Capítulo 17

La luz del fuego danzaba dentro de la tienda y emitía rayos dorados por la habitación. Loretta estaba sentada en la sombra, trenzándose en silencio los cabellos con la cartera abierta junto a ella. Cuando hubo terminado de arreglarse el cabello, apoyó la espalda contra la pared de piel de la tienda y fijó la vista en el grupo de indios que se sentaban con las piernas cruzadas cerca del fuego. Estaban entretenidos jugando a algún tipo de juego de mesa en el que había una pieza de cuero suave con las esquinas pintadas. Cada persona tenía una piedra asignada que se diferenciaba por la forma en que estaba pintada.

Loretta no pudo concentrarse lo suficiente en el juego como para comprender las reglas. Solo tenía ojos para Búfalo Rojo. Se había unido a la familia de Guerrero para pasar la velada y mostraba su lado más amable y alegre, un lado que a Loretta le resultaba difícil de creer. Niña Pony, la sobrina huérfana de Guerrero de dos años, trepaba encima de Búfalo Rojo agarrándose a sus trenzas y apretándole el cuello por detrás hasta hacer que su cara se pusiera roja. Cuando él no le hacía caso, ella le hacía cosquillas. El guerrero toleraba sus travesuras, y sus manos siempre se movían con dulzura cuando trataba de quitarle las manos de su pelo. Loretta no podía creer lo que veía.

Cuando Doncella de la Hierba Alta cogió los dados, Búfalo Rojo le dijo algo, y ella emitió un extraño chillido, dándole un codazo en las costillas. Búfalo Rojo se rio y le cogió las trenzas, haciéndole un nudo con ellas por debajo de la barbilla. Ella levantó sus hermosos ojos y tiró los dados, después de agitarlos bien con una floritura. Búfalo Rojo se inclinó para ver lo que había sacado, después gruñó y se golpeó la frente con la palma de la mano. Guerrero echó atrás la cabeza y rugió riéndose. Tortuga, que con cinco años ya podía jugar, hizo un mohín.

El juego terminó y Doncella de la Hierba Alta parecía haber vencido por mucho a los hombres. Se deshizo las trenzas y dejó caer el pelo sobre sus hombros, con una expresión de suficiencia en la cara. A Loretta, este gesto le recordó a Amy, pero en realidad, esos días, todo le recordaba a ella. Al observar a esta familia, las únicas diferencias que podía advertir entre ellos y los blancos era su forma de vestir y el idioma. En realidad, hasta parecían más felices y contentos.

Búfalo Rojo levantó los ojos. Cuando su mirada se encontró con la de Loretta, dejó de sonreír. Bajó la mirada hacia la cartera, con la atención puesta en la peineta de diamantes que brillaba a la luz del fuego. Él se quedó con la mirada fija en el objeto un momento, después apartó la cara, pero no antes de que ella viera el odio reflejado en sus ojos. Loretta cerró la cartera, determinada a ignorarle. Cazador volvería pronto con Amy.

La sombra distorsionada de Doncella bailó sobre las paredes al levantarse del círculo y rebuscar entre los utensilios de cocina. Después volvió al fuego y puso un gran caldero suspendido en las llamas. Tortuga no la dejaba ni a sol ni a sombra, la cara iluminada por la emoción. Primero tiró una cucharada de grasa en el recipiente, después sacó algo de una talega y lo metió en el caldero, y por último lo cerró con la tapadera. Pasados unos minutos, Loretta escuchó el ruido familiar de las palomitas.

Amy adoraba las palomitas. Los recuerdos eran dolorosos: sentada en la mesa, los labios manchados de mantequilla derretida, el sonido musical de su risa… Loretta apartó la cara y entrecerró los ojos para evitar las lágrimas. ¡Cómo no iba a estar contento Tortuga! A todos los niños les encantaban las palomitas. Muy pronto empezó a notar el olor. Cómo hubiese deseado que Amy estuviese allí.

Guerrero le hizo señas.

—Loh-rhett-ah, ven, ¿eh?

Loretta miró incómoda a Búfalo Rojo. Para su sorpresa, se acercó a Doncella de la Hierba Alta para hacerle sitio. Mirlo atravesó corriendo la habitación y cogió a Loretta de la mano.

