VIII

¿A DÓNDE íbamos? Nadie lo sabía a punto fijo, pero algunos lo presumían. El comandante Morinchón, con quien estuve momentos antes, me había dado a entender algo del plan de operaciones.

A últimos de mayo, Gamundi se iba aproximando a Molina de Aragón con ánimo de sorprender a Despujols, capitán general de Aragón, que allí estaba tomando baños; pero habiendo este recibido numerosos refuerzos, horas antes de la aproximación de Gamundi, este general carlista se retiró por Montalbán. Distraído el enemigo por este lado, Gamundi dispuso caer en otro punto de la zona abandonada, que, según Morinchón, muy bien pudiera ser la importante ciudad de Cariñena.

—Se trata de repetir en esta ciudad lo que hizo César en Gergovia, cuando la toma por sorpresa: «Negocio es este de ventura y no de combate», digo con él.

Por de pronto, nuestra brigada salió en dirección a Montalbán.

Hízose la marcha en dos etapas de a seis leguas cada una; pernoctando la primera en Aliaga. Por ser la primera vez que me veía en estos trotes, no lo hice del todo mal, y Morinchón, que andaba a caballo en medio de las filas, hubo de felicitarme en más de una ocasión, premiándome con un sorbo de ginebra que según parece, es el cordial de los militares.

—Si te cansas, te haré subir a un bagaje —díjome cierta vez.

—Gracias, mi comandante; aguanto perfectamente.

La calorina, el peso de la escopeta y el ahogo de las fornituras se bastaban cada una de por sí para poner a prueba la resistencia de un bisoño, cuanto más de un señorito; pero no es lo mismo andar solo, que ir entre soldados. El fusil pesa, el sol envía sus dardos de fuego. Las hileras de infantes caminan automática y silenciosamente, como hormigas en un camino. Los más flojos se tambalean como borrachos; algunos acortan el paso para liar un cigarrillo o dar un tiento a la bota. De repente una voz robusta rasga el aire con la vibrante tonada de una copla popular y toda la compañía repite el estribillo: ¡Olé! ¡Olé!, maña...

Un cantar despierta las energías mejor que una voz de mando. En estas marchas forzadas el soldado hace de sus piernas un metrónomo automático; cada paso es el compás de una canción. El canto es el mata-kilómetros del infante, el paraguas cuando llueve, su gargarismo refrescante cuando hace calor; por él olvida la fatiga, distrae la imaginación y se reanima; por él sacude esta terrible, única idea: andar, andar, andar siempre, con frío o calor, con lluvia o con sol. No siente el agua que se le filtra adentro, que le hiela; ni las quemaduras del sol. Anda mascando el polvo, no importa; si a mano viene un cornetín de pistón vendrá a reforzar la voz. Hasta los enfermos que quedan a retaguardia parece que se animan; oyendo cantar a las compañías hacen fuerzas de flaqueza y ensayan algunas notas con voz tan débil como la sonrisa de sus labios, ¡pero sonrisa al fin!

En Montalbán se nos incorporó la otra brigada de Boet, y junta, la división aragonesa marchó en otras dos jornadas hasta Cariñena. La última etapa hízose de noche, con orden terminante de silencio en las filas y de no fumar. Hasta a los caballos se les calzó los cascos para que no hicieran ruido en las piedras.

La del alba sería del 5 de junio, cuando se llegó a inmediaciones de la ciudad. Estaba fresca la mañanita; el vientecillo de la sierra, moncaíno puro, empezaba a rasgar en jirones la niebla. Hizo alto la división y los ayudantes empezaron a dar órdenes de un lado para otro. —¡La que se va a armar! —me dije pensando en el bautismo de sangre que iba a recibir. Sin embargo, me consolaba la idea que era de los zorros que iban a sorprender un gallinero.

La pobre Cariñena se mostraba al frente en lo mejor de su sueño. Los mastines de las casas más avanzadas nos olían sin duda y ladraban como rabiosos; pero los vecinos parecían estar sin cuidado, confiados en los centinelas que en las murallas se pasaban la voz de alerta.

Tomadas las disposiciones necesarias para conservar las salidas y asegurar la retirada, la división ensanchó sus anillos. A mi brigada le tocó quedar sobre el terreno, en su lugar descanso, mientras la otra avanzaba sigilosamente, precedida de una sección de ingenieros con escaleras de asalto. Saltando un ancho y profundo foso que rodeaba el recinto, una compañía escaló rápidamente la muralla y sorprendió dormido al retén, del que dio cuenta para que no se esparciera la voz de alarma. Se abrió enseguida una puerta y por ella se precipitó el resto de la primera brigada.

¡Terrible diana la que despertó a la guarnición! Los asaltantes invadieron las calles entre alaridos, toques de corneta, redobles de tambor y disparos de fusil. Mandaba la plaza el comandante militar, teniente coronel don Sebastián Cosío de León, a quien el suceso sorprendió en la cama. Al estrépito de la asonada despertó, tomó una carabina, y tal como estaba, en paños menores, se asomó a la ventana dispuesto a hacerse matar. Un piquete rompió a culatazos la puerta y le hizo preso. Por el mismo procedimiento se trincaron setenta soldados en sus alojamientos, tomándoles caballos, monturas, sables y tercerolas, todo nuevo, como que el escuadrón venía recién equipado de Zaragoza.

