24
La nueva casa de Lidia estaba prácticamente vacía aún.
Apremiada por Irving, había recorrido con él varias tiendas de muebles, pero tomaba las decisiones con lentitud. Si bien deseaba que su casa quedara bonita, quería sobre todo que fuera lo más práctica posible. Michael y ella necesitaban pocas cosas para estar a gusto, así que convenció a Irving de la conveniencia de elegir lo estrictamente necesario.
— Eres una persona especial, Lidia. Cualquier mujer que tuviera la oportunidad que tú tienes de amueblar una casa sin mirar los gastos, compraría muchísimas cosas por el mero hecho de que le gustaran, sin pararse a pensar si eran prácticas o no. Sinceramente, querida, creo que eres demasiado austera — la acusó Irving— . Tu encanto y tu belleza merecen un marco hermoso e incluso lujoso, pero... no te preocupes — la tranquilizó él— , no voy a obligarte a comprar lo que no quieras; tan sólo he expresado una opinión.
— Y yo la respeto. De verdad que no necesito el lujo para vivir.
Irving la miró fascinado, cada día más perplejo de la sencillez de esa mujer.
Lidia no podía perder tiempo. Los días pasaban con rapidez y la fecha de la citación ya no estaba lejana. Lo que más la desasosegaba y reclamaba con más urgencia toda su atención era L conectar con James y convencerle, empleando las artimañas que fueran necesarias, de que no podía quitarle a Michael sino compartirlo. Nunca hubiera pensado que algún día le ofrecería a James esa alternativa. Sin duda eso era preferible antes que perder a su hijo para siempre.
— Me he enterado de que James Vantor no hace tanta vida social como antes — le dijo un día Irving— . Sólo acude a alguna que otra fiesta o acontecimiento social importante. Si quieres coincidir con Vantor es primordial que te metas en sociedad. Yo conozco a mucha gente, así que a partir de ahora no rechazaré ninguna invitación.
Lidia le sonrió expectante. Rápidamente, su rictus alegre se tornó sombrío al notar cómo el semblante de Irving cambiaba bruscamente su expresión.
— ¿Sucede algo, Irving?
— No se me había ocurrido antes. Pensándolo ahora detenidamente, no creo que sea buena idea que James te vea conmigo en todas partes. No lo sé con seguridad, pero sospecho que debe estar resentido además de celoso de mí; pienso que sería una torpeza por nuestra parte enfadarlo todavía más — admitió con bastante lógica.
Lidia estuvo de acuerdo con su razonamiento. Ella sabía muy bien que sus sospechas eran una realidad.
— Tienes razón, Irving. En un caso como éste, el factor sorpresa es esencial. Me temo que, nada más verte, James se pondría en guardia y a la defensiva — reconoció analizando detenidamente todos los puntos— . Lo que yo deseo es desconcertarlo, conseguir que se pregunte qué hago allí y quién me ha invitado. He de despertar su curiosidad e incluso su suspicacia respecto a mí. James no se atreverá a preguntarle a nadie, es demasiado orgulloso para eso, por lo que no tendrá más remedio que dirigirse a mí si quiere averiguar cuál es mi juego.
— Muy buena idea, pero ¿has pensado en alguien como tarjeta de presentación?
— Sólo se me ocurre una persona, y no sé si estará dispuesta a ayudarme — contestó pensativa— . Me refiero a Rose Asder.
— Es una magnífica elección. Rose conoce a todo el mundo aquí. Con ella no tendrías ninguna dificultad en acceder a las mejores casas de Boston.
"¿Mejores?" se preguntó Lidia con ironía. Que fueran ricos y poderosos no quería decir que fueran mejores que los demás. Lidia sabía que había gente buena y gente mala en todas las capas sociales, no se podía generalizar..., pero también estaba segura de que la riqueza desmedida corrompía; prefería la sencillez y generosidad de los más humildes.
Rose Asder sufrió una sacudida cuando reconoció la voz de Lidia al otro lado del teléfono. Desde que la había visto la última vez en octubre, había esperado su llamada. Había estado muchas veces a punto de telefonearla, pues sabía que se alojaba en casa de Irving Longley, pero no quería agobiarla. Ahora que era ella la que la llamaba, su corazón saltaba de alegría. Había pensado continuamente en su nieta, haciendo planes y disfrutando en su mente de las alegrías que ella le daría a partir de ahora. Se le había hecho largo el tiempo. Ahora, ¡por fin! Lidia acudía a ella.
Igual que la primera vez que se vieron, quedaron en el retaurante del mismo hotel. En esa ocasión fue Lidia la primera en llegar. El camarero la llevó hasta la mesa reservada y le ofreció una copa mientras esperaba. Ella aceptó contenta. Esa nueva oportunidad la mantenía alegre y esperanzada. Unos minutos después de que el camarero le sirviera una copa de vino blanco, llegó Rose Asder, llenando el salón con su belleza y su elegancia. Lidia la miró admirada y la saludó con calidez. Rose la besó con afecto y le sonrió con ternura.
