Capítulo 23

Casey no había estado tan nerviosa desde los primeros días después del accidente, cuando Caroline se debatía entre la vida y la muerte. Una voz en su interior le decía que ahora las cosas no eran muy diferentes. Caroline siempre se las había apañado para salir adelante. En contra de las expectativas de los médicos, había permanecido viva durante tres largos años. Un poco más de tiempo no haría daño a nadie. Un poco más de tiempo, y tal vez consiguieran encontrar una cura; algo que la hiciese despertar, que curara los daños cerebrales. Algo. Cualquier cosa.

Casey no quería que el miedo la dominase. Sin duda, no había perdido la esperanza. Pero todas las vocecitas del mundo no lograrían calmarla. La violenta muerte de Darden ese mismo día no ayudaba.

Jordan conducía. Casey iba sentada en el asiento del acompañante. Meg se deslizó en el asiento trasero sin dar tiempo a que cualquiera de los dos le dijese que se quedara en casa, aunque Casey no lo habría sugerido. Se sentía invadida por una sensación de profundo terror, pero era diferente del vacío con que había convivido durante esos tres años. Tener a alguien a su lado, al parecer, la ayudaba.

Recorrieron el trayecto en silencio y llegaron pronto a Fenway. Casey se encontró en la segunda planta con el médico de guardia. Tenía un aspecto sombrío.

- Francamente, me sorprende que aún siga con nosotros -dijo con un hilo de voz mientras recorrían deprisa el pasillo-. Estos ataques son más fuertes que los que había sufrido hasta ahora. Siguiendo sus indicaciones, no hemos realizado ninguna acción invasiva, aunque la hemos sedado. El ataque ya ha pasado, pero ha sido mucho más largo en esta ocasión. Eso supone un peligro adicional.

Casey se hacía a la idea. Sabía lo suficiente de medicina y sus efectos. Aun así, preguntó:

- ¿Qué clase de peligro?

- Su sistema se está deteniendo. Si lo hace aún más por la medicación, morirá.

- Pero si no se frenan los ataques, morirá igualmente.

- Sí, pero preferimos que tenga una muerte «dulce», por llamarla de algún modo.

- Por eso la han sedado.

- Sí.

Ann Holmes estaba con Caroline, lo que tranquilizó a Casey en parte. De todas las enfermeras, ella era en la que más confiaba. Cuando entraron en la habitación, estaba ajustando una de las dos tiras que sujetaban el gota a gota. El tubo de oxígeno estaba en su lugar. Oyó los pitidos del monitor cardíaco.

A pesar de su respiración sonora y áspera, Caroline tenía el mismo aspecto que por las noches: estaba de espaldas, con los ojos cerrados, la boca entreabierta y las manos sobre las sábanas. Los únicos signos de una alteración reciente eran su pelo y la ropa de cama, ambos revueltos.

Casey se acercó a Caroline y le acomodó algunos mechones detrás de las orejas. Cogió la mano de su madre y la presionó contra su corazón. No habló. Tenía un nudo en la garganta debido a la emoción.

- Ha sido un momento duro para ella -dijo Ann suavemente.

Casey asintió.

- Las enfermeras intuimos cosas -prosiguió Ann-. No podemos decir cómo o por qué, pero, más allá de los cambios físicos, sabemos cuándo un paciente como Caroline trata de decir algo. Tienes que ayudarla, Casey. Tienes que hacerle saber que está bien.

A Casey se le encogió el corazón.

- Está preparada -susurró Ann.

- Yo no -repuso Casey. Le habían avisado sobre ese momento. Había pasado por los pasillos en los que había pacientes que se aproximaban a la muerte, había visto las cosas que hacían, las cosas que necesitaban; y se habría sentido preparada si hubiese sucedido un mes o dos después del accidente. Se había dicho a sí misma que la recuperación era solo cuestión de tiempo. Había elegido vivir con esperanza.

Ahora Ann le decía que había llegado el momento de dejarla partir. ¿Cómo aceptarlo?

- ¿Está dormida? -susurró Meg por encima del hombro de Casey.

Casey se aclaró la garganta.

- A su modo -contestó.

- ¿Sabe que estás aquí?

- Mmm -murmuró Casey de forma elusiva, pero después, sin mirar a Ann, admitió-: No estoy segura. Probablemente no.

- ¿Por qué hace ese ruido?

Casey miró a Jordan. Estaba a los pies de la cama, como un reconfortante pilar. Sacó fuerzas de ello y le dijo a Meg:

- No tiene fuerzas para aclararse la garganta -dijo-, así que se le acumulan las flemas.

- ¿Sufre?

- No.

- Me alegro. -Meg permaneció unos minutos en silencio, después añadió-: Es muy guapa.

