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—¿Y estamos seguros de que es la dirección correcta? —Ray dirigió la pregunta a Stumpy, pero miró a todos los presentes en la sala. A las dos horas de salir del Tribunal Superior de lo Penal, había reunido a un equipo de las fuerzas policiales, mientras Stumpy conseguía que en el Departamento de Información localizaran la dirección de Ian Petersen.
—Absolutamente seguros, jefe —contestó Stumpy—. En el censo figura inscrito en el número 72 de Albercombe Terrace, y los de Información han cruzado los datos con la jefatura de Tráfico. A Petersen le quitaron tres puntos por exceso de velocidad hace un par de meses, y le remitieron el carnet a esa misma dirección.
—Muy bien —dijo Ray—. En ese caso, esperemos que esté en casa.
Se volvió para informar de los detalles al equipo recién formado.
—La detención de Petersen es de vital importancia, no solo para la resolución del caso Jordan, sino para garantizar la seguridad de Jenna. La relación acumula un largo historial de violencia doméstica que culminó en la decisión de Jenna de abandonar a Petersen tras el atropello con fuga.
Hubo asentimientos entre los agentes presentes de la sala, y la expresión de sus rostros era de sombría determinación. Todos sabían muy bien la clase de hombre que era Ian Petersen.
—Sus antecedentes policiales muestran, como es de esperar, amonestaciones y avisos por conducta violenta, y también tiene condenas previas por conducir bajo los efectos del alcohol y alteración del orden público. No quiero correr ningún riesgo con él, así que id directos hacia él, esposadlo y sacadlo de la casa. ¿Entendido?
—Entendido —respondieron todos al unísono.
—Entonces, vámonos.
Albercombe Terrace era una calle normal y corriente de aceras estrechas y con demasiados coches aparcados. Lo único que distinguía el número 72 de las casas contiguas eran las cortinas echadas en todas las ventanas.
Ray y Kate aparcaron en una calle aledaña a esperar la confirmación de que una pareja de agentes había llegado a la parte de atrás de la casa de Petersen. Ray apagó el contacto y permanecieron en silencio, acompañados únicamente por el tictac rítmico del motor al enfriarse.
—¿Estás bien? —le preguntó Ray.
—Sí —respondió Kate escuetamente. La expresión de su rostro era de fría determinación y no daba ninguna pista acerca de lo que en realidad estaba sintiendo por dentro. Ray notó que le hervía la sangre. Al cabo de unos minutos, la adrenalina le ayudaría a realizar su misión, pero en ese preciso instante no podía canalizarla de ningún modo. Dio unos golpecitos en el pedal del embrague y volvió a mirar a Kate.
—¿Llevas el chaleco?
Como respuesta, Kate se golpeó un puño contra el pecho, y Ray oyó el ruido sordo de la protección corporal bajo su sudadera. Los cuchillos eran armas fáciles de esconder y rápidas de utilizar, y Ray había visto demasiadas cosas como para correr riesgos innecesarios. Se palpó la porra y el espray en el arnés que llevaba bajo la chaqueta, y respiró aliviado al cerciorarse de que los llevaba encima.
—No te alejes de mí —dijo—. Y si saca un arma, sal de allí cagando leches.
Kate arqueó las cejas.
—¿Porque soy una mujer? —Soltó un resoplido de desdén—. Me retiraré cuando tú lo hagas.
—¡A la mierda la corrección política, Kate! —Ray golpeó el volante con la palma de la mano. Se quedó callado y miró a la calle vacía a través del parabrisas—. No quiero que te hagan daño.
Antes de que alguno de los dos pudiese decir algo más, sus auriculares cobraron vida.
—Cero seis, jefe.
Las unidades estaban en sus puestos.
—Recibido —respondió Ray—. Si sale por la puerta de atrás, detenedlo. Nosotros nos ocuparemos de la puerta principal.
—Recibido —fue la respuesta, y Ray miró a Kate.
—¿Lista?
—Como nunca.
Doblaron la esquina a pie y se dirigieron con rapidez a la puerta delantera de la casa. Ray llamó a la puerta y se puso de puntillas para asomarse por la pequeña mirilla de cristal encima del picaporte.
—¿Ves algo?
—No.
Volvió a llamar, y el sonido retumbó en la calle vacía.
Kate habló por su radio.
—Tango Charlie 461 a Control, solicito comunicación con Bravo Foxtrot 275.
—Adelante.
Habló directamente con la pareja de agentes en la parte de atrás de la casa.
—¿Alguna señal de movimiento?
—Negativo.
—Recibido. Permaneced a la espera de momento.
—De acuerdo.
—Gracias por la comunicación, Control.
