El influjo platónico de El banquete en Ortega

Como es bien sabido, Platón es quizás uno de los pensadores que más —y más profundamente— ha reflexionado sobre el amor. En el filósofo ateniense, el eros (amor) adquiere la condición de «puente» entre su llamada «psicología moral» y la «teoría de las formas» (o de las ideas). Aunque conviene distinguir, en un primer momento, entre eros y philía, dos conceptos capitales en la genealogía del amor como categoría filosófica, Platón solo tratará de la philía (una forma de afecto más bien moderado, una suerte de amistad) en Lisis, mientras que estudia el eros (sustantivo del verbo eran, que denota propia pero no exclusivamente la pasión sexual) más a fondo. Por su parte, Aristóteles dedicará al menos tres libros de sus escritos éticos a la amistad o philía; precisamente, el estagirita definirá el amor como un «exceso de philía[13]».

A Platón le interesa el amor por cuanto supone la forma —o exteriorización— más fuerte del deseo, aunque no el deseo de cualquier cosa, como mera apetencia, sino el deseo de lo bello (tôkalón), que, en el fondo, guarda para el filósofo un interesante y acusado parentesco con lo bueno (agathón). Debemos ser conscientes, sin embargo, avisa Platón, de que este deseo puede llegar a corromperse[14] o, lo que es lo mismo, puede tender a lo peor. Para Platón puede llegar a aceptarse como bueno el deseo carente de ley (desordenado): si algo contienen los deseos criminales, es un componente desestabilizador, que corrompe a fin de cuentas nuestra parte racional. Si recordamos algunos fragmentos del diálogo Fedro, observamos cómo el caballo oscuro (el de la concupiscencia) solo puede alcanzar su meta con el consentimiento del auriga, que no es otro que la razón. Llegamos, pues, a la principal conclusión de Platón: el deseo debe ser convenientemente encaminado, guiado, una tesis que hará mella en el Ortega de Estudios sobre el amor, pues a juicio del pensador español, aunque del amor nacen deseos, no se ciñe propiamente el amor a desear: «deseamos venturas a la patria y deseamos vivir en ella “porque” la amamos. Nuestro amor es el precio a esos deseos, que nacen de él como la planta de la simiente».

Por ello, y por lo que toca a El banquete, encontramos en Platón toda una teoría del deseo (del control de las pasiones), y, en concreto, del deseo racional del bien entendido como lo bello y lo bueno. La clave consiste en encontrar el método que permita hermanar razón y deseo. Para el pensador griego puede establecerse un símil entre la dirección del banquete y la de la guerra: es decir, tanto el invitado a un banquete como el estratego (el mando militar) son, cada uno a su manera, una suerte de elegidos (el primero ha de controlar el uso desmedido de la bebida para encauzar correctamente sus discursos; el segundo ha de equilibrar su vigor para dirigir de modo eficiente a sus soldados). En este sentido, Platón se refiere a una curiosa embriaguez; quien bebe debe ser capaz de mantener la compostura, al igual que el gobernante ha de hacer todo lo posible por desarrollar la concordia y amistad entre los miembros de la sociedad (synoysía), con el objetivo de hacerla más sólida[15].

Vemos, pues, cómo El banquete no encierra solo un significado antropológico (de relación entre los hombres y sobre lo que los hombres son), sino también político y educativo, pues presenta todo un arte de controlar la embriaguez: las normas del banquete permiten el acceso a un placer muy particular, el placer cultural, inspirado por las musas, que facilita al filósofo buscar la verdad (no como un mero diletante, sino como un auténtico escrutador de la realidad).

De igual forma, explica Ortega, el enamorado debe controlar sus emociones, puesto que el estado de enamoramiento, si no es puesto bajo ciertos límites, puede llegar a provocar la más funesta «paralización de nuestra vida».