— Querida niña: estás aún más guapa que la última vez que te vi — afirmó, orgullosa de la belleza de su nieta.
Lidia le dio las gracias con un cierto rubor.
— Ni comparación con su atractivo y su elegancia — contestó con franqueza.
— Gracias, cielo; los piropos a mi edad siempre son bienvenidos.
Lidia rió con espontaneidad.
— Bien, como a partir de ahora espero que seamos amigas — afirmó la dama ligeramente titubeante— , te ruego que me llames Rose.
Lo de "señora Asder" es demasiado formal, y contigo no quiero formalidades sino naturalidad.
La joven la miró desconcertada.
— Ya sé que debo explicarme mejor, pero es que... bueno, después de pensar durante mucho tiempo lo que iba a decirte, ahora resulta que no hablo con coherencia — se disculpó Rose, nerviosa.
Lidia no sabía a dónde quería llegar esa mujer, pero su agitación le indicaba que trataba de decirle algo importante.
— Querida — continuó la señora Asder turbada— , mis nervios me destrozarán si no aclaro contigo ciertos aspectos de tu nacimiento — concluyó a bocajarro ante la hilaridad de la joven— . Ya sé que esto es inesperado para ti y que te estarás preguntando si me he vuelto loca, pero ¿te importaría contestarme a algunas preguntas?
— Claro que no, Rose, pregunta lo que quieras.
Ambas estuvieron hablando durante más de una hora de sus respectivas vidas, aclarándose mutuamente todo lo que se habían estado preguntando durante mucho tiempo.
Rose sacó el pañuelo para enjugarse las lágrimas. Lidia la miró apenada.
— No debes sentirte culpable, Rose. Tú hiciste lo que creíste mejor para tu hija — dijo Lidia para animarla— . Tenías tus planes para ella y estabas convencida de que eran los mejores para su felicidad.
No es de extrañar que al enterarte de su embarazo se te cayera el mundo encima. La noticia hubiera generado un escándalo que tú no estabas preparada para afrontar — continuó tratando de calmarla.
— Hay veces que uno daría cualquier cosa por reparar los errores cometidos. Desgraciadamente, eso casi siempre es imposible — se lamentó acongojada.
— No estoy de acuerdo. Con el paso que has dado conmigo has enmendado tu equivocación con tu hija. Todo está perdonado, Rose, y así tienes que considerarlo a partir de ahora.
— Pero tú...
— Yo he sido muy feliz. Gracias a Dios me entregasteis a un matrimonio maravilloso que me crió con cariño y dedicación. Te digo sinceramente que no cambiaría mi vida por ninguna otra, aunque también es cierto que estoy muy contenta de haberte conocido — admitió con sinceridad— . Estoy muy orgullosa de tener una abuela como tú — continuó emocionada— , y de saber que mi madre fue una gran mujer.
Rose la abrazó, sintiéndose feliz de que su nieta la comprendiera y la aceptara.
— Sí, era una buena chica y debes saber que tú fuiste fruto del amor. Rose era una chica sencilla y cariñosa. No era sofisticada, ni vanidosa ni orgullosa. Su belleza y su naturalidad atraían a los hombres, por esa razón yo tenía muchas esperanzas en su futuro.
Me parecía que se merecía lo mejor, un príncipe por lo menos — explicó con tristeza— , y ahí estuvo mi error. Mi ambición no me dejó ver la belleza de las cosas sencillas de la vida, como es el amor puro, el que sentía mi hija por ese estudiante francés y él por ella, la entrega desinteresada, la generosidad sin límites... A partir de su muerte cambié, pensando que había sido como una especie de castigo divino — confesó abiertamente— , y todavía arrastro la pena de haberle negado a mi hija la felicidad. Ahora que te he encontrado y que me has perdonado, siento como si ella me perdonara también y descansara por fin en paz.
Lidia le cogió la mano con afecto y se la apretó, tratando de transmitirle todo su cariño y apoyo.
— Todos cometemos errores y necesitamos ser perdonados. A partir de ahora, lo que debemos hacer es mirar hacia el futuro con esperanza y optimismo — afirmó alegre— . Nos hemos encontrado y ya no nos separaremos, querida abuela — dijo con lágrimas en los ojos.
Rose no cabía en sí de gozo. Era una mujer afortunada, y a partir de ese momento, aunque sin olvidar jamás a su adorada hija, rompería con el pasado y dedicaría su futuro a construir la felicidad de su nieta.
— ¡Qué ilusión me ha hecho que me llames abuela! A partir de ahora te presentaré como mi nieta y todas sabrán...
— No, abuela — la interrumpió Lidia con energía— . No quiero que sea manchada la memoria de mi madre, y tú sabes muy bien las habladurías que suscitaría la noticia de mi aparición.
