El contrato

Cathryn de Bourgh

 

 

Ciudad de Milán- actualidad

Primera parte. Viaje a Nápoles.

 

Ser una de las abogadas más exitosas tenía sus recompensas; no solo tenía un bonito auto y un piso en el centro de Milán, en un barrio muy pintoresco cerca del Duomo, sino que ahora por salir con un joven rico la seguían los paparazzi. Pero sabía que no solo por salir con un playboy ocurría eso, de un tiempo a esta parte había comenzado a llamar la atención de la prensa a raíz de un caso muy sonado que seguía en la firma de abogados en la que trabajaba.

Angelica Roselli se reía de eso, es decir no se tomaba en serio las fotos que la señalaban como la abogada soltera más sexy y codiciada de la temporada, como también se burlaba de algunas amenazas los últimos tiempos a raíz de cierto caso en el que estaba trabajando en la firma Brunelli & Berstein abogados.

No sentía miedo, en su vida siempre había tenido que luchar y no había llegado a donde estaba por salir con el hijo de una familia rica e importante de Milán, lo había logrado con sacrificio, temperamento y porque era audaz.

Mientras algún imbécil miraba sus ojos embobado y pasaba revista a su escote o a sus piernas: ella entraba en el atestado salón de los tribunales con la cabeza muy fría, dispuesta a mandar a alguno a la cárcel.  Ninguno escapaba, y no le importó recibir amenazas de la mafia ni de los amigos que encubrían la mafia.

Una nueva sentencia enviaba a uno más a la prisión, uno más y uno menos en las calles captando jovencitas para prostituirlas. Muchas eran engañadas en las redes y lo más triste era que el nefasto fenómeno crecía muy deprisa. Cada vez más jóvenes, chicas traídas con promesas de modelaje y toda clase de cuentos, contactadas por las redes sociales. ¡Malditas redes! Ella, que se había criado sin esa avanzada tecnología, no podía entender cómo las jóvenes de hoy día pasaban tantas horas en el chat, en páginas para conocer chicos y luego desaparecían. La web era el sitio ideal para los psicópatas y proxenetas ansiosos de reclutar chicas jóvenes, frescas, inocentes… Tantas adolescentes desaparecían de sus casas sin dejar rastro luego de recibir un mensaje misterioso en su face de una cuenta falsa y todo era un trozo del eslabón. Pequeños eslabones para llegar al más grande, porque sabía que tras esa red había una mafia que conseguía documentos falsos, que mantenía a las chicas encerradas en hoteles de mucho lujo para luego decidir su destino que era muchas veces la calle.

Angelica suspiró mientras entraba en su despacho y conversaba con una compañera de trabajo para distenderse. Es que todo ese asunto de la red de tratas la tenía mal, furiosa, indignada.

Su amiga Elena la miró a través de sus cristales con sus ojos oscuros muy grandes y saltones.

—No te involucres tanto, todo ese asunto no me gusta—declaró. Y mientras bebía un refrigerio continuó:

—Los padres deberían vigilar mejor a sus hijos, con quién andan, dónde van… Muchos ni siquiera saben dónde están sus hijos cuando se van de parranda. Y son edades vulnerables.

—Tienes razón, yo no podía ir a ningún lado sola, ni me permitían ir a las discotecas…

Elena sonrió comprensiva, sabía algo de la vida de su joven amiga en un pueblo sureño muy conservador llamado Pozziolo.

—Bueno, no se puede culpar a los padres, esos desgraciados saben dónde buscar y en ocasiones las traen de países muy pobres. Algunas saben a qué vienen y su desesperación es tal que no les importa —dijo Angelica y fue por un café, lo necesitaba.

Sería un día largo… Ese juicio, el interrogatorio y todo lo que había tenido que ver la habían dejado mal, cansada, y deprimida.

—Tengo fe en la justicia Elena, y deseo que esos desgraciados caigan—declaró.

Su novio la llamó entonces, hacía poco que salían y no dejaban de seguirla fotógrafos anunciando bodas y embarazos. Tonterías. Recién estaban saliendo, conociéndose. Mateo parecía un joven agradable, guapo y dueño de sí se preguntó cuánto tardaría en llevarla a la cama y cómo sería esa experiencia.

—Pasaré por ti a las nueve, preciosa —le avisó.

Sí, necesitaba salir, relajarse. Había estado muy tensa, y luego de finalizar la conversación llamó a su madre para avisarle que no podría ir a su cumpleaños el fin de semana.

—Lo lamento, mamá.

—Está bien…—su madre se oía resignada.

Angelica se sintió mal, quería ir pero siempre que podía espaciaba las visitas, la razón; su padre. No podía estar más de una hora sin que hubiera una discusión, era insoportable y estaba harta de las disputas familiares, los problemas… Solo su madre y su hermanita Annie valían la pena en esa familia, los demás…

Terminó su trabajo y abandonó el exclusivo bufete de abogados en pleno corazón de Milán. Una ciudad complicada como pocas, pero le gustaba vivir allí, a sus veinticuatro años tenía un buen trabajo, alquilaba un piso en un barrio pintoresco y estaba ahorrando para conseguirse uno propio. Una prima de su madre la había ayudado, había sido como una madre y todavía la echaba de menos, pero su ayuda había sido fundamental para una chica pobre que quería trabajar y estudiar. Era muy ingenua, muy pueblerina entonces…

Terminó el trabajo que estaba haciendo y dejó todo en orden. Tomó su chaqueta con rapidez y se miró en el espejo cuando llegó al ascensor, una costumbre muy suya… el cabello rubio ondeado brillaba como sus ojos de un verde oscuro que se volvían grises los días de lluvia.

Apretó el botón de planta baja y buscó las llaves del auto. Siempre salía unos minutos antes para evitar la aglomeración de gente a la salida de las oficinas. Detestaba el gentío, siempre terminaba perdiendo algo o la robaban… en esa ciudad los ladronzuelos andaban de traje y se confundían con los yuppies.

Tuvo suerte y el ascensor siguió olímpico y a gran velocidad hasta llegar al quinto piso… Allí subió un joven alto muy guapo que siempre miraba sus piernas como un obsesivo. Estar a solas con ese hombre era lo que menos deseaba y presionó con ansiedad el botón de plantaba baja.

Él sonrió tentado al notarla tan nerviosa.

—Es automático—dijo mirándola a través de las gafas negras y tuvo la inquietante sensación de que luego miraba sus piernas sin disimulo.

No entendía por qué los tipos miraban tanto sus piernas, no usaba faldas tan cortas y las había mucho más bonitas y sexy, las suyas eran comunes… No eran tan delgadas como estaban de moda a decir verdad... Y solía llevar faldas cartas no para llamar la atención sino porque tenía baja estatura, al menos en la ciudad se sentía enana a pesar de medir un metro con cincuenta y ocho centímetros. Todas pasaban el metro setenta, al menos las mujeres de su edad y… Odiaba las faldas largas porque su padre solía obligarla a vestirse como una monja para que los muchachos no la miraran ni quisieran aprovecharse de ella.

