19

Clara Villena fue recibida por Irving en el aeropuerto de Boston.

— Encantada de conocerle, señor Longley, y muchísimas gracias de nuevo por cuidar de mi hija — le agradeció la señora Villena dándole la mano con simpatía.

— Ha sido un placer. Para un hombre solitario como yo, la presencia de Lidia en mi casa sólo es motivo de alegría — respondió Irving con sinceridad.

— ¿Qué tal se encuentra Lidia?

— Muy bien, deseando tener ya a su hijo en sus brazos, según repite con frecuencia.

Más tarde Lidia abrazó a su madre, emocionada.

— ¡Qué ilusión tenerte aquí, mamá! Me hubiera encantado que viniera también papá, ¿qué tal está?.

— Deseando verte, hija, y vendrá con gran ilusión el día que tú des a luz.

Faltaban pocos días para el parto, por ese motivo Lidia se había decidido a llamar a su madre.

— ¡Cuánto tiempo ha pasado, mamá! — exclamó Lidia, conmovida— , pero no me ha quedado más remedio que proceder como lo he hecho. Sé que a papá y a ti os hubiese encantado C hacerme una visita. No podía ser — reconoció emocionada— . Teníais que manteneros al margen. Quería que cuando tuvieseis que decir que no conocíais mi paradero, fuerais convincentes; además, no quería que mintieseis por mí.

Clara Villena curvó los labios en una dulce sonrisa al tiempo que acariciaba tiernamente a su hija.

— No te preocupes, hija, el padre López nos ha mantenido al tanto de todo; lo importante es que tú estés tranquila y feliz de recibir a tu hijo.

— Estoy encantada de ser madre — confesó con entusiasmo— . Sé que mi situación no es la más convencional, por lo menos no es la que papá y tú hubieseis esperado de mí — comentó apesadumbrada— , pero te puedo asegurar, mamá, que esto no ha sido buscado ni he querido haceros daño. Lo que me ha ocurrido... digamos que ha sido... inevitable — concluyó titubeante.

— No tienes que darme explicaciones, hija. Yo te quiero tal como eres, y tú eres maravillosa para nosotros. No hay nada de lo que avergonzarse — la tranquilizó su madre— . Dios nos ayudará para que todo se solucione de la mejor forma posible para ti y tu hijo.

Todos esperamos a este niño con ilusión y alegría, y nunca le faltará el amor de los suyos.

Lidia no pudo reprimir el llanto al ver tanta bondad en los ojos de su madre.

— Perdona, mamá, pero estoy un poco llorona últimamente.

El día tan esperado llegó y Lidia fue conducida entre nervios, mimos y caricias, a un hospital de Boston. El parto fue corto, y para gran felicidad de Lidia, en menos de tres horas pudo disfrutar del enorme placer de tener a su hijo entre sus brazos.

— Jamás había sentido mayor felicidad, mamá — comentó Lidia mirando a su hijo con ternura— . No sé cómo me irá en la vida a partir de ahora, pero de lo que sí estoy segura es de que el tener a mi hijo a mi lado me compensará de todas las dificultades con las que habré de encontrarme.

— Un hijo siempre compensa. Es una constante fuente de alegría que nos estimula continuamente a seguir adelante. Por los hijos sacrifica uno todo, querida Lidia. El cariño, la inocencia y la ternura que recibimos a cambio, hace que merezca la pena toda nuestra dedicación — le explicó su madre conmovida al mirar a la frágil criatura que su hija acunaba entre sus brazos.

Irving revoloteaba continuamente alrededor de Lidia y el niño.

Nunca se había visto en un trance semejante, habiéndole resultado uno de los momentos más emocionantes de su vida llevar a Lidia al hospital y esperar con nerviosismo, como si de un hijo suyo se tratara, el nacimiento de la criatura. Todo había pasado ya, y ahora miraba con admiración al pequeño y con alivio a Lidia.

He pensado, Irving que, si a ti no te importa, me gustaría ponerle al niño tu segundo nombre — le dijo mirándole agradecida— . Michael es un nombre muy bonito y yo deseo que él siempre me recuerde lo bueno que has sido en todo momento conmigo.