— A mí ya no me importan los cotilleos. Nada ni nadie podría empañar la alegría que siento por haberte encontrado.
— Eso ya lo sé. Lo que no quiero es que el nombre de mi madre sea arrastrado por el fango. Lo pasado, pasado está, Rose, así que, por favor, te ruego que no desveles nuestro secreto — le suplicó Lidia.
— Pero eso me parece injusto para ti.
— Yo no lo considero así. Estoy muy orgullosa de ser tu nieta y eso no cambiará nunca, lo sepan los demás o no.
Rose movió la cabeza con expresión resignada, no queriendo ser para su nieta motivo de disgusto.
— Como quieras, cielo, pero lo que es ineludible es que formas parte de mi familia. Eres mi nieta y por tanto tienes derecho a la herencia de tu madre.
— No deseo resultar reiterativa, Rose, pero...
— En esto soy inflexible, Lidia — exclamó tajante— . Te corresponde la parte de Rose Mary, tu madre, de la fortuna Asder, y lo recibirás, al igual que mis otros dos nietos, cuando llegue el momento. Mañana abriré a tu nombre una cuenta en un banco para que puedas vivir con comodidad.
Antes de que Lidia pudiera protestar, Rose hizo un ademán con la mano acallando lo que la joven iba a decir.
— No te estoy regalando nada, cariño. Simplemente te doy lo que te pertenece. Por favor, Lidia — le rogó cogiéndole la mano— , no me hagas desgraciada rechazando lo que he guardado para ti con tanta ilusión.
— Sólo deseo hacerte feliz, Rose, pero... en fin... no sé... — masculló nerviosa— , me he enterado de tantas cosas en una hora que... necesito tiempo para asimilarlo. De todos modos, muchas gracias por tu generosidad y cariño — añadió dándole un abrazo.
Una vez que Rose se desahogó con su nieta, contándole toda la verdad, quiso saber más de la vida de Lidia. La joven se sentía todavía confundida por todo lo que acababa de descubrir, pero ella también quería sincerarse con su abuela desde el primer momento; de hecho, esa había sido su intención cuando la llamó. La diferencia estribaba en que antes ella no sabía con total seguridad que Rose Asder fuera su abuela. Sin embargo ahora, conmovida por la revelación que la señora mayor le acababa de hacer, le daba un poco de reparo confesarle que ella también había tenido un hijo estando aún soltera.
— Mi situación tampoco es muy convencional — admitió con un suspiro— . Dentro de mi labor en la parroquia del padre López, del cual ya te he hablado, estaba la de recaudar dinero pidiéndoselo a los más ricos de la ciudad. Realizando ese trabajo tuve ocasión de conocer a James Vantor, con el que no he dejado de tener problemas desde ese momento.
— ¿James Vantor III? ¡Pero si es un partido inmejorable! — exclamó sorprendida— . Dicen que es un poco arrogante. También he oído que tiene una gran capacidad para el trabajo, ¿no es así?
— Bueno..., creo que sí — reconoció a regañadientes— . Nos caímos mal desde el principio. Yo no toleré su arrogancia y a él le desagradaron sobremanera mis respuestas, por lo que a partir de ahí fuimos enemigos. Desgraciadamente para mí, él no dejó de perseguirme, con la sola intención de fastidiarme, supongo.
— No hay más que verte para dudar de eso — murmuró su abuela con orgullo.
Lidia le sonrió agradecida.
— En los actos sociales en los que coincidíamos aprovechaba para acercarse a mí. Una de esas veces y sin que ninguno de los dos lo buscara, descubrimos, aun en contra de nuestra voluntad, nuestra mutua atracción — confesó con cierto pudor— . De ese encuentro yo me quedé embarazada y tuve un hijo: Michael.
El color desapareció del rostro de la dama, rememorando de nuevo todo lo acontecido a su hija. Momentáneamente, se dejó llevar por el pánico. Recuperando la compostura y la moderación con rapidez, se dijo con firmeza que no volvería a cometer el mismo error que había cometido con su hija.
Con afecto, y para que Lidia supiera que contaba con todo su apoyo, se inclinó hacia ella y la besó.
— Continúa, querida.
— Debido a mi triste experiencia con los Abock — señaló con suavidad para no alterar a su abuela— , necesité un abogado y tuve que acudir a James obligada por las circunstancias. Debo decir en su favor, que, a pesar de todas nuestras diferencias y de mis continuos rechazos, él me ayudó a resolver ese problema.
— ¿Eso quiere decir que os reconciliasteis? — preguntó esperanzada.
— No. A partir de ahí se precipitaron los acontecimientos y ahora somos auténticos enemigos. Sería muy fácil echarle toda la culpa a James, pero yo también he cometido una serie de equivocaciones que a él le resultan imperdonables.
Rose la miró con preocupación.
