12

El chófer los llevó con rapidez por las calles de Boston.

James aprovechó este tiempo para hacerle preguntas a Lidia. Ella contestó con sinceridad aunque, al igual que en su despacho, no le habló acerca de lo que había descubierto sobre su nacimiento.

James la creyó por completo. Ellos dos nunca se habían llevado muy bien, pero conocía la honestidad y la integridad de Lidia. Esa acusación era absurda y averiguaría los motivos que habían llevado a los Abock a poner esa denuncia.

Una vez en el juzgado, se encontraron con el abogado de los Abock, que no pudo disimular su sorpresa cuando vio que James Vantor era el defensor de la hispana. Ambos se conocían desde hacía mucho tiempo, y los dos eran considerados como abogados de prestigio.

— Pero... ¿tú eres el abogado de la... quiero decir, de la señorita Villena?

— Sí, yo la defenderé en este enredo absurdo que han armado tus clientes. No sé qué se traen entre manos, pero todo esto me parece una estupidez — aseveró James con vehemencia, de compañero a compañero.

E El otro abogado no salía de su asombro. El caso parecía muy fácil, siempre que no tuviera como oponente a James Vantor. Era considerado un peso pesado dentro de la abogacía, al que todos admiraban y respetaban y, desde luego, como se lo propusiera, podía hacerles mucho daño.

James se lo presentó a Lidia y los tres hablaron en privado antes de hacerlo con el juez.

Lidia volvió a contar todo lo que había sucedido y ambos abogados, expertos en su oficio, la creyeron. El defensor de los Abock no lo reconoció, naturalmente, pero su instinto profesional le decía que esa mujer no mentía y que sus clientes escondían algo.

A los Abock no les gustó nada que el prestigioso James Vantor fuera el abogado de la hispana.

— Eso cambia las cosas, Sean — le advirtió el letrado— . James es un magnífico abogado y bastante duro.

— Pero tú también lo eres, ¿no? — preguntó el joven con altivez.

— Estoy a su altura, pero te aseguro que, sin pruebas, me será mucho más difícil ganar el caso teniendo en el estrado a un rival como Vantor.

Sean se levantó con furia y se sirvió una copa.

— Entonces tendremos que hacer aparecer pruebas que la inculpen — sugirió con torpeza.

— ¡No! — gritó su padre al ver la perplejidad que reflejaba el rostro del abogado— . Hay que hacer las cosas bien — dijo con fingida suavidad y dirigiéndole a su hijo una mirada de recriminación— . Los documentos han desaparecido. Al parecer, esa chica se considera inocente y no hay pruebas contra ella. Lo único que haremos será entregarle un buen cheque a cambio de su promesa de que abandonará la ciudad. Esa hispana es una periodista demasiado curiosa para que la tengamos siempre revoloteando alrededor.

— ¿Estás seguro, Thomas? — preguntó el abogado, inocente de todo.

— Sí, la coincidencia de la desaparición de los documentos con la visita de la señorita Villena, y dado su interés por conseguir información sobre nuestra familia, nos llevó a pensar que había sido ella la que se los había llevado — explicó Thomas Abock— . Quizás nos hayamos precipitado, así que retiraremos la denuncia a cambio de su salida de Boston — les comunicó sin lugar a réplica.

El abogado estaba perplejo por el cambio que Thomas Abock le había dado al caso. A pesar de sus dudas, no se atrevió a discutir su decisión. Estaba desorientado por todo lo que había pasado.

Intuía que el padre y los hijos tramaban algo, pero no sería él quien se pusiera a investigar. Hacía mucho tiempo que eran buenos clientes suyos y no estaba dispuesto a perderlos por saciar su curiosidad.

Al día siguiente llamó a James Vantor y le comunicó la oferta de sus clientes.

James puso el grito en el cielo nada más oír la propuesta. No solamente porque sabía a ciencia cierta que en ese caso había algo raro que se le trataba de ocultar, sino también porque no permitiría que Lidia se fuera de Boston.

