16

James saludó a su madre brevemente y se dirigió directamente al teléfono. Llamó a la emisora primero, pero Lidia no estaba allí. Marcó el número de su casa y tampoco obtuvo respuesta. No le extrañó. Seguramente estaría en la parroquia impartiendo sus clases; la llamaría más tarde.

Subió a su habitación, se desvistió con rapidez y se metió en la ducha, ignorando para más tarde el correo que el mayordomo había depositado sobre una mesa.

Salió del cuarto de baño silbando, feliz de encontrarse de nuevo en casa y cerca de Lidia. Los negocios le habían demorado varios días fuera de Boston, lo que le fastidiaba bastante últimamente. Nunca le había importado salir de viaje; sin embargo, ahora que conocía a Lidia y que se encontraba tan feliz a su lado, le desagradaba tener que alejarse de ella. Aunque habían hablado por teléfono casi todos los días, le había molestado bastante no haber podido conectar con ella la noche anterior.

Todavía con el albornoz puesto, se tumbó en la cama y comenzó a leer la correspondencia. La primera carta era una invitación, al menos eso parecía por el tamaño del sobre. Se disponía a leerla cuando sus ojos repararon en la letra del segundo sobre del montón. Era una letra bonita, cuidada... ¡Era la letra de J Lidia! Mostrando en su rostro un gesto interrogante, abrió la carta con precipitación.

"Querido James:

Debo ausentarme de Boston por un tiempo, pero no quiero hacerlo sin antes despedirme de ti y darte las gracias por todas tus atenciones. Aunque tú y yo no tuvimos un buen comienzo, el tiempo y tu ayuda desinteresada me han demostrado que eres mucho mejor de lo que yo pensé en un principio. Eres una persona con grandes virtudes, aunque te sea muy difícil exteriorizarlas en el ambiente en el que te desenvuelves. Yo te comprendo, James, pero no comparto tus ideas, que son tan sólo el resultado de la educación que has recibido. Pese a que no me atrevo a juzgar tu vida ni lo que haces, sé positivamente que nunca podría ser feliz aceptando lo que tú me has propuesto varias veces. Te lo agradezco de todas formas porque sé que crees plenamente en ello. No obstante, yo debo seguir mi camino lejos de ti".

"Te deseo una vida feliz".

“Nunca te olvidaré”.

Lidia Villena.

James hizo una mueca, no creyendo lo que sus ojos acababan de leer. No podía ser verdad que Lidia le hubiera abandonado, que hubiera huido tan cobardemente. Releyó la carta con detenimiento, esperando, vanamente, haberse confundido en su interpretación. A medida que sus ojos pasaban con inquietud de un renglón a otro, comprendió con amargura que ella había tomado la decisión que más le dolía.

— ¡Maldita cobarde! — exclamó con ira al tiempo que arrugaba la hoja de papel y la arrojaba lejos de sí.

Fuera de control, comenzó a pasearse por la amplia habitación intentando pensar con serenidad. Según la carta, Lidia se iba de Boston. ¿Adónde podría ir...? ¡A casa de sus padres! Ese sería el primer lugar al que ella acudiría.

Marcó con nerviosismo, a la vez que esperanzado, el número de Miami. Su decepción fue manifiesta cuando la madre de Lidia no supo darle noticias concretas de su hija. Lidia estaba de viaje, pero no sabía dónde. La desilusión no tardó mucho tiempo en convertirse en ira y despecho. Su ego, orgulloso y prepotente, no podía comprender que la única mujer que le había interesado nunca le abandonara, y menos lo comprendía su herido corazón. No entendía la actitud de esa terca hispana. Hirviendo de furia, se juró que averiguaría dónde se escondía y le daría una lección que jamás olvidaría.

Con rapidez se vistió de nuevo y salió de la casa con precipitación. El chófer, al verle dirigirse hacia el coche, se puso a su servicio. James le despidió con pocas palabras y se metió en uno de los coches más pequeños.

