Primera parte

En el aeropuerto

 

Irina llegó al aeropuerto de Malpensa en Varese, Italia, ese día con un montón de sueños y una maleta gastada, sintiendo las miradas a su alrededor sobre su ropa que se veía vieja y pasada de moda haciendo que se sintiera incómoda. Musitó una frase en ruso que significaba “al demonio” mientras peleaba con la pesada maleta y se enfrentaba al nuevo país donde su hermano Dimitri había prometido cuidarla luego de morir sus padres. Dimitri era todo cuanto le quedaba en ese mundo, porque sus hermanas mayores nunca le habían prestado demasiada atención, tenían demasiada diferencia de edad y al ser sus padres tan mayores… A los doce años, la jovencita se vio huérfana y viviendo con una tía que tampoco podía criarla porque no tenía dinero para pagar sus estudios.

Pero ahora todo cambiaría, estaba a treinta y cinco kilómetros de  Milán como le informó la azafata del vuelo, una ciudad moderna, pintoresca y tan hermosa… Un lugar con nuevas oportunidades.

Sus ojos azules miraron atentos al oficial que le hablaba en italiano y le hacía gestos de que fuera por la otra puerta, a migración… Tembló cuando la enviaron a ese lugar y unos hombres altos y fornidos la miraron de arriba abajo como si fuera una delincuente que había hecho algo malo.

—Via via  Signorina… Eh tú imbécil, consigue una intérprete, la señorita no hablaba nada nuestra lengua—dijo el más gordo y corpulento.

El otro observó la maleta y la examinó mientras tenían en sus manos el pasaporte, sus documentos. Los ojos del guardia la miraban con desconfianza. Irina miró desesperada a su alrededor, ¡cuánto tardaba en aparecer su hermano! ¿Qué haría sin él en un país extraño?

El intérprete, un joven gordo y rubio de facciones regulares le hizo preguntas en su idioma. ¿Por qué había ido a Italia? ¿Quién la esperaba? Nombre, dirección, teléfono.

—Es mi hermano Dimitri Ivanovich, por favor. Debe estar preocupado por mí. Avisen a mi hermano—repitió Irina desesperada.

Palabras mágicas. El intérprete se comunicó con los guardias, con los oficiales del aeropuerto y comenzaron a sonreír.

—Disculpe usted señorita, es que a veces vienen jóvenes rusas que no tienen trabajo y luego terminan trabajando en lugares deplorables dónde las explotan—dijo el intérprete.

Miró a los italianos pero no entendió nada por supuesto y volviéndose al intérprete preguntó en ruso dónde estaba su hermano, inquieta.

Cuando la llevaron con Dimitri sintió que le volvía el alma al cuerpo. ¡Qué alivio sintió!

Dimitri la abrazó, se besaron, intercambiaron palabras en su idioma sobre el viaje con frases cortas, sin terminar. La emoción de reencontrarse después de tantos años era intensa. Su hermano estaba más gordo, usaba gafas y ella llegaba casi al metro setenta pero con las dos trenzas rubias se veía menor a pesar de haber cumplido recientemente los diecinueve.

Tenían tanto de qué hablar y contarse.

Cuando él supo que la habían retenido en migraciones y registrado sus maletas se enfureció pero solo dijo en su idioma: “ten cuidado con los italianos, son gente falsa y creen que todos los extranjeros son traficantes o bandidos”.

El intérprete intervino en la escena para hablar con su hermano, era necesario que firmara unos formularios, que diera la dirección dónde la jovencita iba a quedarse y demás. ¿Había llevado pasaporte? ¿Tenía ya la ciudadanía italiana?

Dimitri respondió algo molesto:

—¡Por supuesto hombre! Soy neurocirujano y científico, ¿cómo cree que podría trabajar en Italia sin los debidos permisos?

—Disculpe signore Dimitri, es que nuestro trabajo es… comprobar que todo esté en orden.

Siguió a los hombres y le pidió a Irina que aguardara en la sala.

De pronto se preguntó dónde estarían sus maletas y buscó al intérprete. No es que llevara algo valioso en sus maletas pero, tenía sus ropas, sus cosas y no quería que le robaran nada, su hermano dijo que a veces cuando registraban maletas, algo desaparecía misteriosamente…

Como nadie sabía ruso buscaron al intérprete, y este al enterarse de lo que le pasaba fue por su maletas.

Su hermano todavía no había regresado pero acababa de llegar un nuevo vuelo y la sala se llenó de guapos italianos… Estos no eran extranjeros, reconoció algunas palabras sueltas y vestían muy elegantes con sus trajes sport y… Eran algo distintos a los jóvenes de su país.

