Capítulo 22
Primero llegó Angus. Cuando saltó sobre la cama, Casey despertó sobresaltada. Se tranquilizó deprisa, preguntándose si podría sentarse y acariciarlo sin que la arañase. En ese momento, sin embargo, el gato solo tenía ojos para Jordan. Caminó entre las sábanas, pasó con gracilidad por encima de Jordan, al otro lado de Casey, se volvió y se ovilló. No contento con eso, extendió una de sus garras sobre las costillas de Jordan. Después, regio, posesivo, incluso desafiante, apoyó la cabeza y miró a Casey.
- Oh, muchacho -murmuró ella, y quizá podría haber dicho algo respecto a la amistad entre hombres, si el teléfono no hubiese sonado. ¿Se trataría de Caroline? Miró la mesita de noche, con el corazón en un puño por segunda vez.
Pero el teléfono que sonaba era el de Jordan. Este apenas abrió los ojos, estiró el brazo por encima de Angus y alcanzó el teléfono móvil.
- Sí -dijo. En cuestión de segundos, estaba completamente despierto-. ¿Cuándo?… ¿Qué dijo?
Volvió la mirada hacia Casey. Ella no podía oír las palabras procedentes del otro lado de la línea, pero no había error posible.
- Sí. La conozco -dijo Jordan, mirándola ahora con desazón-. Debe de haber aprendido algo de eso de mí… No, yo no la envié allí. ¿Por qué habría hecho yo algo así?… Ella no sabía que yo era tu hijo. Hay montones de O'Keefes en Boston. -Se apoyó en un codo, escuchó y dijo-: Probablemente relacionó a Jordan con Dan y resultó embarazoso. Fue culpa mía, no suya. ¿Qué más ha dicho Darden?… ¿Ha hecho alguna amenaza?… Bien. Deja que me maldiga. Me odia desde la noche en que Jenny le pegó, y prefiero que sea así a que vaya en busca de ella. -Soltó un suspiro-. Espera un segundo, papá. Ha sido un comentario inocente. Jenny está muerta y enterrada. Tienes que decírselo a Darden. La última cara que quiero ver en mi puerta es la suya… ¿Te enterarás si se marcha del pueblo?… ¿Puedes comprobarlo?… Sí, te lo agradecería… Claro… Sí.
Cuando puso fin a la llamada, volvió a tumbarse y apoyó el teléfono sobre su vientre.
Angus había apartado su garra y se había sentado, pero seguía mirando a Casey.
- Jenny está muerta y enterrada -murmuró Jordan, justificándose-. Meg está viva y bien.
- ¿Darden ha empezado a liarla? -preguntó Casey, sintiéndose culpable al tiempo que aterrorizada.
- Sí. Le ha dicho a mi padre que no me perdonaría el que hubiese ayudado a escapar a Jenny y la hubiese ocultado en algún lugar.
- ¿Ha dicho que iría en su busca?
- No. Pero eso no significa que no lo haga.
- Si está obsesionado, no lo dejará estar.
- No me digas -masculló Jordan con aspereza.
- ¿Tendríamos que decírselo a Meg?
Él reflexionó por un instante.
- Todavía no -respondió-. No sabe cómo encontrarla. Primero irá en mi busca, después te buscará a ti.
- ¿A mí?
- Conoce tu nombre. Probablemente lo tengan en la cafetería. Tu número está en la guía.
- El del apartamento.
- Roguemos por eso.
Casey se cubrió los pechos con la sábana y se sentó.
- Lo siento.
Él le dirigió una mirada que expresaba exasperación. Tras eso, y aunque resultase increíble, su expresión se suavizó y dijo con una amable sonrisa:
- Sé que lo sientes. Tú no creaste este problema. Si alguno de nosotros, Connie, yo o incluso Meg, te hubiese puesto al corriente antes de que fueses a Walker, no lo habrías hecho. Pero no lo sabías. Puedo reprobar tus actos, pero no tus intenciones. -Le pasó un brazo por detrás de la nuca y la atrajo hacia su pecho. Empezó a acariciarle la cabeza con sus largos dedos.
Casey cerró los ojos. La última persona que había hecho algo así, había sido su madre, con sus suaves manos. Entre el estado de salud de Caroline y la amenaza de Darden, relajarse habría resultado imposible. Pero Jordan lo consiguió. Lo que le estaba haciendo la llevó al séptimo cielo.
Dejó escapar un ronroneo de satisfacción y dijo en voz muy baja:
- ¿Angus sigue mirándome?
- Sí -susurró Jordan.
- ¿Es eso un mal presagio?
- No. Él está aquí, ¿no es cierto? Me parece que hasta la semana pasada no había salido de la habitación de Connie.
- Es un buen gato.
- Es una buena casa.
Casey respiró hondo.
- El amigo de un amigo quiere comprarla -dijo.
- No puedes venderla.
- ¿Por qué?
- Porque adoro ese jardín. Otra persona tal vez no quisiera que me ocupase de él.
- ¿Eso es lo que eres, un sirviente?
- Sirviente es una palabra para mariquitas. Soy jardinero.
- Eres pintor. -A Casey le encantó decirlo. Seguía siendo una sorpresa.
- No puedo ser una cosa sin la otra.
- No es por el dinero.
- No. Es cuestión de inspiración.
