15

Ha sido maravilloso, James. Muchas gracias por todo — repitió Lidia en la puerta de su casa momentos después de haber llegado del aeropuerto.

— ¿Lo dices en serio? ¿De verdad que has sido feliz conmigo en París?

A pesar de que James estaba siendo peligrosamente directo, Lidia no podía mentir a esa pregunta. Pasara lo que pasara, siempre guardaría en su memoria los días pasados con él como un tesoro imposible de sustituir. Las circunstancias de cada uno los separaban, pero ella jamás le olvidaría. Sería muy difícil que volviera a amar otra vez con tanta intensidad como amaba a James Vantor.

— Mucho, James. Gracias a ti he disfrutado cada día, cada hora y cada minuto de mi estancia en París. Lo he pasado muy bien y tú has sido el mejor acompañante que jamás hubiera podido tener — reconoció con franqueza, lamentando dolorosamente que la relación con ese hombre no pudiera prosperar.

— Bien — contestó él mostrando una sonrisa de satisfacción— ; es obvio que tú y yo estamos muy a gusto juntos; eso quiere decir que...

— James... no nos precipitemos. Llevo varios días fuera de casa y debo poner en orden muchas cosas. Creo que sería aconsejable tomarnos un poco de tiempo para reflexionar.

H James frunció el ceño y emitió un gruñido.

— No entiendo cómo puedes ser tan exageradamente cauta en todo lo que haces; ¿es que para ti no existe la espontaneidad..., el arrebato..., el momento...? — preguntó irritado.

— Sí, pero hay ciertas cuestiones en las que procuro por todos los medios no dar un paso en falso — aseveró con gravedad.

— La vida es riesgo, Lidia, y si uno no se lanza nunca consigue nada. Por favor, no seas tan sumamente precavida — continuó con impaciencia— y procura comprender que no es bueno ponerle cortapisas a la vida. Tú y yo nos hemos conocido y nos queremos, ¿por qué no compartir nuestra vida? No pienses en el futuro ni en lo venidero porque eso no existe. Vive el presente y disfruta de lo que la vida te ofrece.

"Quererse". Era la primera vez que James pronunciaba esa palabra referida a ellos dos. No con el significado de amarse para siempre sino con el único sentido de colmar la pasión que los consumía a los dos. James la quería a su manera, de una forma pasajera. Lidia estaba cada vez más segura de que nunca podrían tener un futuro juntos. Esa posibilidad no entraba en los planes de James.

— Está bien, te prometo pensar en el presente, pero primero déjame organizarme, por favor — le rogó ella.

— De acuerdo — accedió él con un brillo de esperanza en su mirada.

Lidia tuvo que relatarle a Mary todo el viaje.

— ¡Qué encantador, Lidia! Cualquier mujer hubiera dado lo que fuera por ser invitada por el señor Vantor, y tú, sin embargo, pareces no darle importancia.

Estás equivocada. He sido muy feliz en París con James y no sabes lo que me cuesta seguir mi vida sin él. A pesar del dolor que supone para mí esta decisión, prefiero alejarme ahora sin reproches, antes que tener que hacerlo dentro de unos meses herida y humillada.

— Lo comprendo, Lidia; ya sabes que sólo quiero lo mejor para ti.

Lidia miró a su amiga con afecto, valorando su interés.

Desgraciadamente, las circunstancias de James y de ella eran inamovibles y nadie podía ayudarlos.

— ¿Qué tal te ha ido con el programa? — preguntó cambiando de tema— , ¿algún problema?

— Ninguno; tan sólo algún que otro cambio de última hora, como siempre.

Lidia volvió a la dirección del programa, acompañada ahora por Mary. Quería que la gente se acostumbrara a ella y comprendiera que a partir de ese momento cualquiera de las dos podría dirigirlo.

El tiempo pasaba inexorablemente y su embarazo era cada día más difícil de disimular. Ya no podía retrasar más su partida.

Decidió irse, como primera etapa de su "exilio", a casa de sus padres hasta decidir dónde instalarse durante sus meses de embarazo.

Lidia habló con el señor Clark y le convenció de que lo mejor para el programa era que lo llevara Mary durante su ausencia.

— Pero ¿cuánto tiempo vas a estar fuera? — preguntó sin comprender muy bien las razones que ella le había explicado para ausentarse.

— No lo sé exactamente, señor Clark. Durante unos meses no podrá contar conmigo. Como ya le he dicho, es un asunto personal del que prefiero no hablar. Le estoy muy agradecida por todas sus bondades y su paciencia conmigo. Cuando vuelva a Boston, me pondré en contacto con usted.

El señor Clark, un tanto perplejo por la decisión de Lidia, no quiso presionarla más para que le contara el porqué de su súbita partida. Solamente le deseó lo mejor y la animó a que volviera a la emisora lo antes posible.

