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El nerviosismo y la frustración empezaban a hacer mella en el ánimo de Lidia. Pasaban los días y James continuaba rechazando la posibilidad de hablar con ella, a pesar de sus ruegos. Irving la aconsejaba que enviara a Amper para dialogar con Vantor, pero Lidia estaba segura de que ella era la única persona capaz de convencer a James.

— Quizás lo consiguieras, Lidia, pero él no te va a dar la oportunidad de que lo intentes — le dijo un día Irving, cada vez más preocupado por el cariz que estaban tomando las cosas.

— No quiero parecer testaruda, Irving. Si me muestro así es porque conozco a James y sé que su reacción ante Amper, a pesar de ser buenos colegas, será fría y obcecada. Toda la buena intención que lleve Paul Amper no le servirá de nada — afirmó con bastante seguridad— . En el estado en el que se encuentra James, del cual yo tengo la mayor parte de la culpa, enviar a una persona de mi parte, aunque sea lo único que él permita, será decisivo para que empeore la situación.

— Puede ser — admitió él— . De todas formas, y teniendo en cuenta el poco tiempo que nos queda, creo que debemos intentarlo.

E Lidia aceptó resignada los buenos intencionados consejos de los dos hombres y accedió a que Paul Amper la representara ante James.

El día que tendría lugar la reunión de los abogados, Lidia no dejó de pasear por los jardines de la finca de Irving, nerviosa e impotente. Su fiel amigo trataba de ayudarla y levantarle el ánimo, pero todos sus esfuerzos eran en vano. Por mucho que Irving trataba de distraerla, Lidia sólo estaba pendiente de la entrada de la finca, por donde aparecería de un momento a otro el coche de Paul Amper. Al hacerse de noche, la joven hispana, a pesar de su alterado estado de ánimo, atendió a su hijo con el mismo primor de siempre.

Se disponían a cenar cuando el abogado entró por fin en la casa.

Lidia no tuvo nada más que mirarle para saber que había fracasado en sus propósitos.

— Lo siento, señorita Villena. James Vantor está decidido a seguir adelante y conseguir la guardia y custodia de su hijo — le anunció apesadumbrado.

Lidia temblaba de rabia ante la tozudez de James.

— ¿Le dijo por qué se muestra tan terco?

— No le perdona su engaño y además está convencido de que el niño estará mejor con él.

— ¡Cómo puede pensar semejante idiotez? — exclamó Lidia fuera de sí— . ¡Cómo puede un hombre inteligente como él pensar ni por un segundo que Michael estará mejor rodeado siempre de niñeras y personas a su servicio que con su madre?, ¿le ha vuelto loco este asunto o qué?

Paul Amper prefirió permanecer en silencio hasta que la joven se calmara. Comprendía sus sentimientos y su furia hacia Vantor, aunque reconocía que el joven abogado tenía razón en muchos de los argumentos que le había expuesto.

— ¡No! — continuó ella, exaltada— , ¡no permitiré que ese hombre, orgulloso y malvado, se salga con la suya. No sé todavía lo que haré, pero juro que...!

Irving se acercó a ella y la tomó por los hombros con delicadeza. Sería nefasto que Lidia perdiera los nervios.

— Tranquilízate, Lidia, y no digas cosas de las que luego puedas arrepentirte — le aconsejó— . Los asuntos importantes hay que solucionarlos con la cabeza fría y el espíritu sereno. Piensa en tu hijo y en su futuro, y olvídate de rencores y decisiones precipitadas.

Con suavidad la ayudó a sentarse y la obligó a comer algo de la cena.

— Si tienes que seguir luchando, es mejor que comas para que no pierdas fuerzas — comentó Irving bromeando.

Lidia sonrió débilmente y se dirigió de nuevo al abogado.

— ¿Qué es lo que quiere exactamente James?

Paul Amper temía herirla de nuevo, pero su deber era contarle todo lo que había ocurrido durante su reunión con Vantor.

— La patria potestad les corresponde a los dos, es decir, a James Vantor y a usted, pero la guardia y custodia del niño, que se otorga normalmente a la madre, dependerá de la decisión del juez.

Vantor está dispuesto a conseguirla y le aseguro que, teniendo en cuenta los argumentos que empleará, la conseguirá — afirmó sin ningún tipo de duda— . Tal como usted ya sabe, eso quiere decir que Michael vivirá con su padre, permitiéndosele a usted visitar a su hijo sólo los días que el juez dictamine.