Casey sonrió. El nudo de su garganta creció otra vez. Asintió. Sí, Caroline era muy guapa. Siempre lo sería en la mente de Casey.

Tomó la mano de su madre, extendió la muñeca y enderezó los largos dedos uno a uno. Los entrelazó con los suyos, y volvió la mano de Caroline hacia arriba. En ese proceso, observó la parte interior del brazo. Era más oscura que la parte exterior.

Miró alarmada a Ann, que explicó:

- Es por la circulación sanguínea.

Lo que no dijo fue que no era un buen signo, pero la expresión de pesar de su rostro fue lo bastante explícita; y, además, Casey sabía lo que significaba. Más allá de todo lo que le habían explicado al principio, había leído casi todo lo que se podía leer acerca de las complicaciones y signos y prognosis de quienes estaban en la situación de Caroline.

Todo señalaba hacia un punto. Casey se sintió abrumada al admitirlo. Frotó el brazo de Caroline, pensando que quizá así ayudase a la circulación. Sabía que no serviría, pero necesitaba hacerlo de todos modos.

- ¿Se despertará? -preguntó Meg.

Casey deseaba decir que sí. Lo deseaba con desesperación. Pero no pudo decirlo.

Jordan miró a Casey a los ojos. Hizo un gesto apenas visible, preguntándole si quería que sacase a Meg al pasillo. Casey negó con la cabeza. No le importaba que Meg estuviese allí. Al igual que Jordan, era un recordatorio de su vida actual, y ello la ayudaba a mantenerse aferrada a la realidad. Con toda probabilidad, era lo que más necesitaba.

- Espero que se despierte -añadió Meg-, pero no tiene buen aspecto.

Dos horas más tarde Caroline no parecía estar mejor. Su respiración se había hecho incluso más sonora. En cuanto el doctor succionaba las flemas, estas eran reemplazadas por otras. Le levantaron un poco más la cabeza, sin efectos visibles. De igual modo, ni las caricias y friegas de Casey, ni sus suaves palabras, parecían provocar nada.

Nunca se había sentido tan frustrada. Ver a Caroline como lo había hecho esos tres años había sido duro, pero sentarse allí sin poder hacer nada mientras su salud se deterioraba por momentos le producía un dolor profundo.

Meg estaba dormida en una silla. Jordan se hallaba cerca de Casey, que permanecía sentada en el borde de la cama, al lado de Caroline.

- Tal vez deberías llevar a Meg a casa -sugirió en voz baja-. Necesita dormir. Y tú también.

- Y tú.

Con una triste sonrisa, Casey miró a Caroline.

- Es como después del accidente. Me pasaba las horas sentada aquí, esperando que algo ocurriese. Dormía y me despertaba en la silla. Ahora también podría hacerlo. No soporto la idea de dejarla sola.

- Te llamarán si se produce algún cambio.

- Lo sé. Pero sigo estando a diez minutos de distancia. Estoy más cerca de mi apartamento. -Esbozó una sonrisa-. Hace dos semanas, el apartamento era mi hogar. ¿Cómo es posible que todo haya cambiado tan rápido?

Él no respondió, se limitó a deslizar una mano entre las de Casey.

Entonces a esta se le ocurrió una idea. Contuvo la respiración y alzó la cabeza.

- Oh. Vaya. -Miró a Jordan-. Todos estos meses, pensaba que si mi madre mejoraba, encontraría la forma de llevármela a casa conmigo. Apenas tenía espacio. Ahora lo tengo. Quiero enseñarle dónde vivo.

- No puede verla -le recordó Jordan.

La idea, sin embargo, había tomado cuerpo.

- Tal vez no, pero ¿qué importa eso? Lleva tres años tumbada aquí. Tal vez ese sea el problema. Tal vez necesita un cambio de escenario para que sepa que todavía existe el mundo ahí fuera. Hay muchas habitaciones en la casa. Estará tan cómoda allí como lo está aquí. Por lo que cuesta esto, puede tener una enfermera en casa. -Sopesó las posibilidades-. Podré verla entre paciente y paciente. Estaré a su lado si ocurre algo. Sentiré que soy útil. -Tuvo otra idea, y añadió con una sonrisa-. ¿No es un acto de justicia? Connie me dejó la casa, pero a ella no le dejó nada. Creo que sería justo que Caroline viese la casa. Que se quedase allí. Que hiciese uso de ella.

- ¿A ella le gustaría?

- Si no le gusta -repuso Casey en tono desafiante-, dejemos que abra los ojos y me lo diga.

El traslado se produjo a la mañana siguiente, temprano. Una ambulancia llevó a Caroline a Beacon Hill, donde la esperaban Casey, Jordan, Meg y la enfermera privada. En muy poco tiempo, instalaron a Caroline en el enorme dormitorio de Connie. Casey no la habría puesto en ningún otro lugar.