—Aquí están sus maletas señorita Ivanovich—dijo el intérprete. Era una maleta, dos bolsos de mano y…

¡Su oso Aleksi! ¡No!… ¿Dónde estaba su hermoso oso blanco de felpa que medía un metro? Adoraba a ese oso y no…

—Señor intérprete, mi oso… creo que quedó en el avión, lo llevaba en mis brazos anoche para dormir y ahora no está... me robaron mi oso. Por favor, búsquelo.

El intérprete sonrió, no podía creer que una chica de esa edad estuviera reclamando un oso de felpa y que le confesara que lo tenía en su regazo para poder dormirse…

—Aguarde Signorina, iré a averiguar.

La jovencita lo vio alejarse con una expresión de angustia.

Dimitri llegó en ese momento.

—Bueno, todo listo, podemos irnos Irina.

Pero ella no se iría sin Aleksi.

—¿Aleksi?—repitió su hermano incrédulo y luego se asustó pensando que…—Irina, ¿no se te habrá ocurrido traer una mascota de forma clandestina verdad? Eso está prohibido y lo sabes, te lo dije…

—No es una mascota, es mi oso, el que me regalaste cuando cumplí los dieciséis, ¿lo recuerdas? Me lo enviaste desde Italia y tardó mucho en llegar…

—¿Todavía tienes a ese oso de felpa? Dios mío—su hermano estaba sorprendido.

Bueno, eran cosas de adolescentes, resabios de la niñez, crecían deprisa, y en Italia mucho más… Además su hermana estaba muy sola en Rusia, con esa tía que vivía enferma y … El oso debía ser su mejor amigo.

Irina dio vueltas inquieta, el intérprete estaba buscando su oso pero no estaba en la sala de migraciones, observó a distancia que revolvía todo como una gallina con la ayuda de los oficiales. Algunos rieron…

Y cuando volvió poco después con la triste noticia de que el oso no estaba en el equipaje del avión gritó que seguramente estaba bajo su asiento. ¿Podían fijarse por favor?

El intérprete miró a la jovencita y luego a su hermano que más que neurocirujano parecía un militar ruso por su porte y la expresión ruda de su rostro.

—Es que hay otro vuelo ahora… El avión fue llevado a otra pista y…

Irina se puso histérica y gritó que quería su oso y movilizó a todo el mundo para que lo buscaran.

Los pasajeros comenzaron a moverse inquietos. ¿Por qué había tanto retraso en el siguiente vuelo con destino a Londres? Eran yuppies, viajaban por negocios y no podían pasarse la mañana encerrados en el aeropuerto Malpensa todo el día.

Y cuando supieron que era porque estaban buscando un oso de felpa comenzaron a reírse. No, no podía ser.

Un grupo de ejecutivos vieron a la chica rubia de trenzas llorando por su oso y rieron, se preguntaron si no tendría algún retraso. Así de jeans parecía de quince, pero sus curvas delataban a una chica más grande. Uno de ellos dijo que tenía un trasero estupendo mientras que otro alardeó que él salía con una chica muy parecida…

—Tú solo sales con profesionales—señaló Giovanni.

Los ojos azules de Renzo sonrieron. 

—Por supuesto, me gustan las que saben…

Los tres siguieron con los ojos a la joven que enloquecía a otro hombre pidiendo su oso.

El intérprete fue interrogado por el grupo de ejecutivos.

—¿Quién es la chica de trenzas, cómo se llama?—quiso saber Renzo.

—Es rusa y el hombre que está a su lado es un neurocirujano y ganó un premio de ciencia hace tiempo.

—¿Y han encontrado a su oso?

—Todavía no pero… lo están buscando, está desesperada.

Siguieron la escena entre risas haciendo toda clase de conjeturas sobre el oso y de pronto ¡voilá! Apareció el afortunado peluche blanco, inmenso con un bonete rojo muy mono y la chica rubia feliz, radiante como si fuera el amor de su vida, lo abrazó y besó y lloró emocionada, nerviosa.

Su hermano que notó las miradas de ese grupo de yuppies de la city y  les dirigió una mirada sombría de advertencia mientras abrazaba a su hermana y se la llevaba lejos del aeropuerto de Malpensa. No le agradaba que se burlaran.

Mientras, el grupo de ejecutivos italianos conversaban.

—Qué bonita es… Me encantaría ser ese peluche blanco y poder dormir en su cama—dijo el más alto y el más enamorado de la joven.

—Lo conozco, es vecino mío pero nunca está en el apartamento, pasa el día entero metido en el hospital abriendo cabezas, es muy bueno, el mejor neurocirujano que tenemos. Es algo extraño que su hermana viniera a visitarlo, tenía entendido que no tenía familiares cercanos.