Suspiró. ¿Por qué demonios tenía que acordarse de su padre? ¿Y por qué todos los hombres la miraban con lujuria al ver sus piernas?

Sintió alivio al llegar al primer piso y poder librarse del mirón.

A sus veinticuatro años pero seguía siendo tímida con los hombres y se preguntó si esa noche él le pediría sexo. Ese pensamiento la hizo acelerar el paso.

El bullicio de la calle la rodeó, autos, personas corriendo deprisa y de nuevo ese auto estacionado con un hombre manejando mirándola con sus lentes oscuros. Se preguntó si era uno de esos mirones pervertidos o era uno de los que había estado llamándola.

Al carajo con esos ampones desgraciados, no iban a intimidarla. Ese caso significaba mucho para ella, acababan de ascenderla y tal vez consiguiera escalar un poco más. No había perdido un solo caso en su corta carrera, y no lo haría ahora.  Además ¿qué lograban intimidándola? Estaban a punto de lograr más detenciones y también capturar a uno de los amigos de Erasmus Alberti. Uno de los cabecillas de esa red.

Avanzó hacia el restaurant para almorzar, era algo tarde pero estaba hambrienta. Sus compañeras de oficina aguardaban, impacientes. Le gustaba mucho ese grupo, eran algo alocadas pero muy divertidas. Karen, la pelirroja estaba mostrando un video de un joven bien dotado.

“Miren esto por favor, ¿verdad que nunca vieron una así?” Decía entusiasta y todas se acercaron para ver la pantalla inmensa del celular al joven en cuestión.

Al verla llegar rieron y una de ellas dijo que debía ver  “aquello”.

Angelica se sentó ordenando un sándwich de atún y un refresco de limón. No tenía tiempo para comer algo más elaborado.

—Mira, vamos, no te pierdas esto— insistió Karen.

Bueno, no era la primera vez que sus amigas le hacían esas bromas. Lo hacían para fastidiarla, para que se pusiera roja hasta las orejas y luego reírse como hicieron en esa ocasión.

Tragó saliva al ver aquella enormidad, eso no podía ser normal, ningún hombre podía tener un miembro tan grande…

—Es maravillosa ¿no crees? Debe medir más de veinte centímetro —insistió otra joven esperando saber su opinión.

Las chicas aullaron y silbaron.

—¿Veinte? Bendita naturaleza, ¿dónde consigo uno así? ¿Tú qué piensas Angelica, no es una maravilla? 

—Eso es un truco, no puede tenerla tan grande… —respondió ella incómoda. No le agradaban los dotados, ni habría podido salir con uno… Tenía la creencia algo extendida que si eran muy grandes, le dolería y no quería ni saber lo que sería tener eso cerca…

—¿Un truco? ¡No es un truco! Se llama bien dotado—exclamó Karen.

Siempre intentaban presentarle a algún amigo, primo, o novio desechado para que saliera y se modernizara un poco. Ahora que estaba saliendo con Mateo la habían dejado en paz con ese asunto pero claro, no dejaban de gastarle bromas.

—¡Pero es  real, no es un truco!  Un día salí con un tipo así... Bueno, no tan así pero… La tenía muy grande—intervino Betty, una chica alta y muy flaca que trabajaba en la oficina de un abogado.

Las chicas enseguida quisieron saber los detalles y ella dijo que fue la mejor experiencia de su vida y que "no le quedó nada por probar".

No se quedó a oír el resto de la historia, tenía prisa por volver al trabajo, necesitaba hablar con su jefe Marco Berstein para saber cuánto se había avanzado en la investigación.

Nada más entrar en la oficina supo que algo malo pasaba, fue un extraño presentimiento no habría podido explicarlo pero su jefe hablaba por teléfono. Lo vio de mal talante y no tardó en enterarse.

—La jueza del caso Alberti, está con custodia policial porque balearon su auto hoy Angelica—dijo luego de colgar el teléfono—Y también han llamado a otro fiscal para amenazarlo.

Ella se lo tomó con calma, bueno, era de esperarse pero…

—¿No es algo tonto que hagan eso? Tarde o temprano caerán.

Su jefe la miró con fijeza y le hizo un gesto de que se sentara.

—Muy cierto, solo quería avisarte que tuvieras cuidado porque es tu caso y…

Parecía algo incómodo.

Angelica lo miró con una sonrisa mientras cruzaba sus piernas. Los ojos de Marco se desviaron sin que pudiera evitarlo. Esas piernas… Lástima que fuera casado y su esposa una celosa recalcitrante y que ella no le prestara ninguna atención de lo contrario tal vez…

—Señor Berstein, no tengo miedo. Imagino que no pueden matarnos a todos y si lo hacen, la investigación está en la órbita de la justicia, hay testigos, pruebas, no pueden detener eso.

—Tal vez lo intenten, no quieren ir presos ni tampoco perder su negocio. Porque además de tratas tienen negocios menores de contrabando de estupefacientes entre otras cosas.

Cuando la joven se retiró de la oficina estaba agotada y lo primero que hizo fue darse un baño para salir con Mateo Galleri. Necesitaba distraerse, había tenido un día intenso.

Al verle llegar en su Ferrari sonrió. Llevaba un vestido negro corto algo extravagante, moda gótica la llamaban en seda y encaje y una chaqueta por si refrescaba. Vaya, casi parecía una adolescente y no una doctora en leyes.

Él la miró con una sonrisa y saltó del vehículo para abrirle la puerta. La noche era joven como decía el refrán y esperaba disfrutarla.

             *********

Despertó cansada y con dolor de cabeza, siempre le ocurría eso luego de beber cerveza y además; sospechaba que Mateo la había embriagado para llevarla a la cama… Pero había algo más, el maldito teléfono no dejaba de sonar una y otra vez. ¿Por qué demonios no cambiaba el tono de su móvil y elegía uno más suave? Pues porque si hacía eso no lo escuchaba…

No sabía dónde estaba ni qué hora era, había bebido demasiado y luego… En un impulso se arrastró como pudo hasta el teléfono.

La voz de su madre entre sollozos le provocó un estremecimiento que recorrió su espina dorsal.

—Es tu padre Angélica, tu padre… Sufrió un ataque y los doctores no saben si pueden salvarle. Por favor ven, quiere verte. Me rogó que…Por favor hijita, debes venir a Casanova ahora.

Su cabeza era un torbellino y exhaló hondo y despacio para no desfallecer. Miró a su alrededor aturdida y vio el reloj de la cocina. Marcaban las nueve, las nueve de ese sábado que espera disfrutar, pero al parecer no podría hacerlo. Debía viajar cuanto antes a Nápoles.

—Está bien mamá, iré en cuanto pueda pero… No puedo manejar por esas rutas ya lo sabes, así que tomaré el metro—dijo.

