27
Después de pasar una semana con sus padres, Lidia volvió a Boston.
James la esperaba con ansiedad, contando los minutos que faltaban para poder tenerla de nuevo entre sus brazos. Una semana no era mucho tiempo, sin embargo a él se le había hecho interminable. Su amor por Lidia clamaba por ella; la necesitaba como nunca había necesitado a nadie y todo su ser anhelaba su presencia.
— ¡Cariño, ya estás aquí! — exclamó abrazándola con fuerza.
Lidia respondió con el mismo amor a su abrazo y a sus besos.
Con reticencia, ambos enamorados se separaron, y mientras James cogía a Michael y lo abrazaba, Lidia le iba contando todo lo ocurrido en Miami.
— Mis padres te envían recuerdos y te invitan a que les hagas una visita cuando desees. Son maravillosos, James. Estoy segura de que te encantarán.
— Me caen ya bien sólo por el hecho de haber tenido una hija tan especial como tú — dijo mirándola con arrobamiento.
Lidia le besó agradecida y se cogió de su brazo, dichosa.
James nunca había sido tan feliz. Todos los que le rodeaban le notaban más contento y alegre que nunca. Aunque sabían a qué se D debía ese cambio, les seguía sorprendiendo que el arrogante y poderoso James Vantor se hubiera enamorado tan perdidamente de una hispana de la clase media. Tanto sus colaboradores como sus amigos comprendían que la belleza de la señorita Villena era como para volver loco a cualquiera, pero nunca hubieran pensado que James sucumbiera tan profundamente ante sus encantos.
Uno de los que más se alegraba de esta relación era el señor Vantor. Quería mucho a su hijo y sabía que estaba enamorado de la señorita Villena, por esa razón deseaba que siguieran juntos y criaran a su hijo con el mismo amor y entrega que ellos se profesaban. Él siempre había pensado que el mayor logro de un hombre era conseguir una buena esposa para toda la vida. De nada servía tener un buen trabajo y dinero si no se disfrutaba de la felicidad en el hogar. Su mujer también estaba de acuerdo, aunque sólo consideraba "mujer adecuada" a las chicas que pertenecían a su círculo de amistades. Nancy se había encargado de inculcarle esta idea a James, de la que él discrepaba ahora rotundamente.
Simon Parnell había insistido durante mucho tiempo para que Lidia aceptara su trabajo en Miami. Ante la evidencia de que el futuro de esa chica estaba en Boston, le ofreció colaborar en uno de sus periódicos. Lidia se comprometió a escribir un artículo diario sobre algún tema de actualidad. Tendría que ponerse al día con rapidez. Haría el trabajo desde casa, que era lo que ella quería de momento.
Ante la insistencia de sus alumnas, Lidia prometió llevar a su hijo a su próxima clase.
— Espero que se porte bien y nos deje trabajar.
— Yo también tengo niños — comentó una de sus alumnas— . Si quiere los puedo traer para que jueguen con su hijo.
— ¡Una idea excelente! Me encantaría que se conocieran y jugaran. Mientras tanto, nosotras podemos preparar un café y charlar. ¿Os parece bien? — preguntó Lidia, contenta.
Todas estuvieron de acuerdo. En un momento hicieron una lista con lo que necesitaba llevar cada una para la reunión.
James había visto poco a Lidia durante esa semana. En el despacho habían tenido dos importantes casos a los que había tenido que dedicar mucho tiempo, y en las Industrias Vantor habían tenido una serie de problemas con varios productos. Aunque Lidia siempre lo esperaba, cuando llegaba era tan tarde y se encontraba tan cansado, que sólo le apetecía cenar algo rápido y acostarse. Hoy había tenido lugar el último juicio y habían ganado. Si bien estaba satisfecho de su trabajo, todavía arrastraba la tensión acumulada durante todos esos días. Lidia era su bálsamo perfecto, la única persona a la que quería tener a su lado en esos momentos para que le hablara y le diera todo su cariño, que era lo que él más necesitaba.
