32

—Lo siento —dijo Ray. Estaba sentado en el borde de la mesa de Kate y le pasó un trozo de papel.

Kate lo dejó sobre la mesa, pero no lo miró.

—¿Es la decisión final de la fiscalía?

Ray asintió con la cabeza.

—No tenemos pruebas que demuestren la teoría de que Jenna está ocultando algo, y no podemos retrasar más las cosas. Tiene que presentarse en la comisaría para dar por acabada la libertad bajo fianza y tenemos que presentar la acusación. —Captó la expresión de Kate—. Has hecho un buen trabajo. Has buscado más allá de las pruebas, y eso es exactamente lo que hace una buena inspectora. Pero una buena inspectora también sabe cuándo parar.

Se levantó y le apretó el hombro con amabilidad, antes de dejarla para que leyera la decisión de la fiscalía. Resultaba frustrante, pero ese era el riesgo que implicaba seguir una corazonada, que no siempre era fiable.

A las dos de la tarde llamaron de recepción para avisar de que Jenna había llegado. Ray la inscribió en la lista de detenciones y la invitó a sentarse en el banco metálico de la pared, mientras preparaba el formulario de la acusación. Ella llevaba el pelo recogido en una coleta, lo que dejaba a la vista sus pómulos y su piel pálida y clara.

Ray entregó el documento con la acusación, con las huellas dactilares de la acusada, al sargento de detenciones y caminó hasta el banco metálico.

—En cumplimiento de la sección de la ley sobre tráfico rodado de 1988 se la acusa de causar la muerte a Jacob Jordan como resultado de conducción temeraria, el 26 de noviembre de 2012. Se la acusa también, en cumplimiento de la sección 170, subapartado 2 de la ley sobre tráfico rodado de 1988, de omisión de socorro al no haberse detenido para informar del accidente. ¿Tiene algo que declarar? —Ray se quedó mirándola con intensidad en busca de cualquier señal de miedo o impresión, pero ella cerró los ojos y negó con la cabeza.

—Nada.

—Voy a detenerla hasta que se presente ante el Juzgado de lo Penal de Bristol mañana por la mañana.

La carcelera que estaba a la espera dio un paso hacia delante, pero Ray se interpuso.

—La llevaré yo. —Levantó el brazo de Jenna ligeramente hasta la altura del codo, y la condujo hacia el pabellón de mujeres. El ruido de sus suelas de goma provocó una cacofonía de preguntas a medida que iban avanzando por el pasillo de celdas.

—¿Puedo salir a echar un pitillo?

—¿Ya ha llegado la resolución de mi caso?

—¿Puede traerme otra manta?

Ray las ignoró, porque era demasiado listo para interferir en el territorio del sargento de detenciones, y las voces fueron acallándose y transformándose en gruñidos de disgusto. El inspector se detuvo delante de la celda número 7.

—Zapatos fuera, por favor.

Jenna se desató los cordones y con un pie se sacó las botas empujando por el tacón. Las dejó colocadas junto a la puerta, donde cayó un poco de arena que acabó en el brillante suelo gris. Se quedó mirando a Ray, quien hizo un gesto de asentimiento en dirección a la celda vacía, y luego entró y se sentó en el colchón de plástico azul. Ray se apoyó contra el quicio de la puerta.

—¿Qué es lo que no está contándonos, Jenna?

Ella se volvió con brusquedad y le miró a los ojos.

—¿Qué quiere decir?

—¿Por qué siguió conduciendo?

Jenna no respondió. Se apartó el pelo de la cara y Ray volvió a ver esa horrible cicatriz en la palma de su mano.

Tal vez fuera una quemadura. O un accidente laboral.

—¿Cómo se hizo eso? —le preguntó señalando la herida.

Ella apartó la mirada para evitar la pregunta.

—¿Qué me ocurrirá en el juicio?

Ray suspiró. No iba a conseguir que Jenna Gray le contara nada más, eso estaba claro.