La cabeza se le partía y a su alrededor todo estaba tirado, y no tenía ninguna gana de viajar pero era una promesa. Su padre estaba agonizando y a pesar de que nunca la había amado… Bueno, lo haría por su madre, necesitaba estar con ella en esos momentos, su familia la necesitaba. Pero no se quedaría más que unos días, luego regresaría a su trabajo…

La voz de su madre sonaba casi ahogada y Angelica se angustió al verla así. Se sintió culpable, hacía semanas, meses que no iba a su casa, el trabajo la había absorbido por completo y eso no era bueno.

Mientras desayunaba un jugo y una fruta para quitarse la resaca de la bebida tomó un calmante para su cabeza y pensó en la última noche y sintió rabia. Al final él era como todos: solo quería sexo no estaba interesado en una relación seria ni estable. Y recién se conocían y tampoco se conocían demasiado porque él era un tipo reservado. Pues no dormiría con ese niño rico para tener experiencia, quería algo especial.

Entró en el baño y se dio una ducha rápida con agua caliente. Hacía frío y la calefacción de ese apartamento nunca había funcionado bien.

Tenía prisa así que se envolvió en una toalla y se miró en el espejo como siempre hacía. No se veía bien: sus ojos tenían corrido el maquillaje y tenía ojeras de cansancio.

Bueno, no importaba… No iría a una fiesta, iría a Casanova la mansión ancestral familiar y le esperaba un largo viaje y un trago amargo, más de uno en realidad.

Pilló el celular y llamó a su amiga y compañera de trabajo Elena.

—¿Puedes avisarle a Berstein que me tomaré unos días en Nápoles? No puedo llamarlo ahora, es sábado y debe estar durmiendo. Mi padre está enfermo y debo viajar…

Le explicó en pocas palabras.

—Oh, cuánto lo siento Angelica, de veras… Que se mejore pronto tu padre—dijo Elena consternada.

—Gracias amiga, te llamaré en cuanto pueda—prometió ella.

Su madre volvió a llamarla para decirle que llevara abrigo porque hacía mucho frío ese día. Sonrió, típico de ella preocuparse por esas cosas.

Durante el viaje en tren intentó animarse mirando por la ventanilla, pero estaba angustiada. Su padre quería verla y se estaba muriendo. ¿Iría a pedirle perdón por las zurras del pasado, por haberla odiado siempre solo porque se parecía a su abuela rubia Marietta? Una suegra de las que hicieron época, hizo de todo por evitar una boda que a sus ojos sería nefasta, su madre era hermosa como una flor y tan suave, tan dulce y su padre era lo más parecido a un demonio. Tenía dinero, posición, linaje ilustre pero para su futura suegra no era suficiente. Su madre se lo había contado… “No te cases con ese muchacho; tiene ojos de loco. Te encerrará en un cuarto, te llenará de hijos y te molerá a palos. Sí, conozco bien a los Marchisio. Los hombres son locos y violentos y las mujeres unas harpías. Nada bueno saldrá de esa familia nunca y te arrepentirás…”

Pero su madre no la había escuchado, como ninguna hija debe escuchar a su madre cuando se enamora… Y se casó y los vaticinios de la abuela se cumplieron en parte… su padre era un loco gritón y en ocasiones violento, déspota. Un espécimen machista recalcitrante. Como esos rudos de la pantalla del cine; hombres duros e inconmovibles que tenía siempre la fusta para golpear a quien osara contrariarle.

Con los años su madre que siempre había sido de poco carácter se convirtió en su sombra, y nunca decía nada que saliera de su cabeza, él la dominaba por completo. Y por supuesto, la llenó de hijos hasta dejarla exánime. Tuvieron que internarla en su última parición porque al parecer él nunca se había calzado un maldito condón en su vida y solía decir que se veía más hermosa con un bebé en la panza. Pero debió resignarse a que no habría más niños correteando por la casa. Su madre tenía entonces treinta y dos años. Se había casado tan joven…

Le llevó tiempo y también tomar distancia comprender que su padre era un enfermo como lo habían sido sus hermanos y toda su familia. La abuela Marietta tenía razón: nada bueno salía de esa casa. Y a ella la odiaba porque era la viva imagen de su suegra, esa suegra que durante toda su vida lo había odiado y que había tenido la osadía de enfrentarle siempre que podía.

Pero su pobre abuela había muerto mientras dormía el año anterior, una muerte dulce y silenciosa y ella lo sintió porque desde niña siempre la había mimado. Ella y su tía solterona, Elida, era la favorita porque tenía carácter y se parecía tanto a su abuela.

Le encantaba quedarse en su casa y sufría cada vez que regresaba a Casanova.

Su madre la amaba sí, y también se divertía jugando con sus hermanas pero su padre era como el diablo y ella le temía.

No podía creer que ahora su padre la llamaba porque quería tener a todos sus hijos y a ella finalmente la reconocía como tal. Pero ¿acaso iba a pedirle perdón? No… Era un hombre orgulloso. Además ella se había fugado a los dieciocho años cuando tuvo la sospecha de que su padre planeaba casarla con un pariente suyo lejano de buena posición.

Nadie le habría creído esa historia, por eso prefería guardar silencio y decir que su familia era algo conservadora sin dar más explicaciones. Pues para entender algo de toda esa historia había que vivirla.  Sí, nacer y crecer en esa casa con toda su locura y costumbres anacrónicas, fuera de tiempo…

Pero ya no podría someterla a su voluntad ni darle azotes para que obedeciera, ella había seguido su camino, había estudiado con la ayuda de la prima de su madre y ahora era una nueva Angelica. Porque la vida que siempre había soñado le pertenecía; era dueña de hacer lo que quisiera, de dormir con hombres si quería y…

Apretó los dientes al llegar al pueblito de Pozziolo, ahora debería conseguir que alguien la acercara a la mansión familiar.

Observó las calles, el alegre bullicio y una comadre se acercó para saludarla. Allí todos se conocían y parecían verla apenas bajar del tren.

Charló un momento y compró en una tienda un paquete de galletitas dulces, sabía que las devoraría como hacia siempre que estaba angustiada. Chocolate, azúcar, café, eran la mejor droga para calmar la ansiedad, al menos a ella le funcionaba.

“Avisa cuando llegues, pediré a tu hermano que vaya a buscarte” le había dicho su madre pero no quería que fueran a buscarla, tenía veinticuatro años podía tomarse un taxi o contratar algún coche que la llevara.

Iba a preguntarle a la mujer de la tienda luego de pagar las galletitas cuando sonó su celular. Su madre por supuesto.

—¿Estás en Pozziolo? Tu hermano Roberto te está buscando.

Típico de su madre preocuparse.

—Está bien… ¿Cómo está papá?

—Un poco mejor pero…

Su voz se ahogó en un sollozo. Amaba a ese hombre. A ese loco que le había hecho la vida imposible. Maltrato y lujuria y algunos raptos de cariño cuando la sentaba en su falda y besaba su cabeza durante la cena. Él no disimulaba y nosotros de niños mirábamos la escena sonrientes.