— ¿Lo conoces, de veras? Vaya, estoy de suerte.

—Sí…

Continuaron la charla en el avión, Londres aguardaba. Se abriría una nueva filial de la concesionaria de autos y debían estar presentes, eran accionistas y uno de ellos uno de los socios.

—Pues cuando regresemos te haré una visita Giovanni.

—No podrás conquistarla, su hermano se ve muy fiero, ¿no viste cómo nos miró?

—Fue tu culpa, no dejabas de mirar su trasero.

—Claro, si era maravilloso, magnífico…

—Pues no volverás a mirar nada cuando sea mi novia.

—¿Tu novia?

Sus amigos rieron, se burlaron y Renzo hizo una apuesta por cinco mil euros a que en menos de seis meses se la llevaría a la cama.

—¿Seis meses? Oh, qué viveza la tuya, en seis meses cualquiera podría convencerla, mejor que sea en tres. O en dos semanas.

—No… Es una chica difícil, y deberé lidiar con su hermano que parece un oso. Seis meses es un tiempo razonable.

—Tres y te estamos dando una chance, en realidad la hazaña sería dormir con ella en menos de un mes.

—¡Imposible! Bueno no importa. Ganaré la apuesta de todas formas, no importa cuánto tarde.

—Importa sí, el tiempo es oro Renzo. Dos meses y listo.

—Un mes ya es mucho tiempo…

*********

Giovanni no tomó en serio a su amigo Ravelli, era un mujeriego perdido que siempre tenía una chica hermosa para salir. , ni imaginó que luego de regresar de Londres, exactamente una semana después, lo vería en su apartamento con una botella de buen vino y dos chicas para pasar un rato agradable. Él siempre estaba rodeado de hermosas mujeres, algunas lo hacían por amor al sexo y otras por una suma conveniente. A Renzo no le afectaba pagar, solo quería tener una chica bonita y experta en su cama cada noche-

—Hola viejo amigo, vengo a visitarte y traigo dos bellezas que quieren conocerte—anunció.

Una rubia y la otra pelirroja, eran preciosas y no dejaban de sonreír.

—Renzo, cuánto me alegro de verte, sobre todo si me traes chicas tan hermosas…—le respondió.

Entraron en su apartamento, encendió el audio mientras las invitaba con un trago de whisky. La pelirroja era algo espectacular, cobraba sí, pero sabía que valdría la pena. Su amigo tenía buen ojo para conseguirlas, no sabía cómo le hacía para encontrar siempre mujeres hermosas.

Charlaron, fumaron, bebieron y luego él escogió a la pelirroja y su amigo no tuvo problemas en quedarse con la rubia.

Y cuando la fiesta terminó fueron a fumar  a la terraza y a beberse una cerveza mientras pedían por teléfono pizza con jamón y queso.

—¿Dónde está la chica rubia? ¿La has visto?—quiso saber su amigo.

—¿De qué chica rubia hablas?

—La rusa del aeropuerto, la que lloraba por su oso de felpa.

Giovanni rió tentado.

—Ah sí, la vi el otro día, su hermano la llevó a cenar y no… Nunca la deja sola, tiene su chofer y va a todas partes con guardaespaldas creo. Se llama Irina.

—¿Irina? Ah, qué bello nombre…

—¿Entonces lo de la apuesta era enserio?

—Por supuesto y voy a necesitar tu ayuda. A qué hora sale y qué hace…

Su amigo hizo un gesto de impaciencia mientras le daba una pitada a su cigarro.

—Estás loco Renzo, por favor… Tienes chicas para divertirte, ¿por qué complicarte la vida con una joven rusa que además no habla una palabra de italiano?

—Ah pero yo  puedo enseñarle.

—Además es muy joven. Sí, no debe tener más de dieciséis. Te meterás en líos… Su hermano la sigue a todas partes y tiene cara de ser… un demonio ruso muy malo.

—¿De veras? No me asusta… además nunca he perdido una apuesta y lo sabes… ¿Dónde está, en qué piso? Dime. ¿Crees que podríamos verla ahora? Su hermano no está ¿verdad? Dices que pasa mucho tiempo en su laboratorio.

Ambos habían bebido demasiado pero Giovanni fue el más sensato.

—¿Estás loco? Olvida a esa joven, tendrás problemas, el ruso ese tiene una pinta de loco pandillero… son unos salvajes, todos los rusos. ¿Nunca has visto a la policía rusa en acción?

—Vamos, deja de decir tonterías, solo quiero verla, no es un delito mirar a una chica guapa.

A Giovanni no le gustó ese asunto pero conociendo a su amigo supo que no lo dejaría tranquilo así que le dijo dónde estaba y Renzo lo anotó en su celular.