Angus pareció agradecerlo. Tras esconderse detrás de las cortinas hasta que cesó toda actividad, se aventuró con cautela y se aproximó a la cama. Saltó encima de esta y olisqueó un costado de Caroline y luego el otro. Después, sin que le preocupase que no se tratase de Connie, se hizo un ovillo a sus pies y se durmió.

Esas fueron las buenas noticias.

Las malas, que Caroline no dio signo alguno de que fuese consciente del traslado. Si movió los ojos no fue a modo de respuesta ante algún estímulo. Sus manos yacían inertes. Ni siquiera tosía, solo respiraba ruidosamente.

Casey culpó de todo ello a los sedantes que le habían administrado, pero no se atrevió a pedirle a la enfermera que dejase de suministrarle la medicación. Tampoco se lo pidió al médico cuando pasó por allí al mediodía. La alternativa eran los ataques, le habría dicho. Nadie quería que eso sucediese, y menos que nadie Casey. No quería tentar al destino. Estaba cansada de hacerlo.

Por otra parte, sus emociones habían dado un interesante giro. La sensación de triunfo que imaginaba que le aportaría el hecho de llevar a Caroline a la casa de Connie no se materializó. En su lugar, experimentó una extraña satisfacción. Lo que Casey sentía -por absurdo que sonase- era una profunda paz.

El traslado había sido acertado. Su corazón lo sabía. Al llevar allí a Caroline, Casey cerraba el círculo de su propia vida.

Seguía asustada, pero el miedo estaba bajo control, al menos lo bastante como para visitar a sus pacientes, y aconsejarles. Sí, un extraño habría dicho de ella que era fría y carecía de sentimientos al trabajar mientras su madre estaba tumbada inconsciente en un dormitorio de la planta de arriba. Pero un extraño no había estado en la piel de Casey durante los últimos tres años.

Sin embargo, había extraños que sí habían pasado por lo mismo que ella. Casey era una de los miles de personas que pasaban las noches en vela por un ser querido en estado de coma durante un largo período de tiempo. Como había hablado con unos cuantos y había leído las historias de otros muchos, sabía que la supervivencia para aquellos que observaban y esperaban requería que llevasen una vida lo más normal posible. Al igual que no le habría sido posible pasar todo el tiempo de los últimos tres años junto a Caroline, tampoco iba a hacerlo ahora. Su madre no lo habría querido. Caroline era una mujer pragmática. Habría respetado la necesidad de Casey de ocuparse de sus pacientes.

Uno de esos pacientes era Joyce Lewellen. Pero fue una Joyce diferente la que entró desde la sala de espera. Esta Joyce tenía color en las mejillas y andaba con seguridad. Parecía como si le hubiesen quitado un gran peso de encima.

- ¿Y bien? -la invitó a hablar Casey con una sonrisa expectante mientras tomaban asiento.

- Hemos perdido -dijo Joyce.

Casey esperaba oírle decir que habían ganado. Una expresión de sorpresa suplantó a la sonrisa.

- El juez falló en nuestra contra -le explicó Joyce-, pero ocurrió algo muy extraño. Quería ganar. Usted sabe lo mucho que lo deseaba. No dormí la noche del jueves. Estaba hecha un manojo de nervios, esperando en el despacho del abogado a que llegase la decisión. Cuando llegó, él la leyó primero y después me la leyó a mí. A continuación dejó el papel sobre la mesa y… ya está… se acabó. Lo que quiero decir es que pasaron por mi mente todas las cosas que usted me había dicho y, de repente, tuvieron sentido. Lo intenté. Nadie puede decir que no lo hice. Intenté encontrar un responsable de la muerte de Norman. Pero no lo conseguí. Los médicos hicieron lo posible por salvarlo. De acuerdo, tal vez deberían haber supuesto que reaccionaría de manera adversa a la anestesia. Tal vez algo en el historial médico de Norman debería haberles dado una pista. Pero no fue así, y después de lo ocurrido intentaron salvarlo por todos los medios. No estoy diciendo que me sienta feliz. Mis hijas no podrán estar con él, y yo sigo sola. Pero estoy satisfecha con la decisión del juez. Hice cuanto pude. Ganar o perder… Al menos lo intenté.

Satisfacción. Casey había utilizado la misma palabra para describir cómo se sentía respecto a que su madre estuviese allí con ella, en casa de Connie. Su situación no era mejor que la de Joyce. Caroline continuaba en estado vegetativo. Pero Casey había hecho algo al llevarla allí. Igual que Joyce había hecho algo llevando la causa a los tribunales.

- Usted se sintió desamparada cuando Norman murió -dijo Casey, que también se sentía de ese modo.

