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Ray había reunido a su equipo para la operación Pausa. Había asignado a Kate el papel de agente al cargo, que era una gran responsabilidad para alguien que solo llevaba dieciocho meses en el equipo, pero Ray estaba seguro de que ella se las arreglaría.

—¡Desde luego que me veo capaz! —respondió Kate cuando él le manifestó su preocupación.

—Además, siempre puedo pedirte ayuda si tengo algún problema, ¿verdad?

—Cuando quieras —dijo Ray—. ¿Tomamos una copa al salir del trabajo?

—Intenta impedírmelo.

Ya se habían visto dos o tres veces a la salida del trabajo a la semana de empezar a investigar el atropello con fuga. A medida que las investigaciones pendientes iban resolviéndose, pasaban menos tiempo hablando del caso y más de su vida personal. A Ray le había sorprendido descubrir que Kate también era una apasionada seguidora del Bristol City como él, y habían pasado varias noches muy agradables lamentándose juntos por su reciente descenso en la liga. Por primera vez en su vida, Ray sentía que no solo era esposo, o padre, o agente de policía. Era Ray.

Había tenido la precaución de no investigar el caso del atropello con fuga durante las horas de trabajo. Estaba contraviniendo de forma directa las órdenes de su jefa, pero mientras no lo investigara durante su horario habitual, pensó que a ella no tendría por qué importarle. Y si daban con una pista de peso que condujera a una detención… Bueno, entonces ella vería las cosas de otro color.

La necesidad de ocultar su trabajo a los demás miembros del equipo del CID suponía que Ray y Kate debían reunirse en un pub mucho más alejado de los antros que frecuentaba la policía. The Horse and Jockey era un lugar tranquilo, con compartimentos de respaldos altos, donde podían desplegar todo el papeleo sin miedo a ser vistos, y el dueño jamás levantaba la vista de su crucigrama. Era una forma entretenida de terminar la jornada y relajarse antes de volver a casa, y Ray se dio cuenta de que miraba el reloj, impaciente, hasta que llegaba la hora de salir del despacho.

Como solía ocurrir, recibió una llamada justo a las cinco y se entretuvo, y cuando por fin llegó al pub, Kate ya tenía la copa a medias. El trato tácito era que quien llegara primero pagaba las copas, y su pinta de Pride ya estaba esperándolo en la mesa.

—¿Por qué has tardado en llegar? —le preguntó Kate al tiempo que empujaba la pinta en su dirección—. ¿Algo interesante?

Ray tomó un buen trago de cerveza.

—Cierta información secreta que ha acabado cruzándose en nuestro camino —dijo—. Hay un traficante en el barrio de Creston que utiliza a seis o siete camellos de medio pelo para que le hagan el trabajo sucio; por lo visto se ha montado un buen negociete. —Un diputado del Partido Laboralista especialmente grandilocuente había empezado a recurrir al problema de las drogas como base para pontificar, con la máxima repercusión posible en los medios, sobre la amenaza que suponía para la sociedad los «barrios sin ley», y Ray sabía que a la jefa le gustaba que se viera que los suyos adoptaban una postura proactiva. Ray tenía esperanzas de que la operación Pausa fuera bien, y así podría hacer méritos para que la jefa también lo dejara encargarse de ese otro asunto—. El Departamento de Violencia Doméstica se ha puesto en contacto con Dominica Letts —continuó—, que es la novia de uno de los camellos, y están tratando de convencerla para que lo denuncie. Evidentemente no nos interesa espantarlo y mandarle a la policía a casa cuando estamos intentando cerrar una operación, pero, al mismo tiempo, tenemos el deber de proteger a su novia.

—¿La chica corre peligro?

Ray hizo una pausa antes de responder.

—No lo sé. Violencia Doméstica la ha catalogado como caso de alto riesgo, pero ella se muestra muy terca y no quiere presentar pruebas que inculpen a su novio. Por el momento, la chica no está colaborando para nada con el departamento.

—¿Cuánto tiempo crees que pasará hasta que podamos mover ficha?

—Podrían ser semanas —dijo Ray—. Es demasiado tiempo. Tendremos que meterla en una vivienda segura, suponiendo que ella acceda a ir y que podamos mantener el alegato por malos tratos hasta que consigamos echarle el guante por el asunto de las drogas.

—Se trata de una decisión de Hobson —dijo Kate con sensatez—. Es decir: una decisión sin opciones. ¿Qué es más importante: el tráfico de drogas o la violencia doméstica?

—No es tan sencillo como yo había pensado, ¿verdad? ¿Y si alegamos violencia causada por consumo de drogas? ¿Como los atracos que cometen los yonquis para pagarse el siguiente chute? Las consecuencias de la venta de drogas quizá no sean tan directas como un puñetazo en la cara, pero sí tienen repercusión a largo plazo y son igual de dolorosas. —Ray se dio cuenta de que estaba hablando en voz más alta de lo normal y se calló de pronto.

Kate puso una mano sobre la suya para tranquilizarlo.

—Oye, que solo estaba haciendo de abogada del diablo. No es una decisión fácil.

Ray esbozó una sonrisa abochornada.

—Lo siento, había olvidado lo mucho que llego a implicarme en este tipo de casos. —De hecho, llevaba bastante tiempo sin pensar en ello. Hacía tanto que se dedicaba a aquello que su auténtica motivación profesional había quedado enterrada bajo todo el papeleo y los problemas personales. Estaba bien que algo le recordara lo que era realmente importante de su vocación.

Su mirada se encontró con la de Kate durante un instante, y Ray sintió la calidez de la piel femenina sobre la suya. Un segundo después, ella retiró la mano y rió incómoda.

—¿Una más antes de irnos? —sugirió Ray.