Desde que Lidia fue denunciada, James y ella se veían todos los días para hablar del caso. Unos días quedaban para comer y otros para cenar. Lidia acudía a esas citas con más ilusión de lo que hubiera sido prudente, y para su desasosiego, empezaba a acostumbrarse a la compañía y gentileza de James. Los dos se comportaban como una pareja de amigos, pero a veces, alguna mirada, un susurro o una caricia por parte de él, delataban los sentimientos de ambos. Aunque Lidia le quería, eso ya lo sabía desde hacía tiempo, aún no podía precisar los sentimientos de él. Intuía que James sentía algo por ella; sus gestos, su mirada, su dedicación y atención, eran síntomas claros de que ella no le era indiferente, pero... ¿era amor? No lo podía saber si él no se lo decía y James sólo había hablado de deseo y atracción.

Lidia reconocía que esos días estaban siendo maravillosos. Las circunstancias de la vida habían decidido que tuviera la oportunidad de conocer cómo era realmente James Vantor, y tenía que reconocer que le encantaba. Despojado de su coraza de arrogancia y orgullo, a los ojos de Lidia se mostraba como un hombre agradable, cortés e incluso enamorado de ella. Visto desde fuera parecía el novio más atento que mujer alguna pudiera encontrar. De todas formas, ella no quería hacerse ilusiones. Lidia disfrutaba de cada instante que pasaba a su lado, pero en ningún momento le dio pie para que él se atreviera a profundizar en su relación. James prefería esperar un poco más antes de intentar un nuevo acercamiento en serio.

El gesto grave de James inquietó a Lidia.

— ¿Qué ocurre? Pareces malhumorado — le preguntó nada más verle.

James la ayudó a sentarse antes de contestar.

— Desde el principio sospeché que los Abock ocultaban algo.

Esta mañana me lo han confirmado con toda claridad.

Lidia lo miró extrañada.

— Me ha llamado a primera hora el abogado de los Abock y sin muchas explicaciones me ha dicho que sus clientes retirarán la denuncia si tú te comprometes a irte de Boston. Eso sí — prosiguió con mofa— , previa entrega de un suculento cheque. ¡Qué desfachatez! — exclamó con ira— . ¡Con quién creen que están tratando...?

Lidia mostró sorpresa, sin embargo comprendió en esos momentos cuál era el juego de los Abock. Todo el montaje de la cita en su casa y la acusación del robo de documentos había tenido como único fin echarla de Boston para que no hablara.

Era un plan muy bien estructurado y... bien pensado... quizás a ella le viniera bien. Era la coartada perfecta para alejarse de James y tener a su hijo en paz.

— Por supuesto — continuó James— , le he anticipado que tú no aceptarías ese trato y que iríamos hasta el fondo de esta cuestión — señaló con firmeza.

Lidia se movió incómoda en la silla y le dirigió una mirada vacilante.

— No sé, James... — disimuló ella— ; estoy muy alterada con todo esto y quizás me venga bien alejarme de aquí por un tiempo — comentó como en un susurro.

James la miró decepcionado.

— No puedo creer que estés hablando en serio.

— No he decidido todavía nada. No aceptaré el cheque, por supuesto, pero me consolará y me tranquilizará mucho verme rodeada de mi familia.

James suavizó su gesto.

— Lidia, comprendo que te sientas nerviosa y que desees a veces tirar la toalla y refugiarte en los brazos de los tuyos — la consoló él— , pero ese no es el mejor método para solucionar los problemas.

Hay que luchar y seguir adelante — la animó cogiéndole la mano.

Lidia notó su calidez y se sintió segura con su protección.

— No puedes irte ahora, Lidia, y además... yo no deseo que te alejes de mí — agregó mirándola con ternura.

Lidia vibró con sus palabras, notando cómo todo su ser se despertaba radiante ante su intensa mirada.

— Gracias, James; yo también estoy a gusto a tu lado, pero deseo olvidar este desafortunado asunto. Creo que la mejor forma de conseguirlo es abandonar Boston por un tiempo.

— ¡No, Lidia, no lo permitiré! — exclamó furioso— . Yo soy tu abogado porque tú me lo pediste, y debes dejarte aconsejar por mí.