—¡Keemah! —gritó.

Loretta se levantó y dejó que la niña la condujera al círculo. Ella miró a Búfalo Rojo. Él le devolvió la mirada y sonrió. Tenía el extraño presentimiento de que lo hacía solo por respeto a Guerrero y a Doncella de la Hierba Alta. Tenía que haber un motivo oculto para este repentino cambio de actitud. ¡Ay, Dios! ¿Esperaba que Guerrero los dejase a solas en algún momento?

—Este comanche no va a comerte —dijo—. Tranquila.

No estaba segura de qué era lo que podía esperar de su cambio de humor. Loretta se colocó la falda y se sentó con las manos cruzadas sobre el regazo. Con Guerrero a su lado, se sentía bastante segura. Estos últimos cinco días le había demostrado que era un hombre amable y de buen carácter. Doncella de la Hierba Alta, con sus modales dulces y tranquilos, era la que llevaba los pantalones en casa. Loretta sabía que nadie podría hacerle daño con Guerrero al lado.

Cuando las palomitas dejaron de saltar, Doncella quitó la cacerola del fuego y la puso en el centro del círculo. Abrió la tapa y el maravilloso olor lo impregnó todo. Después de que todos se sirvieran, Loretta cogió tímidamente un puñado, tratando de no pensar en Amy y sentirse tan desgraciada. Búfalo Rojo gruñó y hundió las manos en la cacerola, llenando de palomitas el cuenco que formaba con las palmas. Al minuto siguiente, dejó caer la montaña de palomitas sobre el regazo de Loretta.

—¡Por Dios!, no… —Loretta estuvo a punto de decir que no podía comer tantas, pero se tragó las palabras y esbozó una sonrisa. Esta gente no conocía a Amy. No podía esperar que entendiesen la tristeza que sentía, o que les importase, incluso—. Gracias.

Mirlo cogió una palomita del montón que tenía Loretta en la falda, y todo el mundo se rio. Para no quedarse atrás, Niña Pony, que siempre estaba moviéndose, gateó hacia ella e hizo lo mismo.

—¿Ves? Es bueno que tengas tantas —dijo Búfalo Rojo.

Su voz sonó tan amable que Loretta levantó los ojos. Tenía la cara tan deformada que le resultaba difícil leer su expresión. ¿Era el brillo que veía en sus ojos solo el reflejo del fuego? Un escalofrío de desconfianza le subió por la espalda. Apartó los ojos. Por muy amable que pareciera, nunca podría confiar en él.

Antílope Veloz asomó la cabeza por la puerta y llamó a Tortuga por su nombre. Al oler las palomitas entró, con una sonrisa dibujada en su hermoso rostro. Loretta se inclinó a un lado al ver que él trataba de coger un puñado del extraordinario manjar. Aunque Cazador le había asegurado que el brazo fuerte de Antílope Veloz estaba a su servicio, Loretta no había visto lo suficiente al muchacho esos días como para sentirse cómoda con él.

El joven indio parecía más mexicano que comanche, y Loretta se preguntó si no sería también mestizo, como Cazador. Sus facciones eran casi demasiado perfectas para un hombre: nariz majestuosa y recta, ojos marrones grandes y cristalinos y unos labios finamente dibujados que formaban un arco perfecto. Tampoco es que le importara su procedencia. Fueran cuáles fueran sus orígenes, era un miembro aceptado y bien integrado en el poblado. Le echó unos quince años, tal vez dieciséis. Sin embargo se comportaba como un hombre, con una musculatura bien definida y un porte orgulloso. Loretta pensó que debía de ser tan brutal como cualquier otro en la batalla.

Llevándose otro puñado de palomitas a la boca, Antílope Veloz dijo algo a Tortuga y le guiñó un ojo. Sin pedir permiso a sus padres, el hijo pequeño de Guerrero se puso en pie de un salto y siguió al chico mayor fuera de la tienda. Loretta los siguió con la mirada, preguntándose dónde podrían ir tan tarde. Guerrero y Doncella de la Hierba Alta no parecían preocupados. Loretta empezaba a saber que los niños comanches tenían mucha más libertad que los blancos, que podían ir y venir como les apeteciera. Aún no había visto que alguno de ellos fuera castigado o recibiera siquiera una regañina.