—Mañana son solo las vistas preliminares —dijo Ray—. Le preguntarán cómo se declara y el caso será remitido al Tribunal Superior de lo Penal.

—¿Y luego?

—Habrá una sentencia.

—¿Iré a la cárcel? —preguntó Jenna, y ahora sí miró a Ray a los ojos.

—Puede que sí.

—¿Durante cuánto tiempo?

—Cualquier condena de hasta catorce años. —Ray se quedó mirando a Jenna, y al final captó el miedo que empezaba a aflorar en su rostro.

—Catorce años —repitió ella. Tragó saliva con esfuerzo.

Ray contuvo la respiración. Durante un segundo, pensó que estaba a punto de escuchar aquello que la había empujado a alejarse del lugar del atropello esa noche y no detenerse. Pero ella le volvió la espalda y se tumbó en el colchón de plástico azul, y cerró los ojos con fuerza.

—Ahora me gustaría dormir un poco, por favor.

Ray se quedó mirándola y luego se marchó. El eco de la puerta de la celda al cerrarse resonó tras él mientras se alejaba.

—Bien hecho. —Mags besó a Ray en la mejilla cuando él entró por la puerta—. Lo he visto en las noticias. No te equivocaste al no abandonar ese caso.

Dio una respuesta automática, todavía disgustado por el comportamiento de Jenna.

—¿La jefa está contenta con el resultado?

Ray siguió a Mags hasta la cocina, donde ella abrió una lata de cerveza amarga y se la sirvió en un vaso.

—Está encantada. Por supuesto, ahora dice que la solicitud de aplazamiento en el aniversario del accidente fue idea suya… —Ray esboza una sonrisa amarga.

—¿Y eso no te fastidia?

—En realidad no —dijo Ray, y tomó un sorbo de su pinta y la dejó sobre la mesa con un suspiro de satisfacción—. Me da igual quién se atribuya el mérito por el caso, mientras se investigue como es debido y obtengamos algún resultado en los tribunales. Además —añadió—, es Kate la que se ha encargado de la parte más difícil de este caso.

Debería habérselo imaginado, pero Mags hizo un pequeño mohín al oír el nombre de Kate.

—¿Cuál crees que será la sentencia para Gray en el juicio? —preguntó ella.

—Puede que seis o siete años. Depende de quién sea el juez, y de si deciden convertirla en un caso «ejemplarizante». Aunque siempre hay una carga emotiva cuando está involucrado un niño.

—Seis años no son nada. —Ray sabía que ella estaba pensando en Tom y en Lucy.

—Salvo en el caso de que seis años sea demasiado tiempo —dijo Ray, en cierta forma, para sí mismo.

—¿Qué quieres decir?

—Hay algo raro en todo este caso.

—¿En qué sentido?

—Creemos que hay algo más en su historia que no nos cuenta. Pero ahora ya la hemos acusado, así que es el fin: yo habría permitido que Kate se tomara todo el tiempo que necesitara si hubiera podido.

Mags lo miró con severidad.

—Creía que tú eras el que llevaba las riendas de este caso. ¿Por qué es Kate quien ha tenido la sensación de que hay algo más? ¿Por eso liberaste a Gray bajo fianza?

Ray levantó la vista, sorprendido por la brusquedad del tono de Mags.

—No —respondió con parsimonia—. La liberé bajo fianza porque lo consideraba útil para tener más tiempo para aclarar los hechos y asegurarnos de que estábamos acusando a la persona correcta.

—Gracias, inspector Stevens, ya sé cómo funcionan esas cosas. Tal vez me pase el día llevando a los niños al colegio y preparándoles la comida para que se la lleven, pero fui agente de policía en una época, así que te pido que, por favor, no me hables como si fuera idiota.

—Lo siento. Me declaro culpable. —Ray levantó las manos como si estuviera defendiéndose, pero Mags no se rió. Colocó un trapo de cocina bajo el grifo de agua caliente y empezó a limpiar con brusquedad las superficies.