Todavía le quedaban unos asuntos por resolver en Boston antes de partir. Uno que le importaba mucho y que había ido dejando por falta de tiempo era visitar de nuevo al joyero que había hecho las cruces. Lidia sabía que la cruz que ella tenía y otra idéntica las había encargado la familia Asder. Ahora le faltaba por saber la fecha del encargo y de la entrega de dichas cruces. También tenía que escribir una carta a James para despedirse. Esto sería lo más difícil y doloroso. Finalmente, llamaría a Irving por teléfono y visitaría al padre López.

Lidia salió completamente pálida de la pequeña joyería. El anciano joyero no la había reconocido en un principio, pero en cuanto se identificó por medio de la cruz, con toda la rapidez que le daban sus cansadas piernas, entró en la trastienda y le leyó la ficha que tenía guardada desde hacía tantos años. Lidia había esperado oír las palabras que el anciano estaba pronunciando. Confirmarlas con tanta seguridad la desconcertó por completo.

¡Era la fecha de su nacimiento! Las cruces habían sido encargadas un año antes. Sin embargo, habían sido recogidas el mismo año que ella nació.

Después de mantener la entrevista con la señora Asder, se había convencido de que toda esta coincidencia de las cruces era pura invención de su fantástica imaginación. Ahora volvía a dudar.

Eran tantas las preguntas sin respuestas que se agolpaban en su mente, que no se atrevía a emitir un juicio certero sobre su situación en este asunto. Había investigado todo lo que había podido; ya no tenía más medios para continuar sus pesquisas.

Esa misma semana llamó también a Irving.

— Me alegra oír tu voz, Lidia, ¿qué tal estás?

— Muy bien, ¿y tú?

— Muy bien, aunque los achaques me juegan a veces malas pasadas.

— Vamos, Irving; estás como un roble. Yo no podría hacer el ejercicio que haces tú, ni tampoco podría trabajar tantas horas.

— No creas; cada vez hago menos deporte. Ya sabes cómo son los médicos: todo te lo prohíben. ¡Ay...! — se quejó— , los años no pasan en balde, querida.

— ¡Qué años? Pero si eres aún joven...

— ¡Me halaga oír tus alabanzas, Lidia! ¡Ya quisiera yo tener unos años menos...! Bueno, hablemos de ti, que es más interesante.

¿Qué tal el trabajo?

— Muy bien. Ahora me va a sustituir una compañera unos meses, pero...

— ¿Unos meses? — preguntó Irving, alarmado— . ¿Te sucede algo?

— No, no, estoy bien, pero debo ausentarme un tiempo de Boston.

— ¿Por asuntos profesionales?

— Pues... no exactamente, más bien por motivos personales. El objeto de mi llamada es precisamente despedirme de ti y darte también las gracias por el cheque que le has enviado al padre López.

Eres muy generoso, Irving, y todos te lo agradecemos mucho.

— No tiene importancia, Lidia. Y... volviendo al tema de tu próxima partida de Boston... no es que yo me quiera meter en tu vida, pero considero que somos amigos, y de los amigos siempre espero confianza — dijo abandonando por unos segundos su tono jocoso— . Si necesitas mi ayuda, por favor pídemela.

— Lo haré, te lo prometo.

Irving se quedó pensativo tras colgar el teléfono. Conocía a esa chiquilla desde hacía año y medio, y aunque no era mucho tiempo, había llegado a tomarle un tierno afecto. Lidia Villena era una persona maravillosa, digna del mejor hombre. Era precisamente por ser toda una mujer, auténtica e integra, por lo que no resultaba una conquista fácil. Eso lo sabía muy bien el joven Vantor. Irving la quería como a una hija. Ambos mantenían una amistad basada en el cariño y en la confianza; deseaba lo mejor para ella. Ahora sabía que a Lidia le sucedía algo, algo importante que la obligaba a ausentarse de Boston con rapidez. Le gustaría poder ayudarla, pero ella debía tener motivos muy importantes para no contárselo. Aún así, Irving se quedó preocupado y decidió actuar al día siguiente.

Había sido un día agotador. Lidia no sólo había tenido que preparar el programa, sino que para facilitarle las cosas a Mary, había dejado casi ultimados los programas de varios días.

Toda la semana había estado muy ocupada y James lo había llevado muy mal. Prácticamente no se habían visto, y el malhumor de él se agravó cuando a mitad de semana tuvo que ausentarse de Boston por motivos de trabajo. A Lidia le hubiera gustado verle el día antes de su partida, a pesar de no ser lo más aconsejable, pero el destino decidió por ellos y los separó antes de tiempo.

Irving salió del coche nda más verla aparecer y la llamó.

— ¡Irving! — exclamó Lidia sorprendida— , ¿qué haces aquí tan tarde?

— Quería hablar contigo.