Kate devolvió la radio a su bolsillo y se dirigió a Ray. Había llegado la hora de utilizar la llave maestra. Observaron mientras el equipo de especialistas balanceaba el ariete metálico de color rojo en semicírculos, apuntando a la puerta. Se oyó un potente estruendo, la madera quedó hecha trizas y la puerta se abrió, golpeando la pared de un estrecho pasillo. Ray y Kate retrocedieron y los agentes de policía entraron en la casa y se dividieron en parejas para inspeccionar todas las habitaciones en busca de sus ocupantes.
—¡Despejado!
—¡Despejado!
—¡Despejado!
Ray y Kate los siguieron al interior, sin perderse de vista y esperando la confirmación de que Petersen estaba dentro. Apenas habían pasado dos minutos cuando el sargento de la unidad bajó las escaleras, negando con la cabeza.
—Lo siento, jefe —le dijo a Ray—, pero la casa está vacía. Han desalojado los dormitorios: los armarios están vacíos y no hay nada en el baño. Todo parece indicar que ha huido.
—¡Mierda! —Ray dio un puñetazo en la barandilla—. Kate, llama a Jenna al móvil. Averigua dónde está y dile que permanezca en contacto.
Salió a la calle en dirección al coche y Kate lo siguió corriendo para no quedarse atrás.
—Lo tiene apagado.
Ray se subió al asiento del conductor y arrancó el motor.
—¿Adónde vamos? —preguntó Kate, poniéndose el cinturón.
—A Gales —dijo Ray con expresión sombría.
Fue dándole instrucciones a Kate mientras conducía.
—Habla con los de Información y diles que averigüen todo lo que puedan sobre Petersen. Ponte en contacto con Thames Valley y asegúrate de que alguien vaya a ver a Eve Mannings a Oxford: ya la ha amenazado una vez y hay muchas posibilidades de que vuelva allí. Llama a la policía de Gales del Sur y haz que comprueben que Jenna Gr… —Ray se corrigió—: Que Jenna Petersen está bien. Quiero que alguien vaya a la casa para asegurarse de que está bien.
Kate lo anotó todo mientras Ray iba enumerando cada cosa, y luego le iba informando del resultado de sus llamadas.
—No hay nadie de servicio en Penfach esta noche, así que enviarán a alguien de Swansea, pero el Sunderland juega en casa esta noche y no cuentan con muchos efectivos.
Ray lanzó un suspiro de exasperación.
—Pero ¿son conscientes de que hay un historial de violencia doméstica?
—Sí, y han dicho que darán prioridad al caso, es solo que no pueden garantizar cuándo van a poder ir a la casa.
—Joder… —exclamó Ray—. Menuda mierda.
Kate dio unos golpecitos con el bolígrafo en la ventana mientras trataba de localizar a Patrick en su móvil.
—No lo coge.
—Tenemos que contactar con alguien más. Alguien local —dijo Ray.
—¿Qué hay de los vecinos? —Kate se enderezó y abrió una pestaña de internet en su móvil.
—No tiene ningún vecino… —Ray miró a Kate—. ¡El parque de caravanas, claro!
—Lo tengo.
Kate encontró el número y llamó.
—Vamos, vamos…
Activó los altavoces.
—Parque de Caravanas de Penfach. Al habla Bethan, ¿dígame?
—Hola, soy la agente de la brigada criminal Kate Evans, de la policía de Bristol. Estoy buscando a Jenna Gray, ¿la ha visto hoy?
—No, hoy no la he visto. Pero es que está en Bristol, ¿no? —La voz de Bethan adquirió un tono de cautela—. ¿Es que pasa algo? ¿Qué ha pasado en el juicio?
—La han absuelto. Oiga, siento ser tan brusca, pero Jenna salió de Bristol hacia las tres y tenemos que asegurarnos de que ha llegado sana y salva a su casa. La ha llevado en coche Patrick Mathews.
—No he visto a ninguno de los dos —dijo Bethan—. Pero ahora que lo dice, sí, Jenna ha vuelto: ha estado en la playa.
—¿Cómo lo sabe?
—He sacado a pasear a los perros hace un rato y he visto una de sus palabras escritas en la arena. Aunque no era su estilo habitual, la verdad… Era bastante raro.
Ray sintió una intensa angustia apoderándose de su cuerpo.
—¿Qué palabra era esa?
—¿Qué pasa? —preguntó Bethan bruscamente—. ¿Qué me están ocultando?
—¡¿Qué palabra era?!
No había sido su intención gritarle, y por un momento pensó que Bethan había colgado. Cuando al fin habló, la vacilación en su voz le dijo a Ray que sabía que pasaba algo muy malo.
—La palabra era, simplemente, «TRAIDORA».