8
El verano empezó con bastante calor, lo que hizo que la gente se animara a desplazarse a las zonas costeras y a participar con afán en los torneos y fiestas que tenían lugar en las playas.
Esto influía enormemente en el trabajo de la emisora. Todos debían multiplicarse para no perderse ningún acontecimiento importante. El programa de Lidia seguía emitiéndose con normalidad, y los fines de semana se trasladaba a las playas de moda para estar presente en cualquier actividad que mereciera la pena.
La segunda semana de julio se dirigió a Newport, localidad donde iba a tener lugar una importante regata, el Campeonato de Vela de la Costa Este. Por la mañana se apostó en el lugar reservado a la prensa y se dispuso a escribir sobre todo lo que veía y oía. El día era magnífico para navegar: sol radiante y una suave brisa que hincharía en todo su esplendor las velas de los barcos. La gente se había ido reuniendo en el puerto deportivo para ver la salida de los veleros. Se notaba en el ambiente la expectación que despertaba este deporte en la zona.
Lidia miraba lo que pasaba a su alrededor y tomaba nota de cuanto acontecía. Distinguió entre la gente a algunos famosos y a E varios de los magnates que había conocido en Boston. Esto no le sorprendió; sabía que muchos de ellos tenían casa en Newport.
Entre los aplausos y los ánimos del público que se había reunido para verlos, comenzaron a llegar las tripulaciones de los barcos participantes. Cada una llevaba su propio uniforme para distinguirse de las otras. Todos pasaban sonrientes y esperanzados en conseguir un buen puesto en la regata en la que iban a tomar parte. Hablaban con humor entre ellos y correspondían con alegría a los saludos del público. Todo parecía muy espectacular y atrayente, lo que no era de extrañar teniendo en cuenta los magníficos veleros de dos palos que participaban.
Aunque se encontraba trabajando, Lidia estaba disfrutando enormemente del hermoso día y del entusiasmo de la gente.
Distraída, miró a los hombres que formaban las tripulaciones.
Sintiendo una especie de convulsión, sus ojos se detuvieron repentinamente en una figura que le era familiar. No tuvo que pensar dos veces quién era. Su porte al andar y su empaque arrogante eran inconfundibles. No había caído en ello, pero teniendo en cuenta el barco que tenía James Vantor, no era de extrañar que participara en ese importante acontecimiento deportivo.
Él la vio enseguida. No había estado seguro de que Lidia estuviera entre los periodistas, pero una ojeada la destacó enseguida entre todos los demás. Al pasar por la zona donde estaba la prensa, le dirigió una mirada penetrante y se levantó un poco la gorra a modo de saludo. Lidia le miró y no hizo ningún otro ademán.
La periodista pasó el día observando a lo lejos los bellos veleros y paseando por el puerto, enterándose por el entusiasmo del público y por los comentarios de los organizadores, quiénes iban ganando.
Cuando los barcos cruzaron la línea de llegada, después de una regata muy reñida, Lidia, a su pesar, vio con placer cómo el barco de James Vantor entraba en segundo lugar. Por muy poco no se habían alzado con la victoria. De todas formas, un segundo premio en una regata tan importante, era un gran trofeo.
A los tripulantes se les veía sudorosos y cansados, aunque también se reflejaba en sus rostros la satisfacción por haber participado en esa importante competición.
Los periodistas deportivos se acercaron enseguida a los veleros para recoger las primeras declaraciones de los vencedores.
Lidia prefirió esperar a la fiesta de entrega de premios que tendría lugar más tarde para hablar con ellos.
Tan pronto llegó a su hotel, se tumbó en la cama para descansar un poco antes de arreglarse para la fiesta. Le fastidiaba tener que encontrarse allí con James Vantor, pero el trabajo era lo primero y nada ni nadie impediría que ella lo realizara lo mejor posible.
La fiesta de la entrega de los premios de la regata era muy famosa. Allí se daba cita la élite de Newport y de otras partes del país. Era de rigurosa gala, y después de la entrega de las copas, había cena y baile.