— Cometí el error de ocultarle mi embarazo y el nacimiento de nuestro hijo, por miedo a que me lo quitara. Ahora no sólo sabe todo sino que está dispuesto, en represalia, a quitarme a Michael — terminó desolada.
— Tranquila, cielo, todo se arreglará — la animó Rose— . Estoy segura de que en cuanto hables con él, solucionaréis vuestros problemas.
Lidia le habló de sus intentos de ver a James y de sus continuas negativas a entrevistarse con ella.
— Estoy desesperada — confesó compungida— . Tú eres mi única esperanza.
Rose la miró sin comprender.
Tan pronto Lidia le explicó lo que tenía proyectado para conectar con James, Rose se ofreció a ayudarla en todo momento, fraguando con rapidez en su mente el primer plan de ataque.
— Bien, niña, no hay tiempo que perder; tienes que prepararte para asistir el próximo sábado a una boda por todo lo alto — la anunció sonriendo— . Sí, no me mires con esa cara. Yo estoy invitada, y estaría por asegurar que también lo están los Vantor, aunque hasta que no estemos allí no podremos estar seguras.
Su espíritu había rejuvenecido repentinamente con esta nueva misión que Dios le había enviado. No supo ayudar a su hija en su momento, pero sí lo haría con su nieta. La ilusión renovada y la mente en activo de nuevo, la impulsaron a organizarlo todo con rapidez.
Una vez en su casa, Rose decidió hablar con su familia para que fueran los primeros en saber que debían contar, a partir de esos momentos, con dos nuevos miembros en la familia: su nieta y su bisnieto.
Después de cenar, los reunió a todos en el salón y les rogó que la escucharan con atención. La conmoción fue general nada más empezar su discurso. Su yerno y sus nietos habían temido durante mucho tiempo ese momento, y ahora que la realidad se les echaba encima, no eran capaces de asimilarlo, por lo que decidieron mostrarse incrédulos y tacharla de inocente.
— Esa mujer te ha engañado, Rose — aseveró su yerno con frialdad— . En cuanto se ha enterado de quiénes somos y de lo que puede conseguir inventándose esa historia, no ha dudado en jugar con tus sentimientos.
— Considero lógico que estéis extrañados y que penséis así, pero estoy completamente segura de que Lidia Villena es mi nieta, la hija de mi querida Rose Mary — afirmó sin ningún atisbo de duda en su tono.
Jennifer, su hija mayor, se había quedado muda de asombro.
La noticia que acababa de recibir había hecho que su mente retrocediera al pasado y volviera a recordar todo el sufrimiento de su hermana por la pérdida de su hija y más tarde por su enfermedad.
Ella fue la primera a la que Rose Mary informó sobre su estado.
Ambas estaban muy unidas y no había secretos entre ellas. Cuando su madre se llevó a Rose Mary a Europa, Jennifer se quedó muy triste y preocupada por su hermana. El regreso de Rose Mary sin su hija, la sumió también en un desesperado dolor. Superando su pena, acompañaba continuamente a su hermana, tratando con paciencia y cariño de devolverle la sonrisa.
Rose Mary jamás se recuperó de la pérdida de su hija y de su amor. No había alegría dentro de ella, por ese motivo su cuerpo, sin vida anímica, no tuvo fuerzas para soportar la terrible enfermedad que la atacó poco tiempo después.
Ahora descubría, por medio de su madre, la verdad de todo lo que había ocurrido y le parecía una pesadilla, una fantasía de su imaginación.
Jennifer miró a su madre con expresión desencajada.
— Dime que no he oído bien, mamá, que tú no engañaste a Rose diciéndole que su hija había muerto.
Rose se echó a llorar y reconoció su culpa.
— Ahora sé que fue algo horrible lo que hice y que merezco todo tu desprecio, Jennifer, pero entonces yo era distinta. Actué conforme a mi forma de pensar, a mi educación. En esos momentos, creí que eso era lo mejor para tu hermana — confesó con desaliento— . Muchas veces me he arrepentido de ello, pero he callado por ti y por tus hijos.
Enjugándose las lágrimas, continuó entre sollozos.
— Después de todos estos años de sufrimiento, Dios ha querido darme la oportunidad de arrepentirme de mi mala acción acogiendo en mi familia a mi nieta abandonada por mí. Debo y quiero hacerlo.
Por favor, no me despreciéis y ayudadme — suplicó mirando a su hija.
Jennifer, que siempre había admirado y querido mucho a su madre, siendo su alegría y su apoyo en todo momento desde que su hermana murió, no podía soportar verla sufrir. Había sido un gran golpe saber la verdad de lo que su madre había hecho, pero estaba arrepentida y una vez más necesitaba la ayuda que ella no podía negarle.
— No llores, mamá. Todos te ayudaremos y rectificaremos en lo que podamos el mal que le hicimos a esa chica.
Thomas Abock dio un respingo en cuanto empezó a notar cómo la situación se le escapaba de las manos.
