Capítulo 18

Alguien estaba cocinando una cazuela de ciruelas secas. El olor dulzón llenaba el aire del anochecer y tentaba a Loretta. Doncella de la Hierba Alta levantó las cortinas laterales de la tienda para dejar que la brisa refrescase el interior, lo que permitió a Loretta ver a sus vecinos. Era curioso como, si cerraba los ojos, podía muy bien imaginar que se encontraba rodeada de blancos. Se reían. Los niños gritaban. A lo lejos pudo oír a un hombre gritando a su mujer, igual que hacía tío Henry en casa, excepto porque la mujer le gritaba también. Tía Rachel nunca se atrevía.

Doncella, que estaba ocupada con la costura, levantó los ojos y sonrió. Con un brillo calmado en la mirada, levantó la blusa de ante que estaba haciendo y la movió hacia Loretta para que pudiera admirar el estilo. Al mirarla, Loretta pensó en lo imposible que parecía que esta mujer pudiera estar involucrada en un complot, y si ella no sabía nada, es porque probablemente no existía. Y esta era una de las razones por las que Loretta había decidido no emitir ningún juicio hasta que Cazador volviese.

Como Búfalo Rojo había predicho, Guerrero confirmó su historia. Sí, Cazador había dado a Loretta un buen caballo y le había enseñado a seguir sus pasos para que pudiera «volver» con él, como estaba dicho en la canción. Sí, le había dado su medallón para que todos supieran que era su mujer. Loretta no había pedido a Guerrero más información ni le había dicho cuál era el propósito de sus preguntas. Si Cazador era culpable de traición, necesitaría el elemento sorpresa para escapar de allí.

Si Cazador era culpable. Siete días habían pasado desde que Búfalo Rojo le revelase toda esa información sobre él, y cada vez le parecía más difícil de creer. Si el secuestro de Amy y su consiguiente rescate habían sido planeados, Cazador habría vuelto mucho antes. Si estaba costándole tanto tiempo regresar, era porque había tenido dificultades: en encontrar a Santos, en llevarse a Amy de allí. Había llegado a un punto en el que solo podía rezar para que Amy estuviese aún viva.

Obligándose a no pensar más en el destino de Amy y centrándose en el traje que Doncella estaba confeccionando, Loretta comentó:

—Es muy bonito, de verdad que es muy bonito.

La blusa era bonita, con mangas raglán de flecos hasta el codo y un cuello en forma de uve, ribeteado con un intrincado bordado. Era la última moda, si las excitadas explicaciones de Doncella querían decir eso.

Loretta se inclinó para tocar la blusa.

—Eres una excelente costurera.

Huh, huh. —Doncella de la Hierba Alta se mordió el labio superior para ocultar una sonrisa de complacencia. Loretta sabía que «huh» significaba «sí», y por eso supo que Doncella había entendido que le gustaba, aunque no pudiera comunicárselo bien—. Ein mah-heepicut —añadió Doncella con timidez.

Loretta había oído estas palabras antes, pero no podía recordar cuándo o qué significaban. Cogió un puñado de cuentas del saco de abalorios de Doncella y empezó a ordenarlas sobre el jergón de pieles según los colores: rojas, azules, verdes, negras. Doncella de la Hierba Alta murmuró algo y asintió agradecida. Loretta se sentía feliz de poder hacer algo útil. Cuando tenía las manos ocupadas le resultaba más fácil dejar de pensar en Amy.

Un grito del exterior llamó la atención de Doncella. Con un movimiento de cabeza, puso la costura a un lado y se puso de rodillas. Después de escuchar un momento, empezó a farfullar y a gesticular con las manos. Loretta miró hacia fuera y vio que la gente corría por el camino que llevaba al final del poblado. Habbe Esa. Cuando oyó el nombre, el miedo, la esperanza y algo que no sabía muy bien como definir la invadió. Cazador había vuelto.