Hemos de continuar con el caso y llegar hasta el fondo...

Lidia no quería enfadarlo más ni levantar ningún tipo de sospechas que le movieran a indagar por su cuenta.

Mirándole con ternura y sin separar su mano de la de él, habló quedamente.

— No sigas, James. Sé lo que te debo y valoro mucho tu ayuda, pero, por favor, respeta mis sentimientos. Pese a que no es mi deseo continuar con esto, alabo tu profesionalidad al querer solucionar este caso — intentó hacerle comprender con ojos de súplica— . Quiero olvidarme de este asunto, y para ello lo mejor es hablar con los Abock.

— ¡No te irás, Lidia! — exclamó con miedo— ; prométeme que no te irás — le pidió apretándole la mano y mirándola con expresión angustiada.

— James, por favor, no me hagas prometer nada ahora. Estoy nerviosa y desconcertada. Lo único que deseo es acostarme con la tranquilidad de que esta pesadilla ya ha terminado.

Bien, bien; si, efectivamente, lo que quieres es ir a ver a tus padres, puedes hacerlo y volver al cabo de unos días, pero de ninguna manera debes acceder al chantaje de los Abock — insistió él.

— Yo no quiero pensar que sea un chantaje. Simplemente, todo ha sido una equivocación. Ellos lo han reconocido y desean dar por terminado el caso de la forma más fácil: pagando y deshaciéndose de la víctima — explicó con realismo.

— Si ves tan claro lo que sucede, ¿por qué claudicas? — preguntó exasperado.

— Ya te lo he dicho, James, porque deseo terminar con este penoso asunto. Por favor, consígueme una cita con los Abock y hablemos como personas civilizadas.

James suspiró, sintiéndose derrotado.

— No entiendo tu actitud, Lidia. De todos modos, haré lo que me pides. Espero que algún día no te arrepientas de esto.

Todos se reunieron en el despacho de James. Los Abock prometieron retirar la denuncia, pero no consiguieron que Lidia abandonara Boston. James se opuso tajantemente.

De momento debía seguir allí hasta encontrar un lugar seguro para esconderse durante su embarazo. Miami era un sitio demasiado evidente; ese sería el primer lugar donde James la buscaría en el caso de que quisiera hacerlo.

Lidia no se iría de la ciudad, pero sí prometió a los Abock no volver a molestarlos.

James no estuvo de acuerdo con lo que se quedó en la reunión.

Como profesional sospechaba de los Abock y de los motivos que habían tenido para montar todo ese circo. No obstante, respetó el deseo de Lidia y procuró intervenir lo menos posible. Ella parecía contenta, y eso era lo más importante para él. A partir de ahora su relación cambiaría y aprovecharían todo el tiempo que habían perdido.

— No pongas esa cara de circunstancias, James. Todo ha terminado ya y yo estoy satisfecha; por favor, alégrate tú también — le pidió cuando se quedaron solos. Lidia le acarició el rostro tiernamente y le dio un beso— . Has sido muy comprensivo, James.

Gracias.

La ternura de Lidia lo desequilibraba por completo, lo incapacitaba para pensar coherentemente. Cuando ella le sonreía y desplegaba toda su dulzura con él, un incontrolable impulso de abrazarla y besarla lo dominaba. En esos momentos sólo ella existía para él, como si fuera el aire que respiraba o el agua que le refrescaba. Lidia era su vida y sólo con ella quería estar.

— Tu felicidad es la mía, Lidia — dijo abrazándola con ternura— , y cualquier cosa que te haga dichosa me llena a mi también de alegría.

Permanecieron durante un rato abrazados, disfrutando de la calidez del otro y del violento latido de ambos corazones. Era un momento mágico, pleno. Lidia era suya, ambos se pertenecían, y James deseó que esos instantes jamás pasaran.

Esa noche fue Lidia la que pagó en el restaurante.

— Digamos que es la mejor forma que tengo de darte las gracias por haberte tomado tanto interés por mi problema — dijo dedicándole una bella sonrisa.

