Capítulo 19

En lo único en lo que podía pensar Loretta de vuelta a la tienda era en estar con Amy. Trató de escaparse de Cazador y tirarse del caballo, pero pronto descubrió que luchar con él era inútil. Él guiaba el caballo con las piernas, lo que le dejaba los brazos libres para sostenerla, con un brazo alrededor de su cintura y el otro cogiéndole las muñecas para que no le golpeara.

Cuando llegaron a la tienda y Cazador la bajó del caballo, Loretta supo que la batalla estaba perdida. Aun así clavó los talones en el suelo y trató de retrasar la entrada en la tienda lo máximo posible. Sin embargo, a su lado, su fuerza era tan minúscula como la de los restos de un naufragio flotando sobre las olas. La situación de Amy pasó a un segundo plano. Si Loretta entraba en esa tienda, puede que nunca volviese a salir, y entonces las dos, Amy y ella, estarían perdidas.

A su espalda Loretta podía oír voces que se acercaban. ¿Iba esa gente a seguir a Cazador dentro? No pudo contener el llanto al ver que Cazador levantaba la cortinilla de la entrada con tanta facilidad como si se tratara de una niña traviesa que se retorcía para librarse de su brazo.

Nunca antes le había visto tan enfadado, ni siquiera la noche en la que había herido a su caballo. Sabía que era porque le había atacado con el cuchillo. ¿Pero qué otra opción tenía? ¿Iba a quedarse allí de pie y aceptar sin rechistar el macabro destino que él le tenía reservado?

El interior de la tienda estaba oscuro y las sombras en las esquinas resultaban perturbadoras. Cazador caminó hacia la cama, con unas zancadas tan grandes que atravesó la distancia que los separaba de ella en un abrir y cerrar de ojos. Loretta estaba aterrada, pensando que iba a violarla, o tal vez algo peor. Se giró en sus brazos para provocar un ataque frontal, y lo único que consiguió fue hacer que cayesen los dos sobre las pieles.

Él la cubrió con el pecho, impidiendo que pudiera moverse de cintura para arriba. Y antes de intentar darle una patada, él le inmovilizó las piernas con los muslos. Tampoco le dio opción a golpearle la cara porque pronto le cogió ambas manos por la muñeca. La tenía tumbada debajo de él, y la presión en el pecho le impedía respirar. Él ni siquiera tenía la respiración entrecortada. Loretta se revolvió, tratando de encontrar algo de fuerza sin conseguirlo.

Los segundos pasaban llenos de tensión. Loretta veía frente a ella un rostro oscuro, duro e implacable, con las facciones dibujadas en duro relieve entre las sombras. No podía salvarse a sí misma, y no podría salvar a Amy.

Él no decía nada, no hacía nada. Se limitaba a mirarla, con los labios apretados. Cuanto más levantaba ella los ojos hacia él, más grande y más amenazador le parecía, y más miedo sentía. Entonces comprendió que no podía continuar en esa agonía por más tiempo, y gritó:

—¿A qué esperas? ¡Hazlo! ¡Hazlo de una vez, maldita sea!

Él le agarró las muñecas con más fuerza. Con una lentitud agónica, le rasgó el corpiño del vestido. Loretta se quedó sin respiración al ver que el brazo se le ponía tenso. Sus miradas se encontraron. Trataba de quitarle el vestido. Podía verlo en sus ojos. Esto y más. No tendría piedad de ella esta vez. Y ella tampoco le suplicaría. Al menos no para ella.

—Confiaba en ti —gritó Loretta—. Confiaba en ti.

El dolor que oyó en su voz hizo que la rabia que sentía se desvaneciera como si nunca hubiese estado allí. La miró. Recordó las acusaciones que le había hecho un momento antes y estuvo seguro de que Búfalo Rojo le había estado llenando la cabeza de mentiras. Al mirar abajo, se dio cuenta de lo cerca que estaba de actuar como el animal que ella le acusaba de ser.

—Ojos Azules, me dirás ahora esa gran verdad que sabes. ¡Namiso, ahora!

—Ya no pienso jugar más a tus juegos. Se ha acabado, ¿me oyes?

—Se acabará cuando yo lo diga. —Loretta nunca había oído un veneno así en su voz. Estaba haciendo un verdadero esfuerzo por calmarse, suavizando la fuerza que imprimía a sus muñecas y aflojando algo el peso que ponía sobre ella. Se sintió aliviada al ver que él la soltaba—. No te haré más daño. Me hablarás.

No estaba segura de estar oyendo bien. Sonaba tan sincero. Solo con gran dificultad recordó lo que Amy le había dicho sobre su rescate. Cerró los ojos.

—Ah, Cazador, ¿por qué has hecho algo así? ¿Cómo puede ser tan profundo tu odio? Tiene doce años.

—Mi primo, Búfalo Rojo, ¿te ha dicho palabras falsas? Si es así, me lo dirás.

—¡Cómo si no supieras lo que me ha dicho!

—No cumples tu promesa y tratas de escapar, ¡eso es lo único que sé! ¡Vienes a mí con un cuchillo, eso es lo que sé! ¡Me haces parecer un tonto, eso es lo que sé!

—¡Ah, sí, tú eres el hombre cuyas palabras se las lleva el viento, siempre susurrándole! ¡El hombre que nunca miente! ¡Te vi ahí fuera en el fuego! ¿Crees que soy estúpida?

Apretando los dientes, dijo.

—¿Por qué no has cumplido tu promesa?

—¿Por qué habría de hacerlo? Ella es solo una niña, Cazador. ¡Eres un animal! Tía Rachel tenía razón. ¡Soy una estúpida!

Hizo un sonido como si le estuvieran estrangulando y se quitó de encima, soltándola para cubrirse los ojos con un brazo. Loretta se puso tensa, lanzando una mirada esperanzadora hacia la puerta. Aunque pudiera salir de allí, las oportunidades que tenía de salvar a Amy eran escasas.