— ¿No creéis que os estáis precipitando? — preguntó a las dos mujeres— . Rose nos ha contado una historia que ocurrió hace muchos años. Eso no quiere decir que la señorita Villena sea la auténtica hija de Rose Mary. Yo más bien creo que es una impostora que intenta meterse en nuestra casa — aseveró con dureza— .
Debe haberse enterado por alguien de lo que ocurrió y ahora pretende aprovechar la situación.
— Nadie sabía mi secreto, Thomas, ni siquiera mi marido — confesó apenada.
— ¿Y qué me dices de las personas que se encargaron de entregarla en adopción? — preguntó de nuevo, intentando buscar algún punto débil en su argumento.
— Desgraciadamente, la amiga que nos acompañó a Europa y que se encargó de regresar con la niña y entregarla en adopción, ha muerto hace poco. Ella jamás volvió a contactar con la persona que entregó personalmente la niña a los Villena. Fue una de mis condiciones y ella la cumplió a rajatabla — confesó Rose con contundencia— .
— Nunca podrás estar segura de ello.
— Lo estoy. Mis queridos amigos eran las personas más leales que he conocido. Cuando ocurrió lo de Rose Mary, ellos ya no eran muy jóvenes, por lo que, en recompensa por su lealtad y discreción, los aparté del trabajo y los mantuve hasta su muerte. Yo los visitaba de vez en cuando, pero nunca volvimos a hablar de la niña — explicó con detalle— . Yo personalmente encargué las cruces para mis hijas antes de saber lo de Rose Mary. Mi querida amiga las recogió un año después. Una se la regalé a Jennifer, y la otra se la puse a mi nieta antes de entregarla. Esto último no lo vio nadie, por lo que sólo yo sé, junto con Lidia y sus padres adoptivos, que ella tiene la cruz desde que nació. Esas cruces las diseñé yo. Las reconocería en cualquier parte. Para más seguridad, tienen la marca del joyero que las hizo y que es imposible de ver a simple vista.
Los Abock estaban más que convencidos de que ella decía la verdad, ya que hacía bastantes meses que conocían parte de esa historia por medio de un anciano, antiguo empleado de la casa, que había sido testigo por casualidad de una conversación clandestina entre Rose y su empleada de confianza. Se resistían a acoger a otro miembro en su familia y a tener que compartir su fortuna, pero ante la fuerza mayor del peso de la verdad y de la complicidad y amor entre madre e hija, no tuvieron más remedio que encogerse de hombros y soportar el golpe del destino. La hispana había ganado y, a su pesar, no podían hacer otra cosa que aceptarla como parte de la familia. Si se oponían a Rose, sabían que ella podía hacerles mucho daño en los negocios. El cincuenta por ciento de todas las empresas de la familia le pertenecían, y teniendo en cuenta los partidarios con los que contaba en los consejos de administración, lo más sensato era aceptar a la hispana y seguir ellos con la dirección de los negocios.
Después de consolar a su madre, Jennifer le rogó que le hablara de Lidia.
— Prefiero que la veas personalmente y te formes tu propia opinión sobre ella. El sábado la he invitado a venir conmigo a la boda de los Glaston. Ya que Thomas estará de viaje, vente con nosotras — le sugirió su madre.
— Iré encantada.
Lidia le contó a sus padres y a Irving su encuentro con Rose.
Los Villena sufrieron un gran impacto con la noticia, temiendo perder a su hija. Lidia los tranquilizó con la dulzura que la caracterizaba y les transmitió de nuevo todo su amor.
Irving la miró con ojos desorbitados cuando Lidia le dijo que había descubierto que su familia natural era la familia Asder. Él sabía que era adoptada, pero en ningún momento Lidia le había contado sus sospechas. Una vez recuperado de la impactante sorpresa, se alegró mucho de que Rose Asder, una de las mujeres más encantadoras y bellas que él había conocido, fuera la abuela de su querida amiga.
— En vista de que Dios me ha ayudado más de lo que me merezco, de momento me dedicaré de lleno a la parroquia y a tratar de convencer al cabeza dura de James Vantor — expuso más animada— . Rose se ha ofrecido a ayudarme en todo. No la defraudaré y me emplearé a fondo para conseguir lo que me propongo.
Lidia se esmeró en la elección de la ropa para asistir a la boda.
Según le había contado Rose, se celebraría en la mansión de la familia Glaston. Debido al frío invierno, la ceremonia tendría lugar en una parte del inmenso salón, siendo servido más tarde un cóctel en la misma casa.
La falda marrón de raso con una banda haciendo de cinturón de la misma tela, le sentaban muy bien y la blusa de muselina en color hueso, con flores de la misma tela en distintos marrones, le daba realce a su bello rostro. Para protegerse del frío se puso el abrigo de visón que James le había regalado. El pelo se lo había recogido en un moño, haciendo resaltar de este modo los bonitos pendientes de brillantes que Rose le había entregado como legado de su madre.
