25

—¡Por supuesto que podría haber parado! —exclamó Kate, paseándose sin parar en el reducido espacio que separaba su mesa de la ventana, yendo y viniendo sin pausa—. Es tan fría que me pone los pelos de punta.

—¿Quieres sentarte de una vez? —Ray se bebió el café de un trago y reprimió un bostezo—. Me estás poniendo incluso más nervioso. —Ya eran más de las doce de la noche cuando Ray y Kate sugirieron, a regañadientes, un descanso del interrogatorio para permitir que Jenna durmiera un rato.

Kate se sentó.

—¿Por qué crees que está soltándolo todo como si nada un año después?

—No lo sé —dijo Ray. Se arrellanó en la silla y puso los pies sobre la mesa de Stumpy—. Hay algo que no acaba de cuadrarme.

—¿El qué?

Ray sacudió la cabeza.

—Es solo un presentimiento. Seguramente es porque estoy cansado. —La puerta del despacho del CID se abrió y entró Stumpy—. Vuelves tarde. ¿Cómo ha ido por el reino de la contaminación?

—Muy ajetreado —dijo Stumpy—. Dios sabe por qué alguien querría vivir en ese sitio.

—¿Has logrado meterte a la madre de Jacob en el bolsillo?

Stumpy asintió con la cabeza.

—Digamos que no será la presidenta de nuestro club de fans, pero está de nuestra parte. Tras la muerte de Jacob se sintió muy criticada por la comunidad. Dijo que ya había sido duro que la aceptaran como extranjera y que el accidente solo contribuyó a echar más leña al fuego.

—¿Cuándo se marchó? —preguntó Kate.

—Justo después del funeral. Hay una gran comunidad polaca en Londres, y Anya se ha quedado con unos primos en una casa compartida. Leyendo entre líneas, creo que tiene problemas con los papeles para poder trabajar, lo cual no ha ayudado mucho a la hora de localizarla.

—¿Se alegró de poder hablar contigo? —Ray estiró los brazos e hizo crujir los nudillos. Kate hizo un mohín.

—Sí —dijo Stumpy—. De hecho, me dio la impresión de que se sintió aliviada de poder hablar con alguien sobre Jacob. ¿Sabes que no se lo había contado a nadie de su familia? Dice que se siente demasiado avergonzada.

—¿Avergonzada? ¿Por qué narices iba a sentirse avergonzada? —preguntó Ray.

—Es una larga historia —dijo Stumpy—. Anya llegó a Reino Unido a los dieciocho años. No fue muy clara al explicar cómo lo hizo, pero acabó de señora de la limpieza, cobrando en negro, en empresas del polígono industrial de Gleethorne. Hizo buenas migas con uno de los chicos que trabajaban allí y se quedó embarazada sin desearlo.

—¿Y lo tuvo sola? —aventuró Kate.

—Exacto. En todos los sentidos, a los padres de Anya les horrorizaba que su hija tuviera el bebé fuera del matrimonio y le exigieron que regresara a Polonia, donde podrían cuidarla, pero Anya se negó a volver. Dice que quería demostrar que era capaz de salir adelante ella sola.

—¿Y ahora se culpa por ello? —Ray negó con la cabeza—. Pobre chica. ¿Cuántos años tiene?

—Veintiséis. Cuando Jacob murió creyó que era un castigo por no hacer caso a sus padres.

—Qué triste. —Kate permanecía sentada en silencio, con las rodillas pegadas al pecho—. Pero si no fue culpa suya… ¡Ella no conducía ese puñetero coche!

—Y se lo he dicho, claro, pero ha cargado con mucha culpabilidad por todo este asunto. En cualquier caso, la he informado de que habíamos detenido a alguien y que esperábamos poder acusarlo, eso suponiendo que hayáis hecho bien vuestra parte. —Lanzó una mirada de soslayo a Kate.

—No intentes provocarme —dijo Kate—. Es demasiado tarde y no tengo el cuerpo para tonterías. Hemos cogido a Gray, para que lo sepas, pero se ha hecho tarde, así que está en la cama hasta mañana por la mañana.

—Que es exactamente lo que voy a hacer yo —dijo Stumpy—. Si te parece bien, jefe. —Se desanudó la corbata.

—Tú y también yo —dijo Ray—. Venga, Kate, se acabó por esta noche. Lo retomaremos por la mañana y veremos si conseguimos que Gray nos diga dónde está el coche.

Regresaron al patio trasero. Stumpy levantó la mano para despedirse con saludo militar mientras cruzaba con el coche por las enormes puertas metálicas, y dejó a Ray y a Kate de pie en la oscuridad casi total.

—Qué día tan largo —dijo Ray. A pesar del agotamiento, de pronto no tuvo ganas de irse a casa.

—Sí.

Estaban tan juntos que Ray olía el tenue rastro del perfume de Kate. Él sintió el corazón desbocado. Si la besaba en ese momento, no habría vuelta atrás.

—Bueno, pues buenas noches —dijo Kate. Pero no se movió.

Ray se alejó un paso y sacó las llaves del bolsillo.

—Buenas noches, Kate. Que duermas bien.

Lanzó un suspiro mientras se alejaba con el coche. Había estado muy cerca de traspasar el límite.

Demasiado cerca.

Eran las dos cuando Ray se metió en la cama y, en lo que se le antojaron unos segundos, el despertador lo devolvió al trabajo. Había dormido a ratos, incapaz de dejar de pensar en Kate, y luchó por sacársela de la cabeza durante la sesión informativa de la mañana.

A las diez en punto se reunieron en la cafetería. Ray se preguntó si Kate habría pasado la noche pensando en él, pero enseguida se reprendió a sí mismo por la idea. Estaba siendo ridículo y, cuanto antes lo olvidara, mejor.