Con un gruñido tenso y contenido, le dijo:

—No me pongas a prueba tratando de escapar, Ojos Azules. Ten por seguro que te pegaré.

Después de un momento, respiró sonoramente y se puso de lado, doblando un brazo bajo la cabeza, con unos ojos azules tan oscuros que parecían negros en la débil luz.

—Repetirás las palabras que te dijo Búfalo Rojo. No puedo luchar contra un enemigo que esconde la cara.

Al oír su voz, tan sedosa y cercana, pensó en todos esos recuerdos amargos y dulces que tenía sobre él. Le dieron ganas de llorar.

—Me hiciste pensar que eras mi amigo.

Cazador estudió su delicado perfil, y terminó centrándose en la carnosidad de sus labios. Podía advertir el dolor de la traición en su voz, pero él también se sentía traicionado.

—¿Acaso no te traje a la niña?

Los tendones de su garganta se aflojaron, y en su voz afloró un tono sarcástico.

—¿Te resultó muy difícil encontrarla?

—¡Conocía el camino que Santos seguiría! Lo he hecho muchas veces para comerciar.

Ella cerró los puños.

—Os conocéis bien, ¿eh? ¡Sois muy amigos!

Ka, no. Yo no le he llamado amigo.

—Él sí te llamó amigo. Amy lo oyó. Dice que cabalgaste directo al campamento, sin armas, sin lucha, y que la sacaste de allí. ¿Cuánto pagaste a Santos para que la secuestrara, Cazador? ¿Veinte caballos? ¿Cincuenta? ¿O lo hizo solo por la diversión de tenerla allí unos cuantos días… para entretenerse él y sus amigos?

La pregunta se quedó entre ellos, horrible y distorsionante, un insulto para él y algo que rompía el corazón de ella. Cazador volvió a sentir rabia en la garganta. Tragó saliva.

—No le pagué nada.

—¿Niegas que tu canción dice que una pelo amarillo debe venir a ti? ¡Me llevaste a casa y me enseñaste cómo volver a ti! —Levantó la voz, que se volvió estridente—. ¡Me diste un buen caballo para cabalgar! ¿Niegas eso?

Cazador se sentía confundido.

—¿Estás enfadada porque te enseñé el camino y te hice regalos?

Al fin giró la cabeza a un lado, los ojos llenos de lágrimas de desprecio.

—¿Como tu medallón? «Llévalo siempre», me dijiste. ¡Pero no era para recordarte! Era para marcarme, para que el miserable de tu amigo Santos no secuestrase a la pelo amarillo equivocada. Sabías cuánto amaba a Amy. Me golpeaste allí donde más me dolía, sabiendo que haría cualquier cosa para salvarla. Confié en ti. Hablaste de canciones en nuestro corazón y de que nos recordaríamos siempre. Y yo…

Su voz se quebró y se hizo un gemido. Por un momento él pensó que iba a golpearle, de lo profundo que parecía su dolor, pero entonces su rostro se arrugó y el deseo de lucha desapareció. Parecía tan abandonada, tan asustada, que todo lo que él deseaba era abrazarla y curarle las heridas.

—Creí en ti, Cazador. ¿Sabes lo difícil que fue eso para mí? ¿Después de lo que los comanches hicieron a mis padres? Traicioné su memoria al confiar en ti. Di la espalda a todo.

El corazón de Cazador se encogió al notar la intensidad del dolor que había en su voz. Dos grandes lágrimas resbalaron por sus mejillas mojándole la cara como trazos de plata que le llegaron a la barbilla. Él le pasó la mano por la nube de pelo y la atrajo hacia sí, sin hacer caso de su resistencia, apoyándole la cabeza en la curva de su cuello. Ella se puso rígida contra él, sin parar de temblar. Él bajó la cabeza y supo que las últimas huellas de su enfado habían desaparecido.

Cazador siempre había sabido que su primo era listo, pero solo ahora se dio cuenta de en qué grado lo era. Búfalo Rojo había utilizado las medias verdades, lo que hacía que su mentira cobrara más fuerza. Ahora entendía que ella le hubiese atacado con un cuchillo. ¿No hubiese hecho él lo mismo para salvar a Niña Pony o a Mirlo? La única diferencia entre él y esta frágil mujer es que él tenía más fuerza para entrar en batalla. Una fuerza que había estado a punto de utilizar contra ella, justo lo que ella había temido siempre.

—Ah, Ojos Azules. —Su voz, amortiguada contra el cuello de ella, se quebró de emoción—. No te he mentido. Mi corazón canta solo cosas buenas. Te digo la verdad.

—¡Te vi junto al fuego!

¿Volvían a hablar del fuego? Cazador trató de pensar en qué era lo que ella creía haber visto.

—Estaba junto al fuego, sí. ¿Es eso malo?

—¡Estabas anunciando nuestro matrimonio y prometiendo a tu gente que nos cortarías la cabellera a mí y a Amy! Exactamente lo que Búfalo Rojo me dijo que harías. ¡Te he visto!

No pudo evitar sonreír, imaginando cómo debía de haberle parecido a ella.

Ka, no. Les conté lo que ocurrió en la batalla con Santos, Ojos Azules.

—¡Pero ellos aplaudían!

—Porque luché y reclamé el honor de tu Aye-mee. Aplaudieron mi valentía, ¿me oyes? Y mi victoria. No se habló de matrimonio. Tú eres una Ojos Blancos.

—¿Reclamaste el honor de Amy? —Se quedó helada—. Pero ella dijo que tú visitaste a Santos y luego os fuisteis sin más. ¡Que no hubo lucha!

—Santos tenía mucho miedo, ¿eh? Había ofendido a un bravo guerrero de los quohadie. Temía por su vida cuando me vio. Llamó a este comanche su buen amigo para acallar mi ira. Después de cuidar de Aye-mee y de hacer que durmiera, cabalgué otra vez al campamento de Santos. Él no la hará llorar más.

