita sea!, ¡contesta!
— gritó perdiendo el control.
— ¡No! — respondió Lidia con sinceridad— . Cuando me lo pediste, me sentí obligada, pero esa sensación duró sólo un instante.
La verdad es que deseaba acompañarte y... disfruté mucho de los días que pasé contigo en París. Fui... muy feliz.
Lidia decía la verdad, pero James no la creyó. La herida de su abandono estaba todavía demasiado abierta y su ánimo demasiado escéptico como para creer en esos momentos en sus palabras.
— Reconozco que la forma que tienes de agradecer las cosas me agrada — comentó con mordacidad, decidiendo que su venganza sería cruel— , y supongo que el hecho de que yo te salvara de la cárcel merece un agradecimiento eterno, ¿no crees? — expuso quedamente mientras la acercaba poco a poco a él.
— Te creo capaz de cualquier cosa, James, pero te aseguro que nunca me obligarás a hacer lo que no deseo — le advirtió Lidia mirándole con ojos helados.
— Esto se ha convertido en una guerra, Lidia, y yo también te aseguro que seré el vencedor — afirmó con audacia— . Hace ocho meses tuviste suerte porque me cogiste desprevenido. A partir de ahora estaré en guardia y te juro — le aseguró mostrando una cínica sonrisa en sus atractivos labios— que no pasará mucho tiempo antes de que te tenga en mi poder. No pararé hasta encontrar un motivo que te obligue a venir a mí con más humildad.
Sin que Lidia pudiera evitarlo, James la aferró con fuerza por la cintura con el brazo izquierdo y con la mano derecha atrajo su cabeza hacia él y la besó con furia salvaje y anhelo descontrolado.
Lidia luchó con desesperación, sintiendo horror y vergüenza por lo que estaba pasando entre ellos. No quería sucumbir. Sus besos eran embriagadores y ella, lo deseara o no, le quería como nunca había querido a nadie. Era muy consciente de que si ahora se dejaba vencer, nunca podría separarse de él.
James no la dejaba apartarse. Hacía mucho tiempo que deseaba tenerla y la tendría en esos momentos. Lidia se resistía llevada por la furia que sentía, pero él sabía que en unos segundos ella se le entregaría con la misma pasión que él. De nuevo le demostraría que él dominaba la situación y que estaban hechos el uno para el otro. De repente, Lidia dejó de moverse y James la oyó sollozar. Esta maniobra lo desarmó y lo movió a mirarla con preocupación.
— El truco de las lágrimas es muy viejo, Lidia, pero veo que aún sigue siendo efectivo — dijo con cinismo.
Lidia lo miró con ira.
— Eres un bruto, James, y te aseguro que cada día estoy más contenta de haberme alejado de ti — le espetó con despecho.
— Que intentes alejarte de mí no quiere decir que lo consigas.
Tienes una voluntad de hierro, de eso doy fe, sobre todo para dominar tu mente, pero sabes perfectamente que conmigo no dominas tu cuerpo — afirmó con toda la seguridad que le daban sus experiencias anteriores con ella.
Lidia temblaba de rabia, más contra sí misma que contra él.
Sabía que James decía la verdad. Ese hombre la atraía aun en contra de su voluntad, y cada día se convencía más de que el amor era una fuerza mucho mayor de lo que ella nunca hubiera pensado. De no haber tenido a Michael, quizás James y ella en esos momentos fueran amantes. Si no se hubiera alejado de Boston, le habría resultado muy difícil resistirse a él. Pero eso era "agua pasada", se dijo volviendo a la realidad. Ahora tenía un hijo al que cuidar y proteger, y de ninguna manera consentiría que James se enterara.
— Soy dueña de mí misma y así voy a seguir. Estás dolido por mi rechazo y porque abandoné Boston sin tu permiso. Si eres sincero contigo mismo — siguió con calma— , reconocerás que yo no tenía por qué darte explicaciones. Tú y yo nunca hemos tenido una relación seria. Nuestra amistad, por llamarla de alguna forma, tuvo muchos altibajos, y es cierto que nuestro viaje a París fue maravilloso — añadió rememorando bellos recuerdos— . A pesar de lo que disfruté, en ningún momento consideré que ese viaje nos atara a ninguno de los dos.
James detestó la fría formalidad de su razonamiento.