Lidia eligió para esa noche un traje de raso malva. Era ajustado de cintura para arriba hasta rodear el cuello, dejando los hombros al descubierto; la falda era de vuelo en muselina. En la parte derecha del vestido, a la altura del pecho, llevaba dos flores malvas de la misma tela. El pelo se lo recogió en un moño informal y como único adorno llevaba unos discretos pendientes de oro.
En el hall del hotel se reunió con algunos compañeros que también estaban invitados a la fiesta. Todos la admiraron y bromearon acerca de la posibilidad de poder bailar con ella.
— Chicos, no olvidéis que vamos a trabajar. Los sufridos periodistas como nosotros no tenemos tiempo para la diversión — respondió ella en tono jocoso.
A pesar de que había mucha gente en el salón del club deportivo, la parte central se había dejado libre para que pasaran los regatistas a recoger sus copas. Cuando el presidente del Club Náutico comenzó a nombrar a los ganadores, la gente prorrumpió en grandes aplausos. Los hombres hacían comentarios sobre los veleros y sus modernos aparejos, y las mujeres admiraban sin recato a los guapos campeones.
La tripulación del barco que entró en tercer lugar subió al estrado para recoger su premio. La copa le fue entregada al patrón de la nave así como un pequeño ramo de flores, y al resto de la tripulación se les entregó una medalla a cada uno y sendos ramos de flores.
Todos los presentes les ovacionaron con admiración, dedicándoles frases de reconocimiento.
A continuación desfiló la tripulación que había llegado en segundo lugar. James Vantor, como patrón del velero, iba el primero. Vestido con traje de etiqueta, como todos los demás, estaba muy guapo. Lidia odiaba reconocerlo, pero a ella le pareció el más guapo de todos. De hecho se oyeron varios suspiros entre las jóvenes cuando él pasó hacia el estrado.
Los regatistas que entraron en primer lugar repitieron la misma ceremonia, siendo vitoreados efusivamente por el público que abarrotaba el salón.
Después de recibir los premios y de saludar a todos los presentes, las tres tripulaciones agradecieron a la gente sus aplausos y respondieron con alegría a los abrazos de los amigos.
Era costumbre que cada uno de los hombres de los equipos entregara el ramo que recibía a su mujer, novia, madre o amiga. En los hombres casados, el acto en sí no despertaba curiosidad, ya que estaba claro que se lo entregarían a sus mujeres. La expectación se centraba en observar a qué mujeres de las allí presentes les entregaban los solteros sus ramos. Las elegidas, según la tradición, no se desprenderían del ramo en toda la noche y bailarían los dos primeros bailes con el hombre que las había elegido.
Las chicas solteras cuchicheaban entre risitas nerviosas, esperando ser cada una de ellas las depositarias de los ramos.
Los deportistas, en el centro del salón, miraban a su alrededor buscando a la mujer que eligirían para entregarle las flores.
James Vantor escudriñaba cada rincón de la enorme estancia para estar seguro de que no se le escapaba la presa que él quería.
Lidia observaba divertida todo el ceremonial de la entrega de premios. Ella era partidaria de que se conservaran las tradiciones, y tenía que reconocer que ésta tenía su gracia y su pequeña intriga. ¿A quiénes elegirían los atractivos deportistas para entregarles el bonito ramo de flores?
La idea le vino de pronto, y de hecho sería un buen tema para su programa. Se trataba de crear un grupo de investigación y relatar cada semana, con personas invitadas, tradiciones antiguas aún practicadas en Norteamérica.
Con la mente en otra parte, no se dio cuenta de que James Vantor la había localizado y la miraba fijamente. En el momento que él, con el ramo en la mano, se abrió paso entre la gente y se dirigía hacia ella, Lidia despertó como de un sueño y en décimas de segundos percibió lo que Vantor pretendía.