Loretta se cogió la falda para no tropezar y se puso de pie. No se atrevía a dejar la tienda, no sin la protección de Guerrero. Amy. ¿La habría encontrado Cazador? Los pies de Loretta se movieron sin control y la llevaron a la entrada de la tienda. Doncella de la Hierba Alta se apresuró al exterior y se puso de puntillas para tratar de ver lo que ocurría por encima de las cabezas que se agrupaban delante de ella. Se rio con fuerza y asintió a Loretta. Pronunció alto y claro las palabras «yo-oh-hobt pa-pi». ¡Pelo Amarillo! Loretta se olvidó de lo que podría pasarle ahí fuera y salió corriendo de la tienda. Doncella de la Hierba Alta la cogió y la obligó a quedarse con ella.

—¡Ka, no!

Muerta de impaciencia, Loretta trató de ver algo entre el grupo de jinetes que se acercaba. Entonces alcanzó a ver una cabeza rubia. Era todo lo que necesitaba. Se soltó de Doncella y corrió por el camino, uniéndose a la riada de personas que se agolpaban en esa dirección. Amy. Se abrió paso entre dos mujeres.

Estaba tan emocionada, que no se dio cuenta de que Antílope Veloz caminaba junto a ella. Al momento siguiente vislumbró un caballo negro que se abría paso entre la multitud y una voz familiar y profunda que le dijo:

—¿Ojos Azules?

Cazador se quedó sin respiración al ver que Loretta se giraba al oír su voz. Por un instante se olvidó de que tenía a la niña abrazada al cuello y solo pudo pensar en la hermosa mujer que le esperaba allí de pie, rodeada de un grupo de indios hostiles, en medio de una nube de polvo. Sus ojos brillaban como el azul intenso de la parte baja de una llama, y sus pestañas oscuras parecían alcanzar la línea color miel de sus cejas. Tenía la trenza medio deshecha y unos mechones dorados le caían sobre los hombros. Era tan hermosa que apenas podía creer que de verdad fuera a hacerla suya. Incluso con aquel voluminoso vestido que llevaba, cubierta de la cabeza a los pies, podía adivinar las líneas femeninas de su cuerpo, la redondez de sus pechos, la hendidura de su cintura, el vuelo de sus caderas.

Cazador se había sentido orgulloso de pocas posesiones en su vida. Por supuesto, se había sentido orgulloso de su primer arco y de su primera pluma de reconocimiento. Y desde luego se había sentido muy orgulloso de su primer caballo de guerra, Humo. Pero el sentimiento que le invadía ahora sobrepasaba con creces todo lo demás. Esta mujer dorada se había unido a él por una promesa hecha a Dios, a él y solo a él, para siempre, sin horizonte. El deseo, caliente y urgente, le quemaba al pensar en la noche que le esperaba. El pensamiento de tenerla en sus pieles de búfalo, de poder amarla como había soñado tantas veces, hacía que el rescate de Amy le pareciese un juego de niños.

La mirada de Loretta recayó en la niña que sostenía. Corriendo hacia ella con los brazos abiertos gritó:

—¡Amy, ay, Amy! ¡Te ha encontrado! ¡Gracias a Dios!

Cazador no estaba del todo seguro de qué era lo que había esperado de Loretta cuando le devolviese la niña. Gratitud, seguramente. Había cabalgado día y noche durante doce días. Había arriesgado su vida. Había cuidado de su hermana. ¿Y ahora ella le ignoraba como si no estuviera allí? Su Dios no había tenido que luchar a muerte con Santos. Cazador, sí.

Cazador sabía que no estaba bien pensar así, pero se alegró cuando Amy se abrazó a su cintura y escondió la cara en el hueco de su hombro. Al menos así Loretta sabría quién la había traído hasta allí. Cazador miró a la multitud de gente que los rodeaba.

—Teme por su cabellera, Ojos Azules.

Loretta puso una mano en la pierna de Amy.

—Cariño, soy yo, Loretta.

Amy levantó los ojos, vio a los indios y se encogió contra Cazador, escondiendo otra vez la cara.

—Amy, cariño… —La voz de Loretta se quebró—. ¿Qué le ocurre?