Rose y su hija entraron en casa de Irving para recoger a Lidia.
Todos se saludaron con afecto y esperaron expectantes, sobre todo Jennifer, a que Lidia apareciera. No habían pasado unos minutos cuando ella bajó deprisa la escalera. Vio a Rose nada más entrar en el salón, reparando enseguida en la bella mujer que la acompañaba y en su maravillada expresión.
— ¡Dios mío, mamá, si es igual que Rose Mary!
Rose sonrió y se acercó a Lidia.
— Ven, cariño, quiero presentarte a tu tía Jennifer, la única hermana de tu madre.
Lidia se acercó despacio hasta donde se encontraba su tía.
Cuando estuvo frente a ella, dudando sobre lo que hacer o decir, tan sólo se le ocurrió darle la mano para saludarla. Jennifer se encontraba todavía aturdida por lo que acababa de ver. Sintiéndose emocionada, no era capaz de pronunciar palabra, tan sólo miraba a Lidia con intensidad. Al ver la mano de la joven extendida, reaccionó súbitamente y la abrazó con afecto. Lidia correspondió al abrazo, comprendiendo todo lo que esa pobre mujer estaba sintiendo al tener entre sus brazos, por primera vez, a la hija de su única hermana.
Era una escena conmovedora. Irving se sentía dichoso de que a Lidia se le fueran solucionando las cosas. Bien era cierto que le faltaba lo peor, pero por lo menos ya contaba con su familia y con él mismo para respaldarla.
Las tres mujeres, plenamente felices de encontrarse juntas, hablaron sin parar durante todo el tiempo que duró el trayecto hasta la casa de los Glaston.
La mansión, tal y como esperaba Lidia, era magnífica. Fueron de las primeras en llegar. Todavía faltaba mucha gente. Durante el recorrido en coche, Lidia le había pedido a Rose que la presentara como a una amiga. Al principio ella se negó, puesto que quería que todos supieran que era parte de su familia. Ante la insistencia de Lidia, accedió.
— Está bien, respetaré tus deseos y diré que eres mi ahijada, hija de una prima muy querida para mí — le prometió su abuela.
Una parte del salón había sido bellamente adornado para la ceremonia. Había un pequeño altar al fondo de la habitación.
Delante se encontraba un banco, adornado con flores blancas, para los novios y los padrinos. Detrás se alineaban los bancos reservados para los invitados. Todos ellos estaban adornados con guirnaldas de flores multicolores que hacían que la habitación despidiera un agradable olor. Los invitados se fueron sentando en los sitios que les iba señalando el maestro de ceremonias. Las mujeres Asder fueron colocadas en el medio, al lado de otra pareja conocida de Rose.
Tanto Lidia como Rose habían intentado localizar a James, pero él no estaba allí. Lidia se sintió un poco desilusionada, pensando en la desgracia que podría suponer para ella no contactar con James lo antes posible.
Todos los invitados se encontraban ya en sus lugares y la novia estaba a punto de hacer su entrada en el salón, cuando los Vantor aparecieron y fueron colocados en uno de los últimos bancos.
La marcha nupcial sonó en el momento que la novia, del brazo del padrino, apareció por la suntuosa escalera engalanada. Con paso estudiado, bajó con lentitud, y poco a poco, con una radiante sonrisa en los labios, se fue acercando al novio, que ya la estaba esperando en el improvisado altar.
James Vantor, vistiendo un traje de chaqueta azul marino, camisa azul clara y una bonita corbata de seda, estaba muy atractivo.
Él conocía a casi toda la gente que se encontraba allí, según había comprobado tras un rápido vistazo, lo que quería decir que tendría que saludar a la mayoría de ellos nada más acabar la ceremonia.
Hizo un gesto de fastidio, cada vez más cansado de la vida social y de las conversaciones de siempre. Sus salidas habían disminuido mucho últimamente. Su ánimo, escéptico e indiferente, le había movido a aislarse, sintiéndose mucho mejor navegando solo o montando a caballo antes que asistiendo a fiestas.
Su semblante aburrido cambió repentinamente de expresión cuando un fugaz movimiento de una de las personas que ocupaban los bancos del medio, captó su atención. Observó con detenimiento la figura que le era familiar, y aunque consideraba imposible que fuera ella, siguió escudriñando absorto cada movimiento de la desconocida. Una de las veces que Lidia se volvió para contestar a una pregunta de Jennifer, el corazón de James se paralizó momentáneamente, para, inmediatamente después, palpitar desbocado con una desbordante excitación. ¡Era ella! Al comprobar que se trataba de Lidia Villena la mujer que se encontraba unos bancos delante de él, la ceremonia y todo lo que le rodeaba dejó de tener importancia. Todo se había desvanecido de pronto, quedando ante sus ojos tan sólo la figura de esa terca hispana. Su cuerpo y su espíritu habían recobrado vida nada más verla. Todo su autocontrol para dominarse de los anhelos y la pasión que sentía por ella se había esfumado con sólo saber que ella estaba cerca de él. Se despreció a sí mismo por ser tan débil ante esa mujer. Ella le había engañado cruelmente, le había ocultado el nacimiento de su propio hijo, le había negado su paternidad, había preferido vivir con un hombre mayor antes que con él, y sin embargo, ahora que la veía, después de haber conseguido con un sacrificio sobrehumano vencer su deseo por ella durante esos meses, ahora, como un imbécil, todo su ser volvía a la vida.