—¿Y a qué hora sale normalmente?

—¿Y tú crees que soy de la Gestapo? Ni idea, solo la he visto unas veces. En realidad he visto su rabo…

La cara de su amigo era de furia.

—Va bene, va bene… solo bromeaba. Además no puedes tomarte en serio una apuesta…

—Te equivocas, siempre tomo en serio una apuesta.

—Estás loca, olvida a la chica.

— No lo haré, ¿recuerdas la canción de la escuela?

—¿Cuál canción? ¿De qué hablas?

—La canción del jardín, fuimos juntos al mismo colegio, tonto. La del lobo feroz… Los niños cantaban haciendo una ronda: “juguemos en el bosque mientras el lobo no está, ¿lobo está? Preguntaban. Y el lobo decía: “estoy tomando un desayuno y cuando decía estoy buscando las llaves debíamos correr…éramos pequeñas ratas y  jugábamos en el bosque corriendo en ronda hasta que el lobo gritaba allá voy, los comeré…

—Ah sí ya sé lo que quieres decir…Quieres jugar con la chica rusa mientras su hermano el lobo feroz no esté… Pues déjame decirte algo: cuando veas a la jovencita cambiarás de parecer, es muy chica para ti y creo que tiene un retraso, no parece muy normal.

Bromeaba por supuesto, algo tenía que decir para que su amigo se dejara de joder, lo que menos quería era tener problemas con un vecino ruso por culpa suya. ¡Lo que le faltaba!

*******

Irina se sonrojó al entrar en el instituto donde muchos extranjeros aprendían italiano, había muchos jóvenes de países remotos pero no vio a ningún ruso, una pena… Quería aprender ese idioma para luego poder estudiar una carrera. Le gustaba mucho la restauración, la decoración de interiores, algo que no significaba estar encerrada en una oficina. Tenía un temperamento inquieto y su hermano parecía ansioso por ayudarla, decía que en ese país tendría más posibilidades pero no llegaría lejos si no aprendía a hablar italiano.

—Buona sera Signorina Irina, siéntese por favor—dijo el profesor, un tipo alto de ojos casi negros.

Era un hombre simpático, alto y agradable y ella obedeció sintiendo que todos la miraban. Hablaba en italiano desde que entraba y le hacía gestos por si no entendía.

En pocos días su vida había cambiado y a pesar de que al comienzo se sintió algo extraña le gustaba ese país, era muy alegre y había muchos extranjeros de los lugares más remotos: no solo centro europeos sino mexicanos, de la India y de los países árabes, y africanos. Pero los que más llamaban su atención eran los italianos. Eran muy guapos, con unos ojos, una mirada…

Mientras pensaba esto y oía al profesor sin entender nada, un compañero del instituto de ojos muy negros la miró con fijeza y le dijo algo en su idioma y al ver que no entendía probó con el inglés. Ella no hablaba inglés, solo ruso así que negó con un gesto. La mirada del joven era muy intensa y la joven se sonrojó. Le encantaban los hombres guapos y de ojos negros, pero ese no era italiano, debía ser lituano o turco…

El profesor tuvo la astucia de hacer que todos se presentaran ese día para romper el hielo y mejorar la integración del grupo. Pero habló en inglés, idioma que muchos conocían y les preguntó de dónde venían y qué planes tenían.

Uno a uno pasó al frente de la clase para presentarse y cuando fue su  turno  tuvo terror de pasar enfrente y se quedó sentada. Aterrorizada.

El profesor sonrió.

—Una ragazza muy tímida… Es de Rusia y quiere estudiar… ¿Qué quieres estudiar, preciosa?

Irina notó que todos la miraban y se puso colorada como un tomate y apenas balbuceó algo en ruso.

Y entonces uno de los jóvenes conocía su idioma e hizo la traducción.

—Quiere estudiar diseño de interiores.

—¡Oh qué bien!—dijo el profesor.

Pero Irina no entendió nada y regresó corriendo a su asiento.

El chofer de su hermano y éste aguardaban a la salida del instituto, debía llevarla al centro dónde irían a ver una película y luego a cenar a un restaurant. Irina habló del curso muy contenta sin notar que un hombre había seguido sus pasos una vez más.

Se movía con cautela en su auto y sabía las horas a las que ella iba al curso y aguardaba impaciente solo para verla, preguntándose si tendría alguna oportunidad de hablarle, invitarla a salir o…

“Estás loco Renzo, olvida este asunto.” Le había dicho Giovanni.

—Haz amistad con el ruso, invítalo a una fiesta, imagino que saldrá con mujeres de vez en cuando—le había dicho respondido su amigo, insistente.