Se apartó de él para poder examinarle la cara. Sabía que no era consciente de cómo las caderas le estaban presionando, ni del efecto que esta cercanía le producía.

—¿Entonces fue todo mentira? ¿Nada de esto es verdad?

Él trazó la frágil cordillera de sus vértebras a través de la tela de su vestido.

—Búfalo Rojo tiene una amargura muy grande. Hace muchos taum, los casacas azules vinieron a nuestro poblado cuando la mayoría de nuestros guerreros estaban fuera de cacería. La mujer de Búfalo Rojo y su hijo pequeño fueron…

Cazador sintió un dolor en la garganta. Las memorias que él tenía de ese mismo día eran casi demasiado difíciles de soportar, y hablar de ellas no era fácil.

—Dispararon a su mujer. A su hijo lo pisotearon, no una sino varias veces. El corazón de Búfalo Rojo yace sobre la tierra. Después de ese día, hace la guerra, ¿sí?

—¡Pero yo no soy una casaca azul!

—Su odio es ciego, Ojos Azules. En una de sus muchas incursiones, Búfalo Rojo fue capturado. Los ojos blancos querían saber dónde estaba su poblado y le metieron la cara en una olla hirviendo para hacerle hablar.

—Dios mío. —Loretta tuvo ganas de vomitar—. Su rostro… ¿por eso tiene esas cicatrices?

—Se mantuvo leal a su gente. Los tosi tivo estaban determinados a hacerle hablar. Cuando escapó y volvió con nosotros, era tan feo como es ahora. Tan feo que ninguna mujer quiso volver a mirarle. No habrá otra mujer para él, no habrá un segundo hijo. Se quedará solo para siempre, y busca consuelo haciendo la gran guerra.

—¿Pero por qué la ha tomado conmigo? Yo no le he hecho nada, nada.

Cazador se giró para tumbarse de espaldas y la llevó con él. Le encantaba sentir su cuerpo esbelto contra él. Recorriéndole el pelo con la mano, le sostuvo la cara a solo unos centímetros de la suya, para poder verle los ojos. Le gustaba ver compasión y piedad en ellos. Era tan dorada por dentro como por fuera. Después de todo lo que Búfalo Rojo le había hecho, le sorprendía que aún pudiera sentir compasión por él.

—Soy el mejor amigo de Búfalo Rojo, desde que éramos pequeños, su querido primo, como tu Amy es para ti. Teme que tú te lleves a este comanche lejos de él, que mi corazón se vuelva contra él y le deje a un lado. Un hombre feo, solo para siempre, sin nadie más que le cuide. ¿Entiendes? No puede controlar su odio.

—Pero yo… —Abrió los dedos sobre el pecho de él, impulsándose con la palma de la mano para separarse de él. Cazador apretó el brazo con el que le rodeaba la cintura. Se preguntó si estaría percatándose de su excitación. Entonces notó cómo su corazón se aceleraba y tuvo la respuesta que esperaba. Trató de contener una sonrisa. Si supiese lo fácil que le resultaba ver lo que estaba pensando. Era como las piedras en el fondo de un lago cristalino—. ¿Por qué cree que yo puedo llevarte lejos? Yo soy la víctima aquí, la que ha dejado a su familia.

—¿Eso te entristece?

—¡Claro que sí!

—No debes de estar triste. Este comanche te traerá a tu familia muchas veces.

—¿Aquí? No, Cazador, nunca vendrán a verme aquí.

—Entonces te llevaré a tus paredes de madera. No quiero que haya tristeza en tu corazón.

Él sintió como cedía algo de su rigidez y supo que había dicho las palabras adecuadas.

—Ah, Cazador, quiero creerte. No te imaginas cuánto.

Se dobló, como si fuera a ponerla a un lado y levantarse.

—Te traeré la cabellera de Santos y la plata de sus pantalones.

Loretta abrió los ojos, palideciendo.

—Por Dios, no. No quiero ver su cabellera.

—¿Me crees? —Él buscó su mirada, con una expresión solemne, aunque la expresión horrorizada de ella se lo ponía difícil—. La cabellera está en mis alforjas. Es una prueba, ¿sí?

—No… no necesito verla. —Ya no había tensión en su cuerpo—. Te creo. ¿Por qué ibas a mentirme? —Sus ojos se oscurecieron—. ¿Qué ganarías con ello?

—¿Tus pololos? —observó su reacción y supo el momento en el que ella se dio cuenta de que estaba bromeando—. Dijiste que podía robarlos, ¿sí?

—Si no recuerdo mal, decidimos que los robarías cuando yo no estuviese dentro de ellos.

Él pasó los nudillos por el contorno sombreado de su mandíbula. Ella movió la cabeza para hacer que la mejilla le tocase la palma, y las lágrimas brillaron en sus ojos.

—Ah, Cazador, tenía que haber confiado en ti. Lo siento mucho. Después de todo lo que has hecho por nosotras, ¿cómo podrás perdonarme?

—Está olvidado —murmuró—. Sin tristeza, ¿eh? Solo alegría. Tu Aye-mee es tuya, así que también es mía. Es algo muy simple, ¿sí?

A pesar de la débil luz, pudo ver que se le suavizaban las facciones y que los temblorosos labios dibujaban una sonrisa. Sin embargo, seguía sin estar cómoda a su lado. Si hacía un movimiento brusco sabía que ella volvería a ponerse nerviosa. Aun así, la sonrisa le dio algo de valor.

Recorrió con la mano la curva de su espalda y después le quitó el brazo de la cintura, divertido al ver cómo ella se apartaba de él y trataba de bajarse la falda para que sus pololos no quedasen al descubierto. Tanta timidez le desconcertaba. Recordaba la forma en la que su cuerpo brillaba a la luz del fuego, con una piel tan pálida como los rayos de la luna y la punta de sus pechos tan delicada como las flores del cactus. ¿Cómo podía tanta belleza avergonzarla?