Ella jamás habría soportado un hombre tan loco, en realidad nunca le había durado uno lo suficiente para saber si podía llegar a ser loco o violento como su padre…

Abandonó la tienda y buscó el auto de su hermano pero en realidad no sabía si todavía tenía ese mercedes o…

Una voz familiar le gritó desde la otra calle y allí estaba Roberto, tan parecido a su padre que se asustó. Lo raro es que no era como su padre, no tenía su temperamento, ¡por suerte! Era mucho más alegre y simpático, tan dulce su hermano menor, nunca entendería cómo pudo criarse con ese hombre y ser como era.

Se acercó corriendo y se abrazaron.

—Vaya, ¡qué bonita te has puesto! Parece que ese trabajo que tienes te da de comer—dijo. Siempre hacía bromas y no era tan retrógrada como su hermano mayor Teo. Ese sí que era recalcitrante.

—¿Cómo está papá?—preguntó por segunda vez mientras se acomodaba en el asiento de atrás y se calzaba el cinturón de seguridad.

—Mejor… Pero tendrán que operarlo, él no quiere está asustado, pero es inevitable.

Bueno, al menos no se moriría todavía, su madre estaba histérica…

—¿Y tú cómo has estado, hermanita? Te he visto en la televisión, eres famosa.

Angelica sonrió y le habló de ese caso de tratas en el que estaba trabajando. Su hermano se inquietó.

—Eso es peligroso hermanita, no es bueno meterse con los peces gordos—señaló.

—Ya no son peces tan gordos, y si la gente hiciera algo y no tuviera miedo… Pero hay muchas cosas que están mal en nuestra sociedad y mucha corrupción, en todas partes… si cometen un delito deben pagar como cualquiera, es necesario quitarles la maldita impunidad que tienen.

—Sí, es verdad… Solo que tú…

Angélica frunció el ceño.

—Perdona, pero eres vulnerable a que esos desgraciados quieran vengarse. No te involucres tanto, cuida tu profesión, y sobre todo: tu vida. Que otros vayan al frente, que no te manden a ti de cabeza de turco.

—Roberto… Hay un mundo distinto en el norte ¿sabes? Las mujeres trabajan, tienen hijos sin necesidad de casarse y no dependen de ningún hombre. Estudian y logran escalar puestos de jerarquía, y es lo que yo planeo también. Subir, no me quedaré de empleadita del bufete toda mi vida.

Audaz, ambiciosa e independiente.

—¿Por eso no te has casado todavía? ¿Para qué nada frene tu carrera de ambición?—se burló él.

Ella entornó los ojos.

—¿Y por qué tengo que casarme? No pienso casarme nunca ni tampoco tener hijos. Quiero ser dueña de mi tiempo y de mi vida y hacer lo que me plazca, un marido y luego querrá hijos… No gracias. 

Su hermano rió divertido, si su padre la escuchara le daría otro infarto era un tipo anticuado, con ideas muy claras y estereotipadas sobre las mujeres y su lugar en ese mundo.

El auto aceleró y ella observó el paisaje de campo, y esas tierras que habían pertenecido a su familia desde tiempos remotos. Sus hermanos se encargarían de cuidarlo, sus hermanas se habían casado siguiendo la tradición familiar al cumplir los dieciocho con los hombres que su padre aprobó… Gente familiar y adinerada, ahora solo quedaba su hermana Annie y se preguntó si estarían buscándole algún candidato.

Le habría gustado escribir un libro sobre esa familia, porque de haberlo contado nadie le habría creído.

—Llegamos hermanita—le avisó Roberto.

La visión de Casanova la hizo temblar.

Luego de fugarse ese día su padre quiso hacerla regresar a la fuerza pero la prima de su madre contrató un abogado, no tenía potestad para retenerla ni tampoco para obligarla a regresar a la mansión familiar porque había cumplido la mayoría de edad.

El pleito duró años, su padre insistió y hasta fue él mismo a buscarla a la ciudad con su hermano mayor.

Se estremeció al recordar la bofetada que le había dado diciéndole que desde ese día dejaba de ser su hija. Y que no se atreviera siquiera a ir a verlo a su funeral porque dejaría órdenes expresas para que no pudiera entrar a despedirle. No podría poner un pie en Casanova ni tampoco vería a su madre ni hermanos… Tampoco recibiría un céntimo de la herencia…

Ella se tocó la mejilla que le ardía y lloró gritándole luego que nada de eso le importaba.

Él la miró amenazante y su hermano lo detuvo porque era capaz de volver a pegarle.

Lloró durante días, semanas y el dolor de ese momento y el terror que había sentido siempre estuvo allí.

Pero su madre fue a verla, y tres años después dijo que podía regresar.

Solo que ella no quería hacerlo, que se había jurado a sí misma que nunca más volvería a pisar esa casa…

Entonces su madre enfermó de neumonía y fue, fue porque ella era lo más importante en el mundo y estaba aterrada de perderla. Su madre y su abuela eran las únicas que la habían amado.

Luego todo se había olvidado, los insultos y amenazas, su padre estuvo presente cuando se recibió de abogada y le dio un cálido abrazo. “No era lo que quería para ti pero te felicito Angelica” le dijo muy serio.

Y luego con el tiempo regresó para los cumpleaños, bodas, bautizos y en navidad… No se atrevía a faltar en navidad y siempre terminaba quedándose hasta reyes.

Entró en la casa y vio a Annie, la menor de sus hermanos que miraba televisión muy concentrada. Al verla sonrió y se lanzó a sus brazos.

—Perdona que no te traje nada, es que vine deprisa… —le dijo.

Siempre le había llevado muñecas y ropa para sus hermanos, no solo en navidad sino cada vez que iba.

—NO importa… Ya no juego con muñecas ¿sabes?

Angelica la miró y notó el cambio, llevaba el cabello con una vincha blanca que resaltaba el color castaño de su cabello. Todas sus hermanas habían heredado ese color tan bonito de castaño con destellos rojizos de su madre excepto ella, ella era la única rubia. Y Annie se veía distinta, como si hubiera crecido de golpe: sus ojos eran castaños y muy bonitos y la notó más madura a pesar de que solo tenía dieciséis.

—Estás preciosa Annie, cuidado con los novios—le advirtió antes de alejarse.

Su madre apareció en escena y la vio tan demacrada que su corazón dio un vuelco. Pero lo que más la desarmó fue ver a su padre postrado en una cama, mortalmente pálido, casi moribundo…

Tendido en la cama cuan largo era, un hombre al que siempre había temido y odiado por momentos, verlo así enfermo y disminuido hizo que llorara, no pudo frenar las lágrimas a pesar de que lo intentó.

Él la miró con fijeza pero no hizo nada para consolarla, al contrario, la censuró por usar esas faldas cortas de ramera del norte.

—Ve a cambiarte esa ropa de inmediato, ¿qué te has creído? Así no se visten las mujeres de mi familia.

Angelica retrocedió aturdida y se alejó secando sus lágrimas.

—No soy una ramera y lo sabes, pero me harté de vestirme como una monja—estalló.

Él sonrió de forma extraña.