Hizo una pausa antes de continuar con las malas noticias. El rostro lívido de la joven era preocupante.

— Debo añadir a lo ya he dicho que Vantor desea conocer a su hijo antes del juicio. Si bien usted está en su derecho de negarse, yo le aconsejaría que no empeorara las cosas y permitiera que viera al niño — agregó captando con pena la agitación de Lidia.

Lidia empezaba a comprender la gravedad de su situación y la urgencia con la que debía resolver este problema.

— Bien, usted me aconsejó que tratara de hablar con James Vantor para intentar una solución aceptable para los dos — dijo Lidia dirigiéndose al abogado— . Ante la evidencia de mi fracaso, ¿qué me aconseja usted ahora?

— Yo le aconsejé en su momento lo que creía que era lo mejor para usted. Pensé erróneamente que Vantor se avendría a dialogar y llegarían a un acuerdo. Es obvio que me equivoqué — admitió el abogado— . Ahora sólo me resta decirle que en esta ocasión sea usted misma la que decida.

Lidia lo miró desolada.

— Sólo me queda una opción, ¿no?

— Aparentemente eso parece... a no ser que a usted se le ocurra otra idea mejor.

Lidia reflexionó durante unos momentos, tratando de encontrar cuanto antes una salida que le diera alguna esperanza.

— No quiero precipitarme, así que lo pensaré detenidamente esta noche y le comunicaré mi decisión mañana por la mañana — señaló, sintiéndose moralmente destrozada.

— Si finalmente decide ir a juicio, quiero que sepa que haré lo imposible para que no pierda a su hijo –le aseguró Amper tratando de animarla.

— Sé que no podría confiar en nadie mejor. Muchas gracias por su paciencia conmigo.

Esa noche, Lidia no pudo dormir. Mil imágenes de su hijo alejándose de ella la impedían conciliar el sueño. Su pena era tan honda que, a pesar de reconocer que llorando no se adelantaba nada, no pudo evitar llorar amargamente mientras contemplaba a su hijo plácidamente dormido. Por primera vez en su vida se sentía impotente ante los dictados del destino. Siempre había creído tener un control absoluto sobre su vida y sus acciones. Ahora se empezaba a dar cuenta de que, más que nada, lo que había tenido hasta entonces había sido suerte. En cuanto la fortuna le había dado la espalda, no tenía poder ni fuerzas para dominar la situación y encauzarla tal y como ella deseaba.

Sus ojeras a la mañana siguiente eran una clara manifestación de su tristeza. No había dormido, pero a pesar de sentirse cansada físicamente y desilusionada de la vida, había tomado una decisión.

En otras circunstancias no hubiera pensado ni siquiera en esta posibilidad. Ahora debía aplicar a su actual situación la frase que había oído a su padre muchas veces en su vida: "A grandes males, grandes remedios", y rezar para que todo saliera tal y como ella lo había planeado.

Después de comer, aprovechando que Irving y ella estaban cómodamente sentados delante de la chimenea tomando café, Lidia decidió comunicarle lo que tenía pensado.

— Irving, he decidido no ir a juicio.

Ante el estupor de su amigo, Lidia continuó con fría calma.

— Anoche estuve reflexionando durante largas horas y he decidido trasladarme a Boston para intentar por todos los medios a mi alcance hablar con James.

— Pero no has conseguido nada en todo este tiempo — dijo él desconcertado.

— Por eso mismo debo intentarlo de otra manera. El teléfono no ha dado resultado, así que no me queda más remedio que imponerle mi presencia a ese maldito cabezota — afirmó, calculadora.

— Si no ha querido hablar contigo, supongo que tampoco querrá verte.

— Mi plan no es ese. Lo que tengo en mente es "coincidir" con James en los lugares a los que él acuda. Si mi instinto de mujer no me falla, tarde o temprano se acercará, aunque sólo sea por curiosidad — le explicó con ojos desafiantes.

— Cualquier hombre se acercaría a ti enseguida — replicó Irving alabándola— , pero teniendo en cuenta que Vantor está en guardia contra ti, creo más bien que adivinará rápidamente tu intención.