Cuando por fin ella se quedó quieta, el silencio se hizo incómodo. Por el rabillo del ojo, Cazador la vio morderse el labio, preocupada, sus pequeños dientes blancos hundiéndose en la suave carne rosada. Al recordar cómo le supieron esos labios al contacto con los suyos, el deseo le encogió las entrañas, y le hizo recordar los planes que había hecho para esa noche, planes que ahora el viento se había llevado. La deseaba, sí, pero no quería forzarla a nada.

—Supongo que… —Loretta se calló. Se agarró nerviosa el vestido y después pasó los dedos por la línea de botones de su corpiño. Miró a su alrededor nerviosa, sin dejar de morderse el labio—. Esto… no me he olvidado de las promesas que te hice.

—Eso está bien. —Cazador la observó divertido.

—Una promesa es una promesa, incluso aunque se haga bajo circunstancias especiales. Tú has cumplido tu parte. —Parecía incapaz de mantenerle la mirada—. Estoy segura de que esperas que yo cumpla mi parte. —Un rubor oscuro le subió por el cuello—. Esto, imagino que llevaste a Amy con tu madre para que nosotros pudiéramos… pudiéramos…

Parecía tan incómoda que Cazador se apiadó de ella.

—Ah, sí, teníamos un trato, ¿verdad? —Se obligó a bostezar con gran ostentación—. Mi corazón siente pena por tener que decir esto, Ojos Azules, pero estoy muy cansado después del viaje, ¿eh?

El brillo de alivio que vio en los ojos de Loretta fue tan evidente que le dieron ganas de reír.

—¡Ah, claro, desde luego! —exclamó avergonzada—. Has cabalgado mucho. Debes de estar agotado.

Él volvió a bostezar y dio una palmada en la piel que había a su lado.

—Te tumbarás junto a mí.

—¿Y qué pasa con Amy?

—Tu Aye-mee está con mi madre, ¿sí? La mujer que es fuerte como el búfalo. Está a salvo. No te preocuparás de ella hasta que el sol muestre su cara. —La voz se le puso ronca—. Keemah, ven.

—Me… me gustaría ir a ver cómo está. Se desmayó, Cazador. Quiero saber que está bien. No descansaré hasta que lo sepa.

—Si no estuviese bien, mi madre vendría. Mi madre tiene buena medicina, ¿de acuerdo? Y es muy amable. Confiarás. —Estiró el brazo y observó el revoltijo de emociones que recorría su cara mientras miraba el lugar que él le ofrecía. Había dormido antes con él, muchas veces, pero esta noche era diferente. No había nada que le impidiese coger lo que él quería. Ella incluso se había negado el derecho a resistirse. Lo que ella parecía no entender era que nunca había habido nada que le detuviese—. Keemah.

Cuando por fin ella se tumbó a su lado, Cazador experimentó un sentimiento que no había sentido nunca antes. Iba más allá de la satisfacción, más allá de la alegría. Tener esa cabeza rubia en el hombro le hacía sentir que todo estaba bien, que los espíritus habían abierto ese hueco en su hombro mucho tiempo atrás, y que él había estado esperando toda su vida para que ella lo ocupase. La rodeó con el brazo y le puso la mano en la espalda.

—Es bueno, ¿eh?

Ella le colocó la mano en el pecho. Con un tono dudoso, contestó.

—Sí, es bueno.

Después siguió otro silencio. Él midió los latidos de su corazón que resonaban en su mano, contento de que por fin no parecieran una bandada frenética de pájaros enjaulados. Con la mirada fija en el techo cónico, Cazador deseó sentir el cansancio que había pretendido tener. Pero no llegaba. Se sintió aliviado de que ella rompiese el silencio.

—Cazador, ¿qué quisiste decir con lo de que no habías hablado de matrimonio porque yo era una ojos blancos?

Él colocó los labios en lo alto de su cabeza, disfrutando del olor a flores que aún emanaba de su pelo. Nunca volvería a oler la primavera sin pensar en ella.

—Mi primera mujer será una de mi propia sangre. —Sintió como ella se ponía tensa, y trató de suavizar la situación—. Tú puedes ser mi segunda esposa, ¿eh? ¿O la tercera?

Para su sorpresa, ella se incorporó, temblando otra vez, aunque esta vez de rabia. Levantó la cabeza orgullosa y se apartó de él.

—¿Estás enfadada?

Ella le respondió con un silencio helador.

—¿Ojos Azules, cuáles son las palabras equivocadas que he dicho?

—¿Que qué has dicho?

Cazador arrugó el entrecejo.

—¿No te gustaría casarte conmigo? Es mejor ser mi esposa que mi esclava, ¿verdad?

—¡Nunca seré un segundo plato, nunca!

Cazador la estudió, tratando de averiguar por qué había cambiado de conversación y había pasado del matrimonio a la comida.

—¡Cómo te atreves! —gritó—. De todo lo que… eres un arrogante… ¡Ah, no importa! ¡Pero entiende lo que voy a decirte! Entre mi gente, un hombre solo tiene una mujer, solo una, y no mira a ninguna otra, ni piensa en ninguna otra, ni toca a ninguna otra hasta que la muerte los separa. ¡No me casaría contigo aunque te pusieras de rodillas y me lo suplicaras!

Cazador se levantó lentamente, sintiéndose un poco asustado por su enfado y tratando de descubrir qué era lo que podía haberlo producido. ¿Llegaría alguna vez a entenderla?

Ella se inclinó hacia él, con los ojos azules ardiendo.

—Y aunque me casara contigo, un anuncio hecho en el fuego central no sería un matrimonio según mis libros. —Le golpeó el pecho—. ¡Debo hacer mis votos delante de un cura! Y además, cuando elija un marido, no será un comanche. No te elegiría a ti ni como primer marido, ni como segundo, ni como marido en absoluto. Para mí, no eres más que un bruto que trata a las mujeres como si fueran ganado.