Irving le cogió la mano y se la besó con afecto.

— Para mí será un orgullo que tu hijo lleve mi nombre. Y si en verdad quieres recordarme siempre — añadió con un brillo pícaro en sus ojos— , quedaros a vivir conmigo — se atrevió a sugerir.

Lidia le apretó la mano con calidez.

— De momento lo haré encantada. También sabes que mi intención es encontrar trabajo en Miami y vivir con mis padres.

Siempre estaremos en contacto; tú podrás visitarnos cada vez que quieras, y el niño y yo pasaremos algunas vacaciones contigo — le prometió Lidia— . No tienes por qué preocuparte, Irving. Al igual que yo he encontrado en ti todo el cariño y el apoyo de un verdadero amigo, tú has encontrado en nosotros una familia, y una familia siempre permanece unida — le recordó ella.

Aunque no era exactamente lo que él deseaba, Irving reconocía la sensatez de sus palabras. Acercándose a Lidia le depositó un suave beso en la frente.

— Sabes que eres como una hija para mí, y Michael como un nieto, por eso sé positivamente que me costará mucho separarme de vosotros — le aseguró él con nostalgia.

— No nos separaremos, Irving. Viva yo donde viva y haga lo que haga, tú siempre serás mi más querido amigo. Mi casa siempre estará abierta para ti.

El bautizo se celebró tres días después en la capilla del hospital. Ofició la ceremonia el padre López, siendo el padrino, Irving, y la madrina, Mary, la cual tuvo que inventarse una excusa razonable para poder dejar la emisora sin dar muchas explicaciones.

Los señores de Villena miraban extasiados a su nieto. Si bien estaban felices por el nacimiento del niño, también sentían una cierta incertidumbre por el porvenir de su hija. Sabían que, profesionalmente, Lidia no tendría ningún problema. Lo que les preocupaba era su vida emotiva. Les entristecía que Lidia careciera del amor, de la ternura y de la compañía de un marido. Pese a que entre todos criarían al niño con cariño y dedicación, Clara Villena no dejaba de sentir una cierta desazón al pensar que su nieto nunca conocería a su padre.

El reducido grupo dejó el hospital y se encaminó hacia la finca de Irving, donde tendría lugar una comida íntima.

Aun encontrándose bastante bien, Lidia no rechazó el ofrecimiento de tumbarse un ratito en la cama antes de comer.

Durmió poco, pasándose el resto del tiempo contemplando a su hijo y pensando en James. Todavía no sabía a quién se parecía el niño. Prefería que fuera a ella para que Michael no le recordara tanto a su padre.

— ¿Qué tal se encuentra la mamá? — dijo una voz desde la puerta.

— Entra, Mary, y mira lo guapo que está Michael durmiendo — dijo Lidia con orgullo.

— Es un niño precioso, Lidia, ¿y tú qué tal te encuentras?

— Muy bien. Antes estaba un poco fatigada, pero ya he descansado y ahora estoy lista para bajar. Por cierto, Mary — continuó tras una breve pausa— , casi no he tenido tiempo de darte las gracias por haberte tomado la molestia de venir al bautizo de mi hijo. Sé lo que supone tener que pedir permiso en la emisora.

— Ha sido un placer y un orgullo que me hayas elegido como madrina de tu hijo — contestó con afecto— . Hubiese comprendido que no me avisaras, pero cuando lo hiciste, sentí una gran alegría.

Espero que ahora que estamos unidas por medio de Michael, no perdamos jamás el contacto — sugirió con sinceridad.

— No pensaba perderlo y ahora menos; jamás me distancio de mis amigos — aseveró categórica.

Ambas amigas bajaron al comedor transportando el moisés de Michael. A pesar de que el crío dormía plácidamente, Lidia no quería separarse de él ni un momento.

— Querida, ¿estás bien? — le preguntó su madre con cariño mientras la ayudaba a sentarse.