Con fastidio recordó que ella tenía las clases en la parroquia y que llegaría más tarde. No se resignaba a llegar a casa y no encontrarla, por lo que decidió ir hasta la parroquia para recogerla.
Las clases ya debían haber terminado. Oyó risas y voces infantiles al otro lado de la puerta. Llamó dos veces, pero nadie respondió. Optó por abrir para preguntar por Lidia.
Había mucha gente en la habitación, gente humilde, vestida con vistosos colores, charlando alegremente unos con otros. Iba a volverse pensando que Lidia ya no estaba allí, cuando vio a su hijo en brazos de una de las mujeres, rodeada de otras mujeres hispanas, haciéndole carantoñas al niño.
"¡Esto ya es demasiado!", se dijo James antes de dirigirse hacia el grupo de desconocidas.
— Perdonen — dijo interrumpiéndolas— , pero me voy a llevar al niño — les advirtió haciendo ademán de cogerlo.
— ¡Cómo que se va a llevar a este niño?, ¿pero quién es usted?
— preguntó una de ellas mirándolo con desconfianza.
— ¡Soy su padre y me lo voy a llevar ahora mismo! — exclamó muy enfadado.
Lidia miró en la dirección de donde provenían las voces y enseguida adivinó lo que estaba ocurriendo. Dejando al padre López con la palabra en la boca, corrió hacia donde estaba James. Él ya tenía a su hijo en sus brazos y la miraba con furia. Lidia tranquilizó a las mujeres y se alejó un poco con James y Michael.
— ¡No permitiré que traigas a mi hijo a tus reuniones y lo rodees de toda esta gente! Me molesta enormemente que tú lo hagas, pero soy consciente de que no puedo prohibírtelo. Con Michael es distinto. A él lo voy a educar a mi manera y, desde luego, no toleraré que se vea rodeado desde pequeño de...
— ¿Seres humanos menos afortunados que usted, señor Vantor?
— le interrumpió el padre López sonriendo con bondad— . No crea que no le comprendo. Sé que para una persona como usted, que ha vivido toda su vida en la abundancia y que se ha visto siempre rodeado de personas igual de afortunadas, es muy difícil llegar a comprender que haya seres desgraciados y marginados en la sociedad. Yo le estoy muy agradecido porque usted nos ayuda muchísimo, pero debe comprender a las personas que también quieren colaborar con su presencia, como es el caso de Lidia. Ella y muchos como ella hacen una gran labor social, labor que sólo Dios sabrá recompensar.
Esa conversación ya la habían mantenido anteriormente, y al parecer, ninguno de los dos cejaba en su empeño.
— Estoy dispuesto a pagar a una persona que trabaje en su lugar. A ella la necesito yo y también nuestro hijo — contestó mirándola con resentimiento.
— Vosotros sois los primeros, James, y tú lo sabes — se defendió Lidia.
— Eso quiero creer; sin embargo hoy no estabas en casa cuando yo te necesitaba.
Lidia cerró durante unos segundos los ojos y a continuación lo miró apenada.
— Será mejor que discutamos esto en privado. ¿Podrías esperarme en el coche, por favor? — preguntó con suavidad.
Lidia miró consternada al sacerdote, una vez que James había salido.
— Lo siento, padre.
— Tienes que darle tiempo, Lidia. Después de tantos años de sacerdocio, conozco bien el alma humana y sé que ese muchacho está pasando por una etapa crucial en su vida. En un momento determinado de nuestro camino todos llegamos a un punto en el que debemos elegir qué vereda tomar. Unos se guían por el instinto, otros por la conciencia, otros por la vida material, pero el joven Vantor sólo se ha guiado por el profundo amor que te tiene. Él te ha elegido a ti. Ahora debe luchar contra sus propias creencias y contra su educación para poder comprenderte — le explicó el sacerdote con suavidad— . Poco a poco va saliendo de su cascarón protector y empieza a conocer la realidad del mundo a través de ti. Le sorprende, le repele y le asusta ese mundo, de ahí su resistencia a convivir con él. Tendrás que tener paciencia con él y poco a poco hacerle comprender que la mejor forma de ser feliz es entregándose a los demás. No será una tarea fácil, Lidia, pero estoy seguro de que lo conseguirás.