Cazador sintió una punzada de culpabilidad. Recordando cómo había sido Amy antes de que Santos la secuestrase, podía imaginar la conmoción que Loretta debía de estar sintiendo. Él se había llegado a acostumbrar al miedo de la niña, y después de conocer la terrible experiencia por la que había pasado, podía comprenderlo. Pero Loretta no la había visto atada a la rueda del carro, indefensa contra todos esos cretinos que habían abusado de ella.

—Su corazón yace sobre la tierra. —Cazador rodeó la mano de Loretta con la suya y puso al paso a su caballo, arrastrándola con él hacia la tienda. Había olvidado lo pequeña que era su mano, la fragilidad de sus huesos y la suavidad de su piel. Se le encogió el estómago al pensar en lo que le esperaba. Ningún guerrero de los que conocía tenía una mujer como esta.

—Está bien, Ojos Azules. Está asustada.

Cuando llegaron a la tienda, Cazador se deshizo de los brazos de Amy para poder bajarla del caballo. Loretta la cogió por el codo, acariciando y alisando el cabello de la niña.

Amy volvió a abrazarse al cuello de Cazador.

—¡No me dejes! —suplicó temblando.

Cazador llevó a Amy dentro de la tienda y la puso sobre la cama. Ella se agarró a él y se negó a dejarle ir. Cazador asintió por fin y tuvo que sentarse. La niña se acurrucó en su regazo, apretándose contra él como si quisiese fundirse con él y ser absorbida, como el sebo a la piel. Loretta se quedó a un lado, frotándose las manos.

Cazador sabía que debía ir directamente al fuego central. Era costumbre que los guerreros hiciesen público las hazañas después de un viaje. Sus amigos debían de estar esperando, ansiosos por contar sus correrías y fanfarronear ante sus mujeres del coraje mostrado. Esa noche, obtendría la recompensa a su valor en los brazos del amor. Cuando más excitantes fueran sus hazañas, más ardiente sería el amor.

Sí, debían de estar ansiosos por empezar a hablar de lo que habían hecho, de dar a sus mujeres el botín que habían sacado de los carromatos de Santos y mostrarles los nuevos rifles. Dado que Cazador había sido el jefe del viaje, su presencia era obligada.

Pero, por mucho que fuera a ser la primera noche de Loretta en su tienda, Amy le necesitaba. Por un tiempo al menos.

Toquet —le susurró, abrazando a la niña con fuerza—. Esta es mi tienda, Aye-mee. Nadie te hará daño aquí.

Loretta se tragó las lágrimas. Al ver al indio, se sintió avergonzada por haber sospechado que pudiese tener algo que ver con el secuestro de la niña. La forma en la que Amy se abrazaba a él lo decía todo.

Mirando a Cazador, Loretta vio cosas en él que antes le habían pasado desapercibidas. O quizás era que ahora lo miraba con otros ojos. La amplitud de sus hombros, los músculos dibujados al abrazar a Amy… Habían dejado de parecerle peligrosos. Sus grandes manos, capaces de una fuerza brutal, eran también capaces de acariciar a Amy con amorosa dulzura. Incluso su voz parecía distinta, baja y sedosa, con unos susurros que trascendían la barrera del lenguaje, una mezcla de tosi y comanche que parecía tranquilizar a Amy, calmarla, algo que parecía no poder hacer Loretta. Hombre y niña, fortaleza y fragilidad, piel oscura y piel blanca.

Loretta se sentía como flotando. Era como si una calidez enorme se extendiese por su pecho. Trató de recordar, con algo de culpabilidad, cómo se había sentido cuando Cazador le había puesto la mano en su espalda de esa forma, en su pelo. No era el momento de pensar en eso. Amy era lo único que importaba ahora, pero Loretta no podía evitarlo. Cazador. Su odiado captor se había convertido en su héroe, y el cambio de sentimientos la abrumaba. Cazador, el legendario asesino. ¿Dónde había ido a parar? ¿Había existido alguna vez?

—Loh-rhett-ah está aquí, ¿la has visto? —Cazador extendió la mano en busca de la mano de Loretta y la atrajo para que se acercara a la cama—. Su corazón yace por la tierra, y ha llorado mucho por ti. Verás dentro de ella, ¿sí?