No necesitó esperar mucho tiempo antes de que el señor Clark le recibiera con amabilidad.

— ¿Dónde está Lidia? — preguntó el joven Vantor con ansiedad antes de que el director pudiera saludarlo con formalidad.

— ¿Lidia? — repitió el señor Clark, sorprendido de su pregunta— .

Pues... no lo sé. Ella se despidió hace unos días por motivos personales y no me dijo adónde iba.

James bufó fuera de sí.

— ¿Me está diciendo que se despidió así por las buenas y ni siquiera le explicó el motivo? No es posible...

— Pues así ha sido. Lidia me dijo que debía abandonar Boston por un tiempo y no me explicó el porqué de esa decisión.

— ¿Y su programa? ¿También lo ha abandonado de pronto? — preguntó con incredulidad.

— No; lo ha dejado en manos de una periodista tan competente como ella. Hasta ahora no hemos tenido ningún problema, gracias a la habilidad de Lidia para salir del programa casi sin notarse.

James se puso de pie con furia, no pudiendo comprender el aplomo que mostraba ese hombre.

— ¡Pero una trabajadora tan importante como ella no se despide así como así! — exclamó con desesperación— . Tiene que haber una explicación. No es posible que usted no indagara, que no averiguara sus motivos para irse de aquí — estalló, echándole en cara su pasividad.

El señor Clark se sintió molesto por sus palabras.

— Señor Vantor, yo cuido a mis trabajadores e intento por todos los medios que cumplan en su trabajo lo mejor posible. Lo que no hago ni nunca haré es meterme en sus asuntos. La vida privada de cada uno es sagrada y yo la respeto mucho.

Estas palabras, dichas en un tono que raramente empleaba el señor Clark, sorprendieron a James y lo obligaron a disculparse.

— Siento mucho haberme alterado. Espero que me disculpe y que, por favor, me avise si tiene noticias de Lidia — pidió con un poco más de humildad.

— No será necesario, señor Vantor. Estoy seguro de que si ella lo desea, será la primera en notificarle su paradero — aseguró sin ninguna malicia pero con toda la intención de bajarle los humos a ese joven.

James aceptó su derrota ante ese singular personaje, aunque no salió de su despacho hasta que el director le dio el nombre de la sustituta de Lidia en el programa.

Mary se hallaba preparando la entrevista que tenía que salir en antena en poco tiempo cuando fue interrumpida por uno de los hombres más atractivos que había visto en su vida. Conocía a James Vantor III por fotografías; al natural era todavía más guapo. Su cuerpo atlético de anchos hombros, su rostro agradable, sus ojos verdes tan atrayentes y el pelo moreno cortado con elegancia y naturalidad, hacían de él un hombre difícil de olvidar. Nada más verle, Mary pensó en lo tonta que había sido Lidia al dejarse ir un ejemplar semejante. Quería mucho a su amiga, pero no comprendía que le hubiera dado la espalda a James Vantor y a la vida que él le ofrecía.

— ¿Señorita Mary Miller?

— Sí, soy yo.

— ¿Podría dedicarme unos minutos, por favor?

Ambos entraron en el pequeño despacho que antes había sido de Lidia.

— Me llamo...

— Ya sé quien es usted — le interrumpió ella— . Su nombre es James Vantor.

— Así es, y me imagino que supondrá por qué estoy aquí ¿no?

— Sí; viene a preguntar por Lidia — afirmó sin rodeos.

— Exactamente. Vengo a que usted me diga dónde está.

— ¿Y por qué supone que yo lo sé?

— Porque usted es su amiga y debe tener alguna idea de adónde ha ido.

— Se equivoca, señor Vantor. Lidia solamente me informó de su partida. En ningún momento me habló del lugar al que pensaba dirigirse. Lo siento.

Por más que el joven Vantor insistió, no consiguió más información de Mary. Aunque la periodista no sabía dónde estaba Lidia tenía un secreto que guardar y que jamás rebelaría.

