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Cuando Ray se dirigía de nuevo a su despacho tras la reunión informativa de la mañana, una agente de servicio de la comisaría lo pilló por banda. Rachel era una mujer delgada y esbelta de cincuenta y pocos años, de rasgos pulidos, la cara como de pajarillo, y el pelo muy corto y plateado.

—¿Eres tú el inspector de guardia hoy, Ray?

—Sí… —contestó Ray con recelo, a sabiendas que detrás de aquella pregunta nunca había nada bueno.

—Tengo a una mujer en el mostrador de la entrada que se llama Eve Mannings y que teme por la vida de su hermana: dice que está en paradero desconocido.

—¿Y no puede ocuparse nadie más?

—Todos mis superiores han salido y está muy preocupada. Lleva ya una hora esperando para hablar con alguien.

Rachel no dijo nada más: no hacía falta. Se limitó a mirar a Ray por encima de unas anodinas gafas de montura metálica y esperó que hiciera lo correcto. Era como si lo estuviese regañando una tía amable pero intimidatoria.

Se asomó a mirar al mostrador de la recepción, donde una mujer estaba haciendo algo con un móvil.

—¿Es ella?

Saltaba a la vista que Eve Mannings era la clase de mujer que se sentía más a gusto en cualquier parte antes que en una comisaría de policía. Llevaba el pelo liso y castaño, una melena que le rozaba los hombros cuando inclinaba la cabeza a mirar su móvil, y un abrigo amarillo chillón con botones gigantes y un forro con estampado de flores. Tenía el rostro colorado, aunque eso no tenía por qué ser un reflejo de su estado de ánimo. Por lo visto, la calefacción centralizada de la comisaría solo tenía dos posiciones de ajuste: ártico o tropical, y ese día era evidente que tocaba tropical. Ray maldijo para sus adentros el protocolo que hacía que las denuncias por sospecha de desaparición tuviesen que ser gestionadas por un cargo superior. Rachel habría sido más que capaz de tomar declaración a aquella mujer.

Lanzó un suspiro.

—Está bien, enviaré a alguien a que hable con ella.

Satisfecha, Rachel regresó al mostrador.

Ray subió las escaleras y halló a Kate en su mesa.

—¿Puedes bajar un momento y tramitar una denuncia por sospecha de desaparición en el mostrador de recepción?

—¿Es que no pueden ocuparse los de uniforme?

Ray se rió al ver su cara.

—Eso ya lo he intentado yo. Anda, ve. Solo serán veinte minutos como mucho.

Kate suspiró.

—Solo me lo pides porque sabes que no sé decir que no.

—Tienes que tener mucho cuidado al decir esas cosas, y sobre todo saber muy bien a quién se las dices.

Ray sonrió. Kate puso cara de exasperación, pero un sugerente rubor le tiñó de rojo las mejillas.

—Bueno, ¿y de qué se trata?

Ray le dio el papel que le había dado Rachel.

—Eve Mannings. Te espera abajo.

—Vale, pero me debes una copa.

—Por mí, bien —contestó Ray mientras ella salía del departamento. Se había disculpado por estar tan torpe en la cena, pero Kate le había restado importancia y ya no habían vuelto a hablar del tema.

Ray se encaminó a su despacho. Cuando abrió su maletín, encontró un pósit de Mags en su agenda con la fecha y la hora de su reunión en la escuela, la semana siguiente. Mags había rodeado los números con un círculo en bolígrafo rojo, por si él lo pasaba por alto. Ray lo pegó en la pantalla de su ordenador junto a las otras notas, todas con información supuestamente muy importante.

Aún iba por la mitad del papeleo de su bandeja de entrada cuando Kate llamó a su puerta.

—No me interrumpas —dijo Ray—, que voy con el turbo puesto.

—¿Puedo contarte lo de la sospecha de desaparición?

Ray dejó lo que estaba haciendo e indicó a Kate que se sentara.

—¿Qué estás haciendo? —le preguntó ella, mirando la montaña de papeles de su escritorio.