James la miró fijamente y levantó una ceja para mostrar su duda.

— ¿La mejor forma...?

— ¡James...! — le recriminó ella sin poder evitar una sonrisa de complicidad.

Desde que estuvimos... juntos en tu casa no hemos tenido ocasión de hablar reposadamente.

Era mejor olvidar su última cita tras el encuentro en su casa, había sido demasiado desafortunada.

— Fui muy feliz, Lidia, como no lo había sido nunca, pero...

debo pedirte perdón por mi brusco comportamiento — dijo azorado— .

Había soñado muchas veces con tenerte, y te aseguro que nunca hubiera podido pensar que mi cortejo inicial pudiera ser tan poco...

caballeroso. Estoy arrepentido, mi conducta no tiene justificación...

Lidia lo miró conmovida y le cogió la mano.

— Tu ira se basaba en muy buenas razones, James. Si bien es cierto que cuando planeé engañarte con la falsa cita en el jardín, yo también estaba muy enfadada, me porté muy mal. Me arrepentí enseguida, de hecho pensaba disculparme al día siguiente — confesó sosteniendo su tierna mirada— . Aun así, y a pesar de ese desastroso inicio, nunca me he arrepentido de haber hecho el amor contigo.

Fuiste un maestro paciente y cariñoso, y... bueno, creo que esa noche fue la más intensa y hermosa de mi vida.

Los ojos de James brillaban emocionados. Era un milagro que Lidia lo hubiera perdonado y más todavía que, al igual que le ocurría a él, considerara ese encuentro como el más maravilloso de su vida.

— Todas serán así, amor. Tú y yo...

— James, por el momento...

James enseguida se dio cuenta de que se había vuelto a precipitar. Lidia se le había entregado en un momento de pasión, de arrebato amoroso. Él la había seducido, sacando de ella toda la ternura y pasión que guardaba en su interior, pero ahora era distinto.

Si quería que esa relación prosperase tenía que ir despacio, dando cuidadosos pasos que los llevaran a los dos a la cima de la felicidad.

— Te entiendo, Lidia, no te preocupes. No quiero imponerme a ti ni obligarte a nada que no desees. Nos trataremos y nos conoceremos más, hasta que los dos nos sintamos preparados para vivir juntos.

Lidia agradeció su consideración. Teniendo en cuenta a lo que él estaba acostumbrado, debía significar un gran sacrificio renunciar a lo que más deseaba. Durante unos momentos de debilidad, Lidia estuvo a punto de confiarse a él por completo. Finalmente no lo hizo, no se atrevió a dar tan precipitadamente un paso que lo mismo podía elevarla a los cielos que conducirla a la más desastrosa ruina.

Prefirió darle más tiempo a James y a su amistad.

Durante las dos semanas siguientes continuaron viéndose con frecuencia. Lidia quería distanciar las salidas, pero no sabía cómo decírselo sin ofenderle. Ella se encontraba feliz con James; disfrutaba de cada instante a su lado y vivía con intensidad cada hora del día. Siempre se había considerado una persona con suerte.

Su vida había sido feliz al lado de unos padres que la adoraban y de unos amigos que siempre le habían entregado todo su cariño y su lealtad. Ahora se daba cuenta de que nada de lo vivido anteriormente se podía comparar con la profundidad de sus sentimientos hacia James. Era una pena que ella, que era una mujer dulce y apasionada, tuviera que guardarse sus emociones sin poder transmitírselas a la persona que amaba. Tenía que ser así; por mucho que quisiera a James. Nunca sería feliz con él si ese amor no era igualmente correspondido. Muchos días se levantaba con la firme resolución de cortar definitivamente con James, pero sus sentimientos la tenían atrapada. Lo que su razón lógica decidía por la noche, su corazón lo desbarataba por la mañana. Lidia se sentía completamente confundida. Por una parte, cada día le resultaba más difícil prescindir de él y de su cariño, y por otra era consciente de que seguir con James era como encaminarse despacio hacia un precipicio. Debía adoptar una resolución lo antes posible; de no ser así, tarde o temprano pagaría las consecuencias.