Mirlo quitó el sitio a Tortuga junto a su padre, acurrucándose a su lado y pidiéndole arrumacos. Guerrero sonrió y le puso algunas palomitas en la boca. Ella se las tragó como un pavo, mordisqueándole los dedos. Niña Pony, que siempre trataba de acaparar la atención frente a la hermana mayor, chilló y salió disparada hacia donde estaban ellos. Cuando correteaba por detrás de Loretta, tropezó.

Búfalo Rojo trató de coger a la pequeña, pero no llegó a tiempo. Ella perdió el equilibrio y cayó de espaldas sobre el fuego. Sus gritos atravesaron el aire.

—¡Dios mío! —Con las piernas enredadas en el vestido, Loretta fue incapaz de moverse para ayudar a la pequeña.

Guerrero trató de soltarse de su otra hija. Doncella se puso en pie, pero estaba en el lugar más lejano del círculo. Búfalo Rojo estaba más cerca y fue más rápido. Cogió a la niña de las llamas, echó un vistazo a las quemaduras y se giró hacia la puerta, sosteniéndola en brazos ante él mientras corría. Loretta, incapaz de entender lo que gritaba, solo pudo preguntarse adónde la estaba llevando.

Guerrero y Doncella de la Hierba Alta corrieron detrás de Búfalo Rojo y Mirlo salió disparada detrás de todos ellos. Para cuando Loretta quiso librarse de las faldas y levantarse, se encontró ya sola en la tienda. Podía oír los gritos de Niña Pony a su espalda, cada vez más débiles. Ella no era sino una extraña. Temblando, fijó la vista en el fuego. Pobre Niña Pony. Loretta se sentía culpable. Aplastó la tela de su pesado vestido con rabia, recordando la forma cariñosa en la que Cazador había acariciado a la niña, cómo sus ojos se llenaban de dulzura cuando la miraban.

Había palomitas desparramadas por todo el suelo. Sin dejar de temblar, se agachó para recogerlas y tirarlas al fuego. Tardó varios minutos en tener el suelo limpio.

Esta era la primera vez que se encontraba sola en el poblado. Aquellos tres primeros días, Cazador había estado siempre a su lado, y estos últimos cinco días, había sido Doncella de la Hierba Alta la que había permanecido con ella. Loretta se hundió poniéndose en cuclillas y se quedó absorta mirando las llamas. Quería fijarse en los ruidos que provenían del exterior. Los otros vecinos que habían escuchado las voces de la niña hablaban aquí y allá, y se podía oír un sonido de preocupación en sus palabras.

Loretta cerró los ojos. Rezó para que la niña estuviera bien.

La piel de la puerta crujió como si alguien hubiese entrado. Loretta no se atrevía a mirar. ¿Se había dado cuenta alguien de que estaba sola? ¿Venían a atormentarla? ¿A matarla?

—Guerrero y Doncella volverán pronto. Deben enfriar el fuego de las quemaduras de Niña Pony en el río. Cuando terminen, la llevarán a Mujer Medicina para que le aplique un ungüento sanador. Guerrero me envía para que cuide de ti. Antílope Veloz estará fuera esta noche con Tortuga.

Loretta levantó la cabeza y vio que Búfalo Rojo se acercaba a ella, con los pantalones y los mocasines mojados. Podía hacerse una idea de él corriendo hacia el río con Niña Pony, sujetándola con manos suaves y tratando de tranquilizarla con su voz más cariñosa. Se le hizo un nudo en la garganta. Le preocupaba saber que empezaba a verle no como el cretino que era, sino como una persona amada y capaz de amar. Un hombre con dos caras, una humana y la otra monstruosa.

Él se agachó al otro lado del fuego, recorriéndola de arriba abajo con la mirada. Una sonrisa de burla apareció en su cara.

—No tengas miedo, no tienes que tenerlo, ¿eh?

Loretta se cogió la falda con el puño.

—Pensé que me odiabas. ¿Por qué este cambio tan repentino?

Sonrió aún más.