— No lo adivinará si yo le hago creer, a través de mi abogado, que voy a ir a juicio. Al verme hacer vida social, más bien pensará que estoy contenta porque creo tener la victoria en la mano — le explicó ella.

Irving la miró preocupado.

— Pero a Paul no podemos mentirle — dijo suspicaz.

Y no le mentiremos. Amper y yo debemos preparar el juicio por si me falla mi plan, ya que es la única alternativa que me quedaría. En el caso de que yo tuviera éxito con James, estoy segura de que tu abogado sería el primero en alegrarse.

— De eso no me cabe ninguna duda — contestó Irving sintiéndose más aliviado.

Uno de los colaboradores de James Vantor llamó el viernes anunciando su llegada el sábado para recoger a Michael.

— El niño estará bien, señorita Villena — la tranquilizó él— . Aparte del cuidado de su padre, hemos contratado una puericultora para que lo atienda durante el tiempo que esté con el señor Vantor.

Lidia estuvo a punto de negarse a entregar a Michael. Rectificó su actitud al reconsiderar lo perjudicial que podía ser su negativa para sus proyectos. Aun no pudiendo afirmar que su permiso significara ninguna concesión por parte de James, Lidia tenía la esperanza de que este contacto entre James y ella a través del niño, aunque frágil, fuera un primer paso para la reconciliación.

El sábado, puntualmente, llegó el empleado de James, acompañado por la puericultora, en una limusina. Ambos entraron en la casa, y despues de los saludos, Lidia subió con la puericultora a su habitación para que viera al niño y explicarle su plan de comidas. Al señor Keen le fue servido un café mientras esperaba.

El señor Keen era un hombre de unos cuarenta años, diligente, trabajador y dedicado por completo a su jefe. Ambos hombres llevaban mucho tiempo trabajando juntos, habiéndose llevado siempre muy bien. Hombre discreto y prudente, estaba al tanto de todo lo que había ocurrido entre James y la hispana. Nunca le había hecho comentarios a su jefe sobre lo que se rumoreaba de sus amores con la señorita Villena, y James tampoco le había hablado de Lidia hasta hacía unos días. Sus órdenes habían sido tajantes y él las cumplía a rajatabla. Ahora que había conocido a la señorita Villena, no se extrañaba de que su jefe estuviera tan encandilado por ella.

James Vantor había intentado mostrar una actitud indiferente al hablarle de la hispana, pero él lo conocía muy bien y sabía que sus palabras frías ocultaban un sentimiento apasionado por esa mujer.

Aunque su vida de trabajo y compromisos no había cambiado, su humor y su semblante no podían ocultar la desilusión que le produjo el abandono de la señorita Villena. Tomando esta relación por una aventura más, el empleado no le había dado importancia, hasta que poco a poco se fue dando cuenta de que esa relación no era un simple escarceo de unos días. Conociendo a James Vantor desde hacía muchos años, sabía que, en esta ocasión, su jefe se había enamorado sin remedio, aunque él no lo quisiera reconocer.

Una vez que las dos mujeres bajaron de nuevo, Lidia le enseñó el niño al señor Keen. El secretario se quedó perplejo al ver el parecido del bebé con su padre. La férrea decisión de conseguir a su hijo demostraba la seguridad de James Vantor en su paternidad. Si el señor Keen hubiera tenido dudas en algún momento, estas acababan de disiparse con sólo ver al crío.

— Es un niño muy guapo. Enhorabuena, señorita Villena — la felicitó él con cordialidad.

Lidia sonrió con orgullo, notando cómo entre ambos se establecía una corriente de simpatía.

— Quédese tranquila. Al niño lo cuidaremos con cariño. Esta tarde, sobre las siete, volveremos a traerlo — aseguró sonriendo con simpatía.

— Muchas gracias, señor Keen, es usted muy amable.

James esperó impaciente la llegada de su hijo. Había decidido llevarlo a casa de sus padres para que ellos también lo conocieran.

Los tres se encontraban expectantes ante la aparición del nuevo miembro de la familia.

El coche aparcó delante de la gran escalinata frontal del edificio, donde ya se encontraban los Vantor. James se acercó y ayudó a salir a la enfermera, la cual llevaba a Michael en los brazos.

