XVIII
EL pesimismo de Morinchón acerca de la campaña del Centro estaba justificado por la crítica situación en que se encontraba el carlismo en ese distrito. La prensa liberal anunciaba a los cuatro vientos que iban a empezar las operaciones sobre Cantavieja. Según los pormenores que se detallaban, Jovellar marchaba desde Valencia a Sagunto, y desde aquí a Segorbe, porque Dorregaray, moviéndose sobre Chelva, parecía abrigar el pensamiento de invadir las provincias de Cuenca y Guadalajara; cosa que el general carlista no llegó a realizar por las medidas adoptadas en contra, regresando al Maestrazgo por Yesa.
A fines de junio de este año de 1875, la situación de los dos ejércitos era esta: Jovellar, con la división Esteban, en Lucena; Montenegro, con la primera división, en San Mateo; Salamanca, con la segunda, en Pedralba y Sarrión; Weyler, con la tercera, en Calanda y Vivel; y la división catalana de Martínez Campos, camino de Cantavieja, después de haberse apoderado de los fuertes de Flix y Mirabet y hecho levantar el bloqueo de Morella. Los carlistas, por su parte, se encontraban: Dorregaray, con la brigada Villalaín, en Villafranca del Cid; Álvarez, con la división del Maestrazgo, en Cati, observando a Salamanca; Gamundi, con la división aragonesa moviéndose sobre Valderrobles; y Adelantado, con la valenciana, por Chelva y Lonja. Comparando estas últimas fuerzas, desprovistas de todo y minadas por tanto género de disolución, con las del enemigo, superiores en número, provistas de mejor armamento, con abundancia de municiones y con todos sus servicios organizados, la lucha había de ser desigual.
—¿Pues sabes lo que dicen a todo esto en el Norte? —agregó Morinchón, después de darme los antedichos detalles—. Oye las noticias que me comunica mi amigo el general Cavero, ayudante del Rey. El Cuartel Real, comentando la noticia de los grandes refuerzos que acumula Jovellar, escribe: «Mientras más vayan, más caerán. El general Dorregaray dará cuenta de todos». ¿Cómo, pregunto yo, si a Dorregaray se le deja entregado a sus propios recursos? En todo el tiempo que aquí lleva no se le ha enviado un solo fusil, y las municiones escasean de tal manera, que apenas pueden hacerse más de tres horas de fuego en ningún combate. El enemigo fortifica todos los pueblos que pueden facilitarnos algunos recursos, y puntos hay donde es un problema dar la ración diaria a nuestras columnas.
»¡Qué poco saben en el Norte de nuestra agonía! Cavero me dice que allí están muy divertidos con las juntas, jura de los fueros y otras cosas, y que les queda muy poco tiempo libre para ocuparse de los asuntos de la guerra: que Doñamayor, ayudante de Dorregaray, anda tras el Real pidiendo y suplicando en favor nuestro y que el Rey se lo ha quitado de encima, encargándole diga a su general de palabra: «Que como nada podía hacer, si le perseguían, que huyera»...
»El mismo Cavero añade tristes noticias de la situación del Norte. Los generales se acusan públicamente, los unos a los otros, de todo lo peor que un hombre puede ser acusado, prodigándose, con una facilidad pasmosa, las especies de traición, inutilidad y tal y tal. Don Carlos no sabe ya de quién fiarse y ha tomado asco a todos.
»Hay que oír el juicio que le merecen uno por uno. De Tristany, jefe de su cuarto militar, publica que hasta le falta saber presentarse bien; de Mogrovejo, que sólo sirve para intrigar y estar tras la cortina; de Velasco, que para nada sirve; de Viñalet y Benavides, son un hatajo de inútiles... Son tantos en número estos generales, que llegan a constituir un batallón sagrado, llamado vulgarmente El Panteón. Pues a pesar de la mala opinión en que el Rey les tiene, en vez darles la licencia absoluta, se deja aconsejar de ellos. A veces hacen dar a don Carlos órdenes tan deliciosas como mandar a Dorregaray que abra una información para saber si eran siete o no eran siete, los fardos pertenecientes a los señores Gómez hermanos, de Madrid, que por necesidades de la guerra hubo de quemar en la estación de Archena el jefe Lozano... Después del tiempo transcurrido, y sabiendo cómo nos encontramos, la orden es bufa.
»Otro detalle para que veas el buen concepto que el Rey tiene de sus huestes del Centro. Estando Dorregaray en Cantavieja, recibió a su ayudante de campo La Baume, de regreso de entregar a don Carlos la bandera cogida en Molina de Aragón, y una carta en la que le pintaba el estado lastimoso en que se encontraba el distrito; pues bien, al presentar aquella bandera, un oficial de órdenes de don Carlos se permitió la siguiente exclamación, proferida en presencia del amo: "—¡Esto será de alguna iglesia!". Ante la indignación que mostró La Baume, el Rey, por toda satisfacción, dijo sonriendo: "No hagas caso, es una chirigota de este".
»Esta camarilla de ojalateros e intrigantes es la que hizo salir del Norte a Dorregaray y la que ahora le niega todo auxilio, para que se desprestigie en el Centro. Las últimas noticias son que para parar el golpe de los 58 batallones, 35 escuadrones y 62 cañones que vienen sobre nosotros, el Rey piensa —piensa nada más— mandar a Mogrovejo con una expedición a Castilla; a Savalls que atraviese el Ebro y marche sobre las fuerzas de Martínez Campos; y a Pérula, con otra expedición al Alto Aragón, es decir, más cerca de Estella que de Cantavieja. Por si acaso, El Cuartel Real, previendo el sitio de Cantavieja, excita a Dorregaray "a que renueve las hazañas de Guzmán el Bueno y de san Ignacio de Loyola". ¿Qué ensalada, verdad?