Sin pensarlo dos veces, se dio la vuelta con rapidez, aprovechando que los que estaban a su alrededor no la conocían y no podían saber que James se dirigía hacia ella. Tenía la esperanza de poder escabullirse antes de que él llegara a su lado. Su intento resultó inútil, pues una voz potente la detuvo antes de que pudiera desaparecer.
— ¡Señorita Villena!, le ofrezco mi ramo con sumo placer. La esperaré después de la cena en la pista para que me haga el honor de bailar las dos primeras piezas conmigo.
Lidia no tuvo más remedio que darse la vuelta y forzar una sonrisa. Durante unos segundos se miraron desafiantes, al cabo de los cuales James siguió acercándose a ella hasta hacerle entrega del ramo.
Sintiéndose el objeto de las miradas de la gente, Lidia alargó la mano para recibir las flores.
— Muchas gracias; es..., es un honor para mí haber captado la atención de uno de los campeones de esta magnífica regata — dijo cortésmente.
La gente que estaba alrededor sonreía satisfecha, aprobando, al mirar a Lidia, el buen gusto del joven Vantor.
Él asintió con un movimiento de cabeza y se acercó a ella para darle un beso en la mejilla. Depués, dando media vuelta, se reunió con sus compañeros.
Todavía aturdida por la osadía de ese hombre, Lidia no sabía qué hacer. Estaba perpleja y dolida por la forma en que James Vantor la manejaba. Después de su última discusión, había estado segura de que había terminado toda conexión entre ellos. Ahora se daba cuenta de que las maquinaciones de ese hombre eran infinitas.
Un compañero se acercó a ella y la felicitó.
— No me extraña que James Vantor III se haya fijado en ti, Lidia. ¡Enhorabuena!, es uno de los mejores partidos de América.
— Déjate de guasa, Nick. Esto es una simple anécdota — le aclaró ella para que no sacara conclusiones erróneas— . ¡Anda! Vamos a cenar, a ver qué sitio le han destinado a la prensa — terminó con buen humor.
— Antes, quiero hacerles algunas preguntas a los campeones; ¿me acompañas? Ya sé que tú no tienes que publicar noticias deportivas, pero tal vez descubras en las respuestas algo interesante para tu programa — la animó él.
— James, ¿cómo la descubriste? — le preguntó David, otro de sus compañeros, con un deje de envidia en su tono— . Desde luego, tienes una vista de lince...
— No la ha descubierto esta noche — aclaró uno de sus amigos— , tuvo la suerte de conocerla hace bastante tiempo.
— ¡Vaya!, qué calladito te lo tenías, zorro... Pues te aconsejo que la guardes bien... Un tesoro así no se encuentra todos los días — añadió David con gesto burlón.
— No saquéis conclusiones precipitadas — les aconsejó James.
— ¿Insinúas que ella está libre? — preguntaron a coro, esperanzados.
— Tampoco he dicho eso — contestó él malhumorado.
Todos se echaron a reír, calculando maliciosamente lo que James tenía en mente.
— Si mis ojos no me fallan, ese bombón y un acompañante se dirigen hacia aquí — les informó David mirando a Lidia ensimismado.
— Querrán hacernos algunas preguntas sobre la regata. Ella es periodista y él quizás también — comentó James.
— ¿Periodista? Voy de sorpresa en sorpresa — exclamó David haciendo una graciosa mueca.
Lidia y Nick se identificaron como periodistas y se presentaron al grupo de regatistas.
Lidia observaba y escuchaba mientras su compañero hacía las preguntas. Hasta el momento, todas las entrevistas formuladas a los deportistas habían girado en torno al deporte de la vela, como era de esperar, y a su habilidad para conseguir manejar con maestría un barco. Para Lidia, personalmente, todo era interesante, pero ateniéndose estrictamente a su trabajo, a ella le interesaba más el lado humano de cualquier acontecimiento, por eso su pregunta iba dirigida sobre todo hacia ese campo.
— ¿Podrían decirme si supone mucho sacrificio entrenarse para una regata de este tipo?