Tan rápido fue el golpe, que cuando yo entré en la plaza con mi brigada, me lo encontré todo hecho, de lo que me congratulé, pues no se pescaron truchas a bragas enjutas; así y todo tuvimos unos seis muertos, nueve heridos y dos contusos. Los más duros de pelar eran los voluntarios nacionales, cipayos o peseteros, como indistintamente se les llamaba; sabían que no había cuartel para ellos, y se defendieron palmo a palmo hasta conseguir refugiarse en la torre de la iglesia, que tenían fortificada.

Cariñena produce el mejor vino de Tierra baja, como llaman a la derecha del Ebro, en contraposición al Alto Aragón o izquierda del mismo río. Queriendo el vecindario congraciarse con nosotros, nos envió sus mujeres a la plaza a convidarnos con jarras de rico mosto. Se había dado orden de respetar vidas y haciendas, y todo se respetó menos las bodegas. Los cosecheros perdidosos lloraban, hacían aspavientos, pero nadie les compadecía; los invasores llenaban sus botas de mano a placer, y muchos aficionados del pueblo contribuían, en la medida de sus fuerzas, a disminuir el ímpetu de la corriente de vino, bebiéndolo de bruces en el arroyo, vino mezclado con sangre en algunos trechos.

Era ya el mediodía y aún seguían defendiéndose los nacionales en la torre del campanario. En el parte que Gamundi dio a Dorregaray de la toma de Cariñena hace constar que no se propuso reducirles, «por respeto al santo templo que habría sido preciso destruir»; la verdad es que no disponía de cañones para ello y que, además, tuvo confidencia de que la columna Laso se le venía encima.

Así, pues, antecogiendo los prisioneros de tropa y los rehenes del pueblo, dio orden de retirada a eso de las dos de la tarde, y andando despacio, porque la impedimenta estorbaba dimos las espaldas al Moncayo y a la Ribera, pernoctando el mismo día en Herrera. Le viene el nombre a esta población de las herrerías y fraguas que había en su término cuando las empresas militares de Jaime el Conquistador.

Al siguiente día, en Villar de los Navarros, sitio abundante en nogales, acerolos y minglanas o granadas. Supo nuestro general en este pueblo que Laso había hecho una variación para cortarnos la retirada, y él inclinó el movimiento a la derecha, a ganar la sierra de Aliaga. Conseguimos atravesar la carretera de Montalbán poco antes que el enemigo, cuya extrema vanguardia vimos cuando ya coronábamos las alturas.

Desde los altos de Portal Rubio, exento de todo peligro, saboreé el vistoso despliegue de una columna militar; la del enemigo, que dejábamos a retaguardia. A distancia, la infantería forma una línea negra, uniforme, y la caballería otra línea dentellada, sobrepuesta a la primera. Poco a poco, las filas de infantes se destacan claramente y se precisan los movimientos de brazos y piernas. Los brillos de las chapas, el reflejo de las bayonetas, el cabrilleo de la luz en el charol de las fornituras y en el metal de las armas, salpica de refulgentes destellos la militar columna. A cuatrocientos metros se ven los cañones de los fusiles y algunos detalles de indumentaria. Las fundas de los roses aparecen como un bancal de margaritas blancas, así como nuestras boinas simulan un campo de amapolas sangrientas.

El color de las prendas modifica su tonalidad, según el fondo donde estas se destacan; de todos modos, la uniformidad de tintas y de movimientos da a la columna en marcha el aspecto de una lombriz inmensa que se arrastra con lentas ondulaciones.

Un tiroteo, con honores de escaramuza, fue toda la consecuencia del encuentro. El enemigo, viendo que era imposible alcanzarnos, dejó que nos internáramos en aquellas fragosidades, lo que nos permitió descansar por esta noche en Mezquita.

Nuevamente tiene confidencia nuestro general que otra columna del Ejército, la del brigadier Calleja, se hallaba en Estercuel, en combinación al parecer con la que nos perseguía, y nos obliga a otra marcha forzada por los llanos de Aliaga, hasta llegar al pueblo de este nombre.

A partir de Cariñena llevamos tres días de continuas marchas y contramarchas. Menos mal que en todo el camino encontramos sombra y agua. Casi todos estos pueblos están metidos entre barrancos, con algunas cañadas de muy buen cultivo. Oteando las llanadas, se contemplan las chimeneas de los pueblecitos, arrojando a un tiempo columnas de humo, que en el fondo quebrado del paisaje evocan los cuadros de la Escuela flamenca.

Hacia la parte de Aliaga se extienden pradeños con masadas o casas de labor. Por algunos de los afluentes del Jalón no parece sino que las piedras se transforman en truchas, las hay muy grandes y excelentes, de las que llaman asalmonadas y en los pueblos las venden a bajo precio. La fruta de este lado es tempranera como la de Valencia, y por las sendas del camino asoman, incitantes, magdalenas y buenos cristianos, morros de vaca y cueros de dama, extraños nombres con que se conocen distintas variedades de peras y manzanas. Aquello es un feudo de Pomona como que para más propiedad, uno de los sabios de la tierra se llamó Ciruelo, el famoso maestro de matemáticas, hijo de la vecina Daroca, que floreció en el siglo XVI.

La ración de etapa que sacábamos a los vecinos no consistía en fruta precisamente, sino en un celemín de alubias, dos hogazas y tres libras de carne por cada cinco hombres de la columna. El resto se pagaba a los proveedores.

El día 9 mi batallón recibió orden de conducir a Cantavieja los rehenes y prisioneros de Cariñena, y al cerrar la noche regresamos a nuestro cantón después de un aprovechado, si que también fatigoso novenario.