—¿No eres una ramera? ¿Y qué crees que piensa un hombre cuando te ve vestida así? Ve a cambiarte, y no me contradigas. Quieres matarme de un disgusto, ¿a eso has venido?

Volvían a reñir, y como siempre: él ganaba.

Fue a cambiarse, tenía una falda más larga de jean acampanada muy hippy y supuso que la usaría hasta el cansancio.

Cenaron solos sin sus padres en el gran comedor: sus dos hermanos varones y Annie, eran un cuadro silencioso, sombrío, apenas pudo decir nada. Su madre había decidido cenar con su padre en su habitación para acompañarle, una mujer admirable, ella le habría dado un palo en la cabeza para aliviar su dolor… tal vez por eso no se había casado y ni siquiera había tenido un novio que le durara. Siempre había temido a los hombres y en realidad cuando las chicas se ponen de novia y comienzan con los besos y apretones ella estaba encerrada leyendo sintiéndose muy poco atractiva para llamar la atención de alguien.

Estudiar y no perder el tiempo con novios, eso fue lo que la llevó a conseguir un título y un trabajo bien remunerado. Sabía que podría casarse en cualquier momento no había prisa, y en realidad no tenía ningún interés en ese asunto todavía.

Al día siguiente internaron a su padre y lo operaron de urgencia, no podía demorar más la operación. Debieron sedarlo para llevarlo de Casanova y su madre lo acompañó hecha un mar de lágrimas y sus hermanas mayores llegaron entonces para quedarse en la casa mientras durara la operación. Tenía razón, sabiendo cómo era deberían atarlo para que se quedara quieto.

Lo vio al día siguiente y la afectó mucho verlo entubado, lleno de cables, prendido a una máquina.

Mateo la llamó ese día cuando regresaba a la casa. Su madre estaba tan exhausta que se desmayó y la dejaron internada, así que sus hermanos se turnaron para cuidar a su padre cuando lo pasaron a sala.

Lo primero que hizo al abrir los ojos esa mañana fue preguntar por su madre y al verla a ella; la niña rubia que siempre había odiado exclamó “qué bien ricitos, ahora te vistes como corresponde a una dama que se respeta”.

Estaba pálido y lleno de cables pero no perdía sus mañas.

Y estuvo malhumorado todo el día, tal vez nervioso al enterarse de que su madre estaba internada. Y ella debió soportar su malhumor cuando lo que quería era largarse cuanto antes.

—Eres igual a tu abuela Marietta, pareces hija de esa vieja bruja y no mía—dijo en un momento—Por eso estás soltera, porque todavía no encontraste un hombre bobo a quien dominar y tener bajo la pata como tu abuelo. Ese pollerudo estúpido…

Angelica enrojeció.

—No hables así de mi abuela, ella sí me quería, no cómo tú, tú nunca me has amado. Solo porque me parecía a ella… Eres un loco papá y a ver si empiezas a valorar a la esposa que tienes y dejas de gritarle—estalló furiosa—deja de comportarte como si lo merecieras todo en la vida, porque te digo algo: no es así. Hay hombres buenos que no han tenido ni la mitad de tu suerte.

Su padre la miró con odio.

—Siempre tuviste lengua de víbora y querías hacer lo que querías, por eso reprendía, por tu carácter autoritario. Pero lo hice bien, ahora eres una abogada famosa y ganas mucho dinero en ese estudio de abogaduchos. Pero no tienes esposo… deberías tener un esposo que cuidara de ti, pronto vas a necesitarlo.

Esas palabras la dejaron desconcertada, ¿de qué hablaba?

—Y no digas que no te quería porque te parecías a tu abuela, siempre he amado a todos mis hijos, he vivido para mi familia y amo a tu madre y lo sabes. Nunca he estado con mujeres como algunos amigos lo hacen, engañan a sus esposas, abandonan a su familia…Imbéciles… siempre he cuidado de ustedes. Pero tú mocosa me desafiabas, desde que eras un piojo de tres años me hacías frente, como tu abuela, y debí ser firme para educarte. Solo eso. Tampoco te di suficientes palizas, porque te me escapaste. Al final la sangre de Marietta pudo más que todo. Hacer su voluntad hasta el último día de su vida.

—Tú me odias, siempre me has odiado. Y ni siquiera enfermo dejaste de insultarme llamándome ramera solo porque llevaba falda corta.

Su padre guardó silencio, la llegada de Renzo, su hijo predilecto cambió su semblante. Siempre había sentido debilidad por los hijos varones como buen machista, a sus otras hermanas las ignoraba y a ella la odiaba. Y eso era todo.

Abandonó la habitación y fue a ver a su madre. Estaba anémica y exhausta pero le dieron el alta al día siguiente pero le recomendaron reposo por dos semanas y vitaminas.

Así que su padre debió conformarse con la compañía de sus hijos.

Estaba de un humor de perros, no soportaba estar lejos de su madre y una tarde en la que no pudo evitar ir a quedarse con él le dijo:

—Yo no te odio niña rubia, nunca te he odiado. Eres mi hija y me preocupo por ti, no dejo de pensar en el lío en el que te has metido con ese caso de tratas. No sabes en lo que te has metido, no conoces a esa gente niña. Ya ves, tanto estudio y preparación y ellos pueden volarte la cabeza de un disparo por inmiscuirte en sus asuntos.

Ella lo miró desafiante.

—Yo no tengo miedo papá, ¿para qué crees que soy abogada? ¿Para hacer dinero con divorcios y demandas? Eso no es para mí.

—Claro, la señorita necesita correr riesgos, jugarse el pescuezo pescando peces gordos… No podrás terminar con eso, déjalo. Te están usando, ¿no lo ves? Tu foto, tu nombre está en los periódicos como la fiscal del caso, tus jefes están muy tranquilos facturando, haciéndose los héroes que luchan contra la mafia. Y tú estás en la mira, no solo por entrometida sino porque eres joven y bonita. El señor sabe por qué hace estas cosas, y a pesar de que odio estar así postrado, me ha salvado la vida, pude morir ese día mientras andaba a caballo y ahora… Estoy vivo y quiero ayudarte.

Esas palabras le provocaron una emoción extraña.

—¿Ayudarme?

—¿Y qué te sorprende tanto? Me crees un diablo ¿no es así? Pues te equivocas. Sabes cómo es mi carácter, soy un hombre y todos los hombres de mi familia han sabido llevar los pantalones y cuidar de los suyos. La familia lo es todo para nosotros ¿y tú crees que son ideas anticuadas? ¿O pasadas de moda? Así están las cosas en el mundo por el poco valor que le dan a la familia a las esposas, los hijos… Las mujeres viviendo por su cuenta, ganando su dinero como los hombres, abandonando a sus maridos y metiéndole los cuernos. Italia se ha convertido en el país de los cornudos, hija y eso es triste. Eso dicen por todos lados y da pena ver cómo los valores desaparecen.

—Papá, entiendo que tienes razón en parte, la familia se ha dispersado pero no culpes a las mujeres, no somos las responsables de todos los males del mundo.