James, que no había dejado de mirarla ni un momento, contestó a su pregunta.
— Para nosotros es un placer salir a navegar, no supone ningún sacrificio. Cuando quiera, puede venir a nuestro barco y observar por usted misma lo que hacemos — la invitó guardando las formas mientras la miraba intensamente.
— Gracias — contestó Lidia sin ningún entusiasmo.
— Para tomar parte en una regata de la categoría de este Campeonato de la Costa Este — continuó ella— ¿hacen falta muchas horas de barco diarias?
— No, contestó David. Nosotros entrenamos los fines de semana solamente. Lo que sí es necesario es estar en forma para poder maniobrar con agilidad.
El compañero de Lidia intervino para hacerles una última pregunta.
— ¿Podrían decirme qué es lo que hacen en los entrenamientos?
— Nos cuidamos de que el aparejo esté siempre a punto, y practicamos, sobre todo, unas maniobras básicas: la rapidez en las ciabogas, los cambios de velas y el trimado de las mismas — contestó otro de los componentes del equipo.
Después de agradecerles su gentileza, ambos periodistas se alejaron, pero no sin antes recordarle James a Lidia su cita con él en el baile.
— Siempre cumplo mis compromisos, señor Vantor — fue la escueta respuesta de ella.
Los ojos de los jóvenes la siguieron mientras se alejaba.
— ¿Son imaginaciones mías o la chica no parece estar muy contenta contigo, James? — le preguntó David con tono burlón.
— No se te escapa una, David — replicó James con una sonrisa maligna en sus labios— . Sí, esa mujer es bastante indómita, nada fácil de conquistar, pero le guste o no esta noche bailará conmigo los dos primeros bailes.
— No te preocupes, hombre. A ti no se te resiste ninguna. Tarde o temprano ésta también caerá en tus redes — le animaron los amigos.
James rió con ellos, aunque sabía muy bien lo difícil que le iba a resultar conseguir a Lidia. La última vez que se vieron, dolido por la indiferencia que ella mostraba hacia él, le había dado un ultimátum. Lo había hecho en un momento de arrebato. Había pensado mucho en ello, llegando a la conclusión de que esa era la única manera de estar seguro de Lidia y de sus sentimientos. Habían pasado ya varios días y Lidia todavía no había dado el primer paso:
era muy testaruda. James estaba convencido de que la atracción que él sentía era mutua. Consideraba que sería cuestión de muy poco tiempo que esa rebelde hispana viniera a él con los brazos abiertos.
Durante la cena, Lidia se sentó con algunos compañeros.
Afortunadamente, desde donde ella estaba no veía a James Vantor.
A él, junto con el resto de los campeones, les habían reservado las mejores mesas. Los periodistas, por el contrario, ocupaban las últimas mesas del enorme salón. Lidia lo agradeció enormemente.
El menú estuvo delicioso: langosta, carne rellena y una serie de dulces exquisitos.
— La cena merece el trabajo de esta noche, ¿no crees, Lidia? — le preguntó un compañero con jovialidad.
— Por supuesto que sí; ha estado magnífica.
Estaban ya casi terminando el postre cuando Irving Longley, que la había visto de lejos, se acercó para saludarla.
— ¡Querida Lidia! ¡Cuánto tiempo sin verte! — exclamó dándole un beso.
— ¡Irving! ¡Qué sorpresa! — contestó la joven, realmente contenta de verle— . ¿Qué es de tu vida? Hace mucho que no te veo.
— El trabajo me deja muy poco tiempo libre. Alguna vez estuve a punto de llamarte para salir a cenar o al teatro. No me decidí; pensé que una chica tan guapa como tú estaría muy solicitada por jóvenes galanes enamorados — comentó mirándola con dulzura.
— Tú siempre tan amable, pero la verdad es que no salgo mucho. No tengo tiempo.
— ¿Qué tal están el padre López y todos tus amigos? — preguntó interesado.