- Mucho. Nuestro matrimonio no era perfecto. Ya le he hablado de eso. Pero era bueno conmigo y, sin duda, era bueno con las niñas. Sentía que tenía que intentarlo por él, que se lo debía.

- La semana pasada, estaba muy enfadada.

- Lo sé.

- ¿Está enfadada ahora?

- Usted me dijo que lo dejase ir.

Así era. Al pensar en ello, Casey se puso en pie, fue hasta el escritorio y sacó dos dulces del cajón. Le dio uno a Joyce, desenvolvió el otro y se sentó otra vez en la silla. Se lo llevó a la boca y tiró el papel. Volvió a mirar a Joyce y, con delicadeza, repitió la pregunta:

- ¿Está enfadada ahora?

Joyce se tomó su tiempo para responder.

- Si lo intento, conseguiré salir adelante. La burbuja ha estallado y me siento aliviada. Si pudiese resucitar a Norman, lo haría, pero no puedo. Estuve allí durante la vista del caso. El juez parecía inteligente, y una persona justa. Ahora ya ha tomado su decisión. Me ha quitado la responsabilidad.

Casey envidiaba a Joyce. Deseaba tener un juez que la liberase de la responsabilidad; alguien que tomase una decisión de manera definitiva, y que le dijese que la hora de Caroline había llegado. Caroline se estaba apartando de ella. La pregunta era si debería dejarla ir.

Caroline nunca estaba sola. Cuando Casey no estaba con ella, era la enfermera la que le hacía compañía, y cuando la enfermera se tomaba un descanso, Meg permanecía junto a Caroline, sentada en el borde de la cama, con la mano de Caroline entre las suyas, cantándole en voz muy baja. A media tarde, Brianna solía pasar por la casa. También lo hacían Jenna y Joy y otros amigos de Casey, así como dos compañeros de la clase de yoga, unos cuantos amigos de Caroline de Providence, y Emily.

Jordan entraba y salía a lo largo de todo el día. En un momento dado, cuando Casey dijo con ilusión que le gustaría llevar a Caroline al jardín, tomó cartas en el asunto y llevó el jardín hasta la habitación de Caroline. Llenó jarrones con viburnos, campanillas, lilas y lirios. Le llevó las primeras peonías, así como minutisas y corazoncillos. A última hora de la tarde, la habitación de Caroline olía tanto como el jardín.

Por la noche temprano, Casey se quedó a solas con Caroline, maravillada con las flores, cuando alguien llamó suavemente a la puerta abierta del dormitorio. Ruth Unger estaba al otro lado, con un aspecto mucho menos confiado del que había mostrado en su propia casa el viernes anterior, insegura del recibimiento que recibiría, respetando la frontera que suponía el umbral.

Casey estaba aturdida. Se habría sentido indecisa -podría haber recordado que Caroline tal vez no quisiese tener cerca a la mujer de Connie-, de no haber pasado un poco de tiempo con Ruth tres días antes. Contra lo que había esperado, Ruth le había gustado entonces, y al verla se sintió conmovida.

Con una sonrisa vacilante, hizo un gesto de que entrase en la habitación.

- No estaba segura… -dijo Ruth, deteniéndose al acercarse a la cama y mirar a Caroline. Parecía realmente apenada.

- ¿Cómo sabía que estaba aquí? -preguntó Casey.

- Llamo a la clínica todos los lunes.

Casey no lo sabía. Nadie en la clínica se lo había dicho. Por descontado, ella tampoco lo había preguntado.

- ¿Por qué… ha estado llamando?

- Para saber cómo se encontraba -explicó Ruth mirando fijamente a Caroline-. No creía capaz a Connie de coger el teléfono y llamar, pero me sentía en la obligación de averiguar si se había producido algún cambio.

- ¿Las flores eran cosa suya?

- No. Eso lo hacía Connie por su cuenta. -Ruth hizo una pausa y sonrió, cohibida-. Imaginé un montón de veces que me cruzaría con ella por la calle, pero nunca que nos conoceríamos así.

- ¿Qué importancia habría tenido? -preguntó Casey sin amargura. Por mucho que lo deseaba, no podía sentir ira hacia Ruth-. Usted tenía a Connie.

- Sí, lo tenía. Y me amaba a su manera. Pero ella era parte de su vida.

- Una noche. Eso es todo.

- Una noche, una hija -la corrigió Ruth, y sus palabras resultaron, nuevamente, conmovedoras. Ruth no tenía motivo alguno para hacer que Casey se sintiese mejor. Pero lo había hecho el viernes y volvía a hacerlo en ese momento.

- Vale -susurró Casey, y lo dejó estar.

- He visto a Jordan abajo -dijo Ruth-. Me alegra que esté aquí.

- ¿Conoce a Jordan?

- Sí. Jordan y yo tenemos algo en común, y no me refiero a Connie.