Cuando volvió a la mesa, la magia ya había pasado, y se planteó si solo habrían sido imaginaciones suyas. Dejó las cervezas, abrió una bolsa de patatas fritas y las colocó entre ambos.

—No tengo nada nuevo sobre el caso de Jacob —dijo.

—Yo tampoco —dijo Kate con un suspiro—. Vamos a tener que desistir, ¿verdad?

Ray asintió en silencio.

—Eso parece. Lo siento.

—Gracias por dejarme permanecer en la investigación tanto como tú.

—Has hecho bien en no desistir —dijo Ray—, y me alegro de que hayamos seguido trabajando en ello.

—¿Aunque no vayamos a llegar más lejos?

—Sí, porque ahora parece buen momento para dejarlo, ¿verdad? Hemos hecho todo cuanto podía hacerse.

Kate asintió con la cabeza poco a poco.

—Sí que parece distinto. —Miró a Ray con gesto interrogante.

—¿Qué pasa?

—Supongo que no eres el típico lameculos. —Sonrió de oreja a oreja, y Ray soltó una risotada. Se alegraba de haberse granjeado su simpatía.

Comieron las patatas fritas en un cómodo silencio de compañeros, y Ray miró el móvil por si tenía algún mensaje de Mags.

—¿Cómo van las cosas en casa?

—Pues como siempre —dijo Ray, y se guardó el móvil en el bolsillo trasero del pantalón—. Tom sigue protestando en todas las comidas, y Mags y yo seguimos discutiendo sobre cómo solucionarlo. —Soltó una risa fugaz, pero Kate no le correspondió.

—¿Cuándo tenéis la próxima reunión con su profesora?

—Ayer estuvimos en el colegio otra vez —dijo Ray con expresión de incomodidad—. Solo lleva seis semanas en el nuevo centro y, por lo visto, Tom ya ha empezado a saltarse las clases. —Tamborileó con los dedos sobre la mesa—. No entiendo a ese crío. Estuvo bien durante el verano, pero en cuanto regresa es el mismo Tom de siempre: no se comunica, siempre está de malhumor y no ayuda en nada.

—¿Crees que todavía sufre acoso escolar?

—En el centro dicen que no, pero jamás lo reconocerían. —Ray no tenía en gran estima a la tutora de Tom, que se había apresurado a culpar a Mags y a Ray por no presentarse como «frente unido» en las tardes para padres del colegio. Mags había amenazado con plantarse en el despacho de Ray y sacarlo a la fuerza de allí para acudir a la próxima reunión. Pero Ray había estado tan preocupado que olvidó que estaría trabajando desde casa todo el día y que, de hecho, podría haber ido en coche para llegar a tiempo de reunirse con Mags. Aunque eso no habría hecho que las cosas cambiaran lo más mínimo—. La profesora de Tom asegura que es una mala influencia para sus compañeros —añadió—. Por lo visto es «subversivo». —Soltó una risotada socarrona—. ¡A su edad! Es una puñetera ridiculez. Si no saben manejar a los chicos poco colaborativos no deberían haberse metido en la enseñanza. Tom no es un chico subversivo, solo es un chaval muy terco.

—Me pregunto a quién habrá salido —dijo Kate, y reprimió una sonrisa.

—¡Cuidado con lo que dice, agente Evans! ¿O quiere volver a patrullar? —Ray sonrió.

La sonrisa de Kate se transformó en bostezo.

—Lo siento, estoy muerta. Creo que voy a irme a casa. Tengo el coche en el taller, y tengo que consultar el horario del autobús.

—Ya te llevo yo.

—¿Estás seguro? No te pilla precisamente de camino.

—No hay problema. Venga, así me enseñas cómo es la zona pija de la ciudad.

El piso de Kate estaba en un elegante edificio de apartamentos en el centro de Clifton, donde los precios de la vivienda, según Ray, estaban demasiado inflados.

—Mis padres me ayudaron a pagar la entrada —le contó Kate—. De no ser por ellos, no podría habérmelo permitido. Además, es un sitio diminuto; teóricamente tiene dos habitaciones, pero en realidad solo es así si no pones una cama en la segunda.

—¿De verdad no habrías conseguido algo mucho más grande por el mismo dinero si hubieras comprado en otro sitio?

—Seguramente, pero ¡es que en Clifton hay de todo! —Kate describió un movimiento amplio con un brazo—. Es decir, ¿en qué otro sitio ibas a poder comprar un falafel a las tres de la madrugada?

Como de lo único que Ray tenía ganas a las tres de la madrugada era de mear, no logró ver cuál era el atractivo.

Kate se desabrochó el cinturón y se detuvo un instante con la mano en la manija de la puerta.

—¿Quieres subir a ver el piso? —Lo preguntó con tono despreocupado, aunque la atmósfera se cargó de pronto de tensión por lo que pudiera pasar, y, en ese instante, Ray supo que estaba cruzando una línea cuya existencia se había negado a reconocer durante meses.

—Me encantaría —dijo.

El piso de Kate estaba en el ático y contaba con un ascensor muy pijo con el que se subía en dos segundos. Cuando las puertas se abrieron, llegaron a un pequeño descansillo enmoquetado con una puerta pintada de color vainilla justo delante. Ray salió del ascensor detrás de Kate, y permanecieron en silencio mientras se cerraban las puertas. Ella estaba mirándolo directamente a los ojos, con la barbilla algo levantada, con un mechón de pelo cayéndole por la frente. Ray se dio cuenta de pronto de que no tenía ganas de marcharse.

—Esta es mi casa —dijo Kate sin dejar de mirarlo.

Él asintió en silencio y alargó una mano para colocarle el mechón de pelo caído por detrás de la oreja. Luego, antes de poder plantearse qué estaba ocurriendo, la besó.