James salió desolado de la emisora. Sólo le quedaba un sitio donde informarse: la parroquia.

El padre López había temido ese encuentro y finalmente había llegado.

— No lo sé, hijo. Lidia sintió la necesidad de alejarse de aquí, de pasar una temporada en otro lugar — le explicó con voz pausada con el ánimo de tranquilizarlo— . Las personas somos seres complejos, señor Vantor, y a veces adoptamos posturas que los demás no comprenden. Le pido que respete su decisión y no la juzgue mal.

Los ojos de James relampaguearon con ira.

— ¿Que no la juzgue mal? No sé qué concepto tiene usted del bien y del mal, pero lo que ha hecho Lidia, abandonarme sin decirme nada, preparándolo todo a mi espalda, sólo tiene un nombre: traición — contestó acalorado— , y la traición se paga — sentenció con rencor.

— No sea usted tan duro, joven. Hable con ella antes de condenarla. Estoy seguro de que con un poco de paciencia por su parte y comprensión por parte de ella, llegarán a comprenderse mejor — afirmó el sacerdote con la esperanza de que todo saliera bien entre esa pareja de enamorados.

— ¡Paciencia? Creo que ya he tenido bastante paciencia — exclamó James con una calma peligrosa— , mucha paciencia, hasta el punto de que ya se me ha agotado.

El padre López se quedó muy preocupado cuando James Vantor salió de la sacristía. Era un joven apuesto e inteligente, pero su orgullo y arrogancia habían espantado a Lidia. Pese a que los dos formaban una pareja típica de enamorados, su concepto de la vida y de las personas era tan opuesto que, a menos que se esforzaran mucho por comprenderse y amarse a pesar de sus diferencias, sería muy difícil que llegaran a encontrar un horizonte común.

El dolor y la frustración se reflejaban en el rostro de James cuando entró lánguidamente en su despacho. No podía creer que toda la ilusión que había albergado por ver a Lidia en su viaje de vuelta a Boston se hubiera tornado en una hiriente decepción. Su rostro apesadumbrado y su mirada distraída eran un indicio claro de su estado de ánimo. Sentado en el sillón con desgana, contempló pensativo el paisaje urbano que se podía admirar a través de los enormes ventanales. Hubiera preferido olvidar todo lo que le estaba ocurriendo; sin embargo, la imagen de Lidia volvía una y otra vez a su mente, impidiéndole pensar con coherencia. Si en el momento de conocerla hubiera pensado que esa mujer le iba a causar tanta desazón a su espíritu, habría huido de ella como de la peste. No lo había hecho, y ese había sido su error. Como un tonto quinceañero la había buscado y perseguido por todas partes. Si hubiera empleado ese tiempo con una mujer que le mereciera, es decir, con una mujer de su clase, que le comprendiera y le complaciera, no se encontraría en esos momentos en el estado en el que se hallaba.

De una forma automática, como si su corazón no obedeciera a su voluntad, abrió uno de los cajones de su mesa y sacó el sobre con las fotos que se habían hecho en París. Con nostalgia y tristeza recordó los comentarios de Lidia, su risa cada vez que él anotaba algo divertido del viaje y la expresión maravillada de su rostro al volver a ver los bonitos lugares en los que habían estado. Habían salido preciosas, con Lidia adornando cada uno de los rincones que la cámara había fijado... Repentinamente, su añoranza se disipó, ocupando su lugar una furia maligna y enloquecedora. Con un brusco movimiento, arrojó las fotos al otro lado de la habitación, desperdigándolas en desorden por la mullida alfombra.

"No te perdono, Lidia, y pagarás por lo que me has hecho", pensó lleno de resentimiento.

Unos golpes en la puerta le sacaron de su ensimismamiento. Su padre entró en la habitación y le miró extrañado, reparando también en las fotos diseminadas por la habitación. Prudentemente, no hizo ningún comentario. Ya saldría ese tema en su momento.

— ¡Qué raro encontrarte aquí tan temprano, James! ¿No tenéis ningún caso pendiente en el bufete de tu tío? — preguntó de broma.