—Estoy demasiado mayor para quedarme hasta tan tarde —dijo mientras estaban en la cola para servirse uno de los especiales para el desayuno de Moira, popularmente conocido como el «apretón», gracias a sus propiedades para endurecer las arterias. Ray tenía cierta esperanza de que Kate le contradijera, pero se sintió ridículo por haberlo pensado.

—Yo agradezco no estar todavía de guardia —dijo ella—. ¿Recuerdas el bajón que nos daba a las tres de la madrugada?

—Dios, ¿de verdad he hecho yo eso? Lo de luchar por mantenerse despierto y desear con todas mis fuerzas que se produjera alguna persecución en coche para recibir una inyección de adrenalina. Sería incapaz de volver a hacerlo.

Llevaron los platos llenos de beicon, salchichas, huevos, morcilla y pan frito hasta una mesa vacía, donde Kate hojeó un ejemplar del Bristol Post mientras comía.

—Los típicos artículos con chispa —dijo—. Elecciones locales, festividades escolares, quejas por las cacas de perro. —Dobló el periódico y lo apartó a un lado, donde la foto de Jacob se quedó mirándolos desde la primera plana.

—¿Le has sacado algo más a Gray esta mañana? —preguntó Ray.

—Me ha dicho lo mismo que ayer —dijo Kate—. Así que, de momento, al menos es coherente. Pero no responde ninguna pregunta relativa al lugar donde está el coche, ni sobre la razón por la que no se detuvo.

—Bueno, por suerte, nuestro trabajo consiste en saber qué ocurrió, no por qué ocurrió —le recordó Ray—. Tenemos información suficiente para acusarla. Ponte en contacto con la fiscalía y averigua si tomarán hoy alguna decisión.

Kate lo miró pensativa.

—¿Qué pasa?

—Cuando dijiste ayer que algo no te cuadraba… —dejó la frase inacabada.

—¿Sí? —preguntó Ray para animarla a seguir.

—Yo tengo la misma sensación. —Kate bebió un sorbo de su taza de té y la dejó con delicadeza sobre la mesa, mirando el recipiente como si pudiera encontrar la solución en su interior.

—¿Crees que podría estar inventándoselo?

Ocurría de tanto en tanto, sobre todo en los casos importantes como aquel. Aparecía alguien dispuesto a confesar un delito, y a mitad de interrogatorio descubrían que era imposible que esa persona pudiera haberlo cometido. Desconocían algún dato vital —algo que deliberadamente se ocultaba a la prensa—, y todo el argumento se desmontaba.

—No creo que esté inventándoselo, no. Es su coche, al fin y al cabo, y su relato coincide casi al dedillo con el de Anya Jordan. Lo que ocurre es que… —Se arrellanó en la silla y miró a Ray—. ¿Te acuerdas cuando en el interrogatorio describió el punto exacto del impacto? —Ray asintió con la cabeza para que siguiera hablando—. Dio muchísimos detalles sobre el aspecto de Jacob. Sobre la ropa que llevaba, sobre su mochila…

—Porque tiene buena memoria. Algo así se te queda grabado en el cerebro, es lo que yo habría pensado. —Ray estaba haciendo de abogado del diablo; prediciendo lo que diría la jefa. En el fondo, Ray también tenía la mosca detrás de la oreja con la confesión del día anterior. Jenna Gray estaba ocultándoles algo.

—Por las marcas de las ruedas sabemos que el coche no iba despacio —prosiguió Kate—, y Gray dijo que Jacob había «salido de la nada». —Dibujó unas comillas en el aire con los dedos—. Entonces, si todo ocurrió tan rápido, ¿cómo pudo verlo con tanto detalle? Y, si no ocurrió tan rápido, y tuvo tiempo para verlo y recordar lo que llevaba puesto, ¿cómo pudo atropellarlo?

Ray no habló durante un rato. Kate tenía la mirada encendida, a pesar de lo poco que había dormido, y reconoció la expresión decidida en sus ojos.

—¿Qué estás insinuando?

—Todavía no quiero presentar la acusación.

Él asintió poco a poco. Soltar a una sospechosa antes de obtener una confesión completa supondría hacer que la jefa se pusiera como una furia.

—Quiero encontrar el coche.

—Eso no cambiará nada —dijo Ray—. Lo máximo que conseguiremos será el ADN de Jacob en el capó y las huellas de Gray en el volante. No nos desvelará nada que no sepamos ya. Estoy más interesado en encontrar el móvil de la mujer. Afirma que lo tiró cuando se marchó a Bristol porque no quería que nadie se pusiera en contacto con ella; pero ¿y si lo tiró porque era una prueba? Quiero saber a quién llamó justo antes y después del accidente.

—Entonces la soltamos bajo fianza —dijo Kate, y miró a Ray con expresión interrogante.

Él titubeó. Acusar a Jenna habría sido el camino más fácil. Aplausos en la reunión de la mañana; palmaditas en la espalda recibidas de la jefa. Pero ¿podía acusarla sabiendo que había algo más que estaba escapándosele? Las pruebas le decían una cosa; su instinto le decía otra bien distinta.

Ray pensó en Annabelle Snowden, viva en casa de su padre incluso mientras él rogaba a la policía que encontrasen a su secuestrador. Su instinto no se había equivocado entonces, pero él lo había ignorado.

Si liberaban a Jenna bajo fianza durante unas semanas podían llegar a una situación más conveniente: asegurarse de que no apareciera ningún escollo en el momento en que la llevaran a juicio.

Asintió mirando a Kate.

—Suéltala.