Efectivamente, entre ellos dos no había ni podía haber un compromiso formal, pero después del viaje a París él estuvo seguro de que a partir de ese momento Lidia accedería a compartir un piso con él. Para su sorpresa, no sólo no había hecho ningún avance con ella sino que además le había abandonado. Su ego como hombre se vio seriamente dañado, por lo que se juró a sí mismo que la encontraría y la haría pagar su desplante.
— Y no nos ataba. Después de esos días que pasamos en París creí que habíamos llegado a un entendimiento y que podríamos ser felices juntos — señaló con un tono de reproche.
— Yo fui muy feliz en París, James, y creo que te lo dije varias veces — reconoció Lidia— , pero...
— Pero así y todo te fuiste — le interrumpió él— . ¿Por qué, Lidia?
Por favor, explícamelo todo — le suplicó acercándose a ella y cogiéndole la mano con suavidad— . Dime con sinceridad por qué huiste de mí y dónde has estado. Necesito saberlo, por favor... — le rogó con humildad.
Lidia tembló cuando James se acercó y le acarició la mano con tanta ternura. Si hubiera estado segura de él, le habría contado todo con gusto. Desgraciadamente, y a pesar de estar enamorada, no confiaba completamente en él ni le gustaban sus métodos para conseguir lo que quería. Reponiéndose de su momentánea debilidad, se apartó de James y se dirigió lentamente hacia la puerta.
Antes de abrir, se volvió y lo miró con tristeza.
— Lo siento, James. Lo mejor para los dos es que no recordemos el pasado. Tú y yo llevamos caminos opuestos y es difícil que volvamos a encontrarnos — terminó con abatimiento— .
Adiós.
El semblante de James había pasado de la dulzura a la cólera en cuestión de segundos.
— ¡Realmente conmovedoras tus palabras! — exclamó con malicia— . Desgraciadamente, no contestan a mis preguntas.
En dos zancadas se interpuso entre la puerta y ella.
— No tengo nada más que decir. Por favor, deja que me vaya.
— No te irás hasta...
Unos golpes en la puerta interrumpieron lo que iba a decir.
— ¡Lidia!, ¿estás ahí? — preguntó Irving con voz imperiosa.
Lidia miró a James como queriendo adivinar sus pensamientos, pero él no movió ni un músculo. Permaneció donde estaba y fue ella la que lo rodeó para alcanzar la puerta y abrirla.
Irving vio a James, que seguía de espaldas a la puerta, y se imaginó todo lo que había sucedido.
— Simon nos espera en su despacho — le anunció como disculpándose por haberlos interrumpido.
Lidia asintió y salió de la habitación sin volverse a mirar a James.
No sabía cómo había podido aguantarse. Fue sólo al pensar en su siguiente paso, cuando James notó cómo su tensión disminuía y su ánimo recuperaba nuevos bríos. Con pasos firmes, abandonó el yate y se dirigió hacia el coche, donde le estaba esperando su chófer.
Con prisa, se introdujo en la parte de atrás, y como si siguiera un plan escrupulosamente estudiado, se cambió la chaqueta del traje por una cazadora negra.
— Esta noche no volveré a necesitarte. Puedes irte a dormir.
— Buenas noches, señor.
— Buenas noches, Oliver.
Antes de salir del coche, cogió el casco y se dirigió hacia su potente Harley Davidson. Con destreza la puso en marcha para comprobar el arranque y se ubicó en una zona poco iluminada del muelle, desde la que podía divisar, con total precisión, el yate de Parnell y las personas que estaban en él.
Lidia reía satisfecha después de su entrevista con Parnell. El diálogo entre los dos había sido breve, pero sus preguntas habían sido tan directas y tan concretas que se dio cuenta enseguida de la seguridad que tenía ese hombre en lo que quería. Parnell había quedado muy satisfecho con la periodista hispana. No solamente su belleza atraía, sino que sus modales y toda su personalidad eran encantadores. Su intuición raramente le fallaba y con la señorita Villena estaba seguro de hacer un buen fichaje.
— Le has cautivado — dijo Irving satisfecho.
— Gracias a ti. Si él no hubiera estado predispuesto a contratarme debido a la amistad que os une, dudo que el señor Parnell hubiese sido tan rápido en decidirse.
— Te valoras en muy poco, querida Lidia. Con tu "curriculum", tu aspecto y tu simpatía, cualquier director de cualquier medio se precipitaría a hacerte firmar un contrato — afirmó con admiración.
— Eres un buen hombre, Irving; siempre ves lo mejor de mí — respondió mientras se cogía de su brazo.