— Afortunadamente hay mucho trabajo, pero hoy no me encontraba bien y he venido tan sólo a recoger unos papeles antes de irme a casa.

— ¿Te sucede algo?

— Nada importante; un simple dolor de cabeza.

— Eso es el cansancio del viaje. Por cierto, ¿qué tal ha ido todo en la reunión con nuestros consejeros?

— Muy bien. Revisé detenidamente los informes que cada uno de ellos presentó en la reunión y parece estar todo en orden.

Teniendo en cuenta el momento de crisis que atraviesa el mundo, no podemos quejarnos.

— Tienes razón; siempre hay que estar alerta. Las cosas no están fáciles para nadie y menos para los que no invirtieron a tiempo y no hicieron la reconversión adecuada en sus empresas. Nosotros, es decir, sobre todo tú, con tu enorme visión de futuro, supimos ver claramente que sin tecnología punta no podríamos progresar. Creo que podemos estar orgullosos de nuestras sólidas empresas — afirmó con satisfacción.

Mirando en la lejanía, sin ver nada de lo que se le mostraba a través del ventanal, James apenas escuchaba a su padre. El señor Vantor continuaba hablando orgulloso de sus logros, provocando en su hijo un irónico desdén.

— Sí, nos ha costado mucho dinero y trabajo actualizarlas, y día a día vemos los frutos de nuestra inteligente decisión — señaló con un ligero tono sarcástico— . Somos millonarios, ¿o debo decir multimillonarios? Sí, la familia Vantor es una de las más ricas y más poderosas de América. Poseemos todo lo que una persona puede desear, pero... ¿nos aporta eso la felicidad que buscamos? — preguntó con la voz quebrada por la emoción.

Su padre lo miró alarmado. En esos momentos, al contemplar el brillo en los ojos de su hijo se dio cuenta de que algo muy importante le estaba ocurriendo.

— ¿A qué te refieres, James? ¿Acaso no estás satisfecho con lo que tienes? ¿No te sientes feliz siendo uno de los jóvenes más admirados de América? Sabes muy bien que puedes tener todo lo que quieras...

— ¡No! — gritó destrozado, sin poder controlar el desencanto que se había apoderado de su corazón— . Te equivocas, papá, no puedo tener todo lo que quiero — añadió bajando la voz y dándole la espalda a su padre— ; ni siquiera puedo conseguir lo único que quiero.

El señor Vantor le miró suspicaz. Por primera vez veía a su hijo inseguro, triste, desilusionado de la vida y de lo que ésta le ofrecía.

— ¿Estás así por una mujer? ¿Por ese motivo también están esas fotografías en el suelo? — le preguntó muy serio.

James se sentó en el sillón pesadamente, sin ganas de continuar con esa conversación.

— No quiero hablar de eso.

— Cómprala — le sugirió su padre con determinación.

— ¿Cómo dices? — preguntó James creyendo haber entendido mal.

Sabes perfectamente que todas las personas tienen un precio, que tarde o temprano el dinero lo compra todo. Utilízalo para tu placer y evítate pesares — le aconsejó con firmeza.

Una agria sonrisa se dibujó en los labios del joven Vantor.

— Las cosas no son tan fáciles como tú piensas. Aunque no lo creas, todavía hay personas que no están en venta — le aseguró pensativo— , pero... a mí no me interesan — se mintió a sí mismo, intentando recuperar la fortaleza que había perdido desde la desaparición de Lidia.

— Eso me gusta, hijo, que seas inteligente. Mujeres te sobran; de hecho te acosan continuamente. No te será difícil elegir una para esposa — sugirió el señor Vantor sonriente.

James no contestó, pero lo menos que le apetecía en esos momentos era pensar en la posibilidad del matrimonio. Si llegaba a decidirse algún día a dar ese paso, antes ajustaría cuentas con cierta orgullosa mujer que no escaparía a su ira tan fácilmente.