— Estando rodeada de todos mis seres queridos, no puedo sentirme mejor — contestó complacida.

La comida resultó muy entrañable. Irving se había esmerado mucho para que todos estuvieran a gusto y Lidia disfrutara de un día tan especial como era el bautizo de un hijo. Sólo él, con su enorme bondad, podía hacer las cosas con tanta entrega.

A Lidia le agradó mucho que Mary e Irving congeniaran. Ella quería mucho a los dos. No solamente por todo lo que la habían ayudado siempre, sino también por su bondad y sinceridad. Mary era una persona generosa y cordial. Debido a sus malas experiencias se había replegado en sí misma pasando del resto del mundo. Irving tampoco había sido muy feliz en los últimos años, aislándose lo más posible de los demás y dedicándose tan sólo a su trabajo y a su triste soledad. Lidia había sido para él como un rayo de sol en la más completa oscuridad. Ella le había dado compañía, amistad y afecto, por eso ahora se resistía a separarse de ella. Irving creía estar acostumbrado a la soledad, pero después de conocer a Lidia y de disfrutar de toda la vitalidad que ella le transmitía, se había dado cuenta de que no valía la pena pasar por la vida en solitario. Hubiera dado cualquier cosa por retenerla con él, aunque era consciente de la imposibilidad de su deseo.

Después de una larga sobremesa, Mary se despidió de Lidia y de sus padres, no sin antes prometer que volvería pronto a verla.

— Ya sé dónde estás, Lidia, así que no te librarás fácilmente de mí — comentó de buen humor.

— Hasta pronto, Mary — respondió Lidia diciéndole adiós con la mano.

Los señores de Villena se fueron dos días después. A Lidia le hubiese encantado que se quedaran más tiempo, pero ambos debían volver al trabajo.

— Vete tranquila, mamá. Como tú misma has comprobado, tanto Michael como yo estamos perfectamente; por favor, no te preocupes.

— Sé que quedas en buenas manos, hija, pero ya estoy deseando que volváis a casa.

— Irving está haciendo todo lo posible por encontrarme un empleo en Miami. Ya sabes que los buenos trabajos no salen de un día para otro — le explicó Lidia delicadamente.

— Ya lo sé, pero es que estoy impaciente por teneros a ti y a mi nieto en casa — se excusó su madre— . Cuidaros mucho, hija. Hasta pronto.

Su padre también la abrazó con cariño y le expresó su deseo de verla pronto en Miami.

Los días que siguieron a la partida de sus padres, Lidia los echó mucho de menos, sobre todo a su madre. Ahora, durante la semana, estaba sola de nuevo, aunque mucho más activa que antes.

Debido a la dependencia del niño de ella y a su inexperiencia, las horas pasaban enseguida. Jane la ayudaba mucho y estaba todo el día pendiente del niño. Lidia lo cuidaba con esmero y lo sacaba a pasear con mucha frecuencia. Los fines de semana, Irving volvía a casa y disfrutaba enormemente con Lidia y con Michael.

Un sábado, para alegría de Lidia, Irving se presentó con Mary.

— Y además de traerte a tu amiga, te traigo buenas noticias – la informó con jovialidad— . Por fin he conectado con Simon Parnell, el amigo mío que es dueño de varias emisoras.

— ¡Qué maravilla, Irving! ¿Y tiene algo para mí en Miami? — preguntó esperanzada.

— Tal como me habían comentado, piensa abrir una emisora de radio en Miami y necesitará gente. Le he hablado de ti y se ha interesado por tu trabajo aquí en Boston. Quiere entrevistarte, naturalmente.

— Cuando él me diga — contestó entusiasmada.

Volverá a Boston a finales de agosto. Ha quedado en llamarme.

— ¡Qué alegría, Lidia! — exclamó Mary— . Seguro que en cuanto se entere del éxito que tenías con tu programa, te contrata rápido.

— Ahora es tu programa, Mary, y tú tienes tanto éxito o más que yo.

— Más que tú, no, pero la verdad es que no me puedo quejar — reconoció con humildad.