Casey estaba pensando que lo entendía muy bien, cuando el sonido del timbre de la puerta principal interrumpió sus pensamientos. Angus saltó de la cama. Casey se incorporó, angustiada.
- ¿Quién será? -preguntó mientras salía de la cama.
Jordan ya estaba de pie, poniéndose unos pantalones cortos.
- Mi coche está fuera -dijo-. Eso me pone nervioso.
Ella cogió el albornoz.
- ¿Darden conoce tu coche?
- Claro. -Jordan se subió la cremallera-. Era el que conducía en Walker. -Tuvo problemas con el botón de la cintura-. Hace mucho de eso, pero Darden no se habrá olvidado.
Casey se puso el albornoz.
- Y si tuviera esta dirección…
- … Mi coche confirmaría sus sospechas -dijo Jordan, y acto seguido salió de la habitación.
Ella lo siguió, intentando atarse el albornoz mientras corría.
- No puede ser Darden. Ha estado hablando con tu padre en Walker hace muy poco.
Jordan bajó a toda prisa las escaleras.
- Fue anoche cuando habló con mi padre. Era muy tarde. Mi padre me llamó a casa y supuso que había salido. No se le ocurrió llamarme al móvil hasta que mi madre lo mencionó esta mañana.
Casey corrió tras él, rezando para que no fuese Darden el que había llamado a la puerta. Si aquel hombre llegaba a Boston y encontraba a Jenny, su aparición causaría estragos en la vida de esta. Ahora ella era Meg. Se sentía segura. Acabar con esa seguridad supondría una tragedia, y sería por culpa de Casey. No iba a fallarle a Connie en eso.
Jordan cruzó el recibidor. Miró por la ventanilla lateral de la puerta.
Casey se detuvo un par de metros detrás de él y contuvo la respiración.
Jordan resopló con una media sonrisa y dio un paso atrás.
- Creo que es para ti -dijo.
Perpleja, Casey miró por la ventanilla lateral. Al mismo tiempo que vio a Jenna, Brianna y Joy, ellas la vieron también. Pero también habían visto a Jordan. Parecían atónitas, nerviosas y sorprendidas, y señalaban hacia el tirador de la puerta, indicándole que abriese.
Casey miró a Jordan.
- ¿Estás preparado para esto?
- ¿Podría estarlo alguna vez? -preguntó. Abrió la puerta y permaneció allí mientras las amigas de Casey le miraban y hablaban a la vez.
- No hemos podido encontrar sitio para aparcar en la calle -anunció Brianna.
- Hemos tenido que ir hasta West Cedar -dijo Jenna.
- Menos mal que no nos rendimos -declaró Joy.
Brianna murmuró:
- ¿Dónde te habías metido, Casey, pequeña bruja? -Sus ojos seguían fijos en Jordan-. Estaba preocupada.
- Has estado evitándonos -le recriminó Jenna, que también miraba a Jordan.
Y lo mismo pasaba con Joy, que dijo:
- No has devuelto las llamadas.
- ¿No conozco a este hombre de algo? -Era Brianna de nuevo, que sin duda lo había reconocido.
- ¿Y yo? -preguntó Jenna, aunque su tono de voz era más de perplejidad que otra cosa.
Las tres esperaron, observando a Jordan con expectación.
Casey suspiró resignada.
- Señoras, él es Jordan O'Keefe. Jordan, de izquierda a derecha, te presento a Jenna, Brianna y Joy, mis mejores amigas.
Jordan asintió a cada una de ellas, y después dijo:
- Lo siento, si hubiese sabido que ibais a venir, me habría vestido.
Jenna soltó una carcajada. Joy rió entre dientes. Brianna lo miró con desconfianza y dijo:
- Perdona, pero ¿no te vi trabajando en el jardín la semana pasada?
- Yo no lo vi ahí -dijo Jenna con inocencia-. Fue en una exposición de arte…
- Es artista -confirmó Casey-, además de mi jardinero.
- Y, obviamente, algo más también -indicó Joy. Su mirada se dirigió a los pantalones cortos de Jordan, que ni siquiera había tenido tiempo de abrochárselos.
Brianna se volvió hacia Casey casi con regocijo.
- Lo siento. Me encantaría profundizar en la naturaleza de la relación que mantienes con tu jardinero que también es artista, pero este es mi momento. -Tendió la mano izquierda, en la que lucía un precioso anillo nuevo de diamantes.
- ¡Brianna! -exclamó Casey-. ¡Oh, Dios mío! ¡Lo has hecho! -Abrazó a su amiga con fuerza, después se alejó un paso de ella y miró el anillo-. Es maravilloso. -Volvió a abrazarla-. Estoy orgullosa de ti.
Brianna estaba radiante.
- Yo también.
- ¿Cuándo ocurrió?
- El viernes por la noche. Te lo habría dicho antes, pero no contestaste a mis llamadas.
Jordan las interrumpió, rascándose la nuca con un gesto de vergüenza.
- Bueno, este es el momento en que yo desaparezco. -Con ello daba a entender que el responsable de que no hubiese devuelto las llamadas era él. Se trataba de una coartada perfecta, pues le evitaba a Casey tener que hablar de Maine-. Enhorabuena, Brianna -añadió.