Casey reflexionó durante unos segundos y, finalmente, dijo:

- El arte.

- Nos hemos ido viendo en exposiciones, incluso antes de descubrir que teníamos esa otra conexión. Él tiene mucho más talento que yo, por descontado.

- Quizá él no opine lo mismo.

- Porque es un caballero -repuso Ruth, y añadió-: He traído la cena. Coq au vin. Meg lo está calentando.

- Ha sido muy amable de su parte.

- Ojalá pudiese hacer algo más.

- Lo que ha hecho ayuda…, y no me refiero solo a la intención. Lo valoro mucho.

- Si sucediese algo, me gustaría que me llamases.

Casey sonrió.

- Lo haré -le prometió con sinceridad.

Ruth asintió. Siguió observando a Caroline todavía un rato más. Después apretó el hombro de Casey.

- ¿Me harás saber cómo va todo?

La respiración de Caroline empeoró. Cuando la enfermera la colocó de costado, Casey estaba allí, y la ayudó a hacerlo, intentando que expectorase para que respirara mejor.

- Vamos, mamá. Puedes hacerlo. Hazlo por mí.

Pero Caroline no respondió. Cuando la colocaron medio sentada, el sonido era peor que nunca. La frase «estertor de muerte» se repetía una y otra vez en la mente de Casey. Cada vez que surgía, ella la apartaba de su pensamiento. Pero regresaba.

Incluso Meg apreció el cambio. Estaba en el lado de la cama opuesto al que se encontraba Casey, y no apartaba la vista de Caroline.

- Es como si tratara de decirte algo y tú no pudieras oírlo, así que habla cada vez más fuerte. ¿Qué estará intentando comunicarte?

Casey temía saberlo. Se inclinó hacia su madre y le dijo en tono suplicante:

- Háblame, mamá. Dime cómo te sientes. -Al no obtener respuesta, insistió-: Solíamos hablar, tú y yo. ¿Recuerdas cómo lo hacíamos, no antes del accidente, sino después? Me hablabas, mamá. Te oía con toda claridad. Oía tus pensamientos.

- ¿Puede oírla alguien más? -preguntó Meg.

Casey sonrió con tristeza.

- No. Pero nadie más sabía que estaba lo bastante bien como para pensar.

- ¿Y si en realidad eras tú la que pensaba sus pensamientos?

Casey se echó hacia atrás. Se puso más recta. Si la cuestión era mantener los pies en la realidad, Meg había hecho la pregunta adecuada… Lo que además constituyó una lección de humildad, una dosis de pragmatismo en sentido estricto. Meg no era psicoterapeuta, de hecho no tenía estudios más allá del instituto. Pero había pasado por una crisis emocional y una terapia intensiva, y había salido de ellas como un ser humano totalmente funcional. Eso le aportaba cierta credibilidad.

De repente, Casey sintió curiosidad.

- Háblame de Pete -pidió.

Meg pareció sorprendida, pero solo por un instante.

- ¿Qué… debería decir?

- ¿Era real?

- En mi mente, sí, pero no era verdaderamente real.

- ¿Tuviste amigos imaginarios cuando eras niña?

Meg negó con la cabeza.

- ¿Fuiste consciente cuando lo viste por primera vez de que se trataba de una invención?

Meg reflexionó. Cuando finalmente respondió, su voz sonaba intranquila.

- Me gustaría responder que sí. De ese modo no parecería tan loca.

- Meg, yo mantengo conversaciones con mi madre -confesó Casey con descaro-. ¿Acaso es muy diferente?

- Lo es -repuso Meg-. Tú no actúas según lo que imaginas.

- Sí lo he hecho. Planeé un viaje una vez. Reservé dos pasajes en un crucero para Alaska.

Meg parecía más calmada.

- Durante todo el tiempo que Pete estuvo conmigo, creí que era real. En serio. Lo que no sabía era si se quedaría. Estaba segura de que llegaría a casa y descubriría que se había marchado. No podía creer que quisiera estar conmigo.

Casey había leído sobre eso en el manuscrito.

- ¿Cuándo descubriste que te lo habías inventado?

Meg reflexionó sobre la pregunta.

- Creí que lo había descubierto cuando estaba en el hospital. Cuando llegué allí, dudaba. A veces pensaba que vendría a buscarme. Otras veces, sabía que no lo haría. No podía hacerlo.

Casey intuyó que la respuesta sería más larga. Esperó.

Al cabo, con un hilo de voz, Meg prosiguió:

- ¿Cuándo pensé por primera vez que era fruto de mi imaginación? Fue cuando salí del estanque y me oculté en el bosque. Lo que quiero decir -añadió súbitamente excitada- es que se suponía que teníamos que ir juntos a un buen sitio. Me llevó allí. Yo buceé y buceé, pero no logré quedarme en el fondo.