Se quedó paralizado al ver al niño, no pudiendo controlar las distintas emociones que sintió al contemplar a su hijo y al recordar a Lidia a través de él. No había esperado que su corazón le traicionara con tanta crueldad, sintiendo inevitablemente una gran nostalgia de Lidia Villena. En esos momentos, hubiera dado todo lo que tenía por que las cosas entre ellos hubieran transcurrido de una forma diferente. Deseaba con un doloroso anhelo que ella estuviera allí con su hijo, formando parte de su familia. Los ojos se le humedecieron por la emoción. Recobrando la compostura con rapidez y recordando todo lo que la hispana le había hecho, cogió al niño de los brazos de la enfermera y entró en la mansión.

Nancy Vantor se encontraba exultante de tener a su nieto en sus brazos. Después de la discusión con su hijo, todo tipo de pensamientos habían pasado por su mente, siendo el más doloroso la firme convicción de que su hijo había sido engañado por la hispana y le había hecho creer en la paternidad de ese niño. Esto, junto con el pesar que sentía de haber fracasado en los proyectos que había planeado para él, habían contribuido a que las últimas semanas hubieran sido las peores de su vida. Cuando James les comunicó su intención de conocer a su hijo y de traerlo a su casa para que ellos también lo vieran, Nancy Vantor se había negado en rotundo, alegando que, al no estar segura de que fuera su nieto, no estaba dispuesta a recibir al hijo de una desconocida en su casa. Su marido trató de convencerla de que debía colaborar con ellos para hacer feliz a James; ella no cedió. Su marido no insistió más y James hacía mucho tiempo que había decidido que no podía contar con su madre para este asunto. Para sorpresa de James y de su padre, esa mañana se presentó la primera en el salón, alegando que sentía curiosidad por ver a esa pobre criatura. El señor Vantor y su hijo se miraron de soslayo, evitando hacer comentarios que pudieran alterarla.

Ahora que Nancy había comprobado el parecido de ese niño con su hijo, se había dado cuenta de que James había tenido razón todo el tiempo.

Con una alegría manifiesta, dejó al niño en brazos de su padre y subió corriendo a su habitación. Sofocada y contenta, Nancy le mostró a James una serie de fotografías de cuando él era pequeño.

— Es igual que tú a su edad, James — le señalaba sonriendo— . Este niño es nuestro y debe quedarse con nosotros. Es un Vantor y debe vivir aquí — exclamó muy segura de sus palabras.

— Eso estoy tratando de conseguir. De todas formas no será fácil convencer a un juez de que un niño estará mejor con su padre que con su madre. Será una misión difícil. Sólo trabajando bien los errores que Lidia ha cometido podríamos conseguir que el tribunal se pusiera de mi parte — afirmó esperanzado.

— Lo conseguirás, James — aseguró su padre— , no tendrás dificultad en poner el caso a tu favor. Tienes muchas bazas en tu mano de las que ella carece, y esas serán las jugadas más importantes para hacerte con el juez.

— Eso espero — concluyó pensativo.

Durante todo el sábado, Michael pasó de mano en mano.

Refunfuñó los primeros momentos al verse entre extraños, pero el mimo y la atención de los que era objeto, hicieron cambiar rápidamente su semblante. Ahora dedicaba sonrisas a todos los que se le acercaban, haciendo las delicias de sus abuelos y de su padre.

James lo miraba orgulloso, sintiendo su pecho henchido de satisfacción de ser él el padre de ese adorable niño. Aunque desechando el pensamiento con furia, no pudo evitar admirar a la madre y preferir que hubiera sido Lidia Villena la madre de su hijo antes que ninguna otra. Se despreciaba a sí mismo por desear todavía a esa mujer. Su única esperanza para que su espíritu volviera a la serenidad era olvidarla de una vez por todas. No le sería fácil.

Cada vez que ella había intentado hablar con él, había estado a punto de arrojar todos sus esfuerzos por la borda y olvidar lo que le había hecho. En muchas ocasiones faltó muy poco para caer como un tonto de nuevo en sus redes. "¡No!", — se dijo a sí mismo— "¡no la perdonaré. Viviré con mi hijo tranquilamente y la olvidaré para siempre!".

Con gran pesar por parte de los Vantor, el niño fue devuelto a su madre a la hora convenida. Lidia lo esperaba ansiosa, sintiendo un gran alivio cuando John Keen le volvió a poner a Michael en sus brazos.