Decidida a irse cuanto antes para no tropezar de nuevo con James, Lidia le sugirió a Irving marcharse.
Se despidieron de los amigos que se encontraban mientras salían, y se dirigieron hacia el coche.
James los divisó enseguida. Mientras ellos bajaban la escalerilla del yate se puso los guantes y el casco. Unos segundo después de que el coche de Longley abandonara el muelle, James arrancó la moto. Los siguió a una distancia prudencial para no levantar sospechas. En la ciudad le fue fácil camuflarse entre los coches, pero cuando salieron a la carretera, tuvo que aumentar la distancia para que el chófer no se fijara en él. Se dirigían hacia el Norte y James se preguntaba cuál sería su punto de destino.
En el coche, Lidia iba muy contenta de haber esquivado a James. Era un hombre muy testarudo. Después de la discusión de esa noche, Lidia tenía la esperanza de que James se hubiera convencido de que toda relación entre ellos había terminado. Se sentía abatida por ello, igual o peor que los meses anteriores, pero a la vez estaba aliviada al haber comprobado que James no sospechaba nada. No le hacía feliz el hecho de que su hijo se criara sin su padre. Aun siendo triste esta circunstancia, sería mucho peor que los Vantor apartaran a su hijo de ella. Prefería que el abuelo materno supliera la figura del padre antes que prescindir de Michael o verlo sólo en vacaciones.
— Siento que te encontraras con Vantor en esa fiesta — se atrevió a decir Irving.
— No ha sido culpa de nadie. Tarde o temprano tenía que ocurrir. Quizás haya sido mejor encararme con él de una vez por todas — aseguró confiada— . James se enfadó mucho, como era de esperar, pero finalmente creo que logré convencerlo de que nosotros dos no tenemos ningún futuro juntos.
Irving la miró con aprensión. No había tratado mucho a James Vantor, pero después de ser testigo de su actitud hacia Lidia, había comprobado que era todo un hombre: inteligente, decidido y con una gran seguridad en lo que quería. A un hombre así no se le manejaba fácilmente, y menos aún se dejaría engañar con palabras zalameras.
No quiso asustarla con sus pensamientos, sin embargo algo le decía que entre el arrogante Vantor y la bella y orgullosa hispana, acababa de dar comienzo una nueva batalla.
James paró la moto detrás de la verja que se acababa de cerrar.
Aunque la noche estaba muy oscura, la casa iluminada se distinguía con nitidez. No era muy grande, imitando a las típicas casas coloniales norteamericanas. Estaba rodeada de un parque con árboles y flores. La valla parecía rodear un gran terreno, aunque con la oscuridad de la noche envolviéndolo todo no pudo deducir su tamaño. No tuvo dudas de que pertenecería a Longley.
Así que ese era el sitio donde Lidia había estado escondida todo ese tiempo. Nunca lo hubiera averiguado, puesto que no conocía a Longley lo suficiente como para tener conocimiento de sus propiedades. Al principio había sospechado de él; más tarde, al verle tantas veces en Boston sin Lidia se convenció de que Longley no tenía nada que ver con su desaparición. Había sido un ingenuo.
Él, abogado de prestigio y acostumbrado a tratar con todo tipo de gente y a sospechar de la mayoría, había sido engañado por una simple hispana. Era como para echarse a reír si él hubiera estado de humor para bromas.
Permaneció observando durante un rato. Luego cogió el móvil y llamó a uno de los detectives que colaboraban en el bufete. Sin darle muchas explicaciones, le pidió que se reuniera con él en Rockport.
El soñoliento detective llegó al cabo de una horas, desconcertado por la llamada de Vantor a esas horas.
— ¿Se puede saber qué pasa, James?, me tienes intrigado.
— Es un asunto personal, por tanto te ruego discreción — contestó más bien seco.
— Por supuesto.
James le explicó lo que quería de él y le dio una foto de Lidia.
— Deseo que la vigiles continuamente — le volvió a repetir— .
Quiero saber todo lo que hace: si sale y con quién, a dónde va, qué hace durante el día o si viaja a alguna parte. Espero un informe completo.
— ¿Para cuándo lo quieres?
— Deseo saber todos los detalles cuanto antes. Tú eres muy buen profesional. En cuanto consideres que has descubierto algo importante, infórmame inmediatamente.
— ¿Vive la señorita Villena sola aquí?
— Creo que no. Averígualo también.
— ¿Debo vigilar también a los que viven con ella?
— Sólo me interesa Lidia — le aclaró escueto.