— Todos están bien. Ahora, con las vacaciones, nos vemos menos, aunque el padre y yo siempre nos mantenemos en contacto.
— Bien, te dejo terminar la cena. ¿Te quedarás al baile?
— Sí, un rato.
— Sería sumamente feliz si me concedieras algún baile — dijo con timidez— . Te lo pido ahora porque si me descuido los jóvenes no te dejarán ni un momento libre.
— No exageres, Irving. Tan sólo tengo comprometidos los dos primeros — le aclaró ella— . Después, será un placer bailar contigo.
Irving levantó una ceja y la miró con curiosidad.
— ¿Los dos primeros bailes, dices? ¿Es que alguno de nuestros jóvenes campeones te ha entregado su ramo de flores? — preguntó expectante.
— Pues sí — contestó con desgana— . A James Vantor no se le ha ocurrido otra cosa mejor que elegirme a mí para tal ceremonia.
— ¡Vaya! Ese joven tiene buena vista. No solamente es brillante en los negocios y en el Derecho, sino que además tiene buen gusto — añadió mirando a Lidia con admiración.
Lidia se echó a reír.
— Tú siempre tan galante, Irving.
La cena terminó, y todos los invitados se dirigieron hacia el gran salón de nuevo.
El estrado en el que antes había estado situada la mesa alargada con todos los trofeos, se había preparado ahora para la orquesta. La mayor parte del salón se había dejado despejado para el baile; solamente se habían colocado alrededor mullidos sillones y sillas por si la gente quería descansar un rato entre baile y baile. Al fondo, se había preparado una barra para tener opción a tomar una copa sin dejar de participar en la fiesta.
Las jóvenes elegidas fueron solicitadas en el centro de la pista, donde ya las estaban esperando los caballeros. Lidia no sabía si seguir con la broma o huir de allí a toda velocidad. La penetrante mirada de James y un empujón de uno de sus compañeros, terminaron con todas sus dudas. Con pasos vacilantes se dirigió hacia el grupo de parejas y se acercó a James Vantor. Él la saludó con un movimiento de cabeza y alargó la mano. Lidia la cogió titubeante, muy consciente de la calidez que él le transmitía a través de sus dedos. Con suavidad la acercó más, y ambos comenzaron a bailar, cruzando miradas indescifrables que ni ellos mismos hubieran podido explicar.
Ninguno de los dos lo hubiera reconocido en esos momentos, pero ambos jóvenes se sentían muy a gusto el uno en brazos del otro.
Lidia estaba turbada y confusa. La cercanía de James la ponía nerviosa y hacía que sus defensas flaquearan. Nunca se había sentido así con un hombre. Esas nuevas sensaciones la asustaban, no queriendo ni siquiera considerarlas.
James Vantor, según decían todos, era uno de los mejores partidos de América, pero a ella no le interesaba ni le convenía. Era mucho más práctico dejarse de romanticismos y volver a la realidad.
— Todavía me estoy preguntando por qué me ha elegido a mí.
Hubiese usted quedado mejor ante sus conocidos escogiendo a una de sus amigas — comentó Lidia.
Él la miró con ojos llenos de admiración.
— He trabajado mucho esta mañana en la regata. Lo menos que me merezco ahora es estar y recrearme con la mujer que me gusta — explicó James sin rodeos— . Yo no finjo, Lidia, digo lo que pienso y no hago promesas que no puedo cumplir.
Lidia captó el mensaje de sus palabras, y en el fondo, agradeció su sinceridad.
— Ha sido usted muy claro y...
— No sigas llamándome de usted, Lidia, por favor. Ansío oírte pronunciar mi nombre — le suplicó él con voz apasionada.
Por el bien de ambos, Lidia decidió aprovechar su buena disposición.
— Sólo si me promete que ésta será la última vez que estemos juntos.
James se quedó atónito ante su petición; atónito y dolido por la indiferencia que ella mostraba.
— ¿De qué tienes miedo, Lidia? — preguntó en un murmullo.