—No he cambiado. Mi odio arde —señaló hacia las llamas— como el fuego. Mi corazón está contento, ¿sí? Eres la mujer de mi primo. Fue el trato con él. ¿A cambio de tu hermana? —Levantó una ceja, observándola como un niño cruel que ha tirado un insecto en un puchero de agua hirviendo. Tenía el incómodo presentimiento de que estaba contento de poder disfrutar de ese momento a solas con ella, que lo había estado esperando como un gato espera al ratón, para atacar—. La canción habrá terminado pronto.

Una semilla del maíz que Loretta había tirado al fuego eligió ese momento para saltar. Lo inesperado del ruido le hizo dar un brinco. La boca desfigurada de Búfalo Rojo se contrajo.

Loretta estaba asustada. Sabía que era eso lo que intentaba, ponerla nerviosa. ¿Por qué iba a permitirle que la acosara?

—Te refieres a la canción de Cazador, ¿verdad?

Búfalo Rojo pareció sorprendido.

—¿Te ha dicho las palabras?

—No. ¿Cuáles son las palabras?

Sus ojos brillaron, y esta vez ella supo que no tenía nada que ver con el resplandor del fuego, sino con el demonio que tenía dentro.

—Conocerás las palabras… muy pronto —su expresión era como de suficiencia—, cuando mi primo vuelva. Está claro que no eres muy lista, Pelo Amarillo. Pero eso es bueno, la canción se cumplirá.

—¿Qué quieres decir?

Él se encogió de hombros, sin contestar.

—Dímelo —insistió ella.

—Ya lo verás. —Sonrió, como si estuviera riéndose de una broma que solo él conocía. Clavó los ojos en el fuego por unos segundos—. ¿No te dijo cómo encontrarle cuando te llevó a tus paredes de madera? ¿No dejó marcas en el suelo, para que todos los que pasasen supiesen que su mujer vivía allí?

—Sí, ¿y qué?

Él la miró, como si esperase que lo que acababa de decir le doliese. Cuando ella se quedó mirándole sin decir nada, él soltó una carcajada.

—¿No te dejó uno de sus mejores caballos? ¿No te dio su medallón para marcarte como su mujer?

Loretta sintió un escalofrío subiéndole por la espalda.

—Sí.

—Y poco después de que se marchara, los comancheros llegaron, ¿verdad?

—Sí, ¿qué me quieres decir con eso?

Búfalo Rojo sonrió.

—Que no eres muy lista. Él envió a Santos para que te encontrara. Las palabras de la canción dicen que tú «debes» volver a él. Cazador hizo que este camino te fuera más fácil. Y ahora, mujer estúpida, te has entregado a él a cambio. Eres suya. Cuando vuelva, la canción se habrá cumplido.

Todas las piezas encajaban con una claridad espeluznante. Loretta lo miró fijamente, con el pulso a cien por hora.

—No… Mientes.

Otra semilla de maíz saltó en el fuego. Búfalo Rojo movió los restos carbonizados y los devolvió a las llamas con sumo cuidado.

—Tenía que ser así. Robaron a tu hermana para traerte a él, ¿no es así? Su medallón te marcó, para que su amigo, Santos, no robase a la mujer equivocada. Tres cabelleras doradas. Santos te conoció por la piedra que mi primo te dio.

—No. —Aunque lo negase, todo parecía tener sentido—. Él no haría algo tan despreciable. ¡No a una niña!

—¿Los comancheros visitan tus paredes de madera muy a menudo?

—No, nunca. —Loretta se mojó los labios, con la lengua seca y pegajosa—. Pero no es tan raro que estén por la zona.

Él le clavó los ojos.

—Cazador te deja, y, por primera vez, ¿ellos vienen? Se llevan a la niña. Y su pelo amarillo vuelve con él, bastante rápido.

—¡Mientes!

—La canción debe cumplirse. Cuando él vuelva con la niña, te pedirá lo que convinisteis. Tú vendrás a él, como se dijo en su canción hace mucho tiempo. Tú hiciste un pacto con él, te diste a cambio de la niña. Cuando vuelva, irá al fuego central y anunciará su matrimonio contigo. Después… —Búfalo Rojo sonrió y movió la mano a lo largo de la laringe—. Suvate, todo se ha cumplido.