- Oh, no te vayas -pidió Brianna-. ¡Vamos a celebrarlo! -En cuanto lo dijo, Joy sacó una botella de champán, y Jenna una bolsa grande de panadería-. Si Casey tiene zumo de naranja, ya disponemos del almuerzo del domingo. No será tan bueno como el que preparó Meg, pero lo intentaremos.
En ese preciso instante, como si la hubiese conjurado el sonido de su nombre, Casey vio a Meg cuando giraba por West Cedar. Iba mirando al suelo. Desde la distancia, parecía sola, incluso abandonada.
Casey sintió algo nuevo en su interior. Meg era su prima. Su prima.
- De acuerdo, colegas -dijo, incluyendo a Jordan en el grupo, entrad que yo hablaré con Meg para ver qué podemos hacer. -Apretó con fuerza el cinturón del albornoz, y sin importarle que fuese la única prenda de ropa que llevaba puesta, bajó las escaleras y corrió descalza por la acera.
Meg alzó la vista. Se detuvo y le dedicó una sonrisa que transformó su rostro en algo hermoso.
Casey también le sonrió.
- Sé que es una completa locura echarme a correr descalza y en albornoz por la calle -dijo-, pero mis amigas acaban de llegar. ¡Brianna se ha comprometido en matrimonio! ¿No es genial? -Deslizó el brazo entre los de Meg y la guió hacia la casa-. No podrías haber llegado en mejor momento. ¿Podemos improvisar algo? Han comprado champán y algo en la panadería, pero tú eres la única que sabe si tenemos zumo de naranja y, aparte de eso, qué otras cosas hay en la nevera que nos sirvan. ¿Puedes echarnos una mano?
Aunque Meg seguía sonriendo, Casey pensó que parecía un poco pálida. Lo que sucedía era que llevaba menos maquillaje. Al observarla vio las desteñidas marcas de lo que habían sido sus pecas.
- Claro que puedo echaros una mano -repuso Meg con entusiasmo.
Con los brazos todavía unidos, Casey acercó su cabeza. Era sencillo: las dos eran más o menos de la misma estatura.
- Pero te advierto una cosa -dijo en tono conspirativo-. Jordan está aquí.
- ¿Jordan?
- Hemos pasado la noche juntos.
- ¿La noche… juntos? -Meg apretó los labios para evitar sonreír.
Casey la miró a los ojos.
Cuando Meg comprendió lo que sucedía, sus ojos se encendieron.
- ¿Jordan?
- ¿No crees que es guapo?
- Sí, pero es… Jordan.
Casey sabía exactamente de dónde procedía Meg. Ella, por su parte, venía de un lugar diferente.
- Precisamente -repuso, guiando a Meg hasta el interior de la casa.
En la media hora siguiente, Jordan añadió una camisa a los pantalones cortos, Casey se puso unos pantalones y una camisola, y Meg sirvió un desayuno completo para cinco personas en la mesa del jardín, al sol. Las flores de los rododendros estaban abiertas casi por completo, las lilas estaban más altas, las verbenas eran más anchas y tenían un marcado color púrpura. El perfume que despedían parecía en honor a Brianna.
Estaban dando cuenta de unos huevos rancheros cuando sonó el teléfono de Jordan. Casey miró a este de inmediato, pero él ya se había puesto en pie. Contestó la llamada mientras caminaba hacia el despacho. Asegurándose de sonreírle a Meg, Casey miraba de vez en cuando a Jordan. Cuando acabó la llamada, y la miró a los ojos, ella fue a reunirse con él.
- Era mi padre -dijo con rapidez-. El coche de Darden ha desaparecido.
Casey sintió que el corazón le daba un vuelco.
- ¿Qué significa eso?
- Que no está en su garaje, ni en el camino de entrada de la casa, ni en el aparcamiento de la iglesia ni en ningún otro lugar del pueblo.
Casey gimió.
- ¿Cuánto hace que desapareció? -preguntó.
- No lo saben -respondió Jordan-. Darden pudo salir anoche después de hablar con mi padre, o quizá esta mañana. -Él marcó un número en el aparato-. Policía de Boston -murmuró hacia Casey, y después habló por teléfono-: Hola, John. Soy Jordan Q'Keefe. ¿Recuerdas aquella situación que ni tú ni yo queríamos que llegara a producirse?… Sí. Me temo que sí.
Casey descubrió a otro Jordan en ese momento. Oyó lo que decía, el tono profesional de su voz. Frío y conciso, le ofreció al detective con el que hablaba todos los datos que tenía sobre Darden, su coche y la matrícula del mismo. Le dio la dirección del apartamento de Casey en Back Bay y la del suyo en la colina, pues los dos aparecían en la guía telefónica, y era posible que Darden se dirigiera hacia allí. También le dio la dirección de la casa de Leeds Court, y le dijo que no estaría mal que un coche patrulla pasase de vez en cuando por allí, solo por si acaso. A continuación le dio la dirección del apartamento de Meg en uno de los edificios de la colina, pero especificando que era solo para que lo supiese.
- Darden no conoce el nombre Meg Henry -dijo tanto a Casey como a sí mismo cuando finalizó la llamada- y, en cualquier caso, su número de teléfono no aparece en la guía. No sabrá dónde vive a menos que la vea por la calle y la siga hasta su casa.
- Meg tiene un aspecto diferente ahora.
