El raciovitalismo o la razón vital. Metafísica de la perspectiva
Conferencia de José Ortega y Gasset en el cine de la Ópera, Madrid (1931).
En los años 1932 y 1933, Ortega imparte un curso dedicado a lo que llama los «principios metafísicos según la razón vital», en los que se propone sentar las bases de esta disciplina filosófica a hombros de su teoría del raciovitalismo. El problema fundamental al que nos enfrentamos al estudiar, explica el filósofo, es que el estudiante se enfrenta con una doctrina ya hecha, terminada y finalizada (por mucho que pueda avanzar y abrir nuevos caminos). Sin embargo, no ocurre así con la filosofía ni con la auténtica necesidad del hombre de crear ciencia, instigada por el ahínco (ya mencionado por Aristóteles) que todo ser humano alberga hacia el saber.
Pero la ciencia, en general, no puede ser equiparada a un conjunto enorme de conocimientos y principios que deben ser asimilados y aprendidos, pues todos nos encontramos dispuestos de maneras diferentes en función de nuestra particular circunstancia. En este sentido, Ortega define la metafísica como aquella disciplina que «consiste en que el hombre busca una orientación radical en su situación», lo que supone, nos explica, que la situación normal del hombre consiste en una angustiosa desorientación. «El que se desorienta en el campo busca un plano o la brújula, o pregunta a un transeúnte y esto le basta para orientarse.» Pero Ortega no habla de un estar perdido en el espacio físico, sino de una «radical desorientación» (muy emparentada con el «estar arrojado» al mundo de Heidegger, que ya tratamos en capítulos anteriores). La metafísica existe como imperativo humano porque no necesitamos perdernos; el sencillo hecho de existir ya conlleva la desorientación; la vida es, a fin de cuentas, estar perdido, «y por eso existe la Metafísica», asegura nuestro pensador.
Así, la metafísica es una labor plena y exclusivamente humana que realizamos para orientarnos en nuestra particular situación. Para ello, el hombre debe sentirse perdido previamente, encontrarse a sí mismo como un ser cuya existencia consiste en estar extraviado. Por eso no es suficiente con emplear la mera razón, pues esta es ya un dispositivo vital, incluso biológico, que nos permite realizar en nuestra vida el proyecto que hemos elegido. Somos lo que nos pasa, pero de un modo particular. Pues ser, sin más, es lo que le acontece y en lo que parece consistir la vida del hombre-masa. Sin embargo, la existencia del pensador y de quien toma en serio la vida radica en un comprender muy particular, en un ver que se es, explica Ortega, en un enterarse de nuestra particular situación. «La piedra no se siente ni sabe ser piedra: es para sí misma como para todo absolutamente ciega», un en-sí, como ya vimos en terminología de Sartre.
Además, nos encontramos en un lugar determinado del mundo. Aunque la vida abre un campo casi ilimitado de posibilidades, de nada servirán estas si no nos hacemos conscientes de ellas, de que con nuestra existencia podemos realizar lo que realmente somos, pues «vivir no es entrar por gusto en un sitio previamente elegido a sabor, como se elige el teatro después de cenar, sino que es encontrarse de pronto y sin saber cómo, caído, sumergido, proyectado en un mundo incanjeable», explica Ortega en una preciosa reflexión. Debemos vivir haciéndonos partícipes de la sorpresa, del asombro que imprime en nosotros cada nueva circunstancia. Todo lo demás es pura e insensible inercia. La vida es, de este modo, responsabilidad ante el futuro (el pasado no nos constituye, aunque sea parte de nuestra biografía), pues toda existencia se proyecta y ejecuta hacia delante, no hacia atrás. Y todo queda concentrado en un punto en el que todos los extremos temporales se dan cita: el presente, el ahora, en el que hemos de poner en juego nuestra capacidad para realizar nuestras posibilidades.
Aunque la vida nos es dada, nos es concedida, tenemos que hacerla constantemente, decidir. Y porque la razón pura no puede suplantar a la vida, como escribía Ortega en El tema de nuestro tiempo, debemos ejercer nuestro poder sobre la circunstancia, pues «la razón es solo una forma y función de la vida». Y así, de manera taxativa asegura Ortega que el auténtico asunto de nuestro tiempo consiste en «someter la razón a la vitalidad, localizarla dentro de lo biológico, supeditarla a lo espontáneo». Todo valor y toda acción deben ser realizados teniendo como patrón supremo a la vida, haciendo de ella «un principio y un derecho». Razón vital, pues, o raciovitalismo, y no puro vitalismo o racionalismo, es lo que persigue establecer Ortega con su sistema filosófico.