Después de cenar, Lidia se despidió pronto para atender a su hijo. Irving le sugirió que bajara después de que Michael se durmiera, pero ella prefirió quedarse en su habitación y dejar que Irving y Mary se conocieran más. Nunca había tenido oportunidad de hacer el papel de celestina. Ahora que podía colaborar para que dos seres solitarios se juntaran y procuraran ser felices, haría todo lo posible para ayudarles a darse cuenta de que quizás se necesitaban el uno al otro.

Rose Asder no solamente no había olvidado a Lidia Villena, sino que estaba obsesionada por encontrarla. La perdió una vez y no quería que eso volviera a suceder.

A los pocos días de haber quedado con ella en el hotel, esperó con su chófer en la puerta de la emisora y la vio salir. La siguieron y se enteró de donde vivía. Quería saberlo todo de ella, por eso no dudaba en seguirla de vez en cuando y conocer a las personas con las que se relacionaba y el tipo de vida que hacía. Según pudo comprobar, su instinto no la había engañado: Lidia era una mujer muy completa. No solamente se dedicaba a su trabajo con gran eficacia, sino que también ayudaba a los necesitados enseñándoles, por medio de clases prácticas y útiles, la forma de ganarse la vida.

Rose estaba muy orgullosa de su nieta y consideraba que era digna hija de su madre. El error de su vida fue entregarla en adopción.

Ahora daba gracias a Dios todos los días por haberla encontrado de nuevo. Desde que la conoció, quiso reparar el daño que había hecho, aunque en ese primer momento no se atrevió a revelarle toda la verdad. Durante un tiempo había estado reflexionando detenidamente y había decidido hablar con ella y convencerla de que volviera a su verdadera familia, o por lo menos, que supiera que formaba parte de la familia Asder, con todos los privilegios que ello suponía.

Se llevó una gran decepción cuando, después de intentar verla varias veces, no consiguió encontrarla. Llamó a su casa muchas veces, pero nunca contestaba nadie. También llamó a la emisora y a la parroquia sin identificarse y las respuestas no fueron nada concretas. Lidia Villena estaba de viaje y nadie sabía dónde. ¡Era un castigo!; la desaparición de su nieta ahora que ella la quería tener a su lado era un castigo por todo el mal que le había hecho hacía muchos años. No le reprochaba nada a nadie y menos a Dios, pero... ella, Rose Asder, se había arrepentido de aquel error y había sufrido y llorado amargamente por aquella mala acción. No podía creer que Él le escatimara el perdón, que le hubiera puesto a su nieta de nuevo en su camino y se la hubiera arrebatado cuando más la necesitaba.

Sus cavilaciones no llegaban a ningún punto concreto, al contrario, lo único que hacían era desasosegarla y desesperarla. Su hija Jennifer lo notó y se preocupó por ella, pero Rose no quería contar nada a nadie hasta no hablar con Lidia. Siempre había sido una mujer decidida, y ahora, después de pasar por momentos de desánimo que iba superando con valor, nada ni nadie impedirían que encontrara a su nieta.

Al igual que todos los años, James estaba pasando el verano en Newport. Iba y venía a Boston continuamente a causa del trabajo, pero los fines de semana los dedicaba siempre a navegar. El enorme yate que utilizaban los Vantor para grandes recorridos siempre se encontraba lleno de amigos, por ese motivo, James, cada vez que quería navegar en solitario, cogía su pequeño crucero y se dedicaba a disfrutar de la vela, con la única compañía del mar, el viento y el sol.

Desde que estaba en Newport, se había propuesto hacer la misma vida que todos los veranos anteriores, es decir, reunirse en la playa con los amigos, navegar, asistir a fiestas, o practicar otros deportes en los selectos clubs a los que pertenecían. No se perdía nada, intentando distraerse lo más posible y procurando, con férrea voluntad, que su mente rechazara la imagen de Lidia cada vez que ésta se presentaba. No obstante, su espíritu, con frecuencia melancólico, a veces le exigía soledad, y era entonces cuando recurría a su pequeño barco y se aislaba de todos.