- No tan diferente -apuntó Jordan con pesar.
- ¿Por qué Darden conduce un Chevrolet y no el Buick?
- El Buick pasó a mejor vida hace mucho tiempo. El Chevrolet pertenece a la mujer que vive con él, cuyo nombre es Sharon Davies.
- ¿Y realmente tiene una matrícula personalizada con las letras F-U-E-R-T-E?
- Eso es lo que me ha dicho mi padre.
- Si es tan fuerte, ¿qué hace con Darden?
- Él tiene una casa. Al parecer, se ha trasladado un montón de veces de pueblo en pueblo con sus dos hijos, quedándose donde le pillaba, gastando el poco dinero del que disponía. Cuando se fue a vivir con Darden, el trato fue que ella cocinaría y limpiaría a cambio de un techo bajo el que dormir.
- ¿Sabe ella dónde ha ido Darden?
- Creo que va con él.
- ¿Y los niños?
- Se han quedado en casa, pero no saben nada. No pueden decir cuándo se fue Darden. Estaban durmiendo.
- ¿Y su madre ha dejado solos a los niños?
- Son lo bastante mayores. La hija tiene dieciséis y el niño once.
Casey intentó ver el aspecto positivo de la situación.
- Quizá se trate de un viajecito inocente -dijo, pero no creía en ello más que Jordan, a juzgar por el gesto de su cara. Así que añadió enseguida-: ¿Crees que debo llevarme a Meg a otra parte?
- No. Eso sería más triste para ella. Además, Darden no sabe cómo llegar hasta aquí. No sabe quién era Connie. Si lo hubiese sabido, se habría presentado hace tiempo. Por ahora, ella está más segura con nosotros.
Brianna, Jenny y Joy se marcharon al mediodía. Casey las acompañó hasta West Cedar, donde habían aparcado. Cuando regresó, encontró a Jordan en la acera hablando con Jeff y Emily Eisner, a quienes invitaron a ver el jardín. Todavía quedaba comida. Jeff y Emily estaban hambrientos. Jordan quería comer algo más, y Casey no se opuso a acompañarlo.
Meg estaba encantada, pues sin duda le gustaba Emily. Se conocían de las veces que esta visitaba a Connie, y charlaron un rato. Ni Emily ni Jeff le hablaron con superioridad. Por el contrario, casi parecían deseosos de protegerla: alabaron sus tostadas, le dieron las gracias calurosamente cuando apareció con la cafetera para volver a llenarles la taza, y comentaron con ella cuestiones relativas a las tiendas del barrio.
Casey se dio cuenta de ello. Y también se dio cuenta de lo cómodo que parecía Jordan, incluso más que en compañía de Brianna, Jenna y Joy. Con ellas se había mantenido al margen, pues la conversación había girado en torno al compromiso matrimonial de Brianna, pero con Emily y Jeff estaba en su salsa. Ese era el lado sociable de Jordan que Casey nunca había visto.
Estaba pensando en ello, con la taza de café entre las manos, cuando los Eisner les dieron las gracias y se marcharon. Jordan entró en la casa y salió con el periódico del domingo. Casey lo vio aproximarse. Dejó el periódico sobre la mesa, pasó la primera página y se sentó. Transcurrió más de un minuto hasta que él advirtió que estaba mirándolo.
Dejó el periódico y enarcó una ceja como si preguntase: «¿Qué pasa?».
- Emily me susurró algo muy interesante al oído cuando se iban -dijo Casey con dulzura-. Le dije lo encantada que estaba de tenerles como vecinos, y ella dijo lo agradecida que estaba contigo por haber pasado por su casa y sugerirle que se dejase caer por aquí cuando yo estaba tan mal la semana pasada. Eso se llama manipulación, Jordan.
Él no respondió, sino que se limitó a repantigarse en la silla y mirarla con una sonrisa.
- Debería estar furiosa -añadió Casey.
Él permaneció en silencio.
- ¿Por qué no lo estoy? -preguntó Casey.
- Porque sabes que mis sentimientos son sinceros -respondió Jordan.
Ella lo sabía. Nunca había apreciado en Jordan malicia alguna. ¿Era travieso? Sí. Y lacónico. Si lo hubiese sido menos, lo habría dejado correr. Era un hombre culto y preparado. Era perspicaz. Había comprendido que Emily Eisner era lo que Casey necesitaba aquel día, a pesar de que él no podía saber nada sobre el banco del piano.
A Casey le sorprendió comprobar, al mirarlo con atención, que Caroline tenía razón. Barba incipiente, camisa vieja, vaqueros gastados, botas sin atar… Todo eso, junto con su aspecto taciturno, formaba parte de la imagen de macho que había elegido para atraer a las mujeres.
- ¿Estás pensando en algo? -preguntó Jordan con delicadeza.
Ella pensaba que no tenía por qué fomentar esa imagen de macho, pues ya era la masculinidad en su máxima expresión sin necesidad de artificios, pero sacudió la cabeza.
Siguió pensando.
- Sí -dijo por fin. Miró a su alrededor, los soleados senderos y las flores que creían más exuberantes cada día-. ¿Cómo puedo estar alegre, en un momento como este? -Era un momento terrible, de espera, y Darden solo constituía una parte del problema. También estaba Caroline. Sí, Casey sentía pequeñas punzadas en su interior cuando pensaba en alguno de los dos, pero el pánico que podría haberla atenazado estaba bajo control.
