25. DISTANCIA DE SEGURIDAD
Aunque se me había quedado corto, me puse el pijama azul que me regaló la abuela y me acosté más pronto que nunca. Pero no lograba dormir. Me desperté ochenta veces, y cada vez que abría los ojos miraba el móvil. Pinilla me escribió antes de acostarse. Me mandó un montón de dibujitos tontos que me hicieron reír a mi pesar, y me preguntó si estaba bien. Que si estaba bien, preguntaba.
Que si estaba bien…
Eso mismo me preguntaría Unai al día siguiente.
–Garza, ¿estás bien?
Me resistí un poco a ir a clase. Era verdad que me dolía la cabeza. Pero no tenía fiebre, y mi madre me dijo que andando. No tuve fuerzas ni para insistir en lo fatal que estaba. ¿Cómo explicar que el aire no te llega a los pulmones, que tienes un nudo permanente en la garganta, que te pasa todo y no te pasa nada, porque no tienes gripe, no tienes varicela, no tienes anginas? ¿Qué ocurre cuando el dolor es solo dolor y no lo cura un médico? ¿Qué puedes hacer cuando lo que sufres no es una enfermedad sino un trabalenguas: que quien quieres que te quiera no te quiere como quieres que te quiera?
Cuando vino Pinilla a buscarme, le dije que se adelantaran, que aún no estaba lista. Era verdad, pero es que además no me apetecía hablar.
Fui arrastrando los pies y cuando llegué al colegio, con el tiempo pegado, vi a todo el mundo esperando delante del aparcamiento. Solo entonces me acordé: las malditas rapaces.
Entré la última en el autobús. Nada más subir, mi radar especial detecta-personas-que-me-hacen-sentir-desgraciada localizó a Lucas y a Natalia. Estaban casi al final del autobús. Lucas, en el pasillo; Natalia, a su lado, en el lado de la ventana.
Luego, mi radar ordinario detecta-sitios-libres encontró el único asiento que no estaba ocupado. Mejor dicho, el medio asiento. Había pasado lo que pasa el 98% de las veces: que Unai se queda solo. Es una cuestión práctica. Unai solo ya ocupa asiento y medio.
–Hola, Garza.
–Hola, Garzón.
Cuando me dejé caer en mi medio asiento, Unai intentó aplastarse contra la ventana para dejarme más sitio.
Y ahí estábamos, intentando no rozarnos, cosa un poco difícil cuando estás con alguien que tiene la envergadura inevitable de una ballena. De hecho, tenía mi muslo comprimido contra su muslo, así que inicié una discreta maniobra de retirada de piernas hacia el pasillo. Y cuando ya había conseguido completar la maniobra, casi me da la risa al ver en la carretera un cartel que decía: «Mantenga la distancia de seguridad».