21

Tras consultarlo con Irving, Lidia decidió ir a ver al señor Clark, su antiguo jefe en la emisora de Boston.

— Le debo una explicación y no la demoraré más.

Después de haber pasado el mal trago de encontrarme con James, creo que mi vida puede volver a la normalidad. Mi hijo no será visto, por supuesto, pero yo debo hacer algunas visitas que tengo pendientes.

— Mi chófer o yo te llevaremos adonde tú quieras — se ofreció Irving con amabilidad.

Mary y todos sus compañeros recibieron con alegría su visita.

— Ya era hora de que salieras de tu escondite — exclamó Mary con su franqueza habitual— . ¿Qué tal está Michael?

— Muy bien. Es muy tranquilo y yo estoy encantada con él.

— Te veo contenta, Lidia, y eso ya sabes que siempre me alegra.

— Me siento tranquila, más bien. Mi situación no es como para saltar de alegría, pero al menos mi espíritu está sereno — declaró con un cierto tono de congoja en su voz— . Con eso y con ver a mi hijo sano, me conformo.

El señor Clark la saludó con afecto.

T — Me preguntaba qué había sido de ti, Lidia. Ahora que vuelvo a verte tan guapa como siempre comprendo que me he preocupado en vano.

— Muchas gracias. Es usted muy amable.

— ¿Vienes para quedarte o sólo de visita? — preguntó un poco intrigado por su repentina aparición.

— He venido a disculparme por la forma tan precipitada en la que me marché. Todavía no puedo darle la explicación que usted se merece, pero quiero que sepa que las razones que tuve para abandonar el trabajo que tanto me gustaba fueron muy poderosas.

Por esos mismos motivos no puedo volver. Como no soy rica, debo buscarme un medio de vida — siguió explicándole ella— , y he decidido regresar a Miami con mis padres y trabajar allí.

El señor Clark se quedó pensativo, acordándose de la visita de James Vantor y preguntándose si él tendría algo que ver con la decisión de Lidia.

— A pesar de que me gustaría que volvieras con nosotros, respeto tu decisión y te deseo todo lo mejor — afirmó el director mirándola con expresión sincera.

El padre López se mostró muy contento de volver a verla.

— Tu visita aquí indica que todo se va solucionando como tú deseabas, ¿no, hija?

— Eso creo, padre. Todavía no vengo a despedirme, pero espero hacerlo en pocos días.

— Entonces, ¿has encontrado trabajo en Miami? — preguntó el sacerdote con ansiedad.

— Gracias al señor Longley. Un magnate de las comunicaciones, amigo suyo, me va a contratar para una emisora que va a inaugurar en Miami.

— ¡Cuánto me alegro! Sabes que me entristece que nos dejes, pero cada uno de nosotros debemos elegir nuestro camino y yo deseo de corazón que tú aciertes con el tuyo.

— Es usted muy comprensivo, padre. Esta parroquia puede estar orgullosa de tener a un sacerdote como usted — exclamó emocionada— . Espero que siempre estemos en contacto y que siga adelante con su magnífica labor.

Irving se había encariñado demasiado con Lidia y el niño.

Todo había pasado tan rápido y su felicidad había sido tan completa con ellos que no se resistía a volver a quedarse solo. Durante muchos meses había tenido la esperanza de que Lidia y James Vantor se reconciliaran. Esa era la única oportunidad para que Lidia se quedara a vivir en Boston. Después de su último desafortunado encuentro se había convencido de que esos dos enamorados testarudos, difícilmente llegarían a conseguir un futuro en común. Le apenaba que ambos jóvenes no vivieran juntos la maravilla del amor ni que disfrutaran unidos de la ternura y el cariño de su hijo. Irving quería a Lidia como a una hija, pero no era su padre. No se creía con derecho a aconsejarla si ella no se lo pedía.

— Creo, Irving — dijo un día Lidia, vacilante— , que ya es hora de que vaya preparando mi viaje a Miami. Estoy muy feliz aquí y tú eres la persona más maravillosa que he conocido, pero debo volver con mis padres. Como sabes, me llaman mucho y están ya deseando tenernos con ellos. Quiero que lo comprendas — añadió con rapidez— y que no te quedes apesadumbrado. Hemos sido muy felices todos juntos, pero hay veces que la vida nos aparta de las personas queridas y nos lleva por otros caminos. Esta es una de esas veces y yo... — continuó con la voz quebrada por la tristeza de tener que dejarlo solo— te agradezco sinceramente todo lo que has hecho por mí.

Aunque Irving sintió de antemano el peso de la soledad que se le avecinaba, intentó mostrarse fuerte para no preocupar más a Lidia.

— Yo soy el que está agradecido. Gracias a vosotros he vuelto a vivir, después de muchos años, la felicidad de un hogar. Sé que tenéis que iros con tu familia y comprendo todos tus argumentos, pero me voy a atrever a hacerte una última petición.

Lidia preguntó intrigada de qué se trataba.

— Deseo que me acompañes, al igual que el año pasado, al baile de la Cruz Roja. Ya sabes que se celebra todos los años a finales de octubre.

Un lejano recuerdo, como si hubiera sucedido hacía mucho tiempo, acudió a su mente, trayendo a su memoria sentimientos encontrados de melancolía y felicidad.

— ¡Oh, Irving, por supuesto que sí! — contestó aliviada de que le hubiera pedido algo que ella sí podía concederle.

— Es, prácticamente, el único baile al que asisto en todo el año y deseo mucho que me acompañes.

— Señor Longley — dijo Lidia con solemnidad— , debo anunciarle que ya ha encontrado pareja.

— Nunca un hombre pudo ir mejor acompañado.

A Thomas Abock no le gustó nada que Lidia anduviera todavía por Boston. Esa joven había desaparecido hacía algunos meses, lo que había tranquilizado a toda la familia. Al verla en el yate de Parnell, la desconfianza en ella y la amenaza que Lidia Villena significaba para su ambición, volvió a desasosegar su espíritu.