Los dos coches entraron en el garaje, uno detrás de otro.
James cogió al niño de la parte de atrás del coche de Lidia y subieron en el ascensor sin hablar.
James estaba muy perturbado por todo lo que había sucedido.
Tenía que reconocer que él no estaba en su mejor momento psíquico. Debido al intenso trabajo que había tenido últimamente, se encontraba nervioso y muy susceptible. Lidia siempre le tranquilizaba y le hacía olvidar sus preocupaciones. Era un verdadero ángel, una mujer única, pero... él la necesitaba más tiempo.
Mientras cenaban, James le cogió la mano y le pidió perdón.
— No me he portado bien y te prometo que pienso disculparme con ellos. — Haciendo una pausa para mirarla en profundidad, continuó— . Lidia, por favor, ¿sería mucho pedir que te dedicaras tan sólo a mí y a nuestro hijo?
— ¿Deseas que deje también mi trabajo para el periódico? — preguntó muy seria.
— ¡Por supuesto que no! — exclamó ofendido— . Me encanta que trabajes en lo que te gusta. Lo único que pido es que ni tu trabajo ni el mío nos impidan estar juntos.
Lidia separó su mano de la de él y lo miró con gesto grave.
— ¿Cuántas veces no he estado en casa cuando tú has llegado?
— Varias.
— ¿Y cuántas veces te he esperado yo hasta muy tarde con la cena preparada?
— Muchas, pero es distinto; yo venía de mi trabajo.
— Para mí las clases de la parroquia son un trabajo más. Cierto que no me pagan por él, pero a mí me da más satisfacciones que ningún otro.
James arrojó la servilleta sobre la mesa y se levantó con brusquedad.
— ¡No puedo comprender que una mujer hermosa e inteligente como tú encuentre placer en estar rodeada de gente ignorante y vulgar! — bramó con irritación.
Lidia se levantó furiosa de la mesa y se encaró con él.
— Prefiero estar con esa buena gente, aunque sea ignorante, antes que con muchos de tus amigos, cuyas únicas cualidades son la estupidez y la petulancia.
— No los conoces lo suficiente, Lidia, no les juzgues a la ligera — contestó intentando calmarse.
— Tú tampoco conoces a mis amigas.
— ¡No son tus amigas! Tu amiga aquí es Mary y todas las que tienes en Miami; no trates de confundir las cosas. Yo no digo que sean mala gente, pero tienes que reconocer que llevan una vida distinta a la nuestra. Aunque estamos obligados a ayudarlos, en eso estoy de acuerdo contigo, no tenemos por qué relacionarnos con ellos.
James se acercó despacio a Lidia y la tomó por los hombros.
— Lidia, tú ahora estás conmigo y llevas otra clase de vida...
— Ambas pueden ser compatibles. Soy muy feliz contigo y con nuestro hijo, ¿por qué no puedo ayudar también a los demás en la forma que deseo?; no hago nada malo, James, ¿por qué intentas impedírmelo?
— No deseo ver a mi mujer rodeada de mendigos y parias. Tú te mereces lo mejor y eso es lo que te ofrezco. Colaboremos en todo lo que podamos con los necesitados, pero no con tu presencia.
Lidia rechazó el beso que él intentó darle.
— Voy a terminar mis clases en la parroquia, James. Siento mucho disgustarte con esto. Me he comprometido con muchas personas y no pienso decepcionarles.
James la miró descorazonado y entró en el dormitorio sin decir nada más. Ninguno de los dos consiguió dormir bien, pensando cada uno en su causa y justificando sus propias acciones. Al día siguiente no volvieron a tocar el tema que siempre los distanciaba, pero ambos se mostraron fríos y reservados.
Antes de decidirse a pedirle a Lidia que se casara con él, James quería que ella comprendiera que al ingresar en la familia Vantor su forma de vida tenía que cambiar radicalmente. No solamente cambiarían de casa, viviendo a partir de su boda en su amplio piso, sino que tendría que aprender a relacionarse con sus amigos e intentar comprenderlos. A pesar de que algunos de ellos eran un poco frívolos, también los había bondadosos y comprensivos. En cuanto Lidia los tratase, los apreciaría igual que él. Sabía que tenía una ardua tarea por delante. Tarde o temprano la convencería.