A modo de respuesta, Jordan cruzó las piernas y la miró con aire perezoso.
Era a causa del jardín, le había dicho él. El jardín era un oasis, una posibilidad de escapar de las preocupaciones del mundo. Y no, no podía venderlo. Ahora lo entendía. Su apartamento de Back Bay no podía hacerle la menor sombra. Y tampoco, a decir verdad, la granja de Rhode Island. La granja representaba a Caroline. Esa casa, sin embargo, hablaba de Casey, era donde esta deseaba estar.
Sintió que a Connie le habría gustado su percepción, y eso, a su vez, también le gustó a Casey.
Jordan todavía la miraba. Su mirada decía algo más, de acuerdo. Le decía que estaba allí, y que eso marcaba la diferencia. Tenía razón. Pero no iba a admitirlo.
El canto de los pájaros y los ruidos de la ciudad en la mañana del domingo, se vieron repentinamente alterados por el sonido de una bocina. Se oyó un segundo bocinazo, y un tercero, y un cuarto…, irregulares, discordantes e iracundos. Procedían de la parte delantera de la casa.
Casey miró a Jordan, que se levantó de la silla al instante y recorrió el sendero de piedra hacia la puerta.
Ella iba pisándole los talones.
- Dudley no puede haber sido tan estúpido.
Jordan subió las escaleras de dos en dos.
- Seguro que sí. Le encanta llevarse el mérito de cualquier buena historia.
Llegaron al recibidor. Jordan abrió la puerta al tiempo que ella se colocaba a su lado.
Había un abollado Chevrolet frente a la casa, la mitad sobre la calzada y la otra mitad subido a la acera. Estaba colocado en dirección contraria a la del resto de coches, con la puerta del conductor en un hueco entre dos automóviles aparcados. Casey no tuvo necesidad de mirar la matrícula para saber que el furioso conductor era Darden Clyde.
- Vuelve adentro -le dijo Jordan cuando empezaba a bajar los escalones.
Ella hizo caso omiso y lo siguió. En ese instante Darden salía del coche.
- No hay un puto sitio para aparcar por aquí -chilló mientras avanzaba hacia Jordan-. Bien, O'Keefe, ¿dónde está?
- ¿Quién? -preguntó Jordan. Con los hombros hacia atrás y los pies ligeramente separados, era lo bastante corpulento para que Casey pudiese ocultarse tras él.
- Mi hija -espetó Darden, rojo de furia.
Casey observó a aquel hombre con una fascinación morbosa. Si no hubiese sabido lo que le había hecho a Jenny, habría pensado que era incluso guapo. A pesar de su escaso pelo, sus rasgos eran armónicos y sus ojos de un azul profundo. Pero ella sabía lo que había hecho, lo que le confería el aspecto de un predador.
- Tú enterraste a tu hija -dijo Jordan.
- Sin cuerpo alguno en la tumba, y entonces llegó esa mujer, ayer -dijo mirando a Casey con odio-, diciendo a quien quisiera oírla que MaryBeth no había muerto, y, de repente, aquí estás tú, en la casa de ella. Te fuiste del pueblo cuando MaryBeth desapareció. Está clarísimo.
- MaryBeth está muerta, Darden. Muerta.
Casey no podía discutir sobre ese punto. MaryBeth estaba muerta. Y Jenny también. Pero Meg estaba viva, en algún lugar dentro de la casa.
- ¿Qué hiciste O'Keefe? -gruñó Darden, adelantando el mentón-. ¿Olfateaste algo bueno en Walker y te lo llevaste? ¿Pete? No había ningún Pete. Pete eras tú. Pero ella es mía. ¿Me has oído? Mía. No puedes tenerla. He venido para llevármela.
- Estás totalmente equivocado -dijo Jordan con voz firme-. Será mejor que des media vuelta y regreses a casa.
- No hasta que recupere a mi hija. -De repente, Darden miró por encima de Jordan, y un resplandor malévolo iluminó sus ojos-. Vaya, vaya, vaya. Los tres en la misma dirección. Qué interesante.
Casey se volvió. Meg estaba en el hueco de la puerta, contemplando a Darden mirando con los ojos muy abiertos. Parecía paralizada por el miedo.
Casey corrió hacia donde se encontraba y se interpuso entre ella y la mirada de Darden. Con toda la dulzura de que fue capaz, dado el miedo que también ella sentía, dijo:
- No hables con él. No tienes que decir una sola palabra.
- Tu color de pelo es asqueroso, MaryBeth -gritó Darden-, pero aunque fuese púrpura, te reconocería igualmente. No sé qué clase de juego te llevas esta vez, pero no vas a seguir adelante con él.
Casey giró sobre los talones y dejó a Meg a su espalda, cogiéndole las manos. Jordan seguía bloqueándole el paso a Darden. Pero Casey advirtió otros movimientos en la calle. Atraídos por los gritos, habían empezado a aparecer los vecinos: el abogado, Gregory Dunn, Jeff y Emily, y algunos otros que solo conocía de vista. Algunos simplemente curioseaban, pero unos pocos avanzaron con cautela. Uno de ellos, el abogado, hablaba por un teléfono móvil. Casey rezó por que estuviese llamando a la policía.