—¡Por supuesto que no! Los hombres hemos fallado como especie en lo más básico; esta sociedad tan volcada a la igualdad no hace más que dominarnos, que frenar nuestro temperamento. No puedes darle una buena zurra a tu hijo porque pueden acusarte de violento, a mí me movieron el esqueleto muchas veces pero me sacaron derecho hija, bien derecho y cuando tuve que enfrentar las responsabilidades lo hice. Me casé, tuve hijos, los criamos con tu madre y los educamos. Hoy día la juventud no quiere asumir responsabilidades, solo trabajar para tener dinero y a veces ni eso…  No quieren trabajar, ni esforzarse, y mucho menos formar una familia. Ahí ves la cantidad alarmante de divorcios, crímenes, suicidios y ese desastre llamado progreso haciendo estragos con las nuevas tecnologías. Y la mafia recluta chicas usando esa tecnología de las computadoras pero no son los únicos. Hay muchos implicados… Si el diablo triunfa a veces es porque tiene sus emisarios e intermediarios igual que la mafia. Pero no todos se dedican a los negocios sucios, el contrabando de medicamentos por ejemplo, en algunos lugares esa medicina es carísima y salvan vidas…

—Papá no los defiendas, todos tienen negocios respetables y hasta destinan parte del dinero sucio en beneficencia, aquí hay varias familias que lo hacen y son los grandes señores. Nadie los toca. Pero son una pantalla, el negocio más rentable es traer chicas para prostituirlas y esclavizarlas, menores de edad, casi niñas… ¿Crees que eso se justifica por un puñado de remedios traídos de contrabando?

—No, yo no dije eso.

Un golpe en la puerta puso fin a la conversación. 

Un joven alto de traje oscuro entró y sonrió. No lo conocía, nunca lo había visto y sin embargo su rostro trigueño le resultó familiar.

Su padre fue quien hizo las presentaciones.

Enrico Visconti, un pariente de su padre y con ciertos negocios poco respetables. Tenía todo el porte de un mafioso y la miró con cierto interés. Ella frunció el ceño sorprendida, no estaba arreglada y su cabello era un desastre.

Pensó que debía dejarlos a solas pero su padre le pidió que se quedara.

—Ella es mi hija abogada—dijo de repente presumiendo con cierto orgullo.

El hombre la miró y se quitó las gafas.

—Felicitaciones señor Paolo, tiene una hija muy hermosa.

—Así es y no tiene novio.

Angelica miró a su padre furiosa y sonrojada. Estaba actuando como casamentero y los dos hablaban como si no estuviera presente.

—Y pretende echarle el guante a Alberti, por favor, habla con mi hija, tiene la cabeza más dura que una piedra. Sale a su abuela que además de bruja era una mujer muy obstinada.

El desconocido sonrió al ver que Angelica estallaba furiosa, de cerca se veía tan joven parecía una colegiala con ese cabello rubio ondeado y esos ojos tan grandes y bonitos. Así que esa era la joven que se había fugado a la ciudad, la rebelde de la familia…

Angelica se sonrojó al sentir su mirada, y sintió alivio de marcharse, no quería seguir peleando con su padre. Debía recordar que estaba enfermo, convaleciente y mejor sería no contrariarlo. A fin de cuentas no iba a cambiar su forma de pensar, solo esperaba que ahora se tranquilizara y dejara de ser tan loco, su madre necesitaba un respiro y tener a su lado un hombre más tranquilo.

Bueno, ella dudaba mucho que cambiara y como su madre no podía vivir sin él llamó a su hermano para que fuera a buscarla.

Qué vergüenza le había hecho pasar su padre, ofreciéndola al primer pariente joven y soltero que iba a visitarlo al hospital porque claro, para él corría el riesgo de convertirse en solterona. Perseguida por la mafia, su cabeza estaba en la mira y debía casarse para que un hombre la protegiera y velara por ella… Porque no creía que una mujer sola pudiera llegar muy lejos en esa vida. No importa cuántos títulos tuviera, o qué lejos llegara en su carrera como abogada para él siempre sería ricitos, ricitos la rebelde, la reencarnación de su odiada suegra que no se había casado porque… ¡No había nacido el cornudo que pudiera soportarla ni someterse a sus caprichos!

De pronto vio un auto negro acercarse y pensó que lo había visto antes, que esa imagen le provocaba un raro deja-vú, el auto aceleró y frenó a sus pies. Era el joven pariente de su padre que se ofreció a llevarla.

Vaciló y se preguntó de qué habría hablado con su padre.

—Sube preciosa, te llevo a tu casa.

Su voz y su sonrisa la hicieron pensar que habría sido una descortesía no aceptar. Era un hombre agradable y resultaba algo desconcertante pero tenía la sensación de conocerle de antes.

Mientras charlaban del pueblo y el clima para llenar el silencio sonó su celular. Mateo… No lo atendió, no quería hablar con él, estaba furiosa y no... No quería oír disculpas ni nada. Había pasado un momento horrible en su apartamento.

Cortó la llamada y apagó el celular y respiró hondo. Estaba de vacaciones, vacaciones forzadas pero en esos momentos sentía ansiedad por volver a casa y cuidar de su madre. Esos días en Casanova sin su padre habían sido de tanta paz, como si pudiera viajar al pasado y dejar de sentir esa rabia y rencor… Porque a pesar de las reprimendas y algunos golpes había sido una niña feliz. Había corrido por el campo, jugado al escondite y un día su padre le había regalado una muñeca de pelo rubio muy parecida a ella para su cumpleaños y la había besado y abrazado con fuerza…

Ese recuerdo la hizo llorar.

Su padre había estado a punto de morirse, su madre estaba enferma, y le había dicho que nunca la había odiado, que la quería y estaba preocupado por ella. Sabía de ese caso y le había advertido…

Se apuró a secar sus lágrimas. No sabía por qué se ponía tan tonta y sentimental.

El joven desconocido la miró y no dijo nada, eso era bueno, habría odiado que la interrogara por esas lágrimas. Casanova aguardaba, su hogar de infancia, el hogar de su familia y observó el paisaje de campo, las nubes alrededor formando imágenes fugaces, pinceladas de una pintura antigua.

**********

Siguieron días grises y fríos, su madre mejoró y tuvieron tiempo para charlas. Regresó al hospital para cuidar de su padre porque no quería quedar en evidencia, sus hermanas mayores no hacían más que quejarse todo el tiempo, porque al parecer sus mariditos no soportaban quedarse solos cuidando de los niños. ¡Claro, primero hacían los hijos pero luego no querían molestarse en cuidarles! Además tenían niñera, o tal vez por eso… Por el miedo a que les metieran los cuernos con las niñeras… Lo cierto es que Martha y Rosa se marcharon cuando supieron que ella iría al hospital esa tarde a cuidar a su padre.

Las vio alejarse furiosa, sus vidas giraban en torno a sus maridos, niños, marcas de pañales y la alimentación más adecuada para los niños, enfermedades infantiles y cómo evitar la rutina sexual… Daba pena escucharlas y ella terminó evitando su compañía, prefería hablar con sus hermanos sobre los asuntos de la hacienda o irse por ahí a dar paseos por el campo. Cualquier cosa antes que soportar una conversación tan chata.

