32. SOLA
Me incorporé y me quedé sentada, atenta al menor ruido.
De un momento a otro esperaba escuchar una voz a lo lejos gritando «Claaaaraaaa». Pero la voz no llegaba y solo se oía el inquietante sonido de las hojas azotadas por el viento. La humedad del suelo me estaba traspasando el pantalón y estaba empezando a quedarme helada.
No podía volver, no podía moverme de ahí. Era como si estuviera sentada en un campo imantado. La Tierra me atraía hacia ella con tanta fuerza que parecía que iba a tragárseme y llevarme hasta ese núcleo donde había intentado en vano enterrar la verdad.
Además, seguro que mis profesores estaban a punto de venir a por mí. En cualquier momento llegarían. Seguro.
Pero allí no aparecía nadie.
Estaba SOLA, más sola de lo que había estado nunca en la vida.
¿Cómo podía ser? ¡Tenían que estar buscándome! Los profesores, Pinilla, todos mis compañeros, ¡la guardia civil!, ¡la brigada de rescate!, ¡los helicópteros de salvamento!, ¡¡la legión!!, Lucas…
Lo único que explicaría que no estuvieran buscándome era que hubiera sucedido algo más gordo. Pero ¿qué puede haber más gordo que un alumno perdido? Y entonces mi cerebro, antes de que pudiera taparle la bocaza, soltó: «Un alumno muerto».
Y ya estaba empezando a imaginarme a Lucas asesinado por el loco de Unai, cuando lo oí.
No el grito de «Claaaaraaaa», no a Lucas Falcón. Oí al auténtico halcón. Lancelot.
¿Sabes cómo suenan los fuegos artificiales antes de estallar? ¿Sabes ese sonido agudo que acompaña a la luz que culebrea rápida en dirección al cielo? Pues así sonaba el grito de Lancelot. Como una advertencia de que algo estaba a punto de estallar.
Y estalló.