Después de la ceremonia, los invitados saludaron a los novios.
Lidia y su abuela se acercaron a ellos y les felicitaron. Se dirigían hacia la parte del salón donde tendría lugar el cóctel, cuando a lo lejos Lidia divisó a James mirándola fijamente. Fue un choque tremendo para su corazón, ya que había perdido toda esperanza de verlo esa noche. Se quedó parada un momento, sosteniéndole la mirada. En pocos segundos se recuperó del impacto y continuó al lado de su abuela sin hacer ningún ademán de dirigirse a él.
James estaba desconcertado. Se preguntaba qué hacía Lidia allí y por qué, al verle, no se había acercado, después de lo que había insistido en hablar con él durante los últimos dos meses. No entendía su juego y eso le molestaba. Su desazón y desconfianza le pusieron en guardia. Al comprobar que pasaba el tiempo y que Lidia ni siquiera le miraba, empezó a pensar que aquello había sido pura coincidencia. Quizás ella se había cansado de llamarle y había decidido seguir adelante con el juicio.
Lidia temblaba de pies a cabeza. Controlando el impulso de precipitarse hacia él, había conseguido dominarse y charlar alegremente como si su ánimo estuviera sereno. Para su desgracia, era muy consciente de su cercanía, lo que hacía que su esfuerzo por aparentar normalidad resultara cada vez más difícil. No mejoraba las cosas el hecho de que le encontrara cada vez más guapo. Su pelo moreno, cortado de una forma muy varonil, le favorecía muchísimo.
El fuego verde que despedían sus ojos cuando la miraban la hacía ser consciente de su mutua atracción y de su habilidad para anular su voluntad cada vez que estaban juntos. Era una situación trágica la suya y ambos lo sabían, una situación que, tarde o temprano, tendría que estallar para bien o para mal. Si no estuviera Michael por medio, la situación tendría como única solución alejarse de allí y no volver a verlo nunca más. Lamentablemente, eso era imposible por ahora, pues ninguno de ellos estaba dispuesto a renunciar a su hijo.
Tanto los Glaston como muchos de los amigos de Rose y Jennifer se mostraban muy atentos con Lidia, sobre todo los jóvenes. La joven se comportaba con bastante reserva con ellos.
Respondía a sus preguntas con cortesía, pero no les alentaba a continuar. La señora Glaston pensaba que su actitud se debía a la timidez e insistía en que conociera a más gente. Le presentó también a sus hijos y, ¡horror!: James estaba con ellos.
— Creo recordar que ya nos presentaron en otra ocasión ¿no es así señorita Villena? — preguntó James con sarcasmo.
Lidia lo miró con rabia durante unos segundos. Enseguida cambió su expresión al recordar que no podía permitirse el lujo de enfrentarse con él.
— Sí, creo que sí — contestó en un murmullo.
— ¿Y llevas mucho tiempo aquí? — preguntó tuteándola directamente uno de los Glaston— . Es extraño que no hayamos coincidido nunca.
— Eso no debe extrañarte si se trata de la señorita Villena.
Aparece y desaparece como por encanto, y te aseguro que nunca sabrás dónde ha estado — afirmó James con mordacidad.
Conque estaba dispuesto a humillarla, ¿eh? "Maldito arrogante...," pensó.
— No le hagas caso, Arthur — respondió Lidia fingiendo indiferencia— . Simplemente voy a Miami a ver a mis padres de vez en cuando.
— ¡Miami, qué lugar tan atrayente! — exclamó el otro de los Glaston— . Ya decía yo que tu naturalidad y tu alegre sonrisa no podían venir de otro sitio más que del sur — exclamó con admiración.
James empezó a ver claramente cómo las artimañas de esa mujer encandilaban a cualquier hombre y eso no estaba dispuesto a tolerarlo.
— Aquí también tenemos bellos lugares, como por ejemplo...
Rockport — sugirió incisivo, levantando una ceja— . ¿Te gusta esa zona, Lidia? Pienso que es muy sana, sin polución ni ruidos; ideal para criar niños.
Lidia notaba cómo el sofoco la ahogaba cada vez más. ¿Sería capaz ese maldito canalla de descubrir delante de todos lo que había pasado entre ellos?
Lidia sonrió para despistar a los Glaston y frustrar los planes de James.
— Toda la región de Nueva Inglaterra es muy bonita. No sólo para los niños sino para todo el mundo — contestó con su voz más dulce.