Pero este decía que el ruso no hablaba con nadie del edificio, era antisocial, misterioso y sospechaba que estaba metido en algo grande, algo grande y peligroso.

—Tiene mucho dinero pero ni siquiera saluda, ¿cómo esperas que le diga que te presente a su hermana? Me retorcerá el cuello como a un pato con esas manos gigantes que tiene. ¿Estás loco?

Pero Renzo no se rindió, buscaría otra forma de acercarse a la joven rusa. Anotaba todo cuidadosamente en su agenda…

—Además no podrás pagar esta vez amigo, tal vez no comprendas que la chica es una joven inmigrante, que no habla una palabra de italiano y que su hermano cuida como su tesoro.

Gio no entendía la creciente obsesión de su amigo, a quién consideraba un playboy, niño rico, dueño de muchas empresas, ambos eran niños ricos mimados dedicados a la dolce vita, nada de compromisos, solo diversión, buen sexo… Pensó que se le pasaría en unos días, cuando lograra comprender que esa chica era muy joven y estaba verde.

Una mañana, Renzo salió antes de su trabajo solo para verla entrar en el instituto: allí estaba, con el cabello rubio muy largo y una falda larga de jean, una blusa y la carita redonda, rosada, los ojos eran celestes o verdes, no estaba seguro y se parecía a esas pinturas de la casa de su tío que siempre había admirado, esas mujeres de vestidos anchos y abultado corsé… Ella tenía una blusa con corsé y se veía tan bonita y sexy… Y tierna a la vez. Sí, se veía muy joven pero no lo era…

Ese día detuvo su auto a escasos metros y miró su reloj. Tenía tiempo, esperaría a que saliera, tal vez ese día tuviera suerte y pudiera conversar con la joven, si es que su hermano no enviaba a ese orangután a buscarla…

La cuidaba demasiado, era una perla escondida, cuidada porque era valiosa. Era una jovencita ingenua, dulce, tan bonita… sentía celos de los alumnos de ese maldito centro de estudios que podían estar cerca y mirarla, tal vez conversar con ella. Irina Ivanovich, tenía su nombre, su dirección y hasta estaba aprendiendo unas palabras de ruso.

Irina salió del centro charlando con Kahn, un joven turco con el que había entablado cierta amistad, era muy guapo y amable, y vivía con su hermano como ella, y había ido a Italia en busca de trabajo, su hermano tenía una empresa y le ofreció ayuda.

A ella le gustaba ese joven pero era muy tímida y Kahn no dejaba de mirarla, era un joven muy guapo y educado, además era lindo poder hacer nuevas amistades. Descubrió que estar en un país extraño no era solo descubrir lugares bonitos, debía adaptarse a su ritmo, a los ruidos, y a las personas que hablaban un idioma que casi desconocía.

Y depender del chofer de su hermano para todo porque no se atrevía a tomarse el metro como lo hacían sus compañeros del curso. ¿Pero dónde estaba el chofer?

La joven se detuvo indecisa y algo desconcertada.

—¿Quieres que te lleve?—le preguntó Kahn al enterarse de que el chofer de su hermano no estaba y como Irina no entendió le hizo gestos.

—No… Mi hermano vendrá a buscarme, tal vez tardó…

Desde el auto Renzo observó la escena con atención: estaba sola, ese joven no contaba, no era más que un tonto.

Irina fue hasta la esquina y tomó el celular. Kahn la siguió con un gesto protector, como si quisiera cuidarla o la siguiera porque estaba tonto por la joven de rubia cabellera y quisiera seguir su luz de ángel…

El teléfono de su hermano no respondía y el joven se ofreció a acompañarla.

—Puedo ayudar… ¿Sabes dónde es tu casa?

No, no sabía ir sola y dio vueltas inquieta, de pronto vio el auto de su hermano y corrió a su encuentro con la mochila al hombro olvidando por completo al joven del instituto.

Dimitri sí lo vio y le preguntó quién era.

—Es un compañero de curso.

—¿De dónde es?

—Es turco.

A su hermano no le hizo gracia.

—¿Y por qué estaba contigo? Irina, ten cuidado, te confías demasiado, esto no es Moscú, no conoces a nadie aquí y esos turcos tienen otras costumbres. El islam, mujeres con toca, esclavas en la casa, sin poder hacer nada…

No era la primera vez que le advertía sobre enamorarse de un musulmán, o era un terrorista encubierto o luego podía intentarla convertirla a su religión y no, no era conveniente tener tratos con personas de esa religión.

Irina escuchó el sermón con expresión ceñuda. —Es solo un amigo, conversamos—confesó sonrojada.

