En Florencia
César De Brunni no vivía en un pent-house ni en un apartamento. Vivía en una casa antigua con un sofisticado sistema de seguridad y nada más llegar unos perros furiosos salieron a recibirles.
Laura se escondió pero los perros solo la olfatearon, estaban muy contentos de la llegada del amo. Dos inmensos labradores que ladraban y movían la cola.
Él sonrió y los acarició mientras la invitaba a entrar.
El lujo de la mansión la deslumbró y cuando él la llevó a su habitación para que dejara las cosas lo primero que vio fue una cama circular con un gran espejo en el techo, muebles modernos, más espejos y…
Se estremeció cuando la puerta se cerró y se vio sola con ese hombre, estaba a su merced, no sabía quién era, ni lo que pasaría entre ambos.
—Laura ven… Aquí esté el baño. Querrás descansar y yo debo salir ahora por una reunión de negocios.
Ella lo miró asustada.
—¿Me quedaré sola, aquí?
—Solo serán dos horas máximo, regresaré pronto. Puedes encender la tele, llamar a tu familia, imagino que han de estar preocupados por ti.
Ella lo miró asustada, quería irse, ese cuarto la abrumaba. ¿Se atrevería a escapar?
—Si necesitas toca ese timbre. Y también te dejaré un móvil para que me llames. Ponte cómoda… Y allí tienes ropa nueva y...
No, no era sencillo para ella sentirse cómoda.
Debió estar muy desesperada para aceptar ese trato. Para aceptar ser la meretriz de un desconocido y vivir en su casa como ramera paga por semanas y…
De pronto recordó las palabras de su prima antes de marcharse “olvida el pasado, deja de ser la Laura de siempre y haz todo lo que te pida.”
¿Pero sería capaz?
Luego de darse un baño, y pedir que le llevaran algo de comer a su habitación miró la cama y deseó que ese hombre le diera tiempo porque simplemente no podría hacerlo con él ahora.
Bueno, mejor sería dormir, lo necesitaba, estaba exhausta por el viaje.