A Loretta se le encogió el estómago.

—No.

Él se encogió de hombros otra vez, como si estuviese de acuerdo.

—Ah, sí, jugará contigo un poco antes. —Inclinándose hacia ella, para que la luz del fuego iluminase su cara desfigurada, le lanzó una mirada lasciva y dijo—: Y yo también. Muchos de nosotros, ¿eh? Será muy divertido, Pelo Amarillo. ¿Crees que él sería tan amable con otra mujer blanca? —dio un bufido y se puso de pie—. Eres tonta. ¿Una Ojos Blancos? Escupimos en ellas. Le pones enfermo. Tu gente mató a su mujer, a su hijo aún no nacido. ¿Te ha llevado a sus pieles de búfalo? No, Pelo Amarillo. Para tener placer con alguien como tú, debe esperar y hacerlo a su manera.

Como si su proximidad contaminase el aire que respiraba, Búfalo Rojo dejó el fuego y se sentó en el jergón. Sacó el cuchillo y se puso a revisar la hoja con el dedo pulgar. Después, con la mirada fija en los pechos de Loretta, se pasó la punta por el suyo propio.

—Pronto, ¿eh? Muy pronto.

Loretta tenía ganas de vomitar. No podía dejar de mirar el camino que hacía con el cuchillo, imaginándoselo en su cuerpo.

—Comparte mis palabras con Guerrero. Él te dirá que he dicho la verdad. Observa a mi primo cuando vuelva. Irá al fuego central y dirá las palabras para hacerte su esposa. Observa. Verás. Búfalo Rojo no dice mentiras.

Un temor repentino y helador invadió a Loretta. Cazador creía que su canción tenía que cumplirse, y que ella era parte de la canción. ¿La había manipulado como a una marioneta, haciéndole danzar con las palabras para que la profecía se cumpliese? ¿Los blancos habían matado a su esposa? Quizás él estaba tan consumido por el odio como ella, y detestaba a todos los que tenían la piel blanca, como ella detestaba a los comanches.

Gotas de sudor cayeron por su frente. «Conoceré la canción que tu corazón canta.» Le había creído. Le había tomado cariño y había pensado que era su amigo. Su amigo. Él lo había entendido así. Y lo había fomentado. «No habrá guerra entre nosotros. Te saludaré y me iré cabalgando.» ¿Podía ser tan falso? ¿Tan despiadado?

Recordó el poste con las cabelleras, cómo su madre había intentado quitarlas de la tienda, junto con las otras evidencias de sus correrías. Dios mío, todos participaban de la misma mentira, todos ellos, incluso Doncella de la Hierba Alta.

Loretta apretó los dientes, y se encaró a la mirada diabólica de Búfalo Rojo. Los recuerdos de Cazador flotaban en su mente. El ronco susurro de su voz, la caricia amable de sus manos, su sonrisa llena de indulgencia. ¿Podía un hombre fingir todo eso? No, no debía creer a Búfalo Rojo, no podía. Cazador se merecía más que eso.

Esperaría y rezaría. Si Búfalo Rojo no mentía, si Cazador estaba de verdad manipulando los hechos para que volviese con él, entonces ella y Amy valían tanto como la muerte.

Al amanecer, Amy abrió los ojos aterrorizada. Estaban todos rodeándola. Las mañanas y las noches, cuando hacía frío, siempre eran los momentos peores. Ellos vendrían pronto, un hombre, quizá dos, seguidos por un flujo continuo de ellos… hasta que el sol estuviese alto en el cielo.

Pidió estar muerta antes de que todo volviera a empezar de nuevo.

Como hacía cada mañana al despertar, Amy se estiró contra las cuerdas que la ataban al carro. Al darse cuenta de que ya no había cuerdas, se quedó sin saber qué hacer. ¿No estaba atada a la rueda del carro? ¿Estaba tumbada sobre pieles suaves, cubierta con una piel de búfalo? Sus dedos se cerraron instintivamente alrededor de la empuñadura del cuchillo, y entonces recordó lo que había pasado el día anterior.

Cazador, el comanche.