— ¿Hablar conmigo...? — preguntó extrañada— . Bien, subamos a casa y tomemos algo.

Los dos entraron en el pequeño apartamento. Lidia le ofreció asiento y le sirvió una copa.

— Ya sabes, Lidia, que no soy hombre de andarme con rodeos, así que voy a ir directo al grano. No he venido aquí para hablar de los temas que siempre solemos hablar, sino para preguntarte qué es lo que te pasa. Me estoy arriesgando a que me llames entrometido, pero no me importa; estoy preocupado por ti y quiero ayudarte si eso es posible — afirmó con franqueza.

Lidia se emocionó por el simple hecho de tener amigos tan maravillosos. Se acercó a Irving y le besó en la mejilla.

— Realmente, Irving, eres un verdadero amigo.

Lidia se sirvió un refresco y se sentó a su lado. Estaba nerviosa. Sentía desilusionar a Irving y temía su reacción.

— No me sucede nada malo; simplemente... bueno, tú conocías un poco mi relación con James Vantor, si es que se le puede llamar así, pues...

— Lidia, cálmate y piensa que sea lo que sea lo que te sucede, yo te ayudaré en todo lo que pueda — la tranquilizó él— . Sé que el joven Vantor te ha acosado desde el primer momento, y sé también que habéis salido de vez en cuando y que habéis tenido vuestras diferencias. ¿Tiene eso algo que ver con lo que te ocurre?

Lidia bebió del vaso y luego contempló el líquido con mirada ausente.

— Tiene mucho que ver. James Vantor es el padre del hijo que estoy esperando — expuso sin rodeos.

Irving se quedó mudo de asombro. Ninguna noticia le hubiera resultado tan inesperada como esa.

— No sabía que vuestra relación fuera tan estrecha — reconoció con sinceridad.

— No lo es — le aclaró Lidia— . Lo que ocurrió fue totalmente fortuito, repentino e... inevitable, quizás. Ninguno de los dos lo planeamos y yo tengo una gran parte de la culpa de que eso ocurriera.

Irving la miró con una cierta incredulidad.

— No puedo creerte culpable de nada, querida, aunque no hay más que verte para comprender al joven Vantor. Te quiero como a una hija y siempre te defendería. He de añadir, además, que también he sido joven y sé lo que se siente cuando uno se enamora perdidamente de una mujer.

— Yo no culpo a James, pero tengo que alejarme de él — aseveró con gravedad.

— ¿Alejarte? ¿Es que acaso él no reconoce al niño?

— No sabe que estoy esperando un hijo — le explicó ella.

Irving la miró sorprendido y completamente desconcertado.

— ¡Que no sabe que va a ser padre?

— No, Irving, y tengo mis razones para actuar así — intentó justificarse Lidia.

— Pero si él no conoce tu estado, eso quiere decir que no sabes cómo reaccionaría. ¿Te has preguntado si él desea ese hijo tanto como tú? No me gusta mucho dar consejos, Lidia, pero creo que, en principio, James Vantor tiene derecho a saber que tú vas a tener un hijo suyo — le indicó él.

Sus palabras le recordaron a las del padre López.

Desgraciadamente, Lidia tenía demasiado miedo a perder a su hijo como para reconocer su error.

— Yo no tengo ningún futuro con James y no puedo arriesgarme a que me quite al niño — contestó tajante — . Tiene toda la vida por delante y podrá tener muchos más con una mujer que le convenga más que yo.

— Pero ¿por qué habría de quitártelo? — preguntó él inocentemente— . Si te quiere, lo que deseará será casarse contigo y criar juntos a ese niño.

Lidia hizo un gesto negativo con la cabeza.

— El matrimonio no entra en sus planes de momento y yo no pienso arriesgar a mi hijo. Sé que tú me aconsejas lo que consideras que es mejor para mí, Irving, pero estoy decidida a criar a mi hijo sola, sin que James se entere.

— ¿Y si él llegara a saberlo? ¿Tienes alguna idea de cómo reaccionaría?

— No quiero pensar en ello. Si me voy ahora a un lugar donde no pueda localizarme estoy segura de que en muy poco tiempo se habrá olvidado de mí.

Irving se levantó turbado y comenzó a pasear por la habitación.

— No sé, Lidia; tengo miedo de no saber aconsejarte de la forma más adecuada. Por otra parte, no quiero seguir presionándote — se lamentó él.

— Agradezco tus palabras, Irving, pero estoy decidida a emprender una nueva vida lejos de aquí. De momento iré unos días a casa de mis padres para explicarles todo. Luego buscaré algún sitio donde trabajar y vivir con mi hijo — terminó con firmeza.

Irving se encogió de hombros, sintiéndose derrotado. Tras unos minutos de reflexión, durante los cuales ninguno de los dos habló, Irving se decidió a ayudarla con todas las consecuencias.