Cazador unió la mano de Loretta a la de Amy. Ese contacto era todo lo que necesitaba. Amy se separó de él y se tiró en los brazos de Loretta, llorando y temblando. Loretta se pegó a ella, meciéndola a un lado y a otro.

—¡Estás aquí, Loretta! ¡Eres tú de verdad! ¡Pensé que no volvería a verte nunca más!

—Ah, claro que sí, Amy. Estoy aquí, estoy aquí.

—Ellos me hicieron cosas horribles —lloró Amy—. ¡Horribles!

Cazador se levantó lentamente de la cama. Había llegado el momento de la conversación femenina, y había dejado de ser necesario allí.

Al ver que estaba a punto de marcharse, Loretta consiguió soltar un brazo y extenderlo para tocarle el hombro. Sus ojos se encontraron. Cazador se detuvo a medio camino y le tocó la mejilla con la mano. Una vez más Loretta se sintió extrañamente desorientada. Quería abrazarse a él, sentir la fuerte calidez de sus brazos rodeándola, oírle decir que todo estaría bien, sentirse segura, como solo él podía hacerle sentir. Quería todas esas cosas con una intensidad que le dolía, y tener consciencia de ello le asustó. ¿Qué le estaba pasando?

Cazador vio el brillo de cariño en los ojos de Loretta y fue toda la gratitud que necesitaba. Salió de la tienda un poco más alto que cuando había entrado.

Loretta se hundió en la cama para consolar a Amy y escuchar con horror la descripción de los trágicos acontecimientos. La brutalidad de lo que oyó la puso enferma. Le invadió el odio. Quería matar a Santos con sus propias manos.

—Cuando Cazador llegó allí, ¿hubo una lucha terrible? —preguntó Loretta con voz ronca.

Débilmente, Amy le contestó.

—No. Llegó caminando al campamento de Santos y me montó en su caballo.

El estómago le dio un vuelco. Mojándose los labios, se volvió para examinar el poste de las cabelleras de Cazador. Las implicaciones de lo que Amy acababa de decir eran muy serias.

—¿Qué quieres decir? ¿Qué se limitó a entrar allí caminando? ¿Con armas, no?

—No. Sin armas. Me puso en el caballo, habló un minuto con Santos y luego nos fuimos cabalgando.

A Loretta empezaron a zumbarle los oídos. Era como si la conmoción le hubiese anestesiado por completo las emociones, como si la hubiese vaciado.

—Amy… esto es muy importante. ¿Parecía como si Santos y Cazador fueran buenos amigos?

—Santos dijo eso. «Soy tu buen amigo, el Lobo», eso es lo que dijo. —Amy emitió un sollozo—. ¿Sabes qué, Loretta? Quería que los comanches los matasen. De verdad que lo quería. Esperaba que Cazador le cortase la cabellera, allí, frente a mí. Soy una mala persona, ¿verdad?

—Ah, no, cariño, eso no es malo. Ese hombre debería pagar por lo que te ha hecho.

—¿Crees que Dios me perdonará por desear su muerte?

—Estoy segura de que lo hará. —Loretta apoyó la cara sobre el pelo de la pequeña—. Ay, cariño, no debes torturarte de esa manera. Es perfectamente natural que odies a Santos. Si yo puedo entenderlo, ¿no crees que Dios lo entenderá también?

Después de varios minutos, Amy se relajó en los brazos de Loretta y cerró los ojos agotada. Loretta le acarició el pelo, susurrando todas esas cosas que se dicen para tranquilizar a alguien, pero que ella estaba segura de que no eran ciertas. Todo no estaba bien. Ella y Amy estaban en peligro y Loretta tenía que encontrar la forma de salir de allí. Un temblor horrible le golpeó los miembros y empezó a castañetear los dientes.

Los minutos pasaron. La mente de Loretta era un torbellino. «Soy tu buen amigo, el Lobo.» Por Dios, ¿qué debía hacer? ¿Escapar? Y si escapaban, ¿dónde irían?

