18. CÓMO ABLANDAR UN CUSCURRO
(Y CÓMO ENDURECERLO DESPUÉS)
Unai va por libre. No sé si no se entera o es que se hace el tonto. Daba igual que yo me frotara la cabeza, daba igual que pusiera una inconfundible cara de no-tengo-ganas-de-hablar-contigo-ni-con-nadie-pero-contigo-menos-aún; él siguió ahí.
–A mí me gusta Natalia –dijo.
Yo me le quedé mirando alucinada. Unai jamás había contado nada parecido. La verdad, nunca me había planteado que pudiera tener ninguna aspiración de ese tipo. Y menos con Natalia.
–Sí, ya sé que juega en otra liga –siguió diciendo, como si adivinara mis pensamientos–. En la tuya. En la de Lucas.
Su tono era frío como un cubito de hielo, pero como su camiseta era negra y como se trataba de Unai, deduje que lo decía con pena, con la poca pena que le queda por exhibir a un chico que lleva más de diez años vistiendo de negro.
Yo sí que no lo puedo evitar: la pena me ablanda. Soy dura y crujiente como un cuscurro de pan, pero ante la pena me ablando como un bocadillo metido en una bolsa de plástico. Y por eso, aunque estaba enfadada con él, le dije:
–Pues no sé qué le ves.
Ya, quizá no te parezca una frase tan pan-blando, pero hay que saber leer entre líneas, hombre. Y lo que le estaba diciendo a Unai, y se lo decía de corazón, es que Natalia no valía la pena, su pena. Literalmente.
Pero se ve que Unai estaba decidido a enfadarme del todo. ¿No fue y me dijo?:
–Pues yo no sé qué le ves a Lucas.
Sin pensarlo, se me apareció en la cabeza su sonrisa desarmante.
–Además de esa sonrisa –adivinó Unai.
Entonces pensé en sus ojos.
–Y de los ojos –dijo Unai.
Ahí lo que pensé fue: «Unai, ¿quién te ha dado permiso para meterte dentro de mi cabeza?». Pero solo dije:
–Vete a la mierda.
(Perdón.)