La fuerza de la vida

«Un hombre para quien todo en la vida es aventura es un gran hombre.»

ORTEGA. Estudios sobre el amor

El amor en Ortega

La primera vez que Ortega publicó Estudios sobre el amor fue en 1939, en la ciudad de Buenos Aires. En esta obra encontramos una serie de artículos que el autor redactó entre 1926 y 1927, a los que más tarde añadió otros. Aunque el asunto central que reúne y da trabazón a esta colección de escritos es el amor, el concepto capital de la obra es, de nuevo, el de vida, definida como inextricable misión del ser humano de acoger en sí mismo la responsabilidad de su libertad. Tampoco se ciñe Ortega, como explica al comienzo de «Facciones del amor», al sentimiento que une a mujeres y hombres. Su concepción, como es habitual en él, encierra una panorámica mucho más amplia.

De manera similar a como Platón plantea el amor en El banquete, es decir, como una completa teoría del deseo, Ortega arranca su reflexión a partir de nuestra condición de máquinas deseantes. Al decir del filósofo alemán Arthur Schopenhauer (1788-1860), somos seres condenados a querer, víctimas de una esencia (la voluntad) que desea la permanencia de la existencia bajo cualquier forma. Sin embargo, explica Ortega, el amor en sentido estricto no se ciñe al deseo que su objeto hace nacer pues el amor, por ejemplo, se prolonga en el tiempo, mientras que el puro deseo es en muchas ocasiones apaciguado cuando es satisfecho.

En este sentido, el amor es un «acto centrífugo» que se genera en nuestra alma y que, en su ambición por envolver lo amado, se retroalimenta y acaba por salir de sí, de su mismidad. Es decir: el amor no se contenta con ser sentido, sino que precisa de la posesión del objeto por el que se ejerce. Solo uniéndose a él y afirmando de manera conjunta el ser que emana del amor, son los amantes capaces de saciar, siquiera momentáneamente, su sed.

Nos enamoramos, plantea nuestro filósofo a hombros de Platón, cuando fijamos una atención desmesurada sobre una persona. El objeto de nuestro amor cobra, de repente, más realidad que el resto de las cosas. Es lo que Platón llamaba theia manía (manía divina). Pero este es tan solo el comienzo. Pues, poco a poco, el mundo va perdiendo importancia y lo amado lo sustituye. Por otra parte, en opinión de Ortega, el amor va acompañado del instinto sexual, pues «todo enamoramiento tiende automáticamente hacia el frenesí». A pesar de que todo amor auténtico comparta esta característica, no existe, sin embargo, una cualidad que enamore universalmente, pues no todos nos enamoramos por las mismas razones.

Para Ortega, antes que otra cosa, somos «un sistema de preferencias y desdenes», en el que se contiene un corazón que, literalmente, es una máquina de «preferir y desdeñar», el verdadero soporte de nuestra personalidad. Y es en la elección del amado o la amada donde se pone de manifiesto nuestro auténtico fondo. Ortega argumenta que al ser atraídos por alguien ponemos sobre la mesa nuestra personalidad: el interés que nos arrastra hacia alguien es, así, el amor. Y por eso, en última instancia, el amor es ya elección.