— Es un niño muy bueno. Ahora no sé si, después de los mimos que ha recibido por parte de todos, se volverá un poco más rebelde — dijo el secretario bromeando.

— Me alegro de que se haya portado bien — respondió Lidia, callándose la curiosidad que sentía por saber cómo había reaccionado James al ver al niño.

Le hubiera preguntado muchas cosas, pero no venía al caso.

Ni le conocía ni tenía confianza con él. Era lógico pensar que se mantendría discreto respecto a los sentimientos de su jefe, que era a quien le debía lealtad.

Lidia había estado intranquila durante todo el día. Comprendía que James quisiera conocer a su hijo, pero tenía miedo de que al verle tan parecido a él se obcecara todavía más por tenerlo. Siempre había sabido que, tarde o temprano, él desearía ver a Michael. Así y todo, su petición a través del abogado la había cogido desprevenida.

Ahora sabía, sin que nadie se lo dijera, que habiendo conocido a Michael, James no renunciaría a él. La pelea entre ellos había empezado hacía tiempo. Después de ese día, sería aún más dura. Un sentimiento de angustia la invadió de pronto y la movió a abrazar a su hijo con fuerza protectora.

Irving la esperaba en el salón cuando ella bajó después de haber acostado a Michael.

— ¿Qué tal te encuentras, querida? — preguntó, sintiendo como propia la aflicción que ella experimentaba.

— Estoy bien, de verdad. Debo sobreponerme y enfrentarme con valentía a las circunstancias. Tenía que llegar el momento en el que tendría que compartir a Michael con su padre — admitió con desaliento— , pero es que me cuesta tanto separarme de él...

Irving trató de consolarla empleando sus más cariñosas palabras.

— Nunca te agradeceré bastante todo lo que haces por mí, y siento no ser en estos momentos la mejor compañía, pero me resulta muy difícil arrancar de mi mente los aprensivos pensamientos que me atormentan — confesó afligida.

— Es lógico que te sientas preocupada. Aun así tienes que conservar la entereza y contemplar tu situación de una forma positiva — la aconsejó Irving con delicadeza— . Soy consciente del momento tan difícil y decisivo por el que estás pasando, pero nada adelantas pensando que te puede suceder lo peor. Es mejor para ti y para Michael que procures por todos los medios mantener tu espíritu optimista y esperanzado.

— Tu sentido común siempre me desarma, Irving — replicó Lidia con admiración.

Llevándose el vaso de whisky a los labios, Irving bebió un sorbo y se dispuso a explicarle sus planes.

— He meditado mucho acerca del plan que tenías pensado seguir con James a partir de ahora, y me parece que no tienes otra alternativa. He tratado de encontrar otras soluciones; incluso pensé en ir yo mismo a hablar con él. Tampoco lo veo viable, teniendo en cuenta el odio que Vantor debe tenerme por haberte ocultado de él — admitió con desaliento— . Tienes también razón al decidir vivir en Boston para conseguir mejor tu objetivo, y referente a esto es de lo que quiero hablarte.

Antes de que Irving pudiera continuar, Lidia lo interrumpió.

— Creo que sé lo que vas a decirme y te lo agradezco enormemente, pero he decidido que ya es hora de que ponga orden en mi vida. Gane yo el juicio o no, estoy segura de que James no querrá separarse de Michael, lo que quiere decir que no permitirá que me aleje de Boston, por lo menos por ahora. Tendré que instalarme allí de momento y buscar trabajo de nuevo — explicó con resignación.

— Pensar así demuestra una gran sensatez por tu parte. Lo que yo quería ofrecerte no era mi casa, sino la de Michael — dijo enigmáticamente.

Ante la mirada interrogativa de Lidia, Irving continuó.

— Sería maravilloso para mí que vivierais conmigo, pero comprendo que quieras mantener tu independencia. Desde que nació Michael, aparte del oso de peluche, ya tenía pensado cuál iba a ser mi regalo. No pude entregároslo en su momento. Ahora me complace decirte que dispones de un piso en Boston — le ofreció él con orgullo.

Lidia se quedó muda por la sorpresa, no sabiendo qué decir ni cómo agradecer tanta bondad.

— Pero Irving, no puedo permitir que te gastes tanto dinero en nosotros. Esto es demasiado, y...