- ¿Creíste que se había ahogado?

- No. Pete no podía ahogarse. Era muy fuerte, y buen nadador. -Consciente de su arrebato, Meg sonrió, avergonzada-. Bueno, imaginaba que lo era. Pero entonces no volvió a salir a la superficie. Empecé a sentirme cansada, él no estaba allí para ayudarme a permanecer bajo el agua, y yo no podía hacerlo por mi cuenta. Cuando salí del estanque, él no apareció detrás de mí. Y entonces me sentí sola, como siempre lo había estado.

Casey pensó en las últimas veces que había intentado hablar con Caroline pero esta no había respondido. También se había sentido sola en esas ocasiones. Al pensar en su soledad actual, sin embargo, el dolor ya no era tan agudo.

- ¿Te sentías sola en el hospital?

- Al principio, sí -respondió Meg-. No conocía a nadie. Pero todos eran muy buenos conmigo. Querían ayudarme. Nunca nadie había querido ayudarme antes. Bueno, sí. Miriam. Pero ella no era como Pete.

- ¿Alguna vez piensas que volverás a ver a Pete, en una tienda, o en la calle?

- ¿Cómo podría? No existe. Yo lo inventé, porque lo necesitaba con desesperación.

- ¿Lo echas de menos?

Meg iba a negar con la cabeza, pero se detuvo. Nuevamente avergonzada, dijo:

- A veces. Me quería.

Casey sintió compasión por ella. Rodeó la cama y la abrazó.

- Ahora hay más personas que te quieren -dijo-. Eres adorable.

- Ya sabes a qué me refiero -murmuró Meg.

Casey lo sabía. Había leído Soñando con Pete. La clase de amor que Jenny había encontrado en Pete era algo más.

- Pero se trataba de un juego -dijo Meg suavemente-. Lo sé.

Casey la apartó un poco de sí y estudió su rostro. De nuevo llevaba menos maquillaje; sus pecas eran pálidas pero visibles. Asimismo, con el aclarado del tinte color castaño su pelo volvía a tener más su tono rojizo natural.

- Un juego de la mente -prosiguió Meg, en tono más firme-. Necesitaba que alguien me sacase de allí. No quería vivir si tenía que quedarme con Darden. Estaba desesperada, así que jugué. Eso fue lo que aprendí en el hospital.

- ¿Lo crees?

- Sí. ¿Tú no?

Casey asintió. Conocía ese tipo de juegos. Se denominaban psicosis. Algunos eran breves, otros prolongados. Algunos debilitaban, otros no. Jenny desarrolló una psicosis como respuesta a un estrés profundo producido por el regreso de Darden, que llenaría nuevamente su vida de horror. Una vez que hubo cambiado la situación, fue tratada con éxito.

- ¿Así es como te sentías cuando empezaste a oír hablar a tu madre? -preguntó Meg.

Casey la miró con expresión interrogativa.

- ¿Desesperada? -apuntó Meg-. ¿Como si necesitases esos juegos?

Casey se sentó con las piernas cruzadas sobre la cama. Se había puesto el camisón, pero no había dormido más que unos pocos minutos. Era la una de la mañana. Había enviado a la enfermera a la cocina y estaba sola vigilando a Caroline.

No, no estaba sola. Angus se encontraba con ella, aovillado a los pies de Caroline. Permanecía prácticamente inmóvil desde que ella había llegado.

Jordan cruzó descalzo la alfombra.

- Eh -susurró, y frotó con delicadeza el cuello de Casey con la palma de mano. Fue un pequeño gesto, increíblemente tierno, sorprendentemente tranquilizador-. ¿No puedes dormir?

Ella sonrió, negó con la cabeza y buscó su mano.

Él miró a Caroline.

- Su respiración suena…

- Mal. -Casey no podía engañarse al respecto.

Jordan se llevó su mano hasta los labios, la besó, y después la llevó hasta su pecho y la dejó allí.

- ¿De qué tienes miedo? -le preguntó-. ¿Qué es lo que más te preocupa?

Casey no tuvo que pensarlo mucho. Llevaba toda la noche haciéndose la misma pregunta.

- Estar sola. No tener a nadie en quien apoyarme en la vida. No siempre hemos estado de acuerdo, pero siempre he sabido que podía contar con ella. Es mi madre. No estoy segura de que exista amor más incondicional que el de una madre. Algunos de mis pacientes nunca lo han experimentado y eso los mortifica. Otros lo han sentido y lo han perdido siendo muy jóvenes. Yo tengo treinta y cuatro años. Debería estar agradecida por haberla tenido todo este tiempo. ¿Por qué soy tan avariciosa, por qué quiero más?

- Tú lo has dicho. Es tu madre. Se trata de una relación única.