Mientras se dirigía al hospital se preguntó cómo habría sido su vida, si habría terminado como sus hermanas mayores: gordas, malhumoradas y ansiosas por todo lo doméstico.

Bueno, ella nunca se había parecido a sus hermanas, sus hermanas coqueteaban con los muchachos del establo cuando ella andaba trepada a los caballos. Nunca fue una señorita y de joven era una tabla de piernas flacas, se desarrolló tarde y luego con los años comenzó a aplicarse en la escuela secundaria, a leer libros y prefería quedarse encerrada a ir por ahí buscando que un chico la besara.

Con el tiempo su cuerpo cambió, de forma tardía sus pechos crecieron y también pudo lucir una cola redonda en sus jeans ajustados, pero por dentro seguía verde.

Al llegar al hospital vio a su padre de mal talante y suspiró, seguro que sería el trago amargo del día. 

 

—Tuvieron que irse papá, sus maridos las reclamaron y las dominadas fueron como perritos, moviendo la cola—respondió.

Ese comentario no le hizo ninguna gracia.

—Bueno, al menos ellas tienen marido y me han dado tres nietos mientras que tú… No tienes a nadie que mire por ti—le respondió, y haciendo una pausa agregó:—Bueno y qué te pareció Enrico Visconti? Es un mozo guapo ¿no crees? Y está soltero, busca una esposa. Se ha hartado de ir de putas.

¡Dios bendito, su padre no podía hablar de esa forma! No frente a ella, ¿acaso se había vuelto loco?

—Vaya, la feminista se ha sonrojado—dijo el diablo de su padre al verla incómoda.

—Basta papá, no hables así me haces sentir incómoda. Y tampoco debiste… Escucha, no quiero pelear contigo ni que te enojes de nuevo pero... No debiste decirle a ese hombre que apenas conozco que estaba soltera y necesitada de marido. Me hiciste pasar una vergüenza horrible.

Su padre la miró con fijeza.

—Bueno, no te pareces tanto a tu abuela… tu abuela era una mirona consumada además de una bruja. Volvió loco a media docena de pretendientes antes de escaparse y meterse en la cama con el idiota de tu abuelo Giacomo. Sí, ¿no lo sabías? Era tan atrevida y quería casarse con Giacomo, dijo como este imbécil no encontraré otro… y la familia del joven se oponía a esa boda, porque se rumoreaba que había tenido un novio antes y eso era un escándalo mayúsculo. Así que se fue a la cama con Giacomo y se salió con la suya porque al día siguiente su padre fue a reclamarle al novio lo que había hecho y dijo que si no se casaba con su hija y reparaba el daño le cortaría las pelotas a él y a todos los hombres de su familia.

Angelica rió, no pudo contenerse, ignoraba por completo esa historia.

— ¿Es que no lo sabías? Bueno, es que en la familia de tu madre tapan todo, todos los trapitos sucios se esconden y ese fue un gran trapo… No estoy seguro si la finada suegra perdió o no su virtud esa noche pero sí que le contó a su padre y lo hizo todo a propósito, para casarse con el hombre quería. Y él como buen calzonazos aceptó, obligado o enamorado lo cierto es que se convirtió en su marido y durante toda su vida estuvo en un puño. Y después esa señora dijo que no permitiría nuestra boda… vino a mi casa a hacerse la gran dama…

Angelica escuchó la historia conocida, su padre casi raptó a su madre para poder casarse con ella.

—Cómo está Adelina?—quiso saber.

—Está muy cansada, débil… No dejes que trabaje tanto, ni le grites como siempre lo haces, la pobre tiene los nervios destrozados por tu culpa—estalló.

Esa reprimenda no le gustó.

—Cuidado cómo me hablas mocosa atrevida, ricitos de oro, todavía soy tu padre y puedo darte unas buenas nalgadas si te pones insolente.

—no soy una mocosa, soy una mujer y puedo decir lo que pienso. Estoy preocupada por mamá, ha llevado una vida difícil, no dejabas de hacerle hijos y luego le gritabas y alguna vez le pegaste. Eso no lo hace un buen hombre, pegar a las mujeres y a los niños es de cobarde. Pero nunca más volverás a ponerte un dedo encima porque si lo haces juro que me defenderé papá, estoy harta de tu mal humor, de tu locura. Procura serenarte, tienes un corazón de plástico, ya no podrás hacerte el loco como antes.

—Eso lo veremos… Y haz el favor de preguntar al médico hasta cuándo me tendrán aquí, estoy harto de este hospital.

Pues en cuanto le dieran de alta se iría, no se quedaría en Casanova imaginaba que también debería cuidarlo en la casa y sería demasiado para ella.

Cuando salió del hospital se sintió agotada, molesta, al parecer tener una buena relación con su padre o medianamente civilizada era imposible.

Su jefe la llamó entonces preguntándole por unos documentos.

—Hubo un robo el otro día Angelica, escucha ten cuidado… Esto no me gusta, tú ya sabes que están intentando frenar la investigación.

—¿Un robo?

—Sí hubo un robo y es necesario reemplazarte. Serás trasferida a otro caso. ¿Cuándo vas a regresar?

¡Maldita sea! la habían sacado de su mejor caso, no podían hacerle eso, estaba furiosa. Se había ausentado unos días, su padre estaba enfermo y ahora su madre…

Estaba angustiada, si algo le pasaba a ella no podría…

—Es mejor para ti, no me agradaba la publicidad que este caso te estaba dando Angelica, pero tómalo con calma. Hay otros casos—le dijo su jefe.

Pero eso no la consoló y mientras daba un paseo por el campo recordó viejos tiempos cuando era una niña y corría por los prados libre y feliz, sin preocuparse por nada…

De pronto escuchó unas voces, risas y se acercó curiosa pensando que sería Annie, la había visto recorrer el campo hacía un rato. Hacía frío pero era un día espléndido y sintió que ese aire puro llenaba sus pulmones y le daba fuerza.

Iba a llamarla pero no lo hizo, y de pronto la vio, escondida en una cueva tendida en el campo junto a un chico alto de cabello rubio y ondulado.

Pensó que estaban besándose pero luego comprendió que estaban haciendo algo más. Su hermana estaba medio desnuda y ese joven sobre ella con los pantalones bajos…

Se sonrojó furiosa y tropezó, cayó al piso y fue inevitable que la vieran.

Annie lloró y el joven no sabía dónde meterse. Dijo que era Pietro, su novio y le rogó que no dijera nada a papá.

Ahora entendía por qué estaba tan bonita y cambiada.

—Hablaré contigo a solas por favor, Annie.

El "Romeo" se alejó a medio vestir, casi corriendo. Notó que tenía los ojos verdes de un gato y la cara redonda... Vaya, era todo un felino persiguiendo gatitas en el campo. ¡Mozo atrevido, cuando su padre le echara el guante!