— No hay que preocuparse, papá — sugirió Brian— . Si Parnell te dijo que ella estaba muy interesada en un trabajo en Miami, eso quiere decir que no tiene intenciones de quedarse en Boston.

— Hasta que no desaparezca de aquí para siempre no podremos dormir tranquilos. No me gustaría nada tener que repartir nuestra fortuna.

— No tendremos que hacerlo — aseguró Sean— . La abuela no se ha enterado de nada, y aunque lo hiciera, lo más probable es que fuera la más interesada en olvidar que esa niña existió.

— Sí, eso creo yo también — asintió Brian.

— Espero que tengáis razón — murmuró el padre, escéptico.

Thomas Abock no se equivocaba cuando sospechaba que no todo estaba saliendo como a él le hubiera gustado. Lidia sí había renunciado a buscar a su familia natural, pero Rose Asder no se resignaba a volver a perder a su nieta. Estaba haciendo todo lo que podía por encontrarla, aunque sin resultados positivos. Su obsesión por hallarla había llegado a tal extremo que no le importaba en absoluto el escándalo que surgiera a raíz de la noticia de la aparición de una nieta desconocida hasta entonces. Su mentalidad y toda su vida se habían trastocado desde que tuvo conocimiento de la existencia de esa chica. No podía decir que su vida anterior no hubiera sido feliz, pero el hecho de haber reconocido y aceptado a su nieta, había liberado de un gran peso a su conciencia. Se arrepentía enormemente de lo que hizo. Como mujer práctica que era, también sabía que la mejor penitencia para su pecado sería recibir a Lidia con los brazos abiertos, aceptando con resignación las críticas e incluso los desprecios que recibiera.

Las hojas empezaban a caer. Lidia contemplaba con admiración el paso del verano al otoño. Los días eran más frescos, pero a pesar del cambio de tiempo, ella no dejaba de dar largos paseos con su hijo. Sabiendo que faltaban pocos días para que Lidia y el niño volaran a Miami, Irving aprovechaba el mayor tiempo posible para estar con ellos. Los tres disfrutaban mucho y evitaban hablar de la próxima partida de Lidia. Para los dos era un tema de conversación doloroso, aunque habían quedado en verse lo más posible. Irving era el padrino de Michael y había prometido visitar a su ahijado con frecuencia. Sin duda lo haría, al igual que ellos dos viajarían a Boston en vacaciones.

Lidia disfrutaba mucho con su hijo. Él era su gran consuelo. Si bien se había sentido victoriosa después de su último encuentro con James, no podía negar que su corazón había quedado dañado.

Durante todos los meses que habían estado separados, no había conseguido olvidarle. Sólo se había liberado un poco de la tristeza que suponía no tenerlo a su lado. Volver a verlo había sido dar marcha atrás en sus sentimientos. ¿Olvidaría alguna vez a ese hombre? No podía responder a esa pregunta. Sí sabía que le costaría mucho erradicarlo de su corazón.

Unas semanas antes del baile, Lidia decidió ir a Boston para comprarse un traje de fiesta. No quería nada llamativo, aunque tampoco deseaba que Irving se avergonzase de ella. Si él le hubiera leído los pensamientos, se habría enfadado por pensar semejantes tonterías. Hiciera lo que hiciera, Irving jamás se avergonzaría de ella.

— No tengo mucha práctica en esto de acompañar a las mujeres de compras, pero iré contigo gustoso si lo deseas — se ofreció Irving, complaciente.

— Me encantaría. Tú eres muy elegante y ya me demostraste una vez que también tienes gusto para los vestidos femeninos — aseguró Lidia.

— Me halagas, querida. Debo reconocer que soy de la vieja escuela y me gustan las mujeres arregladas. No le veo ningún atractivo a los harapos que llevan algunas chicas hoy en día.

— Eso quiere decir que te gusta la mujer...

— Femenina ante todo — terminó él.

— Pues no se hable más... Vayamos derechos a mirar vestidos elegantes y femeninos — respondió Lidia con espíritu alegre.

Irving la llevó a algunas de las tiendas que él conocía. Había trajes maravillosos, aunque demasiado caros para el bolsillo de Lidia. A pesar de que a Irving le hubiera complacido enormemente regalárselo, Lidia no lo había consentido. Había dejado muy claro que sólo iría al baile si se compraba ella misma el vestido.

— Tú ya me has ayudado bastante, Irving. Por favor, no insistas — le había dicho con rotundidad.

Fueron a otras tiendas de precios más asequibles, donde encontró varios modelos que le gustaban. Lidia decidió probárselos.

Irving sonreía complacido cada vez que Lidia salía del probador con un nuevo modelo. Todos le sentaban muy bien, que era exactamente lo que él había esperado.

— ¿Y bien? — preguntó Lidia, indecisa, girando en redondo ante él con uno de los modelos.

— Estás muy guapa con todos. Quizás el negro se ajuste mejor a tu cuerpo.

— Sí, creo que es el más bonito, pero... ¿no lo ves un poco atrevido? — preguntó con una cierta timidez.

— Lidia, por favor, no seas tan recatada — la censuró él— . El escote del vestido no es nada escandaloso, y sin embargo hace resaltar todos tus encantos. No lo dudes y llévatelo; estás guapísima con él — le apremió Irving para que no se echara atrás.

El detective pidió hablar con James y fue recibido al instante.

James había esperado con ansiedad su llamada. Más de dos veces estuvo a punto de hacerlo y presionarlo para que le contara lo que había averiguado. Había podido sofocar con dificultad esos momentos de arrebato y esperar con impaciencia a que el detective tuviera el informe completo.

— Bien, Peter, ¿qué novedades me traes? — preguntó sonriente, intentando mostrarse tranquilo.

El detective le alargó el sobre con el informe dentro.

— Ahí tienes todo escrito; además, he adjuntado algunas fotos.