Estos pensamientos se vieron interrumpidos por unas voces de hombres en el exterior. Tumbando a Amy en la cama, Loretta se acercó a la entrada de la tienda y levantó la cortinilla para mirar fuera. A cierta distancia, una multitud se había reunido en torno al fuego crepitante. Cazador, montado en su caballo negro, con el cuerpo resplandeciente a la luz de las llamas como si fuera una estatua de bronce, se entregaba a la más interesante de las oratorias, con el brazo levantado por encima de la cabeza y el puño cerrado. Cogió un puñado de su pelo e hizo un movimiento rápido sobre su cabeza con la otra. Era evidente que estaba hablando de cortar la cabellera a alguien. La multitud rugió encantada.

Los nombres de Loh-rhett-ah y Aye-mee flotaron con la brisa. Todos se giraron para mirar hacia la tienda de Cazador. Volvieron a animar. Loretta sabía que no gritaban porque fuera una mujer hermosa.

Volviendo a cerrar la piel que hacía las veces de cortina, se abrazó a la cintura. Tenía el pulso acelerado. En lo único que podía pensar era en las advertencias de Búfalo Rojo. Una parte de ella quería gritar que no era cierto, pero la otra parte la conducía a un estado de miedo irracional.

Se agarró la falda con los puños y recordó el juramento que había hecho de quedarse con él, de ser su mujer, su esclava. Ella no era de las que rompía promesas tan fácilmente. Sintió debilidad en las piernas. Dios, ¿por qué se quedaba allí plantada, preocupándose por las promesas hechas a un hombre que le había mentido desde el principio? No podía permitirse esperar para saber después que la había engañado. Tenía que pensar en Amy.

—¡Amy! —Loretta corrió por la tienda—. ¡Cariño, despierta!

Amy abrió los ojos. Se incorporó inmediatamente.

—¿Qué ocurre?

Loretta la cogió del brazo y tiró para sacarla de la cama.

—¡Tenemos que salir de aquí!

El poco color que Amy había recuperado en la cara desapareció.

—¿Por qué? No quiero irme sin Cazador. ¡Los comanches están ahí fuera! Cientos.

Loretta no quería asustar a Amy. La pobre chica ya había sufrido bastante.

—Confía en mí, amor. Tenemos que irnos.

Demasiado nerviosa para pensar en comida o agua para el camino, cogió a Amy de la mano y prácticamente tiró de ella hacia la puerta. Echando un vistazo al exterior para asegurarse de que nadie de los del fuego las veía, Loretta se escurrió por debajo de la cortina, obligando a Amy a seguirla. Tan rápido como pudo, rodeó el tipi para que se interpusiera entre ellas y la vista de los demás.

—Creo que ese indio nos ha visto —gimió Amy, nerviosa.

Loretta miró a su alrededor con desesperación y vio que Búfalo Rojo caminaba hacia el fuego central. Si las había visto, no pareció decir nada.

—Tenemos que llegar a los caballos. Está bastante lejos, Amy. ¿Podrás hacerlo?

Amy se balanceó un poco y asintió. Loretta empezó a caminar, tirando de Amy con una mano y con la otra sujetándose la falda para no caer. Después de lo que pareció una eternidad, llegaron al borde del poblado. Loretta dio las gracias a Dios con una oración. Amy empezó a caminar más despacio. Loretta miró hacia atrás para ver si estaba bien. La niña tenía la cara pálida.

—¿Cariño, estás bien?

Amy se balanceó y estuvo a punto de caer.

—Es solo que me siento rara.

Al momento se cayó hacia delante. Loretta pudo sujetarla por los pelos. Con una fuerza que nunca pensó tener, consiguió mantener a Amy en pie. Había perdido la consciencia. Desesperada, Loretta tuvo que cogerla en brazos. Se agachó y le puso el estómago sobre el hombro. Después trató de ponerse en pie. Las piernas le temblaban del peso. Consiguió ponerse recta, recuperar el equilibrio y caminar dando tumbos en dirección a los caballos.

