13

Hacía días que James le daba vueltas a una idea que podía ser muy gratificante para el rumbo que estaba tomando la relación entre Lidia y él. Se había abstenido de comentárselo a ella por miedo a un rechazo o, lo que era peor, a una respuesta afirmativa tan sólo por agradecimiento. Deseaba hacer un viaje con Lidia. En principio había pensado en unas vacaciones idílicas en las Bahamas, lugar paradisíaco donde sus padres tenían una casa. Allí hubieran estado solos y juntos todo el día; hubieran disfrutado de la playa, del sol y de los bellos y románticos paseos al atardecer. Todo el tiempo lo habrían dedicado el uno al otro, charlando y dándose a ellos mismos la oportunidad de conocerse mejor. Lo maduró durante un tiempo, y su intenso deseo de disfrutar durante esos días de la continua compañía de Lidia, a punto estuvo de llevarle a dar un paso en falso.

Ahora se daba cuenta, después de haber intimado un poco más con ella los días que duró el proceso con los Abock, de que Lidia no hubiera accedido a viajar con él a una isla, donde desde el paisaje, hasta el sosiego que se respiraba por doquier e incluso el ritmo y la vitalidad de sus gentes, inducían a cualquier pareja a liberarse y a entregarse a su mutuo amor y pasión.

H Había desechado la idea de las Bahamas, pero quizás un viaje a Europa, ya fuera París, Londres o Viena la atrajera mucho más.

Lidia era una mujer culta, eso no lo había dudado en ningún momento, por lo que un viaje a la vieja Europa debía ser una de sus más anheladas aspiraciones.

James no podía manifestar con claridad lo que sentía por Lidia. Sus sentimientos eran muy difíciles de describir. De lo que sí estaba seguro era de su gran anhelo por verla, estar con ella y tocarla. Pensaba en ella a todas horas y su espíritu, más bien escéptico e indiferente antes de conocerla, se había vuelto alegre e ilusionado, manifestándose este nuevo talante en todos sus gestos y acciones. Desde que estaban reconciliados, se sentía más jovial y vital, aunque aún se negaba a creer que lo que sentía por esa mujer fuera amor. No quería pensarlo y menos aceptarlo. No podía ser.

James Vantor III no podía estar enamorado de una mujer corriente, de clase media y además hispana. Él quería a Lidia de otra forma.

Reconocía que esa hispana se le había metido en la sangre y sería muy difícil que la olvidara alguna vez, pero podía tenerla sin llegar a ningún tipo de compromiso formal. No podía traicionar a su familia, a su gente y arriesgar su posición en la sociedad casándose con una mujer que no encajaba en su mundo.

James frunció el ceño después de hablar con Lidia. Una vez más ella le había llamado para cancelar su cita. No quería creerlo, pero algo le decía que ella estaba empezando de nuevo a querer distanciarse de él. Ahora, más que nunca, debía convencerla u obligarla como fuera a emprender con él el tan soñado viaje.

— Lldia, cariño — empezó diciendo un día mientras paseaban— , debo hacer un viaje de negocios a París, una ciudad preciosa que todo el mundo debería conocer, y... — siguió un poco dubitativo— me haría mucha ilusión que me acompañaras — terminó con los ojos brillantes de excitación y expectativa.

La joven se quedó muda de asombro.

— ¿París? — consiguió decir cuando pudo reaccionar— ; me encantaría, James, pero no puedo ir; ahora mismo tenemos mucho trabajo — se excusó ella.

— Seguro que en el trabajo te pueden sustituir. Ya lo han hecho otras veces. Por favor, dime que sí — le rogó— . París es una ciudad maravillosa, la ciudad ideal para los enamorados — comentó con una sonrisa insinuante— . Serán unos días inolvidables para los dos; por favor, acepta.

Lidia se estremeció. La idea le entusiasmaba. También reconocía que aventurarse a viajar a una ciudad tan romántica con James era como meterse en la boca del lobo. Hasta ahora todo había salido bien, pero no quería tentar más a la suerte; por otro lado..., ¡cómo iba a negarse después del gran favor que él le había hecho!

Se encontraba en un dilema. Le debía mucho a James, y de momento, eso era lo único que él le había pedido. No podía negarse y ambos lo sabían.

— No puedo contestarte ahora, James. Debo hablar primero con el señor Clark.

— Lo comprendo. Por favor, procura arreglarlo cuanto antes — sugirió con ojos ardientes.

Aunque sus nietos habían querido ocultarle todo lo ocurrido con Lidia, Rose Asder sospechaba que algo estaba sucediendo. No era normal que el abogado de la familia les hiciera tantas visitas seguidas.

— Parece que hay mucha actividad en la casa últimamente — comentó un día su doncella.

