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Ray se quedó pasmado por la total ausencia de emociones de Jenna Gray. No hubo ningún llanto de rabia, ni negación de los hechos, ni arrepentimiento repentino. Se quedó mirándola a la cara mientras Kate proseguía con la detención, pero lo único que vio fue una expresión fugaz de lo que él interpretó como alivio. Se sentía en el aire, y eso era extraño, como si le hubieran separado las piernas del cuerpo. Tras más de un año buscando a la persona que había matado a Jacob, Jenna Gray era la última persona a quien esperaba encontrar.

Era llamativa, más que guapa. Tenía la nariz fina, aunque larga, y su piel blanca estaba cubierta de tantas pecas que se amontonaban en algunas partes. Tenía los ojos verdes ligeramente orientados hacia arriba, que le daban cierto aspecto felino, y una melena castaña rojiza que le llegaba hasta los hombros. Iba sin maquillar, y aunque sus pantalones holgados le ocultaban la figura, sus finas muñecas y su cuello esbelto indicaban que era de complexión delgada.

Jenna preguntó si podían darle un momento para recoger sus cosas.

—Tengo un amigo en casa; necesito explicarle qué está pasando. ¿Podrían dejarnos solos un par de minutos? —Habló en voz tan baja que Ray tuvo que inclinarse hacia delante para oírla.

—Me temo que no será posible —le dijo—. Entraremos con usted.

Ella se mordió el labio e hizo una breve pausa, luego se apartó para que Ray y Kate entraran en la casa. Había un hombre de pie en la cocina con una copa de vino en la mano. Cualquiera de las emociones que faltaban en el rostro de Jenna estaban redobladas en la cara del individuo que Ray supuso que era el novio.

El lugar era tan pequeño que le habría extrañado que él no lo hubiera oído todo ya, pensó Ray, al tiempo que echaba un vistazo al espacio abarrotado de objetos. Una hilera de piedras colocadas a modo de decoración acumulaba polvo encima de la chimenea, delante de la cual había una alfombra de color carmesí oscuro, salpicada de pequeñas quemaduras. Una manta cubría el sofá con un caleidoscopio de colores, supuso Ray que para dar un toque más alegre al lugar, pero la luz era tenue y los techos bajos de la casa hicieron que incluso él tuviera que agachar la cabeza para evitar darse con la viga que separaba la zona de salón de la cocina. Menudo sitio para vivir. A kilómetros de todas partes y gélido, a pesar del fuego. Se preguntó por qué habría escogido ese sitio; si habría pensado que allí podría esconderse mejor que en ningún otro lugar.

—Les presento a Patrick Mathews —dijo Jenna, como si estuvieran en una reunión social. Pero entonces le dio la espalda a Ray y a Kate, y el inspector tuvo la sensación de que estaba metiéndose donde no le llamaban.

—Tengo que acompañar a estos agentes de policía. —Ella hablaba de forma cortante y con tono neutral—. El año pasado ocurrió algo terrible y debo solucionarlo.

—¿Qué ocurre? ¿Adónde te llevan?

O el tipo no sabía nada sobre lo que ella había hecho, o ella mentía muy bien, pensó Ray.

—Nos la llevamos a Bristol —dijo, y avanzó un paso para entregar a Patrick una tarjeta—, donde será interrogada.

—¿No puede solucionarse mañana? Podría llevarla en coche a Swansea por la mañana.

—Señor Mathews —dijo Ray, y notó que la paciencia empezaba a acabársele. Habían tardado tres horas en llegar a Penfach y una hora más en localizar la casa de Blaen Cedi—. El pasado mes de noviembre un niño de cinco años fue atropellado y murió a causa de ello, y el conductor se dio a la fuga. Me temo que es un asunto que no puede esperar hasta mañana.

—Pero ¿qué tiene eso que ver con Jenna?

Se hizo un silencio. Patrick miró primero a Ray y luego a Jenna. Sacudió poco a poco la cabeza.

—No. Tiene que haber un error. Si tú ni siquiera conduces.

Ella le sostuvo la mirada.

—No hay ningún error.

Ray sintió un escalofrío por la firmeza de su voz. Durante un año había intentado imaginar quién podría tener la sangre fría de seguir conduciendo y dejar atrás a un niño moribundo. En ese momento en que se encontraba cara a cara con ella, estaba haciendo un gran esfuerzo por conservar la calma. Sabía que no le ocurriría solo a él: a sus colegas también les habría costado gestionar esa situación, al igual que les costaba ser correctos con los violadores y los pederastas. Se quedó mirando a Kate, y percibió que ella sentía lo mismo. Cuanto antes llegaran a Bristol, mejor.