Unos cien metros más allá, Loretta se tropezó con la falda y cayó de rodillas. Amy cayó rodando al suelo. Loretta necesitó toda la fuerza del mundo para levantar a Amy otra vez y ponérsela al hombro. Avanzó con paso incierto, sin dejar de rezar. Tenía que conseguir llegar a los caballos. Tenía que hacerlo. Antes de que Cazador se diese cuenta de que se había ido.

En el momento en que Cazador vio a Búfalo Rojo caminar hacia él, supo que algo había pasado con Loretta. Ninguna otra cosa podría hacerle parecer tan engreído. A mitad de su relato, Cazador se calló y miró hacia la tienda, con el pecho contraído de temor. Búfalo Rojo se acercó a él, sonriendo.

—Tu mujer trata de huir —gruñó Búfalo Rojo—. Te ha mentido, ¿eh? Ha ocurrido justo como dije que sucedería. Nunca podrá ser uno de los nuestros. ¡Nunca! Es una easop, una mentirosa, y no se puede confiar en ella. ¡Se ha reído de ti, primo!

La multitud empezó a cuchichear. Cazador apretó las piernas contra el caballo y cogió las riendas.

—¿En qué dirección ha ido?

—Hacia los caballos. ¿Dónde si no? ¿A cuál de ellos matará esta vez?

Cazador azuzó los flancos de su montura y se mordió un rugido de rabia. ¡Se lo había prometido ante su Dios! ¿Es que no había nada sagrado para los ojos blancos? Mientras se alejaba del poblado, Cazador oyó otro caballo que corría tras él. Miró hacia atrás y vio a Antílope Veloz cabalgando en su alazán.

Unos segundos más tarde Cazador vio a Loretta. Llevaba cogida a Amy, doblada por el peso, casi incapaz de levantar los pies. Mantuvo las riendas de su caballo y trató de controlar sus emociones. Rabia, sí, pero también dolor, un dolor que le penetraba tan dentro que apenas podía soportarlo. Le había utilizado y ahora trataba de escapar, olvidando todas las promesas que le había hecho. Desde el principio había planeado dejarle tan pronto como él le trajese a la muchacha. Cazador podía tolerar muchas cosas, pero no que le tomaran por estúpido.

Antílope Veloz se puso junto a él.

—¿Cazador, qué vas a hacer?

—¡La enseñaré a no mentir!

Antílope Veloz observó a la pelo amarillo que luchaba por cargar con la niña en hombros. Unos segundos después perdía el equilibrio y caía al suelo. Con la mirada fija en Cazador, Antílope levantó una ceja. Cazador mantuvo la rienda corta sobre el caballo, con la mirada fija en la mujer. El joven suspiró. Ese brillo en los ojos de su amigo no presagiaba nada bueno. La mujer luchaba por levantar otra vez a la muchacha. Y una vez más, le cayó al suelo. Entonces, por fin, consiguió ponérsela al hombro. Caminó unos pocos pasos hacia delante antes de que le fallaran las piernas y volviese a tocar el suelo.

Antílope Veloz se echó hacia delante en el caballo, con la vista puesta en la muchacha, recordando la valentía que había demostrado cuando se enfrentó a él aquella lejana mañana en su casa de madera. Le invadieron unas ganas profundas de protegerla.

Ai-ee —exclamó—. Será mejor que la detengamos, Cazador. Si tu mujer vuelve a tirar al suelo a la que se llama Aye-mee, podría resultar herida.

Cazador corrió al galope. Antílope Veloz nunca había visto a Cazador azuzar a su caballo de esa manera, nunca.

Mientras cabalgaban detrás de las dos pelo amarillo, Loretta desenfundó el cuchillo que tenía Amy. Cazador sonrió a Antílope Veloz.

—¿Estás listo para la lucha?

Antílope Veloz miró al cielo.

—Si no se lo clava ella antes.

Cazador bajó del caballo y caminó hacia su mujer. Ella se puso entre él y Amy, con el cuchillo en alto, temblando con tanta fuerza que se sorprendió de que no se le cayera el cuchillo de las manos. Él siguió avanzando, cada vez más furioso.