Su madre decía que era un animal sin corazón. Quizá lo fuese. Pero al menos él no le había hecho eso todavía. Amy miró a su alrededor. Su caballo pastaba cerca de allí, pero Cazador no estaba. Su garganta emitió un sollozo, y después otro, y otro. ¿Dónde se había metido? ¿La había abandonado? En cuanto esos otros indios se diesen cuenta de que estaba sola…

Una mano grande y cálida salió de ningún lugar y le tocó el pelo. Ella se puso tensa, y se tragó los sollozos, con miedo a moverse. Un hombre. ¿Pero quién? ¿Le habían visto los otros indios? Dobló el cuello y descubrió que Cazador dormía junto a ella, con la cabeza a solo unos centímetros de la suya, sus pies señalando al lado opuesto al que señalaban los de ella.

Ka taikay, ka taikay —le susurró medio dormido—. Toquet, ma-tao-yo.

Amy no entendía las palabras. Solo sabía que la calmaban de una manera indescriptible, como le calmaba el peso de su mano sobre la cabeza. Una mano poderosa y fuerte, y al mismo tiempo cariñosa. No estaba sola. Había pasado toda la noche con ella y no le había puesto la mano encima.

Antes de darse cuenta de lo que hacía, Amy hundió los talones y se giró en su dirección. Al acercarle la cabeza, él levantó sus oscuras pestañas y trató de mirarla. La tenía tan cerca que apenas tuvo que abrir los ojos para verla. Se echó un poco hacia atrás y parpadeó.

Amy contuvo la respiración. Tenía miedo, y al mismo tiempo, no lo tenía. Su hombro era imponente, su pecho oscuro era el doble de grande que el de ella, quizá más grande aún, y sus músculos bien definidos hacían que sus propios pechos parecieran diminutos en comparación. Él podía matarla si quería. Torcerle el cuello como una rama seca.

Pero también podía protegerla.

Cuando hubo dado de comer y de beber a Amy, Cazador empezó a prepararse para partir, y la primera tarea de la lista fue esconder la cabellera de Santos para que la niña no pudiera verla y se asustase. Después de asegurar la alforja a la cincha del caballo, escondió la cabellera y se movió para ir a coger otra cosa. Entonces se golpeó con algo. Al girarse para ver lo que era, descubrió que ese algo era Amy. Sus grandes ojos brillaban hacia él, de un azul tan intenso y tan llenos de miedo que tuvo que contener un gruñido de irritación. Rodeándola para no pisarla, se agachó a recoger su bolsa de viaje. Al incorporarse, le rozó el hombro con el codo. Ya de vuelta al caballo, ella seguía pegada a él, como si estuviera atada a él por una cuerda invisible.

Cazador amarró la bolsa a su caballo y después se giró hacia ella. Era evidente que estaba aterrorizada de que pudiera abandonarla. Él sabía lo que los otros hombres pensarían si la trataba con demasiados miramientos. Pero no le importaba. Si creían que su intención era tomar a Loretta como esposa, que esta niña era su nueva hermana por el matrimonio, la tratarían con más consideración durante el viaje, y Amy necesitaba toda la consideración del mundo en esos momentos.

Resignado, Cazador levantó el brazo para que ella pudiera acercarse más. Sintió cómo sus pequeños dedos se agarraban a su cinturón, como si temiese que fuera a escaparse. Cazador sonrió al rodearle los hombros con el brazo.

—Debes tener cuidado con ese cuchillo —le dijo con suavidad—. Tiene una hoja muy afilada, y te cortarás si lo sacas de la funda.

Ella agarró el arma con más fuerza. Cazador la miró un momento y después sacó una tira de cuero de sus bolsas. Arrodillándose ante ella, extendió la mano para que le diera el cuchillo, sin dejar de mirarla.

—Por ahora, ¿eh?

Incapaz de renunciar a su único medio de defensa, Amy lo miró fijamente. Cazador esperó pacientemente. Cuando por fin se lo entregó, él pasó la tira de cuero por el agujero de la funda y después se la ató a la cintura para que el arma colgara cómodamente sobre su cadera. Amy le recompensó con una sonrisa. Y él pensó que era más que suficiente.