James deseaba que fuera cuanto antes, pues estaba empezando a cansarse de la ambigua situación que ambos mantenían.
Lidia fue requerida por el padre López, nada más terminar las clases.
— Siento molestarte, Lidia, pero creo que eres la única persona que nos puede ayudar.
— Sabe que, si está en mi mano, lo haré encantada — contestó ella complaciente.
— Sé que lo que te voy a pedir no va a ser fácil de conseguir por tu parte. He recurrido a ti porque debemos resolver un asunto con urgencia — le explicó con gesto apesadumbrado— . Se trata de Manuel Gómez, un joven chileno allegado a la parroquia. Es muy buen muchacho y ha estado trabajando hasta hace unos meses. Durante ese tiempo se ha enamorado de una chica norteamericana y ella de él. Quieren casarse, pero el servicio de inmigración cree que lo hacen para que él pueda quedarse en el país y quieren repatriarlo a Chile.
Los dos jóvenes están destrozados; saben que por sus propios medios serían incapaces de demostrar ante los de inmigración o ante un tribunal que están enamorados de verdad. Necesitan un buen abogado que los defienda; a ser posible un buen abogado de aquí, con prestigio — terminó mirando a Lidia con cierta timidez, sabiendo muy bien lo que le pedía y lo que representaría para ella.
— Comprendo lo que quiere decir, padre, y le prometo que haré todo lo posible para convencer a James. Ultimamente..., bueno, está un poco disgustado conmigo. Espero que James no sea tan testarudo como yo — comentó forzando una sonrisa para tranquilizar al sacerdote.
Lidia no deseaba otra discusión con James, pero tenía que ayudar a otra persona con urgencia. En esos momentos, era para ella de lo más embarazoso tener que hablarle precisamente del tema que siempre provocaba su desagrado; desafortunadamente, no tenía más remedio. Debía enfrentarse al problema con valentía, aunque luego las consecuencias fueran nefastas. Ésta era una situación urgente y él tenía que colaborar. Le iba a coger un poco a traición, pero no había tiempo para negarse y menos para discutir.
Esa misma noche, citó a Manuel en su casa. Ambos estaban sentados en el salón cuando James llegó. A pesar de su nerviosismo, Lidia trató de comportarse con naturalidad. Después de saludar a James con un beso, le presentó a Manuel y le contó la desgraciada situación en la que se encontraba. A pesar de que James captó enseguida que había sido objeto de una encerrona por parte de Lidia, no dio ningún indicio de haberse dado cuenta. Se sentó tranquilamente y escuchó con interés lo que el hispano le contaba.
Prestando toda su atención, su mente también daba vueltas y deducía que esta era la oportunidad que necesitaba para que Lidia comprendiera que ellos dos siempre debían ayudarse y complacerse.
Ella deseaba ahora que él ayudara a ese chico y lo haría. Si la conocía como él creía, Lidia no tardaría en reaccionar.
— Sí, tu situación es difícil, pero Lidia y yo te ayudaremos para que puedas quedarte aquí con tu novia. Preséntate mañana en mi despacho, en esta dirección — dijo entregándole una tarjeta.
— Muchas gracias, señor Vantor; es usted muy bueno — respondió el muchacho, agradecido.
Lidia estaba atónita. En cuanto la puerta se cerró y ambos volvieron a encontrarse solos, lo miró con arrobamiento y le besó con amor. James aprovechó ese gesto para demostrarle él también todo su cariño y pasión.
— Gracias, amor mío, muchas gracias por ayudarle en mi nombre — le susurraba ella con voz apasionada— . Siempre que te he necesitado, me has ayudado, en cambio yo... bueno, no te he complacido siempre que me lo has pedido. Lo siento, James, siento disgustarte por mi forma de ser...
Él la besó con desesperación y no la dejó terminar.