- Me ha querido incluso en los malos momentos. Me ha querido cuando era una indeseable.

Jordan sonrió.

- No puedo imaginar que alguna vez hayas sido una indeseable.

- Créeme. Lo era. Era inmadura. Era rebelde. A veces era totalmente odiosa.

- Ella debía de saber por qué. Es más fácil sobrellevar ciertas cosas cuando conoces el motivo.

- Es amor incondicional. Yo era su única hija. Tenía montones de amigos, pero solo una hija.

- Hablas en tiempo pasado.

Casey no lo había hecho conscientemente. Observó la cara de Caroline para comprobar si ella también se había dado cuenta.

No se había dado cuenta, por supuesto. Tenía los ojos cerrados, y toda su energía vital estaba concentrada en respirar, en aspirar aire y exhalarlo. Era una lucha creciente, una súplica.

Una súplica. Casey podía sentirlo.

Las palabras de Meg resonaron en su mente. «Es como si intentase decirte algo, pero tú no puedes oírlo, así que habla cada vez más fuerte. ¿Qué estará intentando decir?»

Recordó las palabras de Ann Holmes: «Tienes que ayudarla, Casey. Tienes que hacerle saber que está bien».

- ¿Está bien? -susurró Casey.

Miraba a Caroline, pero fue Jordan quien respondió.

- ¿Lo has dicho en pasado? Si lo has dicho en pasado, está bien. Tú eres la que importa, Casey.

- No -replicó Casey-. No es cosa mía. Tiene que ver con ella. -En cuanto pronunció esas palabras, sin embargo, supo que no eran ciertas. Caroline no podía diferenciar los tiempos verbales. Lo que importaba en ese momento, por egoísta que sonase, era que Casey aceptase la situación. Que hubiese hablado en pasado después de tanto tiempo empleando concienzudamente el presente y el futuro, significaba algo.

A veces, el subconsciente era el primero en enterarse de las cosas.

Pero la conciencia de Casey iba muy por detrás. Sentada en la oscuridad, Casey comprendió de repente que su vida empezaba a cobrar forma. Los finales estaban conectados, había satisfecho las necesidades. Había resuelto asignaturas pendientes entre sus padres, había encontrado un amante muy especial en Jordan, una pariente en Meg, y una inesperada amiga en Ruth. Tenía amigos que la querían y colegas que la respetaban. Tenía aquella casa y un jardín que era un oasis en tiempos tormentosos y una bendición en los buenos tiempos.

«¿De qué tienes miedo? -le había preguntado Jordan-. ¿Qué es lo que más te preocupa?»

«Estar sola», había respondido de inmediato.

De pronto se sintió sorprendida al pensar en ello, pues no estaba sola. Si no lo había entendido antes, lo ocurrido en los últimos días se lo había dejado claro. Estaba rodeada de personas por las que se preocupaba y que se preocupaban por ella. Tenía una vida muy rica.

¿Sola? Sola era un término que había empezado a utilizar sencillamente porque había crecido en un hogar monoparental. Pero nunca había estado realmente sola. Si hubiese sido una de sus pacientes le habría indicado -con delicadeza, sin que sonase agresiva- que utilizaba la palabra «sola» como una excusa para comportarse mal, para sentir rabia e incluso autocompasión.

En ese momento no sentía ninguna de esas cosas. Sentada con Caroline y Jordan, se sentía en paz. La rabia había desaparecido. La amargura había desaparecido. Solo quedaba el miedo.

Su madre le habría dicho que, finalmente, había crecido, y quizá que era lo que había estado esperando, y que por eso había estado ahí esos tres años, viviendo una vida que no merecía llamarse así. Había estado esperando a que Casey encontrase la paz interior por su cuenta, tomándose el tiempo y el espacio que necesitase, lo cual se adecuaba bastante al modo en que Caroline la había criado. Casey había sido una niña con carácter, de ideas propias. Había tenido que cometer sus propios errores y buscar sus propias respuestas. Al fin las había encontrado. Caroline le había ofrecido el tiempo necesario para conseguirlo. Era su último regalo.

Jordan la besó en la frente.

- Mantendré caliente la cama -dijo, como si adivinase sus pensamientos y sus necesidades-. Llámame si me necesitas.

Casey se quedó sin aliento. Sospechó que la repentina oleada de emoción tenía que ver tanto con los sentimientos hacia él como con lo que debía hacer a continuación. Incapaz de hablar, asintió en silencio. Mientras lo miraba salir de la habitación experimentó una sensación de plenitud.

Se le llenaron los ojos de lágrimas, y se volvió hacia Caroline.

- Él es alguien, ¿verdad? -Se las apañó para preguntar con una sonrisa-. ¿Lo ves? No puedes decir nada. Si se tratase de uno de mis primeros novios, me dirías que no lo conozco lo suficiente y que he de ir con cuidado. Pero él es un guardián, ¿no te parece?