Le agradaba ese joven, le gustaba, era guapo y tenía unos ojos negros tan bonitos y no le importaba si era musulmán. Su hermano exageraba por supuesto, en ese mundo había otras culturas y no podía uno andar acusando a la gente de terrorismo.

Dimitri observó a su hermana y pensó que no tardaría en involucrarse con el primer cretino que le dijera cosas bonitas, era una joven bonita, educada, y deseaba que tuviera una vida mejor, que pudiera estudiar, llegar a algo en la vida. En esa ciudad había ciertos peligros para una jovencita como ella, era un ángel y no tenía idea de que cómo eran los italianos con las chicas jóvenes y bellas. Una joven había desaparecido días atrás y la encontraron muerta en un auto robado, un caso espantoso que conmocionó la ciudad y él no podía estar siempre para cuidarla por eso debía advertirle.

Cuando se detuvieron en un restaurant notó que algunos gallos de más de treinta miraban a su hermana con expresión rapaz y decidió alejarse e ir al otro piso. Necesitaba hablar con ella, era muy inocente y confiada.

—¿Qué quieres comer Irina? Pide lo que te guste.

La joven parecía algo ofuscada y tomó el menú.

—No sé pide tú, no sé mucho de italiano.

Dimitri ordenó algo clásico, pasta rellena con salsa de queso y panecillos condimentados de entrada. Refrescos y nada de alcohol pues él no bebía ni creía que su hermana de diecinueve lo hiciera. Bueno, él a su edad era más maduro pero ella estaba muy verde, no sabía nada de la vida y esa ciudad era la ciudad el vicio, del crimen y…

Apartó esos pensamientos de su cabeza y comenzó a hablarle en su idioma.

Irina lo miró atenta a cada palabra.

—Ten cuidado Irina, los italianos no son como los ves en el cine, y aquí además hay gente de todas partes y también muchos locos. La locura parece ser la epidemia de este siglo. Si ves a tu alrededor descubrirás gente honesta, confiable pero también personas a la cual no querrás jamás conocer. Y en apariencia los verás como personas normales. No te fíes de un extraño, de gente que no conozcas, no importa qué tan buenos o confiables te parezcan porque solo estás viendo una fachada. Y no lo digo por ese joven turco del instituto, tal vez sea un extranjero que busca hacer amistad, o quizá  le gustes y no sea mala persona. No lo digo por él, lo digo por todos. En mi trabajo he descubierto cosas que me han cambiado y también estoy muy al tanto de las enfermedades mentales. El cerebro es nuestro principal motor, pero en ocasiones falla, la gente hace cosas terribles y no… No quisiera que nada malo te pasara y no te lo digo porque sea catorce años mayor que tú Irina, solo quiero que no hables con extraños, no lo hagas. Y si demoro de nuevo quédate en el instituto no vayas a ninguna parte, ni que venga el papa y te diga que yo le pedí que fuera a buscarte. Si no es mi chofer o yo, no te vayas con nadie y no creas que porque eres mayor de edad estás libre de que te agarre un pervertido porque te equivocas, las chicas de tu edad son las más vulnerables. Esos demonios adoran a las jovencitas ingenuas, que son dulces y confiadas, que no ven el mal en nada.

Irina sostuvo su mirada.

—Dimitri, por favor, no soy una niña y además sé defenderme. Nunca me iría con una persona que no conozco. Deja de pensar que soy una boba.

—No estoy diciendo que eres tonta, no es eso, por favor, escucha. Eres una chica joven, bonita y en esta ciudad no conoces a nadie.

Ella aceptó el sermón y dijo que no se metería en problemas.

—Pero si no confías en alguien cómo puedes hacer amigos, si no confío no podré hacer amistades y necesito hacer nuevos amigos aquí.

—La amistad lleva tiempo Irina, tendrás amigas sí, pero no te fíes, conoce primero a quienes te rodean, sé cauta y cuidado con los italianos, son unos mentirosos, te dirán cosas bonitas para seducirte o robarte alguna cosa. Nada más llegar aquí y tomarme un café perdí la billetera, y esos ladronzuelos no andan solos, andan de a dos y de a tres. Y los malditos saben bien que eres turista, te reconocen de leguas de distancia, siempre están en las tiendas, en las plazas observando todo, buscando la oportunidad.

—¿Por eso no te has casado todavía?—le preguntó ella con astucia.

Su hermano sonrió tentado.

—El matrimonio no es para mí… Y para ti tampoco todavía, primero debes estudiar pero antes aprender el idioma porque sin eso será difícil que puedas cursar estudios en este país.