— Me gustas como eres, aunque a veces me des pequeños disgustos.
— ¡Oh, James, te quiero tanto...!
— Y yo te amo con todo mi corazón y toda mi alma — confesó emocionado— . Lidia, deseo que seas mi mujer, ¿quieres casarte conmigo? — le preguntó mirándola fijamente a los ojos.
Lidia se apartó de él y lo miró completamente perpleja. Sabía que James la quería, su corazón se lo decía, pero no estaba muy segura de que alguna vez llegara a pedirle que fuera su esposa.
Tenían un hijo en común y eran muy felices juntos, sin embargo, la misma sociedad los separaba, o más bien los convencionalismos y la hipocresía de esa sociedad. Ahora él rompía con las reglas del pequeño mundo en el que siempre se había movido y se decantaba por la mujer que amaba. Era una valentía por su parte, sobre todo si se tenía en cuenta que también debía enfrentarse a su familia. James lo había decidido hacía tiempo y nada ni nadie lo separarían de la única mujer a la que había querido y querría toda su vida.
— ¡James!, ¿estás seguro de lo que me estás pidiendo?
Él sonrió y la abrazó con ternura.
— Por regla general, soy un hombre bastante cabal y sé muy bien lo que hago. Tú eres lo más importante que me ha ocurrido en la vida, y ten por seguro que no voy a dejarte escapar. Te quiero, Lidia, y deseo convertirte en mi esposa lo antes posible. Estoy muy seguro del paso que voy a dar, cariño, y debo advertirte que mi matrimonio será para toda la vida — declaró dedicándole una mirada de lo más significativa— . No te exijo una respuesta ahora mismo, pues sé que no esperabas mi petición, pero, por favor, no te demores mucho.
Con los ojos transparentes por la emoción, Lidia le besó con ternura y se abrazó a él con fuerza.
— No tengo nada que pensar, amor. Yo también te amo con locura y deseo ser tu mujer más que nada en el mundo.
James le acarició el rostro y le expresó con la mirada todo lo que sentía desde que la conoció: amor, deseo, pasión y una urgente necesidad de tenerla continuamente a su lado.
— Ningún hombre puede ser tan feliz como yo en estos momentos — declaró antes de besarla con todo el anhelo que sentía su corazón.
Llevaban varios meses juntos, pero hasta ese momento, en el que ambos se habían declarado su amor, no se habían sentido tan unidos. Su unión fue distinta en esa ocasión. Libres del gran peso de la duda, ambos se entregaron sin egoísmos ni temerosos pensamientos. Se amaban, y los dos se lo demostraron con la profundidad de sentimientos que da la adoración mutua.
James se dedicó al caso de Manuel Gómez con entusiasmo y dedicación. Esta era la primera vez que trabajaba por caridad, y, para su sorpresa, lo estaba haciendo con gusto. El hecho de que Lidia le quisiera y hubiera aceptado casarse con él, le había dado unas tremendas energías para resolver cualquier problema que se le presentara. Se encontraba eufórico y alegre con todos, satisfecho de la vida y deseando que pasara rápidamente el tiempo para poder tener, ¡por fin! a Lidia con él como su esposa.
Mary abrazó a Lidia con afecto.
— ¡Enhorabuena, cielo! Tanto James como tú sois dos testarudos, pero yo sabía que tarde o temprano resolveríais vuestros problemas y formaríais una familia — comentó alegre— . ¿Qué tal está Michael?
— Muy bien. James y yo estamos encantados con él.
Irving y el padre López también se alegraron mucho con la noticia.
— ¡Querida Lidia, qué maravillosa noticia! — exclamó Irving con satisfacción— . Siempre he apreciado al joven Vantor, y ahora comprendo que es más inteligente de lo que yo creía. Os merecéis el uno al otro, y sé que seréis muy felices juntos.
Se veían con mucha frecuencia. Algunas veces también les acompañaba James, cuando el trabajo se lo permitía, pero Lidia y el niño contactaban con Irving una vez a la semana. Le invitaba muchas veces a cenar o a estar con ellos en su casa. Irving casi siempre rehusaba. Aunque le encantaba estar con Lidia y James, no quería molestarlos. Prefería que ellos fueran a su casa cuando quisieran.