— Bien, no he podido convencerte de lo que yo creía que era lo mejor para ti, pero te suplico que aceptes mi ayuda — dijo sentándose de nuevo a su lado.

— Gracias, pero no es necesario — contestó mirándole emocionada. Ese hombre era muy bueno, el mejor amigo que tenía— .

Afortunadamente, tengo algunos ahorros y podré arreglarme hasta encontrar un nuevo trabajo.

— No lo permitiré, Lidia. Dios sabe que no tengo nada contra el joven Vantor, pero quiero que sepas que siempre estaré de tu lado — declaró él— . Te considero una verdadera amiga y sé que en circunstancias parecidas tú me habrías ayudado a mí, igual que ayudas a tanta gente. Por favor, escúchame — le suplicó él.

— No quiero que te veas obligado a mentir por mí, Irving, no quiero — respondió Lidia con obstinación.

— No habrá necesidad de ello. Confía en mí.

A partir de ese momento, Lidia no tuvo que volver a preocuparse de encontrar un lugar para ocultarse de James. Irving puso a su disposición la finca que tenía a sesenta kilómetros de Boston.

— Muy poca gente sabe que la tengo. El fin que perseguí al comprar esa casa fue precisamente aislarme de todo el mundo. Es muy antigua, aunque no muy grande. La he preparado a mi total comodidad y sin grandes lujos — le explicó él— . Un solitario como yo no necesita mucho para vivir — había añadido sonriendo.

Lidia viajó a Miami, siendo calurosamente recibida por sus padres. Sentía tener que disgustarles dándoles la noticia de su embarazo, pero confiaba plenamente en ellos y sabía que sólo recibiría comprensión y cariño por su parte.

Después de cenar y cuando se sentaron tranquilamente en el salón para degustar una aromática taza de café, Lidia les habló de su situación.

Ambos dejaron de reír instantáneamente y la miraron consternados. Lidia trató de explicarse lo mejor que pudo, intentando quitarle la mayor importancia posible al estado en el que se encontraba.

— Tener un hijo nunca debería ser un disgusto, pero yo...

francamente, Lidia, hubiera preferido que tu embarazo hubiera surgido dentro del ámbito del matrimonio — le confesó su madre, apenada.

Lidia la miró compungida, odiando haberlos desilusionado.

— Yo también, mamá, te lo aseguro, pero el destino..., o mi irresponsabilidad, o las circunstancias, no sé, me empujaron a cometer un error absurdo.

— Pero el padre del niño — intervino su padre— tendrá algo que decir, supongo — añadió enfadado.

Lidia temió que el disgusto fuera mayor cuando les contara toda la verdad.

— Él no sabe nada, papá — antes de que protestaran ante esa sosprendente información, Lidia continuó— . Nuestra relación apenas ha existido, y James Vantor, el padre de mi hijo, a pesar de que no se casaría conmigo, tiene recursos suficientes para quitarme a mi hijo si quisiera. Por nada del mundo voy a permitirlo.

Su padre la miró aturdido, no acabando de comprender la postura de Lidia.

— Si no sabe que estás embarazada de él, ¿cómo puedes estar tan segura de que no desea casarse contigo? Quizás te quiera más de lo que crees y se alegre al saber que va a ser padre. Creo que cómo mínimo deberías hablar con él.

Lidia se levantó bruscamente del sofá y miró a su padre con irritación.

— ¡No, papá! Yo soy la única que sabe lo que ha ocurrido y te aseguro que sé muy bien lo que hago. Por favor, dejadme solucionar esto a mi manera — terminó sin poder reprimir las lágrimas. Sin decir más salió del salón y se encerró en su habitación.

Sus padres se miraron apenados. Nunca la habían visto tan fuera de sí. La señora Villena se levantó y salió tras ella.

— Lidia, cariño, tienes que calmarte. Los disgustos no le vienen bien al niño — le susurró cuando ella le permitió la entrada en la habitación.

Abrazada a su madre, Lidia sollozó, desahogando la congoja que la había estado oprimiendo durante esos últimos meses. Su madre le habló con suavidad y tacto, intentando en todo momento animarla. Poco a poco, conforme Lidia se fuera calmando, les contaría toda la verdad. Hasta que llegara ese momento la rodearían de cariño y comprensión.

Aunque la decisión de aislarse en la finca de Irving tampoco les pareció muy comprensible, se mostraron cautos a la hora de opinar. Lidia era una persona adulta e inteligente y, sin duda, tendría sus motivos para comportarse de esa manera.

Antes de partir les prometió tenerlos al tanto de todo y llamar a su madre tan pronto llegara el momento de dar a luz. Mostrándose dulce y cariñosa logró hacerles olvidar la parte más penosa de su situación y los motivó para que se ilusionaran con su primer nieto.