James deseaba devorar el informe en esos momentos, pero por experiencia sabía que siempre era conveniente hablar con el detective sobre el caso.

— Luego lo leeré detenidamente. Primero quiero que me hables de los puntos que consideres más importantes — dijo James sin poder disimular un tono de ansiedad en su voz.

El detective inició su relato, intentando no olvidar ningún detalle.

— La casa pertenece a Irving Longley. Ahora están viviendo allí la señorita Villena y el niño, junto con un matrimonio que cuida la casa. El dueño acude los fines de semana.

James reaccionó con curiosidad al oír la palabra "niño".

— ¿Un niño has dicho?

— Sí, un bebé, el hijo de la señorita Villena — comentó con naturalidad— . Comprobé la fecha de su nacimiento en el hospital. La tienes en el informe — siguió informándole sin darse cuenta de la conmoción que habían supuesto para James sus palabras.

Intentando reaccionar con tranquilidad, James se levantó y le dio la espalda para ocultar su palidez y su desesperación, temiendo que los enloquecedores latidos de su corazón fueran escuchados por el detective. "¡Un hijo!", pero... ¿de quién? Se estaba haciendo esa pregunta cuando su memoria retrocedió y recordó los momentos en los que Lidia y él... Se volvió de pronto, y con las manos apoyadas en la mesa, preguntó con precipitación.

— Quiero saber la fecha exacta del nacimiento de ese niño.

El detective cogió el informe y buscó el dato.

— El niño se llama Michael Villena y nació el dos de agosto de este año.

James se quedó pensativo durante unos segundos, al cabo de los cuales, y después de hacer un sencillo cálculo, comprendió todo lo que se había estado preguntando durante tantos meses.

— ¡Maldita seas, Lidia Villena! –exclamó golpeando la mesa con el puño, ignorando momentáneamente la presencia del detective.

Repentinamente, en su rostro había aparecido una expresión letal.

— Siento haberte traído malas noticias, James.

Al oírle James volvió a la realidad.

— Me has hecho un gran servicio, Peter. Por favor, mándame aquí la minuta cuando quieras.

Nada más quedarse solo, leyó el informe con tanta furia que hacía que le temblaran las manos. También contempló extasiado las fotos: Lidia empujando un cochecito, Lidia cogiendo al niño y abrazándolo, Irving paseando con ella y el bebé... De un manotazo tiró las fotos al suelo, fuera de sí por el engaño del que había sido víctima.

Lidia había pasado los meses de embarazo en casa de Irving Longley para ocultarse de él. Lo había planeado todo minuciosamente para que él no se enterara de que ella iba a tener un hijo suyo. ¿Con qué objetivo? Simplemente con el fin de que él no supiera jamás que tenía un hijo y no pudiera reclamarlo.

James cerró la carpeta con fuerza. La rabia lo consumía.

¿Cómo había podido ocultarle Lidia una cosa así?, ¿quién se creía que era? Se levantó bruscamente del sillón para no contemplar esa carpeta maldita. Que Lidia Villena, una mujer tan bella y tan dulce cuando quería, le hubiera hecho algo así era imperdonable. Le había engañado con premeditación, urdiendo un plan perfecto para que él hubiera ignorado siempre su paternidad. Le dolía el corazón por el desprecio que suponía este engaño, sintiendo también cómo la tristeza lo atenazaba por completo. Jamás se había sentido así a causa de nadie y más le desesperaba el hecho de que hubiera sido Lidia Villena, la única mujer por la que había sentido algo, la que le había engañado tan fríamente. Durante unos minutos estuvo mirando por la ventana con ojos vacíos, ajeno completamente a todo lo que ocurría a su alrededor. Solamente el reiterado sonido del timbre del interfono le devolvió a la realidad. Su secretaria le informó de la llamada que le esperaba, pero James la rechazó sin miramientos. Su estado de ánimo estaba tan alterado que no hubiera podido hablar de una forma coherente con nadie.

Después de entrar en el baño para refrescarse la cara, se sentó de nuevo en su cómodo sillón y decidió pensar detenidamente los pasos a seguir para dar el golpe de gracia a Lidia. Su rostro, aún perturbado por el revés que acababa de recibir, sufrió un cambio radical cuando una máscara de hierro fría y vengativa lo cubrió.

Siempre había oído decir que la venganza aliviaba las penas e incluso las hacía más llevaderas. Eso era exactamente lo que él esperaba que le ocurriera, pues su venganza contra Lidia Villena ya estaba tomando forma en su mente.

Nancy Vantor notó enseguida que algo le ocurría a su hijo y le echó la culpa a la hispana que había osado meterse en sus vidas.

Sabía que su hijo no la veía desde hacía meses, de ahí su cambio de humor, pero sospechaba que algo había ocurrido en esos últimos días para que James se mostrara tan taciturno.

A pesar de que su marido era un hombre sencillo y campechano y ella una mujer estirada y altiva, siempre habían formado un matrimonio unido y sólido. Nadie se explicaba cómo siendo tan distintos se compenetraban tan bien. Por suerte, así había sido a lo largo de todos los años que llevaban juntos. A pesar de sus caracteres tan opuestos, ambos se entendían a las mil maravillas, siendo la felicidad de su hijo el objetivo más importante para ambos.

Disentían en la forma de conseguir esa felicidad. Mientras que la señora Vantor estaba convencida de que James sólo sería feliz casándose con una igual, su marido creía que el joven sólo debía casarse con la mujer que quisiera, sin importar si era rica o pobre.

Muchas veces habían discutido por esta cuestión. James siempre los aplacaba dándoles la razón a ambos. Estaba convencido de que se enamoraría de una mujer de su círculo; a las demás no las trataba.

Cuando conoció a Lidia, a pesar de gustarle más que ninguna otra, no había cambiado sus ideas respecto al matrimonio. A medida que fueron pasando los meses y para su asombro, se fue dando cuenta de que cada vez podía prescindir menos de ella. Sus ideas fueron perdiendo fuerza, hasta el punto de dar un primer paso pidiéndola que viviera con él.

