El contrato nupcial
Llegó a Rosanegra a las nueve en punto, un auto inmenso y negro de Visconti había ido a buscarla a Casanova como si temiera que ella no acudiera a la cita.
¡Maldita sea! Se sentía como una heroína de una novela victoriana y de nuevo tenía la sensación de que nadie le habría creído de haberle contado todo lo que había pasado luego de su llegada a Nápoles. Annie raptada y luego una boda concertada por un padre ambicioso, o mejor dicho; un padre lleno de deudas. Y ella vendida como esclava a un hombre que quería cumplir todas sus fantasías sexuales. Vaya, habría reído si no se hubiera sentido tanta rabia en esos momentos.
Observó los portones negros eléctricos y esa casa que sería su hogar…El sitio se le antojó algo raro, siniestro, solitario...
¡Demonios! Iba a casarse con un auténtico desconocido y eso era lo más increíble de todo. Tantas veces había escapado al compromiso y ahora de buenas a primeras se casaría con un caballero sureño.
Estaba nerviosa, tensa, y no pudo prestar demasiada atención a la casa. Solo notó el lujo y los muebles, las pinturas antiguas… Parecía la mansión de un inglés adinerado y noble, no la casa de un italiano dedicado a los negocios turbios, por decirlo de forma elegante.
Para la ocasión escogió una falda corta y se veía ejecutiva, como una abogada, ansiosa de saber un poco más de todo ese asunto. Annie estaba a salvo y no se separaba de su Pietro y este no tenía apuro por marcharse. Su padre lo miraba con gesto torvo y se preguntó cuánto tardaría en agarrarlo del cogote y reclamarle por haber seducido a su hija.
Suspiró, al parecer los problemas en Casanova no tenían fin.
Un sirviente con uniforme la guió hasta una habitación espaciosa dónde había un gran piano y muebles en tono caoba, como los tapices y retratos que miró de forma fugaz. Porque el hombre que estaba al final de la sala mirando por la ventana acaparó toda su atención. Lo recordaba bien, lo había visto en Milán antes y también su auto negro estacionado cerca de su apartamento. Y él también la miraba con una sonrisa leve de triunfo.
—Buenos días señorita Roselli. Gracias por venir—dijo a modo de saludo.
Vaya y ahora la trataba de usted, después de haberle enviado ese obsceno contrato que no fue capaz de leerlo en su totalidad. Solo recordaba ciertos detalles: sexo cuatro veces por semana como mínimo, y que debía hacerlo bien. Ser una esposa satisfactoria y ardiente.
—Por favor, siéntese. ¿Se siente bien? La noto algo pálida hoy.
Angelica se dijo que no le gustaba la forma en que ese hombre pretendía controlarlo todo.
—Señor Visconti, mi hermana fue raptada, y he pasado unos días muy malos. ¿Cree que podría estar bien ahora?
—Sí, por supuesto. Pero Annie está bien ahora ¿no es así? No sufrió ningún daño—preguntó y vaciló.
—No... No sufrió ningún daño, fue raptada junto a Pietro, pequeño detalle. En su compañía ella lo pasa estupendo, ni se enteró que fue raptada a decir verdad, dijo que la encerraron en una villa del pueblo, y la trataron con mucha gentileza...
Él la miró con fijeza.
—¿Y usted cómo supo usted quién la tenía?—insistió ella.
—Ya lo sabes preciosa, hice algunas llamadas y tengo amigos, contactos, en el reino de Nápoles todos nos conocemos—declaró evasivo.
—Usted lo hizo, fue capaz de hacer algo así solo para que firmara ese contrato…
Visconti no tomó a broma la insinuación y pareció algo molesto.
—Señorita Roselli, esa acusación no tiene fundamento. Yo no rapto jovencitas, tengo mucho trabajo y soy pariente de su padre por si no sabe. Pero cuando supe del rapto hice algunas llamadas y supe quién la tenía.
La historia que le contó no era demasiado convincente.
—Está bien, usted gana señor Visconti, mi hermana está a salvo y es todo lo que importa. Pero si voy a casarme con usted como prometí en ese contrato necesito decirle algunas cosas. Y no es sencillo para mí estar aquí y ser sincera, franca y hablar de mis problemas con un desconocido.
—No soy un desconocido, somos parientes, ¿acaso no te acuerdas de mí?
—No… Y me parece muy loco que quiera casarse con una completa desconocida. ¿Cree que el matrimonio es un mero contrato?
Él sonrió y miró sus piernas, le gustaban mucho esas piernas, las había visto en los tribunales, en sus paseos domingueros. Llevaba mucho tiempo esperando poder tocar esas piernas pero…
—¿Tú no has leído el contrato, no es así? Solo el comienzo y salteó algunas cláusulas—señaló.