Con toda la calma del mundo, Cazador sentenció:

—Eres mi mujer. No te casarás con nadie más.

—Bien, si crees que voy a casarme contigo, ¡será mejor que empieces a olvidarte! Nunca lo haré, ¿me oyes?

Con esto, se abrazó a sí misma y lo miró fijamente. Cazador suspiró y se tumbó de espaldas, mirando al techo. Los minutos pasaron. Cuando por fin sintió que ella se giraba al otro lado de la cama, tan lejos de él como era posible, sonrió. Ninguna mujer podía enfadarse tanto por otra mujer a menos que estuviese celosa. Y una mujer no se pondría tan celosa a menos que estuviese enamorada. Quizá él no fuese el único que estaba pensando en otras cosas allí.

Por la mañana Cazador se despertó y encontró a sus ojos azules enrollada junto a él. La única parte de su cuerpo que sobresalía de las pieles era la punta de su nariz y una madeja de pelo dorado. Tenía una mano puesta bajo su espalda y la otra se insinuaba entre sus muslos. Se sintió tentado a despertarla, solo para ver la cara que ponía al darse cuenta de cómo lo tenía abrazado.

En vez de eso, se deslizó fuera de la cama y se peinó con los dedos antes de salir de la tienda. Su madre debía de estar ya despierta, y estaba ansioso por saber cómo había pasado la noche Amy. De camino, vio a Antílope Veloz y a Estrella Brillante, la hermana de su esposa muerta, que estaba de visita en la entrada de la tienda de su madre. Estrella Brillante llevaba un plato de corteza en las manos, lo que supuso sería un regalo para su madre. Las razones de que Antílope Veloz estuviese allí eran más difíciles de explicar.

Cuando Cazador se acercó, Estrella Brillante bajó sus largas pestañas y se sonrojó.

—Buenos días, Cazador. Te he echado de menos.

Cazador le puso la mano en el pelo y forzó una sonrisa. Estos últimos meses se había sentido muy incómodo con la proximidad de Estrella Brillante. Los hombres comanches solían casarse con las hermanas, y dada su relación con Sauce Junto al Río, Estrella Brillante esperaba de él que mantuviera la costumbre. Era una chica encantadora y de buen carácter. Cualquier hombre la hubiese encontrado idónea para el matrimonio. Pero, por alguna razón que no podía comprender, Cazador había estado evitándola, sin estar muy seguro de sus sentimientos. ¿Quería a Estrella Brillante como primera esposa?

Podía ver la tensión en el ambiente. Mirando la cara perfecta de Estrella Brillante trató de imaginar cómo sería tenerla bajo sus pieles de búfalo, tocarla como un hombre toca a una mujer. La imagen no acababa de tomar forma. En su lugar, veía a una mujer rubia, de ojos azules, con la piel tan pálida como los rayos de luna. Parpadeó y contestó sin prestarle mucha atención.

—Y yo te he echado de menos, Estrella Brillante.

Antílope Veloz cogió a Cazador del brazo antes de que entrara a la tienda de su madre.

—Cazador, acerca de la pequeña pelo amarillo…

—Sí, ¿qué pasa con ella?

Antílope Veloz miró incómodo a Estrella Brillante, y se armó de valor.

—Me gustaría arreglarlo contigo, para tomarla como esposa. No ahora mismo, por supuesto. Cuando sea más mayor. —El joven guerrero irguió los hombros—. Pagaré una buena dote, cincuenta caballos y diez mantas.

Cazador sonrió. Después de un año de correrías, Antílope Veloz solo tenía diez caballos. ¿Cuántos caballos pensaba robar?

—Antílope Veloz, ni siquiera creo que a ella le gustes.

—Tú tampoco gustas demasiado a tu pelo amarillo.

En eso tenía razón. Cazador se frotó la barbilla, percatándose del canto de un gorrión cercano y del sonido de las hojas de un hibisco al ser agitadas por la brisa. Qué sonido tan relajante. Tenía ya suficientes problemas como para que Antílope Veloz viniera a añadirle uno más.

—¿Podemos discutir esto en otro momento?

—¡No! Quiero decir… bueno, he oído a otros guerreros hablar. No soy el único que la quiere. Si espero, puede que tú aceptes la oferta de otro. Ella es muy buena, ¿verdad?

Cazador se preguntó si estaban hablando de la misma niña esmirriada. Después se centró en Antílope Veloz, que era solo unos años mayor que Amy. Supuso que un hombre joven debía encontrar la belleza juguetona de Amy atractiva.

—Veo tu preocupación. Pero olvidas una cosa, Antílope Veloz. Resulta que tú has demostrado ser un amigo leal para mí. No aceptaré la oferta de ningún otro. ¿Te tranquiliza eso?

Antílope Veloz siguió agarrado al brazo de Cazador.

—¿Puedo visitarla?

—No lo sé. Ha pasado por una experiencia horrible. Tal vez tener a un joven rondándola no sea la mejor idea.

—Hombre Viejo me dijo lo que le había ocurrido. Pero alguien debe ayudarle a caminar hacia el sol, ¿verdad?

Una vez más, Cazador tuvo que reconocer que el chico tenía razón. A Amy le quedaba un camino difícil que recorrer, y tal vez le fuese más fácil hacerlo con un buen amigo al lado, un joven que le enseñara a confiar otra vez.

—¿Cuidarás bien de ella?

Antílope Veloz sonrió.

—La protegeré con mi vida. Tu madre dice que ella estará lo suficientemente fuerte como para dar un paseo mañana. ¿Puedo acompañarla?

Cazador puso su pesada mano en el hombro del muchacho.

—No querrá ir. ¿Te has dado cuenta de eso?

Antílope Veloz asintió.

—Puedo hacer que ella se acostumbre a mí.

—Es una luchadora.