Nancy era una mujer fuerte y segura de sí misma, capaz de cualquier cosa con tal de conseguir lo que quería, por ese motivo no dejaba de insistir, aunque con cautela, para que su hijo no abandonara la vida social. Se acercaba el día del gran baile de la Cruz Roja, el acontecimiento social más importante de Boston. Allí se daban cita no sólo la flor y nata de la sociedad bostoniana sino de todo el país. Era un momento ideal para conocer a gente importante y para que chicos y chicas de la alta sociedad nacional e internacional tuvieran ocasión de conocerse.

— James, tienes que decirme si vas a asistir al baile de la Cruz Roja. Este año estoy al cargo de la lista de asistentes y debo entregarla cuanto antes; te ruego que nos acompañes — le suplicó su madre después de haber insistido durante varios días— . Irán muchísimas chicas interesantes y amigos tuyos. Estoy segura de que si te lo propusieras podrías pasarlo muy bien.

James miró a su madre sin alegría.

— Ya te he dicho varias veces que ese fin de semana estoy muy ocupado, así que, por favor, no insistas.

— James, tu madre sólo quiere lo mejor para ti — intervino su padre en defensa de su esposa.

— Ya lo sé, papá, pero debe aprender a no dirigir mi vida — contestó él con voz dura.

Nancy pasó por alto la rudeza de su hijo y continuó con lo que le interesaba.

— Te voy a leer la lista por si conoces a algunas de las jóvenes que asistirán... o amigos tuyos, naturalmente — añadió para que James no se enfadara de nuevo.

Él la miró con resignación y se dispuso a aguantar con paciencia el rollo de la lista de asistentes a la cena— baile.

Llevaba la señora Vantor un rato nombrando a gente que a James no le interesaban en absoluto, cuando el nombre de Longley captó su atención. Le hizo leer a su madre los últimos nombres, como si estos le interesaran, y comprobó que Lidia Villena no venía en la lista. Sin embargo, Irving Longley iba "acompañado".

Inmediatamente dio por supuesto que su pareja sería Lidia. Los ojos le brillaron de placer por su descubrimiento. Sin quererlo, Lidia le facilitaría las cosas asistiendo a ese baile.

— ¡Está bien, mamá! — exclamó fingiendo aburrimiento— . Me has convencido. Conozco a algunas de las personas de la lista, así que iré a ese baile.

Su madre salió encantada del comedor, sintiéndose victoriosa.

Lidia se vio reflejada en el espejo y le gustó cómo le quedaba el traje. El terciopelo negro hacía resaltar más su blanca piel, y el corte, ajustado al cuerpo, realzaba su espléndida figura. El escote era un poco bajo, haciendo la forma del pecho. Se sujetaba por medio de una ancha tiranta de raso que salía desde un costado, rodeaba la nuca y terminaba en el otro costado. Como único adorno, Lidia llevaba una banda de raso apoyada en las caderas, la cual iba sujeta por delante con un lazo y libre en su caída. El pelo se lo recogió en un moño informal.

A Lidia le apetecía asistir a ese baile con Irving. Por otro lado, también temía encontrarse allí con James. De su primer encuentro, después de tantos meses sin verse, ella había salido victoriosa, pero no quería volver a tentar a la suerte. Era mejor dejar las cosas como estaban. A pesar de su aprensión, Lidia sonrió cuando Irving alabó su belleza e intentó comportarse con naturalidad.

La cena estuvo espléndida. Al igual que el año anterior, fue servida en un gran comedor bellamente adornado con todo tipo de flores. Lidia se mantuvo tensa durante un tiempo, hasta que comprobó, después de mirar disimuladamente hacia todos lados, que James Vantor no estaba por allí. Sintiéndose más relajada, comió con apetito los manjares que se fueron sirviendo y charló y rió desenfadadamente con sus vecinos de mesa. Se dirigían hacia el salón de baile cuando, para asombro de Lidia, se les acercó Rose Asder. Tan bella y elegante como siempre, Rose no perdió tiempo en acercarse a su nieta. Durante la cena, en uno de los momentos en los que tuvo que levantarse de la mesa para vender, junto con otras damas, las papeletas para el sorteo que tendría lugar más tarde, sufrió un pequeño shock momentáneo al ver la imagen exacta de su querida hija Rose Mary. Al comprobar que era su nieta, su corazón se le llenó de alegría y dio gracias a Dios por haber escuchado sus plegarias.

— ¡Querida señorita Villena! ¡Qué alegría verla! — exclamó con expresión exultante— . Intenté hablar con usted después de nuestro primer encuentro pero no la encontré. No habrá estado usted enferma, ¿verdad? — preguntó con preocupación.

— No, no, tan sólo tuve que ausentarme de Boston por una temporada — contestó Lidia, todavía azorada por el repentino encuentro— . Está usted muy guapa, señora Asder — dijo mirando con admiración a su abuela— . Yo tampoco he olvidado nuestro encuentro y espero volver a repetirlo de nuevo más adelante.

— Rose siempre ha estado guapa, Lidia — intervino Irving.

— Tú siempre tan amable. Pero... — continuó sintiéndose curiosa— , ¿dónde has estado tú también? No hay quién te vea.

— Tú sabes, Rose, que nunca me han gustado las fiestas, y menos ahora que ya voy para viejo. Cada vez paso más tiempo en casa.

— ¡Vamos, Irving!, tú eres todavía joven, aunque... no tanto como la señorita Villena, claro — comentó dirigiéndole una mirada maliciosa— . Es una broma, querida; estás en buenas manos, te lo aseguro — afirmó cogiéndose del brazo de él— . Irving Longley es uno de los mejores hombres que he conocido.

— Vas a hacer que me ponga colorado — contestó él sonriendo— .