Pero Darden iba un paso por delante. Con una sonrisa maligna, sacó un revólver del bolsillo y apuntó a Jordan. Sin dejar de sonreír, gritó hacia Meg:
- ¿Así es como quieres que sean las cosas? ¿Tendré que matar por ti, pero esta vez de verdad?
Casey estaba horrorizada. Con el rabillo del ojo vio que los vecinos que se habían acercado retrocedían.
Meg se estremeció, y Casey le apretó con más fuerza las manos. Sabía que Jordan iba desarmado -el bulto en su bolsillo era el teléfono móvil-, lo que significaba que estaba en serio peligro. Intentó calcular si tenía alguna posibilidad de tumbar a Darden antes de que este le disparase, cuando un movimiento llamó su atención. Alguien había salido del coche detrás de Darden: una mujer. Llevaba una blusa ceñida sin mangas, tenía un busto prominente aunque no era gorda, llevaba el pelo corto, y era rubia y de aspecto duro.
Se trataba de Sharon Davies. Casey no tuvo ninguna duda al respecto.
- Baja el arma, Darden -dijo con una voz tan ruda como su aspecto.
- No te metas en esto -murmuró Darden sin mirarla.
- Baja el arma -insistió ella.
Darden siguió apuntando a Jordan, quien le ordenó:
- Bájala. Violar la libertad condicional es una cosa, asalto con arma de fuego es algo muy diferente. No empeores las cosas.
- ¿Empeorar las cosas? -aulló Darden, a pesar de que Jordan estaba tan solo a un par de metros de distancia-. Es mía. La quiero. Si no puedo conseguirla, no tengo nada que perder. Pasé varios años en la trena por ella. -Estaba fuera de sí-. No tengo nada que perder -repitió.
Se oyeron sirenas en la distancia. Jordan tendió el brazo.
- Dame el arma -dijo con suavidad.
- Ni hablar -gruñó Darden. Cogió la pistola con las dos manos y la amartilló.
Una tercera mano cogió el arma. Casey no se había percatado de que era Sharon. Darden se volvió. Forcejearon. Jordan embistió a Darden. Sonó un disparo.
Meg y Casey chillaron. Casey habría echado a correr hacia Jordan si Meg no hubiese empezado a temblar…, y si el sentido común no le hubiera dicho que se mantuvieran apartadas de la pistola. Se volvió y abrazó con fuerza a Meg mientras miraba hacia Jordan, angustiada, por encima del hombro. Estaba tumbado en el asfalto encima del cuerpo de Darden. Tras unos cuantos segundos, sin embargo, lo vio moverse.
Pero no a Sharon Davies. Estaba inmóvil, con la pistola de Darden en la mano, mirando con ojos desorbitados el cuerpo sin vida de este.
Jordan se arrodilló. Observó a Darden durante un minuto. Le buscó el pulso y después miró a Sharon.
- Está muerto.
Meg dejó escapar un grito ahogado. Casey no supo si se trató de un grito de dolor o de alivio. Ella no se sintió aliviada hasta que no vio que Jordan se ponía en pie.
Sharon estaba aturdida. Se sobresaltó al mirar a Jordan a los ojos. Le entregó el revólver y, de repente, pareció más horrorizada que dura.
- ¿Qué le hizo a MaryBeth? -preguntó con voz temblorosa-. Siempre me llegaban rumores, pero me decía a mí misma que no eran ciertos, ni siquiera cuando mi hija me dijo que la tocaba. Es una niña traviesa. Supuse que también había oído los rumores y solo quería causar problemas. Pero al oír a Darden ahora, lo comprendí. Violó a mi hija. Estoy segura de ello. La pobre tenía razón. Por lo que le hizo a mi hija, y lo que le hizo a MaryBeth, merecía morir.
Las sirenas se oyeron más cerca.
Meg no paraba de temblar, pero cuando Casey intentó meterla en la casa, se negó a entrar con sorprendente fuerza. Así que intentó evitar que viese a Darden, pero no pudo impedirlo. Estiró el cuello hasta que consiguió ver a su padre, cuyos ojos sin vida bien podrían haberle devuelto la mirada.
Casey siguió abrazándola. Conocía el pasado de Meg, sabía todo lo que Darden le había hecho y lo que eso la había llevado a hacer, e imaginó que Meg temía que Darden se levantase del suelo y la atacase.
- Ya está -le susurró-. Ya está. Ya no puede hacerte daño.
- He soñado con esto una y otra vez -murmuró Meg al borde del ataque de pánico-. Él no iba a dejarlo correr. No iba a hacerlo.
Jordan se unió a ellas y dijo:
- Ahora sí, Meg. Está muerto. Todo ha acabado definitivamente. Ya nunca más podrá hacerte daño.
Casey pasó un brazo por los hombros de Jordan, pero solo tuvo tiempo para dedicarle una agradecida mirada antes de que el coche patrulla apareciese por Court con las luces encendidas. Se detuvo con un frenazo. Dos agentes se apearon de él con las armas en la mano. Dos coches más aparecieron por West Cedar, e hicieron lo mismo. Jordan se acercó a ellos.
Jeff y Emily pasaron por su lado en dirección a la escalera. Emily colocó una mano en la espalda de Meg.
- ¿Te encuentras bien?