James iba a atacar de nuevo, pero afortunadamente para Lidia, su tía Jennifer la rescató y se la llevó a otro lugar para presentarle a unos amigos.
Él la siguió con ojos llenos de ira. En circunstancias normales, nunca hubiera puesto en evidencia a nadie, pero Lidia Villena le había hecho mucho daño y tenía que pagar. "Voy a por ti, Lidia".
Nancy Vantor también observaba continuamente a la joven hispana, preguntándose acerca de la relación que pudiera existir entre ella y los Glaston. Le resultaba también de lo más enigmático que Rose Asder y su hija Jennifer prácticamente no se separaran de ella. El temor la envolvió al ver a su hijo hablando con ella.
Afortunadamente, luego habían seguido cada uno por su lado. Era lo mejor. Lo que había pasado entre ellos era agua pasada, y ahora ella seguiría con sus viejos planes de casar a James con la mujer adecuada. Si cuando se casara, su mujer no aceptaba a Michael, ella le llevaría a su casa con gran placer para que viviera siempre con sus abuelos. Michael era suyo, sangre de su sangre y por tanto debía vivir con su familia.
— ¿Qué tal va todo, Lidia? — le preguntó su abuela en un aparte.
— Lo estoy pasando muy bien, de verdad. Lo malo es que acabo de comprobar que James no está aún preparado para hablar conmigo. No adelantaría nada forzando una conversación entre nosotros. Es mejor tener paciencia y esperar — añadió con sentido común.
El empleado de James volvió a recoger al niño el domingo.
Lidia y él charlaron con mutua simpatía, sin dejar de tener en cuenta que, por el momento, ninguno de ellos podía cambiar esa triste situación.
James pasó el día dedicado a su hijo. En casa de sus padres, rodeado de juguetes y de mimos por parte de todos, Michael reía incesantemente y disfrutaba con alegría de todo lo que se le ofrecía.
A Lidia le gustaba que su hijo se viera siempre rodeado de cariño. También lo temía. Sabía que cuanto más trataran los Vantor al niño, más le querrían y más se empeñarían en tenerlo. Para evadirse un poco de su problema, se dirigió a la parroquia del padre López para oír misa y charlar un rato con él. El sacerdote la saludó con afecto y se preocupó por su situación y la de Michael. Lidia le contó cómo estaban las cosas y, tal como esperaba, las cariñosas palabras del padre López aliviaron un poco su desazón.
— Debes tener fe en Dios, Lidia. Él no te abandonará. De entrada, gracias a Él has encontrado a tu familia y ellos te han acogido con amor. Este es un gran paso y hará que cuentes con un fuerte apoyo a la hora del juicio, si es que no consigues convencer antes al joven Vantor.
— Doy gracias a Dios todos los días por todo lo que me da, pero soy humana y creo que nada podría suplir la ausencia de mi hijo. Por mucho que tuviera, nada me haría feliz si no lo tengo a él — afirmó con aflicción.
— Lo conseguirás, Lidia. Conozco poco a Vantor, pero sé que no es mal muchacho. Aunque está muy dolido por lo que él considera un agravio, estoy seguro de que en cuanto se le pase el enfado hará todo lo posible por reconciliarse contigo — la animó con bondad.
Lidia admiró la generosidad del sacerdote para con el prójimo.
Por el contrario, ella no tenía tantas esperanzas respecto a James.
— He venido también para decirle que quiero empezar las clases esta misma semana. Mi vida, de momento, va a continuar en Boston, por lo que he decidido seguir prestando mi ayuda a la parroquia — se ofreció contenta— . Para empezar, quiero que acepte este cheque y lo invierta en lo que usted crea conveniente — dijo alargándole el papel— . En circunstancias normales, nunca hubiera podido colaborar con esa cantidad, pero ahora que mi familia me ayuda, tengo lo suficiente para vivir y ayudar a los demás.
El padre López la miró sorprendido.
— Muchas gracias, querida. La parroquia y todos los que colaboramos en las obras sociales te lo agradecemos mucho. Ya sabes lo bien que vendrá para cualquiera de las muchas necesidades que tenemos. Dios te compensará con creces tu generosa aportación.
El domingo por la tarde, puntualmente, el señor Keen devolvió a Michael. Al igual que la vez anterior, no hizo ningún comentario que diera a Lidia alguna pista sobre lo que pensaban los Vantor respecto al niño. Se limitó a mostrarse amable y a elogiar a Michael. Cuando salió de la casa, su gesto alegre se tornó preocupado al reconocer con pesar cómo cada día los Vantor se encariñaban más con el niño. Esto iba en detrimento de la madre, preguntándose si era justo lo que los Vantor pensaban hacer. Él reconocía que la señorita Villena tenía bastante culpa en todo este asunto, pero así y todo le parecía demasiado duro el castigo que James pensaba imponerle.