— ¿Miedo? Yo no tengo miedo de nada — aseguró enojada.
— Tienes miedo de tus propios sentimientos y de que ellos te dominen. Intuyo — continuó él con vehemencia— , que la pasión que siento por ti es recíproca, pero tú no lo quieres admitir. Pierdes el tiempo, Lidia, porque tarde o temprano tú y yo terminaremos juntos — aseveró una vez más con arrogante seguridad.
Los ojos de Lidia brillaron de ira.
— Usted no me conviene, señor Vantor, ni yo le convengo a usted. Es una tontería que perdamos el tiempo tonteando como dos adolescentes — respondió con frialdad.
Apretando los labios y con un fulgor de cólera en sus ojos, James la acercó más a sí.
— Yo no pensaba perder el tiempo, mi querida Lidia — le susurró sonriendo cínicamente.
— ¡Suélteme!
— ¡Pronuncia mi nombre! — rugió él.
— ¡No! — contestó ella empecinada.
— Muy bien, daremos entonces un espectáculo que divierta a todas estas señoras tan puritanas — respondió despreocupadamente con la firme intención de conseguir lo que quería.
James la abrazó con descaro y comenzó a depositar suaves besos en su rostro. Sus labios se acercaban peligrosamente a su cuello, cuando Lidia se temió lo peor y se decidió a hablar.
— Por favor, James...
Él aflojó su abrazo y Lidia respiró aliviada, notando los alocados latidos de su corazón.
— Así quiero que me llames siempre. No vuelvas a llevarme a estos extremos, por favor — le pidió él enlazando suavemente sus dedos con los de ella.
— ¿Puedo irme ahora? — preguntó Lidia levantando la barbilla.
James se quedó frío. Durante unos segundos le había dado la sensación de que Lidia Villena había sido suya. Ya no estaba tan seguro.
— En cuanto termine esta canción tu compromiso conmigo habrá terminado... por esta noche. Sé que tú y yo nos volveremos a encontrar, pero tal y como te dije hace unos días, serás tú la que tenga que venir a mí — le recordó con una sonrisa cruel y provocativa— . Esto ha sido tan sólo un pequeño paréntesis. Lo que yo deseo de ti está todavía por llegar.
Aprovechando los aplausos a la orquesta, se alejó de él y se unió al grupo de periodistas.
Pensativo y todavía alterado por la discusión que habían mantenido, James la siguió con la mirada. Se arrepentía de haber perdido el control. Esa mujer tan testaruda le sacaba de quicio. ¡Con todas la mujeres que había en esa ciudad dispuestas a ofrecérsele, tenía que haberse fijado precisamente en la más esquiva...!
Una voz dulce y melosa le sacó de su ensimismamiento.
— Un dólar por tus pensamientos — dijo una amiga acercándose a él.
— No valen tanto — contestó James todavía dolido por las agrias palabras de Lidia.
James se negó a bailar, aludiendo que tenía sed. No estaba de humor para coqueteos.
Aún sofocada por la lucha verbal que había mantenido con James Vantor, Lidia iba a retirarse cuando una voz amiga la llamó.
Se volvió y sonrió a Irving sin ganas.
— Siento que me hayas cogido casi en la puerta, Irving, pero no me encuentro muy bien y pensaba irme — dijo con expresión afligida.
Irving la miró preocupado.
— ¿Tiene tu repentino malestar algo que ver con James Vantor? — preguntó mientras la observaba atentamente— . No quiero inmiscuirme en tus asuntos, Lidia; simplemente quiero ofrecerte mi sincera amistad y mi ayuda para cuando la necesites.
Lidia lo miró con ternura y le agradeció su bondad.
— Eres todo un caballero, Irving, y no sabes cómo valoro tu ofrecimiento.
— No tienes que agradecerme nada. Sólo llámame cuando me necesites — se ofreció con sinceridad— . ¿Te encuentras ahora lo suficientemente repuesta como para poder bailar con un maduro cincuentón como yo? — preguntó sonriéndola con afecto.