Lidia pasó todo el verano en la finca de Irving, esperando con expectación que Simon Parnell la llamara. Se sentía muy a gusto en casa de Irving, pero también tenía ganas de estabilizar su situación, de encontrar un trabajo en Miami e instalarse definitivamente con sus padres. Su hijo estaba muy bien, rodeado del amor de su madre y del cariño de Irving y del matrimonio que trabajaba para él. Michael era la alegría de todos y había infundido nueva vida a la vieja edificación. Ya no había tanta tranquilidad como antes, pero eran precisamente su llanto y sus balbuceos los que hacían que la casa pareciera un verdadero hogar.

Irving llegó el viernes con una expresión contradictoria en su rostro.

Después de saludarle, Lidia lo miró con preocupación.

— ¿Te sucede algo, Irving? Te veo cansado.

— Estoy bien, de verdad, y, al contrario de lo que refleja mi rostro, estoy muy contento por ti. También... triste por mí — añadió afligido.

Lidia lo miró extrañada, sin comprender a qué se refería. Tras unos momentos de reflexión supo de qué se trataba.

— Ha llamado Simon Parnell, ¿verdad?

— Sí y quiere verte en su yate el día tres de septiembre.

— ¿En su yate? Qué lugar más raro para una entrevista, ¿no?

— Bueno, tendrías que conocer a Simon para comprenderlo. Es un gran magnate de los medios de comunicación, es decir, un hombre muy ocupado. Es de los que desayuna en una parte del país, come en otra y cena en Europa — le explicó él— . Jamás pierde el tiempo y siempre aprovecha cualquier momento para hacer varias cosas a la vez. El día tres de septiembre celebra en su yate la fiesta que organiza todos los años para celebrar el inicio del otoño, época de su cumpleaños y a la que considera la más bonita de Nueva Inglaterra.

— Bien, acudiré donde él me diga, pero... no sé... hablar de cuestiones de trabajo en una fiesta... la verdad, me resulta chocante.

— No cuando se trata de Simon. Su inteligencia y su capacidad de concentración son tan extraordinarias que puede atenderte perfectamente en una fiesta, en la oficina o en un avión.

Lidia se encogió de hombros y juntó las manos con regocijo.

— Pues decidido, entonces; nos arreglaremos e iremos a esa fiesta — afirmó ilusionada— . Espero caerle bien al señor Parnell — añadió con un gesto de duda en su rostro.

— Por supuesto que le caerás bien, querida. Quedará tan encantado que te contratará enseguida... y eso es lo que más temo — dijo apesadumbrado.

— Irving, por favor, no te pongas triste ni adelantemos acontecimientos — le animó con afecto— . Todavía estamos todos juntos, ¿no?, y siempre lo estaremos.

James y David quedaron bastante igualados en el partido de tenis que acababan de disputar.

— Estoy un poco flojo últimamente, pero te aseguro, James, que la próxima vez te daré la gran paliza — bromeó David.

— Pues si estando flojo no he conseguido ganarte, qué será cuando estés en forma...

— Ya te he avisado, muchacho.

James se echó a reír.

— Anda, déjate de fanfarronear y duchémonos deprisa, que estoy muerto de hambre.

Al entrar en el comedor del club, James divisó en una mesa a su padre, acompañado de un amigo.

— ¡Vaya, James!, no sabía que estuvieras aquí — exclamó Howard Vantor sonriente— . ¿Te acuerdas de Simon Parnell?

— Por supuesto que me acuerdo. ¿Qué tal, señor Parnell? — le saludó alargándole la mano.

— Por favor, llámame Simon — le rogó.

— ¿Comes con nosotros? — le preguntó su padre.

— Pues sí. Estaba con un amigo, pero ha tenido que volver a la ciudad.

Mientras degustaban la deliciosa comida del club, los tres charlaron animadamente de negocios y de política, sobre todo.

— ¿Hasta cuándo estás aquí, Simon?

— Ya sabes que no paro mucho en el mismo sitio. En esta ocasión me quedaré unos días más, hasta después de la fiesta que organizo todos los años en mi yate.