Ella sonrió al pensar en Kahn, le agradaba ese joven, siempre había tenido debilidad por los jóvenes de cabello muy oscuro y ojos negros, le parecían como más viriles pero su tía no le había permitido tener novio, parecía cosa de otra época pero durante años la persiguió con la historia del embarazo adolescente como un fantasma… Nada de novios, los novios solo quieren aprovecharse de ti, el terror de tía Afinsa era que se apareciera con otra boca que alimentar.

Esperaba que su hermano no pensara igual.

Los italianos eran muy guapos, elegantes, vestían bien y se preguntó por qué su hermano tenía tan mala opinión de ellos. No imaginaba a esos yuppies de los restaurantes robando billeteras en las plazas concurridas, ni tampoco diciendo cosas bonitas a las mujeres para poder dormir con ellas, se veían más bien altaneros, fríos, siempre con el celular, leyendo mensajes o hablando, poco conectados con el mundo que los rodeaba.

Mientras comían el postre recordó algo que había dicho su hermano y quiso saber por qué había hablado de la locura, de las falsas apariencias y demás.

Dimitri la miró con fijeza, era médico neurocirujano y trabajaba en un hospital y sabía por sus cartas que estaba muy bien considerado, uno de los mejores de su país, pero además participaba del estudio del cerebro en un comité de neurociencia y quería saber qué estaba pasando, qué había querido decirle en realidad.

Él dio algunos rodeos hablándole de sus estudios hasta que dijo: —Hay más agresividad que antes en las personas, como si hubiera un retroceso, algo que no está funcionando bien… El ser humano suele tener mecanismos para postergar la satisfacción de sus instintos y también ciertas presiones externas que impiden que haga cosas que podrían perjudicar a otros, pero esas presionas no están siendo efectivas, se está perdiendo el control. Ciertas personas poderosas creen que pueden hacer lo que quieran con total impunidad, sienten que pueden trasgredir los límites, algo que una persona común y sensata no haría. Y es preocupante cómo esto hace que aumenten los crímenes sin resolver, y la violencia en nuestra sociedad, no solo por esa ausencia de límites en la conducta de ciertos individuos sino…

Su hermano siempre le explicaba todo de forma clara para que ella pudiera entender pero cuando comenzó a hablarle de las células cerebrales que afectaban ciertos comportamientos se perdió un poco la explicación y se preguntó qué tenía que ver con ella el aumento de la violencia, ¿o se lo decía por el joven turco?

Al regresar al apartamento la esperaba la tele y su oso Aleksi, su hermano debía regresar al trabajo, tenía mucho dinero pero no lo disfrutaba demasiado pues trabajaba un montón de horas por día y cuando regresaba se quedaba encerrado en su cuarto prendido a la portátil. Pero tenía una chica que lo llamaba, una especie de novia con la que salía los viernes, nunca se la había presentado. Dimitri era un hombre metódico, organizado.

Ella estaba muy contenta en Italia, los hombres eran guapos, galantes y la miraban como si fuera algo exótico o…Bueno, tal vez era su color de cabello de un rubio claro con mechones más blancos, los ojos grandes, no lo sabía, en realidad era algo regordeta para el modelo actual y sin embargo a los chicos del curso de idiomas eso no parecía molestarle  pues no dejaban de mirarla.

Las recomendaciones de su hermano y su discurso sobre la demencia humana in crescendo quedaron en el olvido. Era joven y había vivido demasiado tiempo reprimida por una tía solterona que no la dejaba ni asomarse a la puerta y la retaba si la pescaba mirando muchachos, no quería tener esa vida otra vez.

De pronto se preguntó qué peligros habría en Milán que asustaban tanto a su hermano, parecía una ciudad moderna, vital, llena de edificios antiguos y modernos, con italianos sonrientes y algunos extranjeros…Le encantaba la ciudad, la comida, y los hombres de traje que le dirigían miradas intensas…

**********

Kahn quedó en el olvido, solo tenía veinte años y no quería darle confianza y que pensara que quería ser su novia, prefería a los hombres mayores. Ya no le gustaba a pesar de que a veces conversaban y hacían trabajos para aprender la lengua.

Irina era despierta y en pocas semanas comenzó a hablar italiano, practicaba mucho en el apartamento, le sobraba el tiempo y sí hizo amistad con una chica brasileña muy simpática y otra holandesa mientras ignoraba las miradas de Kahn y se mantenía alejada. Tenía otro en vista como se decía vulgarmente, un vecino del apartamento…

Esa mañana lo había visto entrando en el edificio cuando ella se dirigía al instituto y tembló, era muy guapo, un verdadero hombre con todas las letras: elegante, educado, sus ojos de azul oscuro la miraron un instante y la saludó en italiano. Irina hizo un gesto de asentimiento porque no se atrevió a responderle.