Se llevó la mano de Caroline a la boca, la besó y la colocó bajo su mentón. Notaba un nudo en la garganta, pero se forzó a hablar. Las palabras no podían esperar. Era el momento de pronunciarlas.

- ¿Mamá? -susurró-. Quiero que oigas lo que tengo que decirte. Es muy importante. -Hizo una pausa para enjugarse las lágrimas que corrían por sus mejillas. Al sorber, sintió un minúsculo resto de miedo. Una vez que saliesen las palabras, no podría retractarse. Pero era lo que tenía que hacer. Lo sabía-. Está bien, mamá -añadió con cariño-. Puedes irte. Estoy bien. En serio, estoy bien. Puedes irte. Puedes irte.

Con la mano de Caroline apretada entre las suyas, se echó a llorar suavemente. Pero había algunas cosas más que decir. Volvió a sorber y se recompuso.

- Quiero que seas feliz. No quiero que sufras más de lo que tenías que sufrir. Has luchado duro, pero estás cansada, y no puedo culparte por eso. Esto ha ido demasiado lejos. Dejemos que tengas una buena muerte. -Su voz se transformó en un gemido y, de nuevo, lloró. Tardó otro minuto en retomar el hilo, y con la voz ronca prosiguió-: Si has prolongado esto por mi causa, lo siento. -Respiró de forma entrecortada-. No. De hecho, no lo siento. Hace tres años, no estaba preparada. Pero ahora lo estoy. Tú has hecho que resulte más fácil. -Su tono de voz se hizo más claro-. Me alegra que hayas conocido a Jordan. Es el hombre al que estaba buscando, mamá. Estoy segura. ¿Me has oído decir algo así antes? No, nunca. Pero él es solo una de las cosas que van bien en mi vida. -Soltó una risa medio histérica-. O sea, ¿acaso creía que en mi vida las cosas iban mal? No. Pero ahora las piezas han empezado a encajar, y todo está muy bien. -Su voz se quebró, y las lágrimas volvieron a aflorar-. Quiero que las cosas…, también vayan bien para ti. Quiero que te sientas en paz. Te lo mereces. Te quiero mucho.

Llorando en silencio, sacó una toallita de papel de la mesita de noche y la apretó contra su nariz. Se calmó, pero permaneció en silencio. Miró a Angus. Estaba sentado, con sus grandes ojos verdes posados en Caroline. Ella también la miró. Caroline respiraba con mayor facilidad.

Al principio pensó que eran imaginaciones suyas, de modo que aguzó el oído. Le produjo el mismo sentimiento esperanzador.

Casey no deliraba. Las visiones de Caroline recuperándose habían desaparecido. La realidad había ensombrecido esa esperanza. Sin embargo, había surgido una nueva, relacionada con el hecho de morir en paz.

Convencida de que mediante esa respiración más sosegada Caroline le confirmaba que estaba diciéndole aquello que necesitaba oír, Casey prosiguió.

- Has sido una madre increíble. Lo sabía en lo más profundo de mi ser, incluso cuando te odiaba. Siempre has hecho lo correcto, mamá, aun cuando eso significase dar un paso atrás y dejarme meter la pata y después tener que rectificar. Incluso ahora. Has peleado por mí. Creo que sabías que Connie había muerto. Eso fue lo más duro. Pero a pesar de ello seguiste luchando. No te preocupes… -se le quebró la voz-. Está… bien que te vayas. Tienes… que irte.

Lloraba de nuevo, acunándose suavemente, apretando la mano de Caroline contra su boca. No intentó detener las lágrimas. Era el último apoyo físico que su madre podría darle, y lo aceptó con avaricia. El perfume a eucalipto había desaparecido. Casey percibió el último resto.

Al cabo de un rato, el llanto cesó. Con mucho cariño, acarició la frente de Caroline, sus mejillas y su pelo.

- Está bien -susurró-. Yo estoy bien. Sé que no podrás morir mientras yo siga viva. En muchos aspectos, soy tú. Nunca me había dado cuenta. Nunca había querido verlo. Quería ser independiente y hacer las cosas a mi manera, pero a menudo mi manera se parecía mucho a la tuya. Sobre todo en los últimos tiempos. -Esbozó una sonrisa-. Siempre estarás conmigo, mamá. Como los árboles de hoja perenne de Jordan. Todos los años, algo en mi vida florecerá para recordarte. Siempre será diferente, pero estará bien. El amor perdura.

Tras decir esto, Casey se sintió satisfecha. Repentinamente exhausta, se tumbó junto a Caroline, la abrazó, manteniendo su calor, y colocó la oreja cerca del pecho de su madre hasta que dejaron de oírse los latidos.

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