— ¡Ah, sí!, recibí tu invitación. Muchas gracias.

— Ya sabéis que no podéis faltar, y tú tampoco, joven; te aseguro que asistirán bellas damiselas — le informó con picardía.

— Si puedo, iré con gusto — contestó James sin comprometerse.

— ¡Qué bien te organizas, Simon! En los pocos días que vas a estar aquí sabes sacar tiempo para los negocios y el placer — comentó admirado el señor Vantor— . No todo el mundo tiene esa capacidad para disponer tantas cosas en tan poco tiempo.

— El tiempo es oro, ya lo sabes, y aunque organice la fiesta, no puedo permitirme el lujo de estar tantas horas inactivo. De hecho, allí mismo le haré una entrevista a una periodista que me ha recomendado Irving Longley para la emisora que abriremos pronto en Miami.

James se atragantó ruidosamente, sintiendo también cómo una serie de convulsiones comenzaban a sofocarlo. Había estado comiendo y escuchando indolentemente, no experimentando gran interés por la fiesta a la que se acababa de referir Simon Parnell.

Repentinamente, dejando el tenedor en el plato y sintiendo cómo todos sus sentidos se ponían alertas, le escuchó con avidez. Parnell hizo el comentario como de pasada, pero James no estaba dispuesto a perder la única oportunidad que había tenido en varios meses de conseguir alguna información sobre Lidia, si es que ese hombre se refería a ella y no era una mala jugada de su mente atormentada.

Intentó disimular el nerviosismo que se había apoderado de él. Con una aparente calma que no sentía, logró hacerle unas preguntas.

— No sabía que fueras a inaugurar una nueva emisora en Miami.

— Sí, no es bueno quedarse parado, muchacho.

— Miami es una buena ciudad, con muchas emisoras; tendrás que seleccionar muy bien a los periodistas ¿no? — preguntó para sonsacarle.

— Desde luego. De entrada entrevistaré a la chica esta que me recomienda Longley. Por lo visto hizo muy buen trabajo en un programa de una emisora de aquí. Entró con buen pie y se defendió de maravilla. De hecho, al año de estar ella, la audiencia subió como la espuma. Naturalmente, no sólo me he informado por Longley, sino por gente muy allegada a esa emisora — le aclaró él.

El corazón le latía violentamente. James estaba ahora seguro de que Parnell se refería a Lidia. Aun así, quería que él le diera más información.

— Sé a quién te refieres y, efectivamente, es una buena periodista — comentó James como de pasada— . Estuvo trabajando para Terence Clark. De pronto, dejó la emisora y se fue de Boston.

— No sé nada de la vida de esta señorita — puntualizó Parnell— .

Longley es el que me llamó para hablarme de ella y rogarme que le hiciera una entrevista. Su historial académico y profesional es bueno; ese sí lo tengo porque me lo envió Longley, pero para mí es muy importante la entrevista personal. Tengo el tiempo contado aquí en Boston, así que hablaré con ella en mi yate el día de la fiesta.

— ¿De qué periodista se trata, James? — preguntó su padre un poco perdido.

— Creo que Simon se refiere a la señorita Lidia Villena — contestó mirando a Parnell con ansiedad.

— Así es. Me llamó la atención su apellido y Longley me explicó que sus padres eran cubanos.

— ¿Villena? — preguntó su padre— , me suena ese nombre.

— Esta señorita estuvo en nuestra casa entrevistando al gobernador Anderson ¿te acuerdas? — preguntó fingiendo indiferencia.

— ¡Ah, sí!, por supuesto. Una belleza así no se olvida fácilmente — añadió Howard Vantor.

Ambos amigos siguieron hablando de otros asuntos, pero James ya no los escuchaba. Su mente enseguida se puso a trabajar, pensando en la forma de abordar a Lidia y acorralarla para que no volviera a escapar. Su venganza estaba servida y ni Longley ni nadie impedirían que él ajustara cuentas con esa orgullosa mujer.