—¡Quédate ahí, Cazador! ¡Te lo digo de verdad! ¡Ya ha pasado suficiente! No dejaré que vuelvas a hacerle daño, ¿me has oído?

La rabia de Cazador se multiplicó. ¿Después de todo lo que había hecho, se atrevía a acusarle de hacer daño a Amy? Caminó más despacio. Había esperado que le desafiase. En vez de eso vio que Loretta temblaba, con tanto miedo que apenas podía mantenerse en pie. Se detuvo y la observó. Por muy furioso que estuviese, no era ciego. No tenía ni idea de por qué intentaba escapar, pero fuera cual fuera la razón, la mujer estaba tan asustada que no se podía razonar con ella.

—Ojos Azules…

—No me llames así. Mi nombre es Loretta. No puedes engañarme más con tus nombrecitos y tus maneras amables. Sé la verdad.

Cazador se quedó pensando un momento.

—Me dirás esa verdad, ¿eh?

Las lágrimas llenaron sus ojos.

—¡Detente! Detente, ¿me oyes? Lo sé, Cazador. Lo sé todo, por qué me enseñaste el camino para volver a ti, por qué me dejaste un caballo y el medallón. ¿Cómo has podido? ¿Cómo has podido? —Él la miró fijamente, y ella enarboló el cuchillo—. ¡No lo hagas! Te mataré, ¡lo haré! —Tragó saliva, fijándose en Antílope Veloz, y después volviendo a mirar a Cazador—. ¡Dijiste que eras mi amigo! Y, que Dios me ayude, ¡yo te creí!

Cazador extendió una mano.

—No des manotazos al aire, Ojos Azules. La hoja es larga. Vas a cortarte.

—A ti voy a cortarte, ¡miserable!

Cazador se cruzó de brazos y la miró sorprendido.

—Te traje a la niña. ¿No está bien eso?

—¿Te fue difícil encontrarla? —gritó ella—. ¿Dónde acordaste con Santos para encontraros? —Torció la cara—. Dejaste que violaran a una niña de doce años. ¡Doce años, Cazador!

Cazador miró primero el cuchillo y después a ella. Alguien le había estado contando mentiras, y tenía una ligera idea de quién podía haber sido.

—Santos está muerto.

—¡Mientes!

—No miento. Este comanche lo mató.

—Amy dice que la cogiste y saliste de allí a caballo. Que Santos te llamó su buen amigo.

—Esas fueron sus palabras, no las mías. Yo volví después, cuando Aye-mee dormía. Ella no lo sabe, ¿eh? La cabellera está en mis alforjas.

Él se acercó a ella, atento al más mínimo movimiento. Ella levantó más el cuchillo.

—¡Atrás! —gritó.

—Voy a acercarme. Elige bien el objetivo, Ojos Azules, y mete la hoja hasta dentro. Solo tienes una oportunidad. —Cuando estuvo a solo un brazo de distancia, arremetió contra él con el cuchillo fijo en el pecho. Cazador esquivó el golpe, tragándose una ira fría que le paralizaba la mente. ¿De verdad intentaba matarle? Por muy asustada que estuviese, le costaba aceptar que podía hacer algo así, y no podía creer lo mucho que este pensamiento le dolía. Le quitó el arma de la mano y se la tiró a Antílope Veloz. Quería sacudir a Loretta hasta que le rechinasen los dientes. Después de todo lo que había hecho, ¿cómo se atrevía a comportarse así?

—Lleva a Aye-mee a la tienda de mi madre, Antílope Veloz.

Loretta trató de apartarse de él, rodeando a la inconsciente Amy con los brazos para que él no la tocara.

—¡No! Aléjate de ella. Se queda conmigo.

—No esta noche —gruñó Cazador—. Tienes una promesa que cumplir, ¿lo recuerdas?

Ella se encogió al sentir la mano que él le tendía.

—Al diablo con nuestra promesa, ¡animal! Moriré antes de dejar que me pongas tus sucias manos encima.

—Entonces canta tu canción de muerte.

Con esto, cogió a Loretta de la muñeca y tiró para ponerla en pie. Después la arrastró detrás de él hasta el caballo.