Ella suspiró cansada.
—Es verdad, no lo leí porque me pareció un disparate y algo… Ilegal. Es decir, yo puedo firmar un contrato, un acuerdo casi comercial totalmente abusivo y luego demandarlo por haberme hecho firmar semejante ultraje. ¿Comprende? Podría decir que me vi forzada a firmar ese contrato, presionada y… Pero no discutiré eso, lo firmé porque me vio obligada, es verdad… Aquí lo tiene. El contrato firmado—tomó el sobre y se lo entregó.
Visconti lo tomó y le obsequió una sonrisa. —Gracias—murmuró—Pero déjeme decirle señorita Roselli que tengo los mejores abogados, no podrá demandarme además yo ayudé a su familia en tres oportunidades. Su padre iba a perderlo todo por malas cosechas, y luego las inundaciones. ¿Cree que sería gentil de su parte hacerme un juicio?
—Escuche, la deuda la hizo mi padre, no yo… Yo escapé a la ciudad porque quería una vida distinta a estar encerrada en una casa pendiente de mi marido y los niños. Yo detesto esa vida y no me agrada nada la idea de casarme. Lamento ser tan sincera pero si busca una esposa tonta y doméstica no la tendrá en mí.
Él sostuvo su mirada.
—Se equivoca, no soy tan anticuado, no quiero una esposa tonta ni doméstica.
—Pero el contrato dice que no podré trabajar ni salir de Rosanegra sin la debida escolta y su autorización, eso es abusivo—señaló.
—Es por su bien señorita, prometí que la protegería y lo hice, ahora la protegeré pero recibiré mi recompensa.
Esas palabras la enervaron.
—Me protegió porque quiso, porque mi padre lo obligó, no me culpe a mí de eso.
—Tranquilízate, no quiero reñir contigo ni ahora ni después. Lo cierto es que lo hice, cuidé de ti preciosa, cuidé para que otros pudieran disfrutar de lo que era mío—declaró.
Vaya, de nuevo con eso.
—Yo no te pertenecía, jamás prometí casarme contigo, eso lo dijo mi padre.
—Sí, es verdad...—concedió.
—Pero tú no me conocías ni me conoces lo suficiente, de lo contrario no me habrías pedido que firmara este contrato.
—Espero hacerte cambiar de idea sobre el matrimonio y los hombres. Creo que nunca has tenido una relación duradera con un hombre. ¿O me equivoco?
Esa pregunta la hizo enrojecer.
—Señor Visconti, si me hubiera dedicado a perseguir a los hombres, o a buscarme un marido no habría progresado en mis estudios ni en mi trabajo. Me propuse una meta y la conseguí, nunca perdí el tiempo en tonterías.
—¡Vaya, qué fría es! Siempre es tan cerebral señorita Roselli?
Ella estaba furiosa, pero de pronto sonrió al leer sus pensamientos. Claro, él esperaba seducirla, convertirla en una mujer ardiente y apasionada, y hasta romántica. Sintió deseos de reír y lo hizo.
—Bueno, al parecer quiere casarse conmigo porque me ama o porque cree que soy una mujer muy ardiente y romántica... Peor aún: espera descubrir esa naturaleza ardiente escondida... Pero escuche, no me responsabilizo de nada. Firmar el contrato no me obliga a nada, ni me hace responsable de las nefastas consecuencias. ¿Quiere el contrato firmado? Pues ya lo tiene. Quiere que sea su esposa lo seré, ¿y qué resultará de toda esta locura? Pues nadie lo sabe.
Visconti se le acercó y la miró, y ella pudo ver de cerca sus ojos oscuros, de un color azul tan oscuro que parecían negros. Su mirada era dura entonces, y reflexiva.
Estaban muy cerca, enfrentados, sentados uno frente al otro y él rozó sus labios despacio, se moría por sentir su suavidad y calor. Eran labios llenos, voluptuosos, ella era una mujer de hermosas formas, perfecta para él…
Y sin embargo la joven se apartó expresando rechazo o confusión, o ambas cosas.
—Escuche, no… Firmé para que ayudara a mi hermana a regresar pero sé que esto no funcionará…
Él acarició su cabello enrulado y le habló con voz muy baja.
—Tranquila, no debes temerme… Sé que no me conoces pero tu padre sí me conoce, ¿crees que él habría aprobado esta boda de haber sido un tipo malvado o loco?
Ella abrió sus grandes ojos verdes y tembló, quería correr, huir…
—Mi padre solo quiere verme casada y con un montón de niños. Y temo que esto no... No resultará, yo no soy como piensas o imaginas. Las fantasías son solo eso: fantasías señor Visconti. Y la vida doméstica no me atrae ni podría quedarme en casa todo el día esperando a mi marido, me aburriría y pondría de mal humor. Tengo muy mal carácter, no soy… No creo que sea la esposa apropiada.