—Y yo la doblo en tamaño.

Cazador casi deseó poder seguir este camino. Podía ser interesante. Pero Antílope Veloz no sabía que a veces la fuerza era inútil cuando había que tratar con mujeres asustadas.

—Ven a mi tienda mañana por la noche.

Antílope Veloz sonrió.

—Creo que deberíamos cambiarle el nombre. ¿Aye-mee? Suena como el balido de una oveja. La Dorada, ese es un buen nombre para ella.

Sin contestar, Cazador apartó la cortinilla de la entrada y entró en la tienda de su madre. Mujer de Muchos Vestidos estaba arrodillada junto al fuego, removiendo una cazuela de avena. Levantó los ojos y sonrió. Amy estaba acurrucada en la cama, y sus ojos grandes seguían hablando de miedo. Cazador se dio cuenta de que su madre había encontrado para la niña una muda de ante y unos mocasines, algo que le agradó mucho. Cuando Amy vio a Cazador, se levantó y se puso de rodillas.

Él cruzó la habitación y se agachó junto a ella. Seguía estando un poco pálida, y se preguntó si su madre no se habría precipitado al decir a Antílope Veloz que podría salir a dar un paseo al día siguiente. Su madre había cepillado el pelo de la pequeña en una nube dorada que caía por sus hombros. Con razón Antílope Veloz quería llamarla La Dorada.

—¿Estás bien? —preguntó Cazador en la lengua de los tosi.

—Estoy mejor. —Miró con preocupación hacia la puerta—. ¿Ese horrible chico sigue ahí fuera?

Él esperaba que le preguntase por Loretta.

—¿Antílope Veloz?

—¿Ese es su nombre? No me gusta.

—Ah, ya entiendo. —Cazador apretó los labios—. ¿Por alguna razón?

—Simplemente no me gusta. —Se estremeció de una manera bastante altiva y arrugó la nariz—. Me mira de una forma rara.

Cazador supuso que Antílope Veloz había estado rondándola, no mirándola, pero creyó poco prudente decirle esto a Amy.

—¿Mi madre te trata bien?

—¿Ella es tu madre? —Amy miró a Mujer de Muchos Vestidos—. Es muy amable. Aunque no entiende nada de lo que digo. Tú hablas tan bien nuestro idioma… ¿Por qué ella no lo habla?

—No lo necesita.

Amy consideró esta respuesta un momento, y después preguntó.

—¿Dónde está Loretta?

Cazador empezó a darse cuenta de que Amy no parecía recordar la discusión que había tenido con Loretta la noche anterior.

—Duerme en mi tienda.

—¿Por qué estoy yo aquí? Quiero estar contigo, Cazador. Y con Loretta. Por favor.

—Podrás venir mañana a mi tienda. —Cazador miró la cazuela de avena cocida—. Mi madre prepara algo de comida para ti. Y medicina. Ella hará que recuperes la fuerza. Traeré a Loh-rhett-ah para que te vea. Es una promesa que te hago.

Amy le cogió del brazo.

—¿Harás que ese chico se vaya?

Cazador le quitó los dedos del brazo y se levantó.

—Antílope Veloz es un buen amigo mío. Es bueno que esté ahí fuera. No te hará daño.

Volviéndose hacia su madre, Cazador cambió con rapidez a su propio idioma y la inundó a preguntas. Su madre le dijo que aunque Amy estaba débil, una alimentación adecuada y un buen descanso serían suficientes para que se recuperase. Había dejado por completo de sangrar. Y el corte de la pierna curaba bien.

Cazador explicó que volvería con Loretta en breve, y después dejó la tienda. Al salir abrió la cortinilla para Estrella Brillante, que había esperado respetuosamente fuera a que él terminara, antes de entrar. Antílope Veloz estaba a solo unos centímetros de la entrada, con el cuello estirado para ver por debajo del brazo de Cazador. Cazador cerró la cortinilla de piel.

—Antílope Veloz, deja de espiarla. La estás incomodando.

—Es muy dorada, ¿verdad?

Cazador tenía el extraño presentimiento de que el muchacho no había oído ni una palabra de lo que decía.

—Está muy asustada. De ti. Quiere que te vayas, y no la culpo. Babeas como un lobo rabioso.

El hoyuelo que tenía en la mejilla se hizo más pronunciado.

—Eso es una buena señal, ¿verdad? Que se haya fijado en mí.

Cazador se alejó de allí moviendo la cabeza. Encontró a Loretta despierta cuando entró en su tienda. Estaba sentada en la cama, pasándose los dedos por la enredada melena. Al verle, apartó la cara, aún enfadada a juzgar por el brillo en sus ojos.

Al principio Cazador trató de ignorar las miradas de Loretta. Después de desayunar unos frutos secos y algo de pan blanco de su madre, la llevó a visitar a Amy. A continuación, Cazador recuperó la cartera que Loretta había dejado en la tienda de Doncella y la acompañó hasta el río. En lugar de bañarse, que la hubiese obligado a quitarse la ropa delante de él, Loretta se lavó el pelo y se frotó la cara. De vuelta a la tienda, se negó a mirarle y no respondió a ninguna de sus preguntas.

Al ver que este comportamiento silencioso y arisco se prolongaba después de la comida, la paciencia de Cazador saltó por los aires. Estaban sentados en la tienda, sobre las pieles de búfalo. Ella a un lado de la habitación y él al otro. El silencio era asfixiante.

—Puedes hacer la guerra con tus ojos durante una luna y no ganar ninguna batalla. Me he cansado de tu enfado, Ojos Azules.

Ella levantó su pequeña nariz y se negó a mirarle. Se le había secado el pelo y se le había formado una madeja salvaje de rizos que le cubrían la cabeza como el oro. Frustrado, Cazador apretó los dientes. No sabía si ella se había dado cuenta o no, pero lo cierto es que ya no le tenía miedo como antes. Una mujer asustada no hubiese sido tan testaruda.