—Formularios administrativos. Rellenándolos, básicamente, y mis gastos de los últimos seis meses. Los del Departamento de Contabilidad dicen que si no los presento hoy, no autorizarán los pagos.

—Necesitas una secretaria.

—Necesito que me dejen hacer mi trabajo como policía —dijo—, en vez de tener que perder el tiempo con toda esta mierda. Lo siento. Dime cómo te ha ido.

Kate consultó sus notas.

—Eve Mannings vive en Oxford, pero su hermana Jennifer vive aquí en Bristol con su marido, Ian Petersen. Eve y su hermana se pelearon y dejaron de hablarse hace unos cinco años y no volvió a verla ni a ella ni a su cuñado desde entonces. Hace unas semanas, Petersen se presentó de repente en casa de Eve, preguntando dónde estaba su hermana.

—¿Ella lo ha abandonado?

—Eso parece. La señora Mannings recibió una postal de su hermana hace varios meses, pero no identificó el matasellos y ha tirado el sobre. Acaba de encontrar la postal hecha trizas detrás de un reloj de la repisa de la chimenea y está convencida de que la rompió su cuñado cuando fue a verla.

—¿Y por qué iba a hacer eso?

Kate se encogió de hombros.

—Ni idea. La señora Mannings tampoco lo sabe, pero el caso es que eso le ha hecho sospechar, por algún motivo. Quiere denunciar la desaparición de su hermana.

—Pero no está claro que haya desaparecido —dijo Ray con impaciencia—. Ni si le envió una postal. Simplemente, no quiere que la encuentren. Son dos cosas completamente distintas.

—Eso mismo le he dicho yo. Bueno, el caso es que te lo he anotado todo por escrito.

Le dio a Ray una funda de plástico con un par de hojas escritas a mano.

—Gracias, echaré un vistazo. —Ray extrajo el informe de la funda y lo dejó en su mesa, encima del mar de papeleo—. Suponiendo que consiga acabar con esta tanda de papeles, ¿todavía te apetece ir luego a tomar una copa? Creo que voy a necesitarla.

—Me encantará.

—Genial —dijo Ray—. Tom tiene que ir a algún sitio después de clase y le dije que lo recogería sobre las siete, así que será algo rápido, ¿vale?

—No te preocupes. ¿Significa eso que Tom está haciendo amigos?

—Eso creo —contestó Ray—. No es que me informe a mí de quiénes son. Espero que podamos averiguar más cosas cuando vayamos a la escuela la semana que viene, pero no estoy conteniendo la respiración hasta entonces.

—Bueno, si necesitas a alguien que te escuche en el pub, no te cortes y cuéntame lo que quieras —dijo Kate—. Aunque no es que sea la más indicada para dar consejos sobre adolescentes, la verdad…

Ray se echó a reír.

—Si te soy sincero, está bien hablar de otras cosas que no sean los hijos adolescentes.

—Entonces, me alegro de poder servirte de distracción.

Kate sonrió y Ray evocó la súbita imagen de aquella noche en la puerta de su apartamento. ¿Pensaba Kate alguna vez en esa noche? Se planteó preguntárselo, pero ella ya estaba volviendo a su mesa.

Ray sacó su móvil para enviarle un mensaje a Mags. Se quedó mirando la pantalla, pensando las palabras para que Mags no se disgustase ni que tampoco fuese una burda mentira. No debía alejarse en absoluto de la verdad, pensó. Salir a tomar una copa con Kate no debería ser distinto de ir a tomar una cerveza con Stumpy. Ray no hizo caso a la voz de su conciencia que le decía exactamente por qué no era lo mismo.

Lanzó un suspiro y devolvió el teléfono a su sitio en el bolsillo, sin escribir ningún mensaje. Era más fácil no decir nada de nada. Al mirar a través de la puerta entreabierta de su despacho, vio la parte superior de la cabeza de Kate, que estaba sentada a su mesa. Desde luego que estaba siendo toda una distracción para él, pensó. El problema es que no estaba seguro de que fuese la clase de distracción adecuada.