Meg tragó saliva con dificultad, apartó la mirada del cadáver de su padre y asintió de forma convulsiva.
- Estará bien -dijo Casey, y no dejó de repetirlo cuando otros vecinos se acercaron con cautela. Una cosa estaba clara: todos conocían a Meg y la apreciaban.
- Nos hace de canguro cuando viene a visitarnos nuestro nieto. No confiamos en nadie más -dijo uno de los vecinos.
- Sacó a pasear a nuestro perro cuando mi padre tuvo el ataque y tuvimos que acudir a Poughkeepsie inesperadamente -añadió otro.
- Meg le prepara sopa de pollo a mi mujer cuando está enferma -dijo Gregory Dunn-. Es lo único que puede comer.
- Es una receta de Miriam -murmuró Meg, y miró insegura a Casey.
Casey sonrió y asintió, dándole a entender que estaba al corriente de la historia.
- Miriam era buena persona -dijo, y sintió que Meg se relajaba un poco.
Minutos después, Meg volvió a mirar hacia la calle.
- ¿Puedo verlo?
- ¿Estás segura de que eso es lo que quieres?
Meg asintió.
Casey comprendió su necesidad de poner punto final a aquel asunto. A pesar de lo muy despreciable que era como persona, Darden Clyde llevaba la misma sangre que Meg. Esta había pasado más tiempo con él de lo que Casey había pasado con Connie; y, sin embargo, ahí estaba Casey, viviendo en la casa de su padre, visitando el pueblo natal de este y buscando a su esposa, para seguir el rastro de Jenny y Pete. Todo eso también era una forma de poner punto final a su propia historia.
Por decirlo de otro modo, había otras razones por las cuales Casey quería ayudar a Meg. La gratitud era una de ellas: Casey apreciaba todo lo que Meg había hecho por Connie. La compasión era otra: a Casey le dolía lo que Meg había experimentado en su infancia, y quería ayudarla a superarlo. También sentía un creciente afecto hacia Meg, que a su manera inocente y abnegada era una persona adorable. Y, por último, eran primas. Casey sospechaba que siempre iba a sentir el deseo de proteger a Meg, y eso no tenía nada de malo.
Casey la cogió del brazo y la guió escaleras abajo.
Un par de policías forenses habían llegado ya y habían certificado la muerte de Darden. Cubrieron la mitad superior del cadáver, y se pusieron a hablar con uno de los agentes de uniforme. Los otros tres, así como Jordan y Gregory, estaban con Sharon Davies. El abogado hablaba utilizando términos como «defensa propia» y «defensa de una persona amenazada». Casey escuchó lo suficiente para comprender que, dado que Sharon había disparado contra Darden para evitar que este disparase contra otra persona, nunca se la acusaría de su muerte.
Liberándose del brazo de Casey, Meg llegó hasta donde estaba el cadáver de su padre. Se acuclilló, retiró la sábana con mano temblorosa y reposó el peso de su cuerpo en los talones.
- No lo veía desde hacía siete años -le dijo a Casey en voz baja.
- No tuviste más remedio.
- Él me quería.
- Sí.
- Demasiado.
A Casey le sorprendió que Meg demostrase tanta entereza, habida cuenta de la tormenta de emociones por la que tenía que estar atravesando en esos momentos.
- Tal vez sea mejor que todo haya sido así -añadió Meg.
- Creo que sí -coincidió Casey. No podía imaginar un guión en el que Darden supiese dónde estaba Jenny y aun así la hubiese dejado en paz. Su necesidad de ella se había convertido en una obsesión que no podía desaparecer sin más. La muerte era el único recurso para que el miedo de Jenny acabara definitivamente. Jenny lo había sabido hacía siete años, y había necesitado que pasase todo ese tiempo para que, con un giro inesperado, todo quedase atrás.
- ¿Crees en fantasmas? -preguntó Meg dirigiéndose a Casey sin apartar la mirada de Darden.
Casey iba a responder que no, pues pensaba que era lo que Meg necesitaba oír, pero dudó. Había sentido la presencia de Connie en más de una ocasión. Incluso podría haber dicho que el espíritu de este estaba presente de algún modo en Angus.
Meg la miró.
- ¿Se quedará por aquí y me atormentará?
Su voz sonó tan aterrorizada que Casey contestó de forma contundente:
- No. Tú y yo nos aseguraremos de ello.
Los policías forenses regresaron. Casey cogió a Meg por los brazos con cuidado y la apartó del cadáver.
- Está muerto -le repitió al oído. Se trataba de terapia de exposición en el sentido más estricto de la palabra-. Lo has visto con tus propios ojos. ¿Acaso puede gritarte ahora?
- No.
- ¿Puede enfadarse contigo?
- No.
- ¿Puede tocarte?
- No.
- Era un hombre furioso e infeliz. Quizá ahora haya encontrado la paz.
- Eso me gusta -dijo Meg con lágrimas en los ojos-. No quiero que esté furioso o sea infeliz. Era mi padre.
La policía hizo preguntas, y hubo que rellenar un montón de papeles para llevar a Darden de regreso a Walker para que lo enterrasen. Meg decidió -con mucho acierto para su salud emocional, según la opinión de Casey- que Jenny debía de seguir muerta. No tenía ninguna intención de regresar a Walker. Se había convertido en Meg, y le gustaba la vida que llevaba.