—Me dirás esa ira que te quema, ¿eh?

—¡Como si no lo supieses!

Él pegó los codos contra sus rodillas dobladas. Mujeres. Nunca había podido entenderlas. Si estaba aún enfadada porque había hablado de tomar otras esposas, ¿por qué no se lo decía? Tampoco es que estuviese pensando en casarse con nadie hoy mismo.

—Ojos Azules, tú eres mi mujer, ¿de acuerdo? Este comanche quiere que tu corazón brille como el sol.

Ella le lanzó una mirada cargada de desprecio.

—Puede que sea tu mujer, ¡pero eso no significa que me guste! Además, ¿por qué te preocupas por mí? Con tantas mujeres, seré una más del montón. No sabrás si estoy contenta o no. Y en realidad, tampoco te importa. —Dos motas de color encendieron sus mejillas—. Y por mí está bien.

Los dos se quedaron en silencio un momento.

—¿Cuándo llevarás a Amy a casa? —preguntó de repente.

—Su padre se esconde detrás de sus paredes de madera y deja que los comancheros se la lleven. Ella se queda con este comanche.

—¡No estarás insinuando que quieres mantenerla aquí! Su madre se volverá loca de preocupación.

—Eso es muy triste, ¿sí?

—¡Lo prometiste!

—Prometí traerla contigo. Y lo he hecho.

—¡Ella no es un caballo, Cazador! ¡No puedes dejarla aquí!

Levantó una ceja.

—Ah, ¿sí? ¿Quién va a venir a buscarla?

—Eres insoportable. Eres un arrogante, un terco…

Cazador bufó y se puso en pie. De repente la tienda parecía demasiado pequeña para los dos. Iría a visitar a su padre, donde las mujeres mostrasen el debido respeto.

Muchos Caballos estaba haciendo los últimos retoques al arco que había hecho cuando Cazador entró en el tipi. Poniendo el arma a un lado, clavó unos ojos llenos de suspicacia en su hijo mayor y frunció los labios.

—Parece como si hubieses estado comiendo del pastel de ciruelas de La Que Tiembla y te hubieses tragado un hueso.

Cazador no estaba de humor para bromas.

—Mi mujer me pone de los nervios. —Se sentó con las piernas cruzadas, cogió el atizador de hierro que había junto a él y empezó a empujar las brasas y las cenizas del fuego de su padre—. ¡Uno para el otro, sin horizonte, eso es lo que ella quiere! Imagínatela llevando una casa, curtiendo el cuero, cosiendo, cocinando, cogiendo leña, todo ella sola. ¿Y si se pone enferma mientras estoy fuera? ¿Quién cuidaría de ella? ¿Quién le hará compañía? De la forma en la que ella piensa, cuando yo esté fuera mucho tiempo, ni siquiera podrá ir a donde Guerrero a buscar compañía.

—¿Querrías que lo hiciera?

Cazador dio un gran empujón a las cenizas, levantando una gran polvareda que hizo que Muchos Caballos tosiese. Lo cierto era que no podía soportar la idea de que Loretta estuviese con otro hombre.

—Ahora mismo, la daría al primer hombre que fuera lo suficientemente estúpido como para aceptarla.

Muchos Caballos guardó silencio.

—Todos mis hijos serían… —Cazador levantó los ojos—. ¿Me imaginas rodeado de ojos blancos?

—Ah, ese es el problema. Que ella sea una ojos blancos. —Muchos Caballos asintió y, con voz burlona, dijo—: No te culpo. Ningún hombre podría estar orgulloso de un hijo que tenga sangre blanca. Será débil y cobarde, una vergüenza para cualquiera que lo reclame como propio.

Cazador se quedó helado y levantó los ojos. La sangre blanca en sus venas era una verdad tabú entre él y su padre. Nunca antes Muchos Caballos había hablado de ello.

Muchos Caballos se sorbió la nariz y se frotó la ceniza que le quedaba en la cara.

—Por supuesto, hay algunas excepciones. Supongo que un hombre puede criar a un niño mestizo y enseñarle a ser uno con los espíritus. Aunque supone mucho trabajo.

La tirantez en los hombros de Cazador cedió.

—¿Puse a prueba tu paciencia, padre?

Muchos Caballos pareció considerar la pregunta.

—Estuve a punto de perder la paciencia la vez que me disparaste en el muslo con tu primer arco. No hubiese sido tan malo si hubiese estado frente a ti.

Cazador se rio.

—No lo estabas cuando tiré la flecha. Si no recuerdo mal, me giré para preguntarte algo.

—Y nunca pude responderte. Siempre agradecí a los dioses que me llegases solo hasta las rodillas. Si hubieses sido más alto, tus hermanos y hermanas nunca hubiesen nacido. —Volvió a sorberse la nariz y después sonrió—. Si lo pienso, creo que Guerrero fue incluso más peligroso con su primer rifle. ¿Recuerdas aquella vez en la que disparó sin querer a mi tienda e hizo un agujero en la olla de tu madre? Estaba cocinando conejo. El agua cayó al fuego y todo se llenó de humo. Casi muero asfixiado tratando de sacar a todo el mundo de allí.

Cazador echó atrás la cabeza y se rio a carcajadas.

—Te recuerdo sacando el conejo de la olla y diciendo a Guerrero que había sido un tiro certero, justo en el corazón. A excepción, claro está, de que lo había destripado. También le dijiste que la próxima vez debía practicar solo con objetivos que estuvieran vivos.

—Hablando de los huesos de las ciruelas, ¿recuerdas el primer intento de tu hermana? Tu abuelo se partió el último diente que le quedaba tratando de comerlo.

—Y se tragó el diente, el hueso y todo lo demás, para que ella no se sintiese avergonzada ante Caballo Gris, que había venido a cortejarla. —Cazador se puso la mano en el estómago y suspiró—. Me alegro de haber venido, padre. Siempre consigues alegrar mi corazón.