James sabía que su padre aprobaría su matrimonio con Lidia.
También era consciente de la lucha verbal que tendría que mantener con su madre a propósito de su boda. Se sentía tan feliz que estaba dispuesto a mostrarse comprensivo incluso con ella; no deseaba perder el tiempo con discusiones inútiles.
— No sé por qué te opones, mamá. Tu te casaste con quien quisiste, ¿no?, pues eso mismo pienso hacer yo.
Nancy Vantor bufó exasperada.
— ¡No compares mi matrimonio con el tuyo! Tu padre era amigo mío. Digamos... que estaba a la altura de mi familia — añadió con petulancia.
— Gracias, querida — comentó su marido con sorna.
— Si comparamos la familia de Lidia con la mía, la única diferencia clara es el dinero, y te aseguro que eso no nos importa a ninguno de los dos.
— El dinero, la posición, la educación...
— Lidia ha sido muy bien educada por sus padres, personas instruidas e inteligentes. Su padre, profesor de Historia en la Universidad, quizás sea más culto que todos nosotros. Lidia ha estudiado también una carrera universitaria, igual que yo, lo que, por cierto, no han conseguido realizar la mayoría de las candidatas a mi mano que tú tenías buscadas –agregó incisivo— . Sabe ganarse la vida muy bien; yo soy el único culpable de que Lidia no sea ahora mismo una estrella de la radio. Respecto a la posición, eso es tan sólo circunstancial, puesto que nadie puede elegir la familia en la que nace — continuó esgrimiendo sus lógicos argumentos— . Sé que tenías la ilusión de que me casara con una mujer conocida, y yo lo habría hecho con gusto si me hubiera enamorado, pero no ha sido así.
Conocí a Lidia por casualidad y me enamoré de ella instantáneamente. Además de ser muy hermosa, es una mujer maravillosa y buena, digna del mejor de los hombres, aunque ella me haya elegido a mí — añadió desbordado de orgullo— . He tenido esa suerte y creo sinceramente que todos, incluida tú, mamá, estaremos siempre orgullosos de tenerla en nuestra familia.
— Si tú la quieres es porque debe ser una joven excelente — comentó su padre animando a su hijo— . Debes traerla cuanto antes para que nos conozcamos sin tanta formalidad como la primera vez.
Su madre los miró alarmada. Si no actuaba con astucia, James, con la ayuda de su padre, se saldría con la suya. Todavía no estaba vencida, pero necesitaba tiempo para actuar. Su hijo, su único hijo, no se casaría con una simple hispana desconocida.
Rose Asder visitaba a Lidia con frecuencia. Los días que hacía mal tiempo, solían merendar en casa; los que lucía el sol, le gustaba mucho acompañar a su nieta y a su bisnieto al parque. Allí, mientras Michael jugaba, ellas charlaban y se divertían con los últimos cotilleos que contaba Rose. El día que Lidia le anunció su compromiso con James, Rose se emocionó, pensando en la cantidad de veces que le había pedido a Dios que ayudara a su nieta. Sus oraciones habían sido escuchadas, y para su enorme felicidad, en breve tiempo, la hija de su añorada Rose Mary sería la esposa feliz de un hombre excelente.
Después de hablar con sus padres, Lidia les prometió que en breve tiempo, James y ella irían a verlos.
La feliz pareja vivía como en una nube de dicha. Eran el centro de atención de mucha gente, sobre todo por parte de amigos y conocidos de James. Pese a la sorpresa que supuso para todos ese súbito anuncio, les agasajaban con fiestas y celebraciones. Lidia se sentía un poco retraída ante tantas caras nuevas, pero agradecía con agradables palabras y cautivadoras sonrisas todas las atenciones de las que eran objeto. Muy orgullosa, contemplaba con satisfacción el cariño que los amigos le demostraban a James. Le apreciaban y le respetaban, aceptándola también a ella por el mero hecho de ser su futura esposa. Por James, ella también se mostraba amable y comprensiva con todos.