Y ya que has sido tan amable, saciaré tu curiosidad informándote que Lidia y yo mantenemos una sincera amistad y además somos socios en un negocio, ¿verdad Lidia?

— Un negocio en el que si quiere, usted también puede colaborar — siguió Lidia enigmática.

— Me rindo — contestó Rose con humor— . Realmente me tenéis intrigada.

Lidia sonrió y le explicó a Rose su labor y la ayuda de Irving en la parroquia. La dama ya conocía esa colaboración de Lidia, pero guardó silencio.

— Contad conmigo — dijo al instante— . Por cierto, señorita...

— Llámeme Lidia, por favor.

— Bien, Lidia, me gustaría seguir charlando contigo más detenidamente. ¿Podrías darme tu teléfono para quedar en algún momento? — preguntó esperanzada.

— Me encantaría, pero prefiero llamarla yo a usted porque, de nuevo, debo ausentarme de la ciudad por unos días.

Rose se sintió desilusionada. Le dio su tarjeta con la esperanza de que ella cumpliera su promesa.

Lidia se sentía intrigada por la insistencia de Rose Asder por verla. Pensó que quizá su intención sería tan sólo formalizar su colaboración con la parroquia.

— ¿Hace mucho que conoces a la señora Asder? — preguntó a Irving cuando ella se alejó.

— Hace muchos años que conozco a los Asder. Mervin Asder era un buen hombre. Rose se quedó desolada cuando él murió.

Ambos sufrieron mucho con la muerte de su hija Rose Mary — continuó Irving— . Mervin nunca lo superó y a Rose le ha costado muchos años volver a vivir.

— Pobre mujer — contestó Lidia como en un susurro— . Yo la conozco muy poco. Tan sólo charlamos en una ocasión, pero me pareció muy amable.

— Sí, es una mujer encantadora, igual que su hija Jennifer. Sin embargo el yerno y los nietos... bueno, son distintos — terminó para no caer en la crítica.

Lidia conocía muy bien la calaña de los Abock. No quiso volver a recordar todo lo ocurrido con ellos.

Cogidos del brazo, ambos entraron en el salón de baile, donde charlaron con unos amigos y bebieron una copa de champán.

— Quiero brindar por nuestra amistad, Irving — dijo golpeando ligeramente su copa— . Gracias por todo.

— Ha sido un placer, querida.

Se disponían a bailar cuando un caballero desconocido se les acercó.

— ¿Señorita Villena?

Lidia asintió.

— Traigo una nota para usted — dijo entregándole un pequeño sobre.

Lidia lo abrió, sintiéndose ligeramente desconcertada.

"Tengo que hablar contigo de algo muy importante. Te aconsejo que no te niegues, sería una estupidez por tu parte. Mi ayudante te guiará hasta mí".

James Vantor.

Lidia palideció al comprobar que James no la dejaría en paz. El temor momentáneo se tornó en furia al confirmar la tozudez y arrogancia de ese hombre. En un arranque de rabia, arrugó la nota y la arrojó al suelo, ante la perplejidad del empleado de James.

— Dígale a su jefe que no lo veré ahora ni nunca.

— Yo no haría tal cosa, señorita; el señor Vantor tiene mucho interés en hablar con usted.

— ¡Me importa un...!

Irving la cogió del brazo para calmarla y se agachó para recoger la nota. La leyó con rapidez y se dirigió al caballero que esperaba.

— ¿Puede disculparnos unos minutos, por favor?

Él asintió y se alejó un poco.

— Lidia, ¿estás segura de lo que haces? — le murmuró al oído— .

Conoces a James Vantor y sabes muy bien de hasta dónde es capaz de llegar para conseguir lo que quiere. Ahora sólo desea hablar contigo. ¿No crees que lo más prudente sería no desafiarlo y acceder a lo que te pide?

— Si lo hago, esto no terminará jamás — replicó ella completamente perturbada— , y yo deseo iniciar una nueva vida.

— En el yate de Parnell yo cometí la torpeza de interrumpiros; quizás ahora desee continuar la conversación y terminar de una vez con vuestra relación — le sugirió intentando calmarla— . Si ahora hablas seriamente con él, puede que se solucionen todas vuestras diferencias.

Lidia le miraba pensativa, dudando de que Irving tuviera razón. Ella quería solucionarlo todo, y si era sin peleas, mejor, pero no confiaba en James. Por otra parte, a pesar de su arrebato anterior, temía desafiarlo. Antes no le hubiera importado, sin embargo ahora no podía arriesgar tanto.

— Está bien, Irving, quizás tengas razón.

Siguió al caballero que la esperaba y subió con él en el ascensor hasta el último piso, donde se encontraban las suites.

Lidia fue introducida en un salón bellamente adornado, donde se encontraba James, nervioso por su tardanza, de pie, delante de una de las ventanas, con una copa en la mano.

Se volvió al oír la puerta, sintiendo cómo su sangre bullía a más velocidad en sus venas sólo con verla. La observó detenidamente, apreciando de nuevo la exquisitez de esa mujer. Si cabía, la maternidad había aumentado aún más su belleza. Parada delante de la puerta, con el provocativo vestido negro ciñéndole su cuerpo perfecto y la piel resplandeciendo como el marfil debido al reflejo de la luz de las lámparas, parecía una diosa del Olimpo.

Jamás había contemplado nada tan bello y tenía que ser precisamente la hispana Lidia Villena la que perturbara todos sus sentidos y la que le hubiera engañado tan cruelmente. Recordando, después de unos segundos de ensimismamiento, por qué la había convocado allí, se acercó a ella con una expresión gélida en su rostro y un fulgor de celos en sus ojos.

— Longley sigue teniendo buen gusto para elegirte los vestidos.

Se ve que no se equivoca en la talla — dijo provocándola mientras recorría lentamente la mirada por el cuerpo de Lidia.

Ella se quedó impasible, no dándole la satisfacción de sentirse provocada. Las veces que había respondido con furia a sus provocaciones, él había terminado dominando la situación. Ahora no le daría esa ventaja.