Muchos Caballos se pasó la lengua por los dientes y asintió comprensivo.

—Estoy orgulloso de todos mis hijos —dijo con voz ronca—. Y de ti, más que de ningún otro. Es extraño, hijo, pero cuando un hombre coge a un recién nacido en brazos y lo reclama como suyo, se convierte en hijo de su corazón. La sangre no importa. Tampoco el color de sus ojos. Cuando diste tus primeros pasos, lo hiciste en dirección a mis manos. Esto es lo importante. Ojos blancos o comanche, tú eres mi hijo. Hubiese matado a cualquiera que hubiese dicho lo contrario.

Cazador no pudo contener las lágrimas.

—¿Qué estás diciendo, padre?

—Digo que debes andar el camino de tu corazón. Viniste aquí enfadado porque tu pelo amarillo estaba enfadada, ¿no es así? Si la amas, será lo mismo cuando esté triste o cuando esté feliz. ¿Has visto alguna vez el lugar en el que un arroyo vierte sus aguas en un río? Los dos se convierten en uno. Se ríen sobre las piedras juntos, se doblan en los cañones juntos, se hunden en las cascadas juntos. Es lo mismo cuando un hombre y una mujer se aman. No siempre es agradable, pero cuando sucede, un hombre tiene poco que decir. Las mujeres, como los arroyos, pueden ser suaves un minuto y hacer sentir a un hombre como si estuviese nadando en aguas peligrosas al siguiente.

Cazador se inclinó sobre las rodillas, enarbolando el atizador ante las narices de su padre.

—No la entiendo. La trato con amabilidad, y aun así todavía tiembla de miedo ante la posibilidad de hacerse una conmigo. Intento hacerla feliz y en vez de eso se enfada.

Muchos Caballos levantó una ceja.

—El miedo no es como la capa de polvo de las hojas que puede quitarse con una ligera lluvia. Dale tiempo. Primero, hazte su amigo. Después, conviértete en su amante. En cuanto a lo de hacer feliz a una mujer, algunas veces tendrás éxito y otras no conseguirás nada. Así son las cosas.

Cazador respiró profundamente y dejó escapar un pesado suspiro.

—Tampoco es que yo tenga pensado coger a otra mujer. Es solo que…

—¿Que eres muy terco?

Cazador se rio.

—Un poco, ¿sí?

Muchos Caballos se encogió de hombros.

—Uno para el otro no es malo para el hombre. Yo estoy muy contento de tener solo una cuerda de tiro en mi tienda. ¿Te imaginas qué agotador sería tener tres o cuatro mujeres?

—Mi madre ha sido suficiente para ti, pero ella es una mujer muy especial.

Muchos Caballos sonrió.

—Es una mujer celosa. Y yo no soy estúpido. No quería vivir en un nido de avispas toda mi vida. —Se encogió de hombros—. Me gustan las cosas tal como están. Así tengo menos lenguas afiladas detrás de mí. Menos bocas que alimentar. Y solo una mujer a la que intentar entender. Le traje esclavas para que le ayudasen con las tareas domésticas.

—Mi pelo amarillo no cree en los esclavos.

—Tampoco cree en lo de tener muchas mujeres. Dile que elija: o mujeres o esclavas. A ver qué elige. —Muchos Caballos agitó la mano para limpiar el aire de cenizas—. Debes recordar también que la pelo amarillo te dará muchos más hijos que una mujer comanche. Ten cuidado o te verás con más niños de los que puedes alimentar. Nunca he visto a una mujer blanca que no fuese fértil.

Una sonrisa se fue dibujando en la cara de Cazador.

—Le dirás esto, ¿eh? Hasta ahora no parece mostrar el debido entusiasmo.

—Lo hará. Dale tiempo. Ten paciencia. La recompensa bien valdrá la espera.

Cazador apartó el atizador y se levantó.

—Pensaré en tus palabras.

—Suenas como un hombre cuyos ojos van en diferentes direcciones. ¿Qué mujer del poblado te atrae?

—Ninguna.

—Un terco, como me imaginaba. Tenía la esperanza de que algún día madurarías. Veo que nunca lo harás.

—Tengo el brazo más fuerte de mi círculo de tiendas. Sus pucheros no pueden dominarme. Si esto es ser terco, entonces está claro que lo soy.

Muchos Caballos levantó los ojos.

—¿Crees que mi brazo no es el más fuerte?

—Creo que deberías luchar con hombres en el campo de batalla, hijo, donde tengas la oportunidad de ganar. Eso es lo que creo. Pero ¿cuándo me has hecho caso? —Cogió el arco que estaba haciendo—. Supongo que debes aprender las lecciones que te da la vida por tus propios medios.

Cazador prefirió ignorar las últimas palabras de su padre.

—Es un arco muy pequeño. ¿Para quién es?

—Para Tortuga —contestó Muchos Caballos con una sonrisa de niño travieso—. A mi edad, hay pocos placeres en la vida. Es hora de que vea a mi nieto aprender a disparar. Mis amigos y yo estamos haciendo apuestas. He apostado dos caballos a que disparará a Guerrero en el muslo. Hombre Viejo piensa que será en la cadera. ¿Quieres apostar?

La sonrisa de Cazador se volvió irónica.

—No creo. Si no recuerdo mal, dije a Guerrero que enseñaría a Tortuga a disparar.

Muchos Caballos asintió, después movió el entrecejo.

—Así que es tu muslo el que me estoy apostando, ¿eh? Vaya. A lo largo del día, trae a tu pelo amarillo para que me conozca.

—¿Por qué?

—Tal vez quiera apostar con nosotros.

—¿Mi pelo amarillo?

Muchos Caballos sonrió.

—Si Tortuga apunta un poco más alto, piensa en todo el dolor que le estará ahorrando.

Cazador hizo un ruido de disgusto y dejó la tienda.