No era la primera vez que veía a ese hombre elegante, alto, atlético y bien vestido, lo había visto dirigirse a otro piso, el once y su mirada era viril, intensa y sus gestos decididos. Y la miraba. Ese día le había sonreído y…

Se distrajo y le costó seguir la clase, era una boba. No debía estar pensando en muchachos, recién había llegado a la ciudad y su hermano le había advertido que nada de novios hasta que terminara sus estudios. O al menos hasta que supiera hablar en italiano, no sería algo muy viable enamorarse sin saber hablar ese idioma…

Cuando salía del instituto llamó al chofer de su hermano para avisarle que tardaría un poco más pues iban a ir a comer unas pizzas en un bar, sin embargo el chofer estaba allí esperándola y con órdenes precisas. Ella debía regresar de inmediato al apartamento. Ofuscada por la orden quiso llamar a su hermano pero este tenía el celular apagado, miró a sus amigos y harta de no poder hacer nada dijo que irían hasta el bar de la esquina.

—Puede esperar aquí—le dijo a su chofer.

Pero el chofer se mostró firme, ella debía regresar ahora al apartamento.

Irina se despidió de sus amigos y entró en el auto sedán furiosa, con lágrimas en los ojos, había esperado que en Italia su vida cambiara pero no era así, nunca podía hacer nada, ni siquiera ir a tomarse unas cervezas con sus nuevos amigos. Y tampoco llevar a nadie al apartamento, su hermano se lo había prohibido de forma tajante, pues dijo que había muchas cosas de valor, no solo objetos, antigüedades y demás, sino porque estaban sus libros y trabajos de neurociencia que valían años de estudio.

Y cuando Dimitri regresó al anochecer Irina fue a reclamarle con su oso Aleksi en brazos y un par de trenzas torcidas. Su hermano reprimió una sonrisa, era una niña y soñaba con ser adulta.

Escuchó su discurso mientras iba por un refresco y un sándwich.

La dejó hablar, llorar y finalmente dijo con mucha calma:

—No es para tanto preciosa, vamos, deja de lloriquear como un bebé. No estamos en Moscú, sabes bien, te he hablado de los peligros de esta ciudad.

Pero los ojos de su hermana echaban chispas.

—No me dejas salir al mediodía con mis compañeros de curso a comer unas pizzas. ¿Por qué no me dejas hacer amigos y tener una vida normal?

Su hermano recapituló.

—Está bien… Otro día, lo prometo pero hoy mi chofer no podía tomar esa decisión, él tiene otras órdenes Irina y lo sabes. Su misión es traerte aquí y llevarte si un día quieres ir al cine con tus nuevos amigos o…

—No, nunca me permites hacer eso, no mientas.

—Es porque todavía no hablas bien el italiano, además quiero que aprendas inglés, es muy útil aquí y tal vez te resulte más fácil. Luego podrás hacer otros cursos.

Estudios, cursos, exigencias pero nada de diversión. Siempre igual. Claro ella no entendía, tenía una cabeza de adolescente rebelde y llevaba años soportando prohibiciones en su país por culpa de tía Afinsa, había esperado que en Italia las cosas fueran distintas pero se equivocaba.

Su hermano tenía prisa por darse un baño pues era viernes y ese día saldría con su novia, bueno él no le llamaba así pero…

—Debo irme ahora, si quieres salir otro día me avisas y le diré a mi chofer.

—Solo dile que me dejas quedarme fuera de hora con mis compañeros del curso.

—Está bien, lo haré pero no siempre, solo dos días a la semana.

—Hay algo más, mañana sábado irán todos al cine a ver una película de ciencia ficción ¿me dejas ir?

Dimitri se encerró en su habitación con la promesa de que luego hablarían.

Irina regresó con su oso a mirar una película mientras mordisqueaba las empanadillas que la eficiente señora Anna había dejado en la nevera. Un golpe en el microondas y ya estaba. Cada vez que se angustiaba comía empanadillas o chocolates, en Italia había unos chocolates muy ricos. Su  hermano era un hurón, guardaba algunas cajas en la cocina, lo había descubierto, no le importaría que tomara alguno.  Necesitaba desquitarse, ya no era una chiquilla, tenía diecinueve años y nunca había tenido novio ni tampoco la habían besado. En Moscú le había gustado mucho un chico de la escuela, durante años estuvo tonta por él pero siempre tenía novia y sus novias no eran como ella, eran más bonitas y sofisticadas.  Pero en ese país era el centro de las miradas, y había un yuppie en el edificio que era muy guapo y la miraba. No sabía por qué pero lo veía con frecuencia y eso que ella salía poco, sin embargo siempre se lo cruzaba.