— Qué quieres, James, ¿por qué me has hecho venir aquí? — preguntó con frialdad.

— La última vez que nos vimos no pudimos terminar nuestra...

charla, y... desde entonces han ocurrido muchas cosas.

Lidia no entendía muy bien adónde quería ir a parar, pero le conocía y sabía que estaba tramando algo.

James se sentó cómodamente en uno de los sillones y le señaló otro a Lidia para que hiciera lo mismo.

— No, gracias. Oiré lo que tienes que decirme y me iré.

Una sonrisa cínica curvó los labios de James, anticipándose al triunfo que estaba a punto de conseguir.

— Lo que tengo que decirte se expresa en pocas palabras, así que no te cansarás mucho ahí de pie — respondió con dureza.

Lidia comenzaba a sentirse intrigada. James estaba interiormente lleno de ira, eso lo había notado nada más entrar. Era el hecho de que se mostrara tan controlado y frío lo que la preocupaba. Lo miró reflexiva, preguntándose qué sería exactamente lo que pretendía. La respuesta cayó sobre ella como un huracán repentino y devastador, como una fuerza despiadada y arrasadora, armada con toda la potencia para aniquilar lo que encontrara a su paso.

— ¡Quiero a mi hijo! — exclamó con una voz cargada de amenaza, lanzándole una mirada que a Lidia le pareció tan mortífera como un arma punzante.

Lidia lo miró horrorizada, dudando si era real lo que estaba ocurriendo o simplemente se trataba de una pesadilla.

— ¿Qué has dicho? — preguntó incrédula.

— Está muy claro. El hijo que tuviste en agosto, es mío, y por tanto tengo derecho a reclamarlo — afirmó con una seguridad que amenazó durante unos minutos con hacerla perder la cordura.

Aunque las piernas le temblaban y el corazón le latía a toda velocidad, Lidia no quería que él notara el estado caótico en el que se encontraba. Si se derrumbaba, estaba perdida. Debía mantenerse fuerte y luchar para convencerle de que estaba equivocado.

Enderezando la espalda, se dirigió con paso firme hacia otro de los sillones y se sentó antes de que las piernas no la sostuvieran.

— No sabes lo que estás diciendo, James — aseveró con voz trémula.

James se acomodó tranquilamente en el sillón y le lanzó una sonrisa perversa.

— Por favor, Lidia, dejémonos de juegos. Admito que me has engañado muy bien. Tu plan resultó casi perfecto, pero... cometiste un error y yo supe sacar ventaja de tu imprudencia — continuó con un aplomo peligroso— . Creí en ti y me decepcionaste. Ahora me tomaré mi revancha.

Estaba dolido por su abandono, mucho más dolido de lo que ella nunca hubiera imaginado. Se sentía traicionado, y ella no quedaría inmune por ese golpe asestado a su orgullo y a su corazón.

Lidia lo había herido en lo más hondo. Un hombre como él no se sentiría satisfecho hasta que no vengara ese agravio.

— Estás equivocado, James. Lo nuestro terminó hace muchos meses; lo que yo haya hecho después, no es asunto tuyo — comentó, intentando mostrarse serena.

— Sí, es cierto que dejaste muy claro que yo no te importaba, de lo contrario no hubieras actuado como lo hiciste. Eso pasó y yo ya casi lo había olvidado — mintió con aplomo— , pero cuando me enteré de que había un niño en medio de toda esta intriga y que ese niño era mío, decidí tenerlo.

A Lidia le hirieron sus palabras, aunque más la desesperó su firmeza en conseguir a Michael.

— ¡Mi hijo es sólo mío; tú no tienes nada que ver con él! — exclamó con fiereza.

Él la miró con insolencia.

— ¿No es coincidencia que Michael haya nacido nueve meses exactos después de haber estado juntos?, ¿o tras haberte mantenido virgen durante veinticuatro años te dedicaste a acostarte con medio Boston justo a la semana siguiente de haber estado conmigo? — preguntó con sarcasmo.

— No te importa con quién haya estado yo o no; solamente afirmo que tú no eres el padre de mi hijo — mintió a la desesperada.

James la hubiera estrangulado en esos momentos. Con malicia decidió que seguiría manteniendo la calma, así su venganza sería más dulce.

— ¿Y se puede saber, entonces, quién es el afortunado padre? — preguntó con ironía.

— ¡No tengo por qué decírtelo! — contestó Lidia con osadía— . Y ahora, si me perdonas — dijo haciendo ademán de levantarse— , debo volver al baile. Irving me espera.

Adoptando una expresión de complacencia, James permaneció donde estaba, aparentemente tranquilo.

— Pues tendrá que esperar más tiempo. No saldrás de aquí hasta que aclaremos esta cuestión — dijo levantándose inesperadamente y dirigiéndose a la puerta, cerrándola a continuación con llave.

— Eres muy empecinado, James, y lamento decirte que no siempre podrás salirte con la tuya. Yo tengo un hijo, es cierto, pero jamás admitiré ante nadie que tú seas el padre, así que, por favor, zanjemos este asunto y olvidemos todo.

James le dedicó una sonrisa perversa y volvió a sentarse. Cogió la copa de la mesita de donde la había dejado anteriormente, y bebió con lentitud premeditada.

A Lidia no le gustó nada esa sonrisa. Por regla general, cuando se mostraba tan sereno en una discusión era porque sabía que tenía las de ganar, y eso empezó a preocuparla en serio.

James dejó la copa de nuevo y dijo tranquilamente:

— Pediré las pruebas de paternidad.

Lidia se quedó lívida. No había pensado en eso. Ahora recordaba que muchos juicios se ganaban debido a esas pruebas. Si James conseguía que se le hicieran los análisis a él y a Michael los resultados le darían la razón y ya no habría vuelta atrás.

Visiblemente afectada, su voz tembló cuando quiso replicarle.