— ¿Por qué lo dices? — preguntó la señora Asder con cautela.

— No lo sé exactamente, señora, pero, aparte de los policías...

— ¿Cómo dices? ¿Es que acaso ha estado algún policía aquí?

— preguntó extrañada.

— Sí, señora, varias veces.

Rose Asder se quedó pensativa y dedujo que si su yerno y sus nietos no le habían comentado nada era porque no querían que ella se enterara de lo que pasaba. No le quedaba más remedio; tendría que pasar a la acción por su cuenta.

Sean y Brian eran sus únicos nietos y ella los quería, pero hubiera preferido que no fueran tan ambiciosos como su padre. Si bien no podía quejarse de la forma en que llevaban los negocios, si no fuera porque ella los obligaba a tenerla al tanto de todo, sin duda harían muchas cosas a sus espaldas... o lo contrario de lo que ella deseaba.

Al día siguiente pidió el coche a primera hora y se dirigió al despacho de su abogado.

Para él fue una sorpresa encontrarla allí tan temprano, y su expresión seria le hizo deducir que venía por alguna cuestión muy importante.

— Espero no entretenerte mucho tiempo; tan sólo quiero saber qué se traen mi yerno y mis nietos entre manos — preguntó directamente.

— No sé a qué se refiere, señora Asder — susurró el abogado para ganar tiempo.

— Me refiero a tus idas y venidas a mi casa y a la presencia de la Policía — dijo sin rodeos.

El abogado intentó zafarse de las preguntas no dando importancia a lo que había ocurrido. Ante la decidida expresión de la dama y su insistencia en saberlo todo, no le quedó más remedio que hablarle de lo que había pasado con la hispana.

Aunque no conocía a la chica, Rose no había olvidado lo que le contó su nieto acerca de esa cruz. Había pensado día y noche en ello, temiendo y a la vez deseando que todo se aclarara. Ahora, después de haber oído el relato del abogado, se daba cuenta de que su yerno debía haber averiguado algo sobre esa chica cuando tenía tanto interés en deshacerse de ella.

Solamente su difunto marido y su hija Jennifer habían estado al tanto del embarazo de su hija Rose Mary. De ello hacía ya muchos años, pero ni siquiera el tiempo había impedido que el triste recuerdo de la muerte de su hija pesara como una losa sobre su corazón. Sólo ella era la culpable y a ella le correspondía hacer justicia. Antes debía cerciorarse, estar completamente segura de lo que todo su ser proclamaba.

Lidia se quedó muda de asombro cuando la persona que estaba al otro lado del teléfono se identificó como Rose Asder. No estaba muy segura de poder hablar coherentemente. Sólo la confianza y la tranquilidad que le transmitió la señora la ayudaron a contestar con serenidad.

Intercambiaron pocas frases por el teléfono, aunque sí las suficientes como para quedar a comer al día siguiente en el restaurante de un hotel.

Lidia durmió mal esa noche, pensando en el momento en el que conocería a su abuela. Nunca lo había considerado; sin embargo, ahora que tenía la oportunidad de verla por primera vez, se sentía nerviosa y vulnerable ante los nuevos acontecimientos que estaban sucediendo en su vida. Sus pensamientos pasaron de Rose Asder a James, su primera fuente de preocupación. Aún no había accedido a su petición de acompañarle a París. Aunque se habían visto en tres ocasiones desde entonces, Lidia sabía que era cuestión de tiempo que ella aceptara su invitación. Pensando con sensatez, sabía que no debía ir. Sin embargo, fiel a sus principios, no pagaría la generosidad de James con un desaire.

Lidia entró en el hotel y se dirigió directamente al restaurante.

Preguntó a un camarero si había llegado la señora Asder y él le pidió que le acompañara. Había bastante gente comiendo, sobre todo señoras muy elegantemente vestidas. Lidia solamente la había visto en fotografías de hacía mucho tiempo y en la calle durante unos segundos, pero enseguida la reconoció. Su bello rostro, a pesar de la edad, era inolvidable. Su pelo, rubio y muy bien peinado, no se parecía al de ella, que era castaño. Tampoco eran iguales el color de los ojos. Rose Asder los tenía de un cálido tono azul, mientras que ella los tenía castaños claros, "del color de la miel", según decía James.

Cuando Lidia llegó a la mesa, Rose Asder le alargó la mano con simpatía y la invitó a sentarse. Todavía no se explicaba cómo había sido capaz de pronunciar una palabra. Su emoción al ver a esa bella mujer, exactamente igual a su querida hija, la había conmocionado por completo. Si en algún momento dudó de la veracidad acerca de la identidad de esa chica, ahora estaba completamente segura de que era su nieta.