—Tenemos que irnos —dijo a Jenna—. Cuando lleguemos a la sala de detenciones será interrogada y tendrá la oportunidad de contarnos qué ocurrió. Hasta ese momento, no podemos hablar sobre el caso. ¿Lo ha entendido?

—Sí. —Jenna cogió una pequeña mochila que estaba colgada en el respaldo de una silla. Se quedó mirando a Patrick—. ¿Podrías quedarte y cuidar de Beau? Intentaré llamarte cuando sepa qué va a suceder.

Él asintió con la cabeza, pero no dijo nada. Ray se preguntó qué estaría pensando el hombre. ¿Cómo sería descubrir que te había mentido alguien a quien creías conocer?

Ray le puso las esposas a Jenna, comprobó que no estuvieran demasiado apretadas y se dio cuenta de que ella no reaccionaba de forma alguna al hacerlo. Vio una parte de piel herida en la palma de la mano, pero ella cerró el puño y la magulladura dejó de verse.

—El coche está bastante lejos —dijo Ray—. Hemos tenido que dejarlo en el aparcamiento del parque de caravanas.

—No es mucho —dijo Jenna—. Esta sólo a un kilómetro.

—¿Solo? —dijo Ray. Le había parecido más larga mientras Kate y él la recorrían a oscuras. Ray había encontrado una linterna suelta en la guantera del coche, pero las pilas estaban casi agotadas y había tenido que ir sacudiéndola cada pocos metros para que funcionara.

—Llámame en cuanto llegues —dijo Patrick mientras sacaban a Jenna a la calle—. ¡Y consigue un abogado! —le gritó, pero la negra noche se tragó sus palabras y ella no respondió.

Componían un trío peculiar, dando tumbos por el camino hacia el parking, y Ray se alegró de que Jenna estuviera cooperando. Tal vez fuera delgada, pero era tan alta como Ray, y estaba claro que se conocía el camino mejor que ellos. El inspector se encontraba del todo desorientado y ni siquiera estaba seguro de la distancia exacta a la que estaba el borde del acantilado. Cada pocos pasos oía cómo chocaban las olas y parecía estar tan cerca que prácticamente esperaba que le salpicara la espuma. Se sintió aliviado al llegar al camping sin ningún contratiempo, y abrió la puerta trasera del Corsa sin distintivos policiales para que Jenna entrara, y ella lo hizo en silencio total.

Kate y él se apartaron del coche unos metros para hablar.

—¿Tú crees que es consciente de lo que ocurre? —preguntó Kate—. Apenas ha dicho un par de palabras.

—¿Quién sabe? A lo mejor está bajo los efectos del shock.

—Supongo que había imaginado que se libraría, después de todo este tiempo. ¿Cómo puede ser alguien tan insensible? —Kate negó con la cabeza.

—Escuchemos antes lo que tiene que decir, ¿te parece? —dijo Ray—. Antes de llevarla al paredón. —Tras la euforia de haber localizado por fin al conductor, la detención había resultado ser singularmente decepcionante.

—Ya sabes que las chicas guapas también pueden ser asesinas, ¿verdad? —dijo Kate. Estaba burlándose de él. Pero antes de que Ray pudiera responder, ella le quitó las llaves del coche y se dirigió con paso firme hacia el vehículo.

El viaje de vuelta en coche fue aburridísimo, con un embotellamiento a lo largo de toda la M4. Ray y Kate iban hablando en voz baja sobre temas intrascendentes: políticas de empresa; los coches nuevos; el anuncio en las órdenes semanales sobre los casos de delitos graves. Ray había supuesto que Jenna se había dormido, pero habló cuando se acercaban a Newport.

—¿Cómo me han localizado?

—No ha sido tan difícil —dijo Kate cuando Ray no respondió—. Tenía una cuenta de banda ancha a su nombre. Contrastamos la información con su casero para cerciorarnos de que era el lugar correcto; él nos ha ayudado mucho.

Ray miró hacia atrás para percibir la reacción de Jenna ante aquellas palabras, pero ella estaba mirando por la ventanilla en dirección al atasco. La única señal de que no estaba del todo relajada eran sus puños cerrados, apoyados sobre el regazo.

—Debe de haber sido duro para usted vivir con lo que ha hecho —prosiguió Kate.

—Kate —dijo Ray con tono de advertencia.

—Aunque seguro que ha sido más duro para la madre de Jacob…

—Ya basta, Kate —dijo Ray—. Déjalo para el interrogatorio. —Le lanzó su mirada admonitoria y ella se la devolvió desafiante. Iba a ser una noche muy larga.