— ¡Por encima de mi cadáver! No permitiré que nadie haga ningún tipo de pruebas a mi hijo.

— Por encima de lo que sea, Lidia. Estoy dispuesto a todo con tal de conseguir a mi hijo — siguió él, duro.

Lidia estaba desesperada. Quería salir de allí, coger a su hijo y marcharse muy lejos para que nadie los encontrara. Sin pensarlo dos veces, corrió hacia la puerta e intentó abrirla. Todo esfuerzo fue inútil, porque James había cogido la llave.

— Deja que me vaya, por favor — suplicó desolada.

— No, hasta que me digas la verdad.

Lidia se sintió momentáneamente acorralada.

— ¿Qué te propones, James?, ¿qué quieres de mí? — preguntó con voz cansada.

James se mantenía entero. El dolor que Lidia le había infligido con su desprecio lo había fortalecido. Ya había tenido bastantes meses de pesar. Ahora él tenía el poder absoluto sobre ella, y por Dios, que lo utilizaría.

— De momento, la verdad.

Intentando mantener la cabeza fría, Lidia se enfrentó de nuevo a él con calma.

— Yo sólo recuerdo el nacimiento de mi hijo.

La irritación que sintió James ante su respuesta se manifestó claramente en su rostro.

— ¿Si?, pues te recuerdo que antes de eso tú y yo compartimos una apasionada noche de amor, llena de besos, de...

— ¡Calla! — gritó Lidia, colérica.

— Parece que no quieres oír la verdad, pero esa noche está ahí y yo no la he olvidado. Fruto de ella es nuestro hijo y yo lo quiero — terminó tajante.

— Michael tiene mis apellidos y es sólo mío — insistió Lidia con obstinación.

El enfado de James iba en aumento. Con ojos de un verde tormentoso, se plantó delante de ella y la agarró con fuerza.

— Tu obcecación no te servirá de nada conmigo, Lidia. Tu hijo es también mi hijo, es decir, un Vantor, y te aseguro que sus apellidos serán cambiados muy pronto.

Lidia lo miró angustiada. Al ver la determinación en su rostro se imaginó a Michael siendo alejado de ella y gritó con desesperación.

— ¡No!, ¡mi hijo es sólo mío!, ¡no lo perderé!

No pudo aguantar más y estalló en llanto.

A James le cogió desprevenido este arranque de dolor y se arrepintió momentáneamente de haberla llevado a ese extremo de aflicción. La abrazó con ternura y no permitió que ella se separara de él.

Lidia se sintió reconfortada en sus brazos. Aun sabiendo que su cercanía debilitaría sus defensas, no hizo ningún movimiento para separarse.

— Cálmate, cariño, tranquila — le susurró con ternura— . Sabes lo que significas para mí. Yo no quiero hacerte daño, pero tienes que comprenderme: necesito saber la verdad — murmuraba mientras la besaba delicadamente— , oír de tus labios lo que yo intuyo. Por favor, Lidia, contéstame. Yo soy el padre de tu hijo, ¿verdad? — preguntó con el corazón lleno de ansiedad.

Hacía mucho tiempo que Lidia no sentía sus caricias. Estaba enamorada de él, y esta era una prueba muy difícil de superar.

— No...no quiero hablar de eso, James, por favor — contestó con la voz entrecortada.

— No hablaremos más de eso — dijo antes de besarla apasionadamente— , pero, por favor, contéstame sólo a esa pregunta.

Lidia no tenía fuerzas para seguir discutiendo ni deseaba herir de nuevo al hombre que amaba.

— Sí, tú eres el padre de mi hijo y el único hombre con el que he mantenido relaciones — confesó obnubilada por el amor que sentía por él.

Con el corazón henchido de orgullo y de amor, aunque él todavía no había identificado este sentimiento, James la abrazó y la besó con tal pasión que Lidia creyó morir de felicidad. Sus besos, acariciadores y ardientes, la hacían estremecerse, debilitando su voluntad y sus más firmes convicciones.

James la estrechaba desesperadamente contra sí, deslizando suavemente la mano por su espalda hasta acariciarle el cuello mientras la aproximaba aún más a él. Había soñado tantas veces con ese momento, a pesar de la ira que lo había atormentado durante todos esos meses, que no quería que acabara nunca. Su intención era fundirla con él, unirla a su destino para que nunca más lo abandonara.

Lidia gimió, y él se apartó unos instantes para mirarla fascinado. Quiso decir algo, pero James acalló sus palabras con besos devastadores. En esos momentos, tumbados sobre el sofá, demostrándose sin reservas lo que realmente sentían el uno por el otro, se encontraban en el paraíso. No quería que ningún reproche o resentimiento interrumpiera ese maravilloso momento.

Con desgana, Lidia se separó de él y lo miró con los ojos brillantes por la emoción. No sabía qué decir, considerando que quizás lo más prudente era no hablar. Sin necesidad de palabras, los dos habían expresado lo que realmente yacía en el fondo de sus corazones.

James tuvo que hacer un gran esfuerzo para dejarla ir. No quería forzarla. Deseaba con desesperación que Lidia viniera a él por propia voluntad, siendo consciente de que, para conseguir eso, tenía que tener paciencia.

— Debo bajar, James.

— Aún nos quedan asuntos que concretar — le recordó él suavemente.

Lidia le rozó los labios con los suyos.

— Tenemos toda la noche para eso...

James se echó a reír y la besó de nuevo.

— Tienes razón.

Abrió la puerta y dejó que Lidia pasara primero.

Ambos salieron del ascensor y se dirigieron hacia el salón donde se estaba celebrando el baile. Irving se quedó perplejo al observar cómo se miraban. Lidia sonreía y James la tomaba por la cintura posesivamente. Su sorpresa inicial se tornó en alivio y dicha al confirmar su teoría de que esos dos jóvenes estaban muy enamorados. A pesar de que todas las parejas discutían y ellos no iban a ser menos, el amor que sentían el uno por el otro era más que evidente. Si bien se mostró receloso antes de cantar victoria, le habría hecho muy feliz que James Vantor y Lidia Villena reconocieran su amor y se casaran para que ambos criaran juntos al precioso niño del que eran padres.