—Me sorprende, y eso es todo. Esa mujer se larga del lugar del accidente, se deshace del coche y se oculta en medio de la nada, y cuando la localizan un año después lo reconoce todo. Me parece que el caso está cerrado. Eso es lo que opino.

Ray estaba luchando por ocultar su enfado. Había sido un día largo y lo único que quería era sentarse a beber una cerveza y relajarse.

—Hay algo más en este caso —dijo—. Y confío en Kate, tiene olfato para esto. —Sintió que se ruborizaba, y se preguntó si estaría pasándose un poco a la hora de defender a Kate.

—¿De veras? —preguntó Mags con impertinencia—. Bien por Kate. —Ray emitió un profundo suspiro.

—¿Ha ocurrido algo? —Mags siguió limpiando—. ¿Es por Tom?

Mags empezó a llorar.

—Oh, Dios, Mags, ¿por qué no me lo has dicho antes? ¿Qué ha ocurrido? —Se levantó y la rodeó con un brazo, la apartó del fregadero y le quitó con amabilidad el trapo de las manos.

—Creo que podría estar robando.

La rabia que atenazó a Ray fue tan sobrecogedora que, durante un instante, fue incapaz de hablar.

—¿Por qué lo crees? —Era la gota que colmaba el vaso. Una cosa era que se saltara las clases y estuviera haciendo el vago por la casa por el desajuste hormonal de la adolescencia, pero ¿robar?

—Bueno, no estoy segura —dijo Mags—. Todavía no le he dicho nada a él… —Ella captó la mirada de Ray, y levantó una mano con gesto de advertencia—. Ni quiero hacerlo. No hasta que no conozca los hechos.

Ray inspiró con fuerza.

—Cuéntamelo todo.

—Hace unas horas estaba limpiando su cuarto… —Mags cerró los ojos durante un instante, como si incluso el simple recuerdo le resultara insoportable—, y me he topado con una caja de cosas debajo de su cama. Había un iPod, unos cuantos DVD, un montón de golosinas y un par de zapatillas de deporte sin estrenar. —Ray negó con la cabeza, pero no dijo nada—. Sé que no tiene dinero —continuó Mags—, porque todavía está pagando esa ventana que rompió, y no puedo imaginar de qué otra forma lo habrá conseguido a menos que lo haya robado.

—Cojonudo —dijo Ray—. Va a acabar en el trullo. Eso quedará muy bien, ¿verdad? El hijo del inspector detective detenido por ladrón de tiendas.

Mags lo miró con desesperación.

—¿Eso es lo único que se te ocurre? Tu hijo se ha pasado los últimos dieciocho meses sintiéndose profundamente triste. Tu hijo, que hasta entonces había sido feliz, un niño centrado e inteligente, ahora se salta las clases y roba, y en lo primero que piensas tú es: «¿Cómo va a afectar eso al futuro de mi carrera?». —Se calló en mitad del discurso, y levantó las manos como señal de desprecio—. No puedo hablar de esto contigo ahora.

Se volvió y se dirigió hacia la puerta, y luego se volvió para mirar a Ray.

—Deja que me encargue yo de Tom. Tú no harás más que empeorar las cosas. Además, está claro que tienes asuntos más importantes en los que pensar.

Se oyeron unas pisadas que corrían escalera arriba, seguidas por el portazo del dormitorio. Ray sabía que no tenía ningún sentido seguirla; ella no tenía ganas de hablar. Su carrera no había sido lo primero en lo que había pensado, solo había sido algo más en lo que pensar. Y, dado que él era el único que estaba ganando dinero para el sustento de la familia, era un poco desconsiderado por parte de Mags despreciarlo de esa forma. En cuanto a Tom, dejaría que ella se encargara de todo si así lo deseaba. Además, para ser sincero consigo mismo, no sabía por dónde empezar.