Él la escuchó sin dejar de mirarla, sabía que era el primer acercamiento y se dijo que no había estado tan mal.
—Sí, he notado que tiene un genio vivo pero eso se puede mejorar… Ahora tal vez debería avisarle a ese joven con el que salía que va a casarse en menos de un mes.
—¿Mateo? No… No era mi novio solo salí unas veces.
—¿De veras? Mejor así. Creí que te habías enamorado de ese imbécil.
—¿Enamorada? No. Nunca he estado realmente enamorada, solo a los dieciséis de un guapo mozo que besaba muy bien—sonrió al recordar los besos de Giulio, sus caricias ardientes rozando su cuerpo a través de la tela de su ropa. Lo había disfrutado, nunca más pudo sentir esa excitación. Ese joven sabía cómo llevarla y se enamoró de él, sí, por eso lloró cuando su padre los pilló y lo expulsó lejos.
—¿De veras? Bueno, mejor así, no me gustaría casarme con una mujer enamorada de otro hombre—respondió él.
Angélica no le respondió, recordar a Giulio la había dejado triste y nostálgica. Él la buscó, un día en el pueblo la llevó aparte y la besó, le pidió que huyeran juntos, que su tío los ayudaría. La llenó de besos, caricias y ella sintió que su cuerpo ardía, que se moría porque le hiciera el amor. Al demonio ¿qué importaba la virginidad? ¿Por qué debía guardar "ese tesoro" para su marido?
Pero ella no tuvo coraje para huir, estaba loca por él pero no quería ser la esposa de nadie, ser como su madre; encerrada, siempre preñada, perdiendo embarazos, volviendo a quedar preñada, soportando un marido loco y gritón que siempre la hacía llorar. Giulio dijo que la amaba, y la buscó, para él no había sido una chica bonita a la cual besar, y había estado a punto de entregarse a él. Su cuerpo respondía a sus besos, su cuerpo de adolescente ardía como el infierno y quería, quería hacerlo, lloraba de la emoción pero... De pronto se dio cuenta de que si lo hacía con él, que si cedía a sus deseos se quedaría preñada y sería como su madre, pero pasando miseria, encerrada en una casa pobre. Ella había visto la pobreza en Pozziolo muchas veces, no quería ser como esas pobres mujeres trabajando en el campo, pasando necesidades, y convertida en una anciana a los treinta años, sin dientes, desnutrida...
Así que le dijo que no y él lloró. Lloró y quiso retenerla, dijo que hablaría con su padre y le diría que habían estado juntos.
Solo se conoce a la gente en las malas. Y a los hombres nunca se los conoce del todo. Giulio, el joven que la había enamorado y llenado de dulces besos y caricias, con el que estuvo a punto de hacer el amor estaba loco y la amenazaba.
Y luego vinieron los reproches. "Tú me desprecias porque soy pobre, claro, tu padre tiene otras ambiciones para ti, quiere casarte con ese viejo que podría ser tu padre... "
Y así terminó la historia de su primer amor.
—Angélica—la voz de su futuro marido la despertó. ¡Qué extraño se oía eso!
—Te pido que leas el contrato de nuevo, te daré una copia ahora—dijo él.
—Lo haré Enrico, muchas gracias por todo... Lamento que tuvieras que cuidarme como un perro guardián. En realidad no sé de qué me cuidabas, nunca me metí en nada ilegal pero en fin, si tú lo dices, te creo...
Angelica se incorporó pensando que la entrevista había terminado, y él vio sus piernas y suspiró. Eran preciosas, perfectas: tenían su forma y carne, nunca le habían gustado las muy delgadas. Y ella no era delgada a decir verdad, era perfecta...
La mirada de Visconti no pasó desapercibida para Angelica y sintió cierta excitación al saberse tan deseada y sus ojos verdes se encontraron con los de ese hombre un instante. Era atractivo y debía tener unos treinta y cinco, treinta y seis años. Una mirada intensa y franca, y labios gruesos al igual que sus cejas, el rostro ancho, noble, por momentos le recordaba a los viejos sureños: hombres locos y sensuales. Pero no había locura en ese hombre, al menos si la había debía tenerla muy bien guardada. Y tenía el encanto y el aplomo de esos caballeros sureños ricos, de antiguo linaje, aunque sabía que su familia no era de Nápoles sino del norte y que por huir de un feroz enemigo se establecieron en el sur, o eso había escuchado.
Debía marcharse, quería ver a su hermana y no quería quedarse en esa casa, ese hombre la hacía sentir muy incómoda, no dejaba de pensar que en menos de lo que cantara el gallo debería estar en la cama con él y representar la fantasía de la gata ardiente y satisfactoria.