— Es el regalo para Michael de su padrino. Él es el único ahijado que tengo y le quiero mucho, como si fuera mi propio nieto — añadió emocionado— . Acéptalo, Lidia, por favor — le rogó él— . Sería feliz sabiendo que estáis cerca de mí y en una buena casa.

Aunque hizo lo posible por reprimir las lágrimas, Lidia no pudo impedir que el llanto acudiera a sus ojos después de ser testigo, una vez más, de la generosidad desinteresada de Irving.

— Daría cualquier cosa por hacerte feliz, pero no quiero que te sientas responsable de nosotros. Yo debo seguir mi camino y buscar un trabajo que nos permita mantenernos a mi hijo y a mí. No podemos depender siempre de ti, Irving. Sería una carga que tú no te mereces — dijo mirándole con afecto.

Él la observó durante unos segundos con expresión benévola.

— Si supieras más de la vida, te darías cuenta de lo que supondría para mí que Michael y tú vivierais siempre conmigo. Sé que, desgraciadamente, eso sería pedir demasiado. Lo que sí te ruego es que aceptes el regalo que os hago. Teneros cerca será un gran consuelo y una enorme alegría — agregó emocionado.

Haciendo un espontáneo movimiento, Lidia se levantó del sillón y le dio un cariñoso beso.

Al día siguiente, ambos se dirigieron a Boston. Lidia conocía perfectamente la ciudad, por ese motivo se quedó extrañada cuando el coche se detuvo delante de un precioso edificio en la mejor zona de la ciudad, cerca de la casa de Irving.

— No me irás a decir que...

Irving le pasó el brazo por el hombro y no la dejó terminar.

— No digas nada y observa todo con atención.

El portal, muy amplio y decorado con muchas plantas, espejos y moqueta, daba una idea de la categoría de los pisos. Lidia estaba cada vez más perpleja, sirviendo de diversión para Irving sus expresiones de asombro.

— Si vieras las caras que estás poniendo a cada paso que damos, te reirías con ganas.

— ¡Irving, es un sitio precioso! No puedo creer que yo vaya a vivir aquí. Sinceramente, no creo que sea justo — señaló con una cierta vacilación.

— ¿Justo? — exclamó Irving, soltando a continuación una carcajada— . El que tú vivas aquí es lo más justo que he hecho en mi vida. Te ofrezco simplemente un bien material, que no es nada y que cualquiera puede comprar, a cambio de algo que no tiene precio: el cariño, la bondad y la alegría que tú me has dado — agregó mirándola fijamente.

El piso no era muy grande. Tenía un bonito salón, un pequeño comedor, la cocina, dos cuartos de baño y dos dormitorios: el tamaño ideal para Lidia y su hijo. Ella lo prefería así y reconocía que en uno demasiado lujoso se habría encontrado fuera de lugar. Todo estaba perfectamente terminado y la cocina instalada.

— Mi regalo incluye todo el mobiliario y todos los gastos anuales del piso, pero prefiero que seas tú la que elija lo que vaya a formar parte de tu hogar.

— No sé qué decir, Irving. Estoy abrumada, a la vez que feliz con tu regalo. Es precioso y yo... bueno, gracias de todo corazón — dijo abrazándolo.

Ese mismo día volvieron a Rockport e hicieron los preparativos para instalarse en Boston. Hasta que la casa de Lidia estuviera lista, vivirían todos en casa de Irving. Lidia tenía muchas cosas que hacer, siendo las principales buscar trabajo y conectar con James de alguna manera. Él no había querido recibirla ni hablar con ella en ningún momento, provocándola una frustración que la llenaba de rabia. Tal como decía Irving, no adelantaba nada enfadándose e insultándolo. James no la oía y, además, convertía su ira en una pérdida de energía.

— Ya sé que no es práctico enfurruñarse así — reconocía ella— , pero por lo menos me desahogo. No sé si podré llevar a cabo mi plan, porque lo más probable es que me abalance como una fiera sobre él e intente estrangularlo en cuanto lo vea. ¡Será arrogante...! — exclamó furiosa.

Irving observaba divertido estas pataletas. A veces también temía que Lidia, en el momento que se encontrara con James después de tanto tiempo, no fuera capaz de controlarse y estropeara sus propios planes.