Se volvió y vio que su hermana lloraba y temblaba, muerta de miedo.

—Es Pietro, mi novio pero nadie sabe, mamá no me deja tener novio y papá… Me mataría si sabe que lo hice y…

—Annie está bien, cálmate… Solo quiero preguntarte si están cuidándose.

La expresión de Annie cambió, secó sus lágrimas y no pareció entender de qué estaba hablando.

—Oye, lo que tú hacías recién con tu novio era más que besarte, y eso puede traerte consecuencias, dejarte preñada por ejemplo. ¿Crees que eso es divertido? Tienes solo dieciséis años, eres muy joven, no has terminado los estudios y él… Escucha, no soy como mis hermanas, y sé que las chicas jóvenes lo hacen, sienten la necesidad y los chicos también… Para ellos es una experiencia, no siempre es algo que hagan por afecto ni por amor ¿entiendes? Y eso no debe preocuparte tampoco porque eres muy joven para asumir una relación seria y permanente. Solo toma precauciones, dile que se calce un condón por favor y no llores, no es el fin del mundo. Es mentira eso de que debes guardarte pura para tu marido, eso era antes que ninguna mujer lo hacía con su novio entonces era común pero ahora… Ahora todas lo hacen y es algo natural. 

Annie dejó de llorar y la miró.

—¿Y tú ya lo has hecho muchas veces? ¿Tomas esas pastillas para evitar los bebés? Quisiera tomarlas sí pero si mamá se entera me matará.

Angelica se sonrojó. En realidad era la menos indicada para hablar de la vida sexual de una joven moderna y emancipada, pero sí estaba informada de muchas cosas.

—Eso no importa ahora Annie, te hablo por lo que he visto en la ciudad. Empieza a tomar precauciones, cuidarse es evitar enfermedades, no solo embarazos. ¿Tú quieres a ese joven? ¿Quién es? Creo que nunca lo había visto aquí.

El joven se había alejado a los tumbos, y había desaparecido de la vista. Imaginaba que también se haría humo si había problemas.

Sus ojitos castaños brillaron y le recordó a su madre, era sin dudas la hija más parecida a ella ¡tan dulce y alegre!  Y pensar que sus hermanas la envidiaban por ser rubia y ella habría deseado parecerse a su madre que tenía el cabello castaño y tenía una mirada tan dulce, tan hermosa.

—Él también me quiere Angelica, me lo ha dicho y prometió… Dijo que nos casaremos el año próximo.

Angelica suspiró. Los hombres prometían cualquier cosa con tal de salirse con la suya: sexo por supuesto. Meterla siempre y en todo lugar. Sexo y más sexo, luego le pediría más y siempre con palabras tiernas de amor.

—Escucha Annie, tal vez ese chico te quiera, y no está mal que lo hagas si deseas hacerlo y nadie te presiona pero... Solo que mientras te ruego que te cuides, evita los embarazos, a tu edad muchas chicas quedan embarazadas en la ciudad, cargan a sus madres con sus hijos y se van a los bailes. Eso no sería deseable. Vive el presente, no te diré que haces mal ni todas esas tonterías que me inculcaron a mí sobre perder la virginidad. Y no… No lo hagas aquí por favor, si papá te ve o te ve alguien…

Ella juró que nunca más lo haría en las tierras de Casanova. Bueno, mejor así...

—Pero eso que decías del condón, no entendí mucho—dijo de pronto mientras emprendían el camino de regreso a la casa.

Angelica sonrió.

—Me refiero al preservativo, ¿acaso nadie te ha hablado de que pueden evitarse los embarazos con métodos eficaces? Eres muy joven para tomar pastillas anticonceptivas y si luego las olvidas te quedarás embarazada. ¿Cuánto hace que lo hacen sin tomar precauciones?—quiso saber asustada.

Su hermana miró a la distancia y apuró el paso nerviosa. Demoró en responderle como si no pudiera recordar o no quisiera decirle desde cuándo lo hacía con su novio.

—Solo fueron un par de veces...— le confesó.

Además Pietro era su novio desde hacía un año, que habían peleado y vuelto y entonces un día se tentaron y…

—¿Y nunca lo viste usar preservativo?

Su hermana la miró intrigada y preguntó cómo era. Vaya, la educación victoriana de sus padres era un desastre, ¿es que nadie se daba cuenta de lo que pasaba en esa casa? Annie podía ser una adolescente tranquila y muy seria, llevar faldones y haber sido siempre una niña obediente pero tenía dieciséis y a esa edad y con un noviecito merodeando pues…

—Es algo que usan los hombres para no mojarte cuando lo hacen, es de látex, cubre el miembro y te salva de quedarte preñada. Porque eso que sale de su miembro es lo que sirve para dejarte preñada Annie. ¿Cómo crees que nacen los niños?   Por la cópula de esa forma, sin cuidados.

Ella se sonrojó y volvió a llorar.

—Annie, por favor, habrás visto fornicar los cerdos y otros animales en el campo, debes saber cómo pasa...—Angelica estaba ceñuda, enojada en realidad, no con su hermana sino con toda la situación.

—No lo sé… no me acuerdo. No sabía nada, pensé que si lo hacíamos de forma espaciada tal vez…

Angelica contuvo una maldición.

—¿Qué edad tiene tu novio, Annie?

—Veinte.

—Vaya, actúa como si fuera un pendejo de quince. ¡Dios mío! ¿Es que no piensa que puede dejarte embarazada? Una sola vez alcanza, si estás ovulando ese día, con una vez ya podrías estar preñada ¿y qué harás luego con un bebé?

Su hermana se desesperó y ella la vio tan joven y sintió una pena espantosa. Decidió cambiar de tema.

—¿Y papá y mamá saben de Pietro?—le preguntó.

Annie secó sus lágrimas, estaba aterrada, en su ignorancia había creído que el amor era un sueño y que él se casaría con ella el año próximo. ¡Claro! De alguna manera tenía que convencerla para que le entregara su virginidad y luego más momentos de sexo. ¡Qué desgraciados eran algunos hombres!

—Escucha, ten cuidado y toma precauciones desde ahora. Yo no diré nada, tranquilízate. No es algo de lo que debas avergonzarte, solo convence a tu novio de que se cuide a menos que quiera ser padre a los veinte años.

Annie secó sus lágrimas y le dio las gracias y ella sintió rabia de ese Romeo estúpido porque no solo la había empujado a la lujuria; podía haber hecho algo peor, podría haberla dejado preñada y luego… Estaba segura de que ese mocoso se haría humo, era muy joven para enfrentar responsabilidades. Y para ellos solo era eso: placer, un momento de placer, disfrutar de una chica bonita, saciar su lujuria cuando tenían lo que querían… Pero maldita sea, que se divirtieran con otra ¿por qué debían engatusar a una chica decente sin experiencia, una chica tan tierna como Annie?

Entraron a la casa en silencio, ella prometió guardar silencio y Annie le dio las gracias.

Su padre regresó al día siguiente y ella sabía que había llegado el momento de marcharse.