Irving estaba charlando con dos amigos, uno de los cuales era Simon Parnell. James se puso serio al recordar, a través de él, lo que sucedió en su barco. Ambos se saludaron amistosamente y luego Parnell se dirigió a Lidia.

— Ya me ha confirmado Irving que dentro de unos días volará a Miami. Yo estaré allí para entonces, así que la recibiré en cuanto me llame — declaró con jovialidad— . Sé que es usted una buena periodista — continuó sin notar la mudez de Lidia— . Estoy seguro de que apreciará el equipo que tenemos en la emisora.

Lidia notó enseguida la presión de la mano de James en su cintura. Después de los momentos que habían compartido, este jarro de agua fría había sido de lo más inoportuno.

— ¿Nos disculpan, señores? Lidia y yo vamos a bailar.

Ambos caballeros sonrieron y los animaron a divertirse.

— ¿Qué significa eso de que te vas dentro de unos días? — preguntó James nada más iniciar el baile.

— Debo trabajar.

— Aquí tienes trabajo. Lo dejaste por propia voluntad; estoy seguro de que Clark te volvería a contratar encantado.

— Quizás sí, James, pero mis padres están muy ilusionados con Michael y desean con ansiedad que nos traslademos a vivir con ellos — comentó con cierta aprensión— . Por supuesto tú podrás ir a ver al niño cuando quieras, — añadió bajando la voz— . E incluso en vacaciones yo puedo traerlo para que pase unos días contigo.

James no podía soportar más la tensión y la furia reprimida.

— Estoy comprobando que te importan un bledo mis sentimientos — le espetó con aspereza.

Sus palabras fueron para Lidia como un mazazo. Volvían a demostrarle de nuevo la fuerte personalidad de James Vantor.

— Sí me importan, James, y por eso te digo que estaré encantada de que nos visites cuando quieras.

— ¿Te conformarías tú con eso?, ¿con unas simples visitas de vez en cuando?

Lidia lo miró sorprendida.

— Pero es distinto, James. Yo soy su madre...

— ¡Y yo su padre! — la cortó él.

— Ya lo sé. Yo me refiero a que tú... bueno, quiero decir que no puedes querer aún a Michael porque ni siquiera lo conoces. En cuanto lo trates lo adorarás...

James la miró con hostilidad.

— Si no conozco a mi hijo es porque tú me lo has ocultado — la acusó con ojos duros.

— Lo siento, James. Creí que era lo mejor para los dos. Tú y yo nos movemos en mundos diferentes. Con el tiempo te casarás con una mujer de tu mismo círculo — continuó Lidia mirándolo afligida— .

Tendréis hijos — le dolía el corazón al decir esto, pero esa era la realidad— y seréis felices. No sería justo para ella que llevaras al matrimonio otro hijo extramatrimonial. Si ignorabas ese nacimiento te evitarías muchos problemas. Eso fue lo que pensé.

— ¿Y sólo te movió tu bondad hacia mí para ocultarme el nacimiento de mi hijo? — preguntó incrédulo.

Esa era la pregunta que Lidia había temido. Creía que explicándole uno de sus motivos se quedaría satisfecho. Como en otras nefastas ocasiones, había subestimado la inteligencia de James.

Él no pararía hasta arrancarle toda la verdad, y la verdad era que el motivo principal que ella había tenido para esconder a su hijo era su miedo a perderlo, su temor a que James se lo quitara.

— No importan los motivos. Hice mal en ocultártelo y lo siento.

Creo que es suficiente — contestó con expresión altanera.

— No es suficiente. Cuando volvimos de París, desapareciste.

Deseo saber los motivos que te movieron a ello y lo que has hecho y pensado desde entonces hasta ahora — exigió con firmeza.

Lidia se revolvió furiosa y se apartó de él, pero James volvió a cogerla por la cintura y la estrechó contra sí.

— Te irás cuando yo lo diga — le dijo furioso al oído— . Tienes que contarme muchas cosas y... o me lo cuentas voluntariamente o lo haces ante un tribunal — aseveró con crueldad.

Un destello de temor se reflejó en los ojos de Lidia.

— ¿Estás loco?

— Puede ser, pero te aseguro que, en esta ocasión, no te saldrás con la tuya.

— ¡Suéltame, James, y olvídate de mí! — exclamó asustada.

— Eso será fácil, querida — dijo aun a sabiendas de que eso sería imposible— , pero a mi hijo no lo perderé.

Lidia comprendió enseguida lo que él se proponía.

— ¡No podrás quitarme al niño, James! ¡Me has camelado para sacarme la verdad, pero te aseguro que jamás lo admitiré ante un tribunal!

— ¿Crees que dejaría que me ganaras en un juicio? — preguntó esbozando una sonrisa amenazadora— . No lo permitiría, y menos teniendo yo la razón. Tendrás que elegir, Lidia: o me das a mi hijo por las buenas o lo tendré con todas las de la ley — aseveró con rencor.

No podía hablar en serio. No era posible que sus pesadillas se estuvieran haciendo realidad. Tal como ella había estado temiendo durante mucho tiempo, James pretendía quitarle a Michael. No podía ser. Lucharía por su hijo hasta el final y le ganaría. La Ley le daría la razón a ella. La Justicia se encargaría de proteger a Michael entregándoselo a su madre.

Lidia lo miró desafiante, cometiendo el error de retarlo.

— No te saldrás con la tuya, James. Michael es mi hijo y no consentiré que lo alejes de mí — le advirtió con clara hostilidad.

Sin darle opción a réplica, se separó de él con un brusco movimiento y se alejó con paso seguro y con el corazón destrozado.