— Será un placer.
En la pista de baile, ambos charlaban y reían. De pronto, el rostro de Lidia se ensombreció al ver bailando a su lado a James, que la miraba con descaro. A su mente volvió todo lo acontecido con él esa noche y se sintió perturbada de nuevo.
Cuando se alejaron un poco, Lidia se decidió a contestar a la primera pregunta de Irving.
— Antes me hiciste una pregunta y deseo contestarla, pero primero quiero que me digas si eres amigo de James Vantor — le preguntó con gesto grave.
— Conozco a su padre de toda la vida. Al hijo lo conozco muy poco. Sólo nos saludamos si coincidimos en algún acto social. Sé que es un buen abogado y también lleva con inteligencia los negocios de su padre — explicó él— . Personalmente no le he tratado.
Si me he atrevido a preguntarte es porque me ha parecido que discutíais mientras estabais bailando — le aclaró Irving.
— Pues has acertado. Efectivamente, estábamos discutiendo.
James Vantor — siguió ella— , es un hombre muy testarudo, y yo no estoy de acuerdo con su forma de comportarse conmigo.
Lidia le contó todo lo sucedido entre ella y James desde el día que se conocieron.
— Debo alabar el gusto de ese joven y supongo que emplea todos los recursos a su alcance para conseguirte. Desde luego no es la forma tradicional de conquistar a una dama, aunque se dice que en la guerra y en el amor todo está permitido...
— ¡Irving...! — le recriminó ella.
— Lo siento, Lidia, pero si yo fuera de la edad del joven Vantor, haría lo imposible por conquistar a una mujer como tú — aseguró sonriéndola— . Por eso, como hombre, comprendo al joven.
— Compruebo una vez más cómo los hombres siempre os defendéis unos a otros — dijo fingiendo sentirse enfadada— . Ante vosotros, una se siente indefensa.
Irving le dedicó una tierna sonrisa y la miró con afecto.
— Yo siempre te defenderé. Seré tu paladín, ¿qué te parece?
Lidia rió divertida. Irving, con su buen humor, siempre conseguía animarla.
— Eres imposible, Irving, pero también eres maravilloso.
Siempre terminas por hacerme reír — dijo dándole un beso en la mejilla.
Irving lo recibió encantado. En cambio Lidia, dándose cuenta de su osadía delante de toda aquella gente, se arrepintió de su espontaneidad. Miró asustada a su alrededor para comprobar si alguien había visto su reacción, y para su horror se encontró con dos ojos verdes dirigiéndole una mirada tan fría como el hielo.
James estaba pálido de furia. Había estado observando a la pareja formada por Lidia e Irving Longley sin poder controlar los celos que sentía cada vez que ella dedicaba su sonrisa radiante a un viejo en vez de a él. El beso que ella le había dado, había terminado con su paciencia. Su orgullo, herido y pisoteado por una mujer que no le merecía, reclamaba una firme decisión, y él la adoptó en esos momentos. Nunca más buscaría a Lidia Villena.
— Lo siento Irving, yo...
— Nunca un hombre maduro se sintió tan feliz de recibir un beso. Gracias, Lidia. Ese beso, espontáneo y cariñoso, lo recordaré como un bello sueño siempre — la tranquilizó mirándola con ternura.
— Espero no haber escandalizado a esta gente — comentó preocupada, recordando la amenaza de James.
— La gente que ves aquí no se escandaliza por tan poco — respondió sonriéndola.
Una vez en la habitación del hotel, despierta en la oscuridad, Lidia daba vueltas en su mente a todo lo acontecido durante el día.
Habían pasado muchas cosas en veinticuatro horas, y si bien su espíritu había estado sereno por la mañana, durante la noche su corazón no había dejado de sentirse alterado por uno u otro motivo.
Afortunadamente, ese extraño día ya había terminado. A la mañana siguiente volvería a Boston, y allí, con la rutina del trabajo, olvidaría lo sucedido con James Vantor.