La versión oficial, tal como se la contaría Jordan a Edmund O'Keefe por teléfono esa misma tarde, sería la siguiente: arrastrado por sus sospechas, Darden fue en busca de Jordan con un arma, lucharon y Darden recibió un balazo.
Sharon era la única de Walker que había visto a Jenny, pero había hecho hincapié en su situación para mantener su nombre a salvo. Al hacerlo, por supuesto, también dejaba al margen el nombre de su propia hija, lo que constituía un factor importante.
A última hora de la tarde, la calle quedó desierta. Casey y Jordan regresaron al jardín e insistieron en que Meg se quedase con ellos. Era un lugar tranquilo, alejado incluso de lo que había sucedido delante de la casa. Allí había esperanza. Había crecimiento. Fue Jordan quien lo hizo notar, nombrando libremente las flores en esta ocasión. Le mostró a Casey los capullos de las hidrangeas y las primeras peonías. Le explicó que los heliotropos florecerían en pequeños racimos durante la mayor parte del verano, que los agapantos y los viburnos, eran excelentes flores decorativas, que las campanillas dejarían bien pronto de dar flores y que plantaría petunias en su lugar. Le enseñó que las plantas perennes, que florecían cada año, a veces daban flores iguales y a veces diferentes. Se acuclilló junto a las gardenias, por las que parecía sentir un interés especial. Estaban empezando a florecer, pero su perfume ya se percibía.
Al escucharlo hablar, Casey se sintió hechizada. Fue siguiéndolo de flor en flor, mientras los pájaros revoloteaban de un lado a otro, y las abejas zumbaban a su alrededor. En la fuente borboteaba, incansable y tranquilo, su relajante chorro de agua.
Meg no habló mucho, tampoco permaneció sentada durante mucho rato. Se ponía de pie de un salto al menor ruido. Se calmó cuando Jordan le encargó algunas tareas, como cortar las puntas de los rododendros, recoger los capullos de las lilas que se habían caído o arrancar los hierbajos que crecían entre las hierbas del sendero. Sin duda era feliz cuando tenía algo que hacer. La inactividad le llevaba a recordar y preocuparse.
Casey se identificó con ella. Cuando estaba ocupada, no pensaba en el estado de salud de Caroline. Así, tras la lección de Jordan, pasó un rato rellenando formularios para las compañías de seguros y, cuando acabó con eso, entró en la casa a hacer unas cuantas llamadas telefónicas para comunicar el traslado de la consulta al siguiente grupo de pacientes.
Se disponía a volver al jardín cuando vio que Jordan también entraba, llevando consigo el calor del exterior. Con el lápiz tras la oreja y una mano a la espalda, parecía sentirse a gusto consigo mismo.
Ella le dedicó una misteriosa interrogación.
Jordan extendió la mano oculta tras la espalda y dejó una servilleta de papel sobre el escritorio. En ella había un capullo de gardenia, como los que habían empezado a abrirse en el jardín. No, se dijo ella, sorprendida, al levantar la servilleta. Era algo más que una gardenia. Era la imagen de su propia cara formada por pétalos, de un modo tan sutil pero tan verdadero que quedó anonadada. Ojos, nariz, boca; había captado todo, incluso la forma de su cara en el corazón de la flor, enmarcada por su pelo, que se rizaba sobre los elegantes pétalos.
Tan sencillo y tan hermoso. Llevó aquel esbozo hasta su corazón.
- Voy a enmarcarlo.
A Jordan se le encendieron las mejillas.
- No lo enmarques. Es solo una tontería. Quería hacerte reír.
- Tienes mucho talento -dijo ella, todavía impresionada-. Artista. Jardinero. Salvador. Aún no te he dado las gracias por rescatarme de mi última metedura de pata.
- ¿Qué metedura de pata?
- Ir a Walker. Darle mi tarjeta a Dudley Wright. Traer a Darden aquí.
- ¿Eso es una metedura de pata?
- Sin duda lo habría sido si te hubiese matado, si hubiese matado a Meg.
Inclinándose por encima del escritorio, le pasó los dedos por el cuello.
- Pues no ha pasado ninguna de esas cosas. Lo que ha sucedido -dijo él al tiempo que su sonrisa se transformaba en una expresión de admiración- es que tú forzaste los acontecimientos. Al ir allí, conseguiste que se le ocurriera venir. Meg es libre ahora. Como lo es, al parecer, la hija de Sharon Davies. Lo hiciste bien, Casey Ellis. Connie se habría sentido orgulloso de ti.
Casey sintió una oleada de calor en su interior. Él no tenía por qué decir eso. Sin duda, no tenía por qué decirlo con semejante convicción. Pero parecía saber que eso era lo que más necesitaba escuchar. Era un hombre capacitado para el cariño, ¿cómo no amarlo de todo corazón?
Darse cuenta de ello fue como una repentina sacudida. Pero Casey no podía hacer oídos sordos. Lo mantuvo dentro de sí -le hizo un espacio, dejó que germinara y creciese-, dándole un motivo para reflexionar mientras caía la tarde. Poco antes de las nueve, cuando llamaron de la clínica para decir que Caroline estaba sufriendo ataques de nuevo, Casey no podría haber ido a ningún otro lugar.