— Es usted muy guapa, señorita Villena, y además alabo su buen gusto — expresó con sinceridad mientras contemplaba con ojos admirativos el sencillo, pero elegante atuendo de Lidia. Le había sorprendido el bonito estilo de la joven.

Lidia le agradeció el cumplido con una sonrisa.

— Estará preguntándose por qué la he citado hoy aquí; pues bien, querida, lo he hecho para disculparme por la equivocación que cometió mi nieto con usted. No la he llamado hasta ahora porque no sabía nada de este desafortunado asunto — explicó Rose Asder con franqueza— . Me avergüenzo de lo que ha pasado y espero que usted pueda perdonarnos.

Todo en ella la conmovía, pensó Lidia: su tono de voz, sus palabras, su tierna mirada...

— Los perdoné hace tiempo, señora Asder. Todos cometemos errores y sus nietos han sabido rectificar a tiempo — dijo intentando tranquilizarla, convencida, por otro lado, de cuál había sido la intención de los Abock.

Rose sonrió agradecida y miró ensimismada la cruz que Lidia lucía como único adorno. Ella sabía por qué la miraba tanto; sin duda la había reconocido. Lidia se mantuvo en silencio. Antes de salir de casa se había propuesto ser prudente y no ser ella la que diera el primer paso.

— Esa cruz es muy bonita... ¿me permite? — preguntó Rose un tanto dubitativa mientras alargaba la mano para tocarla.

Lidia se acercó un poco más para que la señora Asder pudiera verla mejor.

Los dedos de la dama temblaron al tocarla después de tantos años, y sin poderlo evitar, sus ojos se humedecieron. Lidia lo notó y la miró con compasión, sintiendo una gran simpatía por esa mujer.

— A mí también me gusta mucho, tanto que la llevo desde que nací.

Rose necesitó unos segundos para recuperarse de la emoción que la embargaba. Lidia la observaba con benevolencia, comprendiendo la conmoción que acababa de sufrir esa pobre mujer al verla y al reconocer la cruz. Ella no sabía qué motivos habría tenido esa familia para haberla abandonado, pero acababa de ver en los ojos de Rose Asder el reflejo de todo el sufrimiento acumulado durante esos años. Todo el mundo tenía motivos para proceder de una determinada forma en un momento concreto, y ella o quien fuera de la familia, debió tener una razón muy poderosa para entregar a una niña en adopción.

Lidia estaba ya más que convencida de su conexión biológica con la familia Asder. De todas formas, no le correspondía a ella aclarar las cosas; si esa familia quería volver a aceptarla, tendrían que ser ellos los que se lo pidieran; de ninguna manera se impondría a unas personas que no la quisieran.

Rose estaba perpleja del sentimiento de afectividad e incluso de cariño hacia esa chica que había aflorado en ella nada más verla.

Sólo pensar que era la hija de su querida y añorada Rose Mary era suficiente para quererla, aunque no la hubiera tratado antes. De todas formas, Rose siempre había sido una mujer práctica y sensata, por lo que no quiso precipitarse llevada por el sentimentalismo.

Acababa de hacer un trascendental descubrimiento en su vida, tan importante para ella que no estaba dispuesta a dar ningún paso en falso. Tenía que reflexionar y descubrir la mejor forma para todos de volver a integrar a su nieta en la familia. Era consciente de las habladurías que esta decisión llevaría consigo, empezando por su propia familia, pero estaba dispuesta a todo con tal de recuperar a su nieta y reconciliarse consigo misma y con su hija muerta.

Ambas mujeres charlaron de diversos temas, entre ellos del programa que Lidia tenía pensado hacer en la radio. En un principio, esa idea había tenido como única finalidad introducirse en casa de los Abock y charlar con Rose Asder. Ahora que su abuela le preguntaba por ese proyecto, Lidia no tuvo más remedio que seguir adelante.

Después de una hora de amena conversación, la joven se despidió de la señora Asder sintiéndose un tanto desconcertada ante su actitud gentil, pero indiferente hacia ella. Durante unos momentos había pensado que Rose la había reconocido e incluso la aceptaba. Ahora veía que se había equivocado. Su congoja al ver la cruz había estado motivada solamente por los recuerdos que le traía ese colgante. Su difunta hija debió haberlo usado antes de morir y no se sabe por qué vericuetos había llegado a la familia biológica de Lidia. Había asociado las palabras del joyero y la actitud de los Abock con la idea de que ella descendía de esa familia. Al parecer, se había equivocado. Rose Asder había sido muy amable, pero en ningún momento había dado ningún indicio de tener ninguna clase de parentesco con ella. A partir de ese día se propuso controlar su imaginación y proceder con más lógica. Era absurdo continuar alimentando una fantasía estúpida.