Capítulo Catorce
Joanna arqueó una ceja al ver cómo Holland cogía un tercer croissant.
—O has abandonado tu búsqueda de los muslos perfectos o te encuentras de lo más deprimida —dijo mientras servía una segunda taza de café—. ¿Qué te ocurre?
—No necesitaré muslos perfectos en el sitio a donde voy —dijo Holland con su mejor tono melodramático—. A las monjitas no les importa que tenga celulitis; de hecho es requisito indispensable para ingresar en la orden.
—Parece serio. Cuando amenazas con meterte a monja, ya sé que se trata de problemas con los hombres.
—Hombres no; un hombre. Alistair Auden Chambers para ser exactos.
—¿Qué ha ocurrido?
—Nada —contestó Holland.
—¿Qué quieres decir con eso?
—Exactamente eso. Esta vez todo fue maravilloso. Una cena romántica con velas en Le Plaisir; un paseo por el parque; nos acariciamos un poco en el Rolls de camino a mi apartamento; entonces…
—Holland, por favor —dijo Joanna, levantando una mano—. No necesito todos los detalles.
—No te preocupes —continuó Holland—. No hay más detalles. Subimos al apartamento, yo serví unas copas y ¡boom! él se fue por donde había venido. Y eso es todo. Estoy preparada para el convento.
—¿Quién se va al convento?
Las dos mujeres se volvieron y vieron a Rosie Callahan en la puerta de la cocina.
—Llegas tarde —dijo Joanna mientras ofrecía una silla a Rosie—. Holland ya se ha comido la mayoría de los croissants.
—Debe de tener problemas con los hombres —dijo Rossie—. A mí me daba por las chocolatinas.
—Pues a mí me da por los croissants —murmuró Holland—. Ya he tenido suficiente con esas criaturas. Voy a dejar de lado los placeres de la carne y dedicarme a cultivar mi espíritu.
—Por lo menos, Joanna y yo no vamos a abandonar los placeres de la carne.
Holland dirigió su mirada inmediatamente hacia Joanna y ésta se movió inquieta en la silla.
—Lo sé todo de ti y Bert, Rosie, pero ¿qué pasa con Joanna? —preguntó Holland.
—Me refiero a nuestra guapa Joanna y al igualmente guapo Ryder O'Neal.
—¿Hay algo que yo deba saber? —dijo Holland, dejando en el plato su croissant.
—No —dijo Joanna mientras dirigía a Rosie una mirada furiosa.
—¡Ah, sí! Por supuesto que lo hay —continuó Rosie—. Le conté a Bert cómo en el momento que Ryder vio a Joanna con su camisón casi transparente, la atmósfera se cargó de sentimientos amorosos.
—¿Tu camisón transparente? —preguntó Holland.
—Es una forma de hablar —murmuró Joanna, maldiciendo a Rosie por lo bajo.
—No era a la forma de hablar a lo que miraba fijamente Ryder —dijo Rosie—. Me encantaría quedarme y charlar con vosotras, chicas, pero tengo una cita.
Holland se las arregló para impedir que se marchase.
—No hagas caso de nuestra amiga la puritana. Siéntate de nuevo y tómate otra taza de café —dijo Holland mientras hacía un gesto de complicidad—. Me encantaría saber un poco más acerca de Joanna, su camisón y Ryder.
—Creo que me he excedido en la visita de hoy —continuó Rosie.
—¿Qué te hace pensar eso? —preguntó Joanna secamente.
—Uno no vive setenta y nueve años sin aprender algunas cosillas en el camino. Además tengo que darme prisa. Bert me espera en el aeropuerto para coger el vuelo de las nueve a Fort Lauderdale.
—¿Has visto a Ryder esta mañana? —preguntó Joanna.
Posiblemente era por eso por lo que Ryder no se encontraba en su cama cuando ella se despertó. Debía haber estado hablando con Rosie sobre los planes para pescar a Stanley.
—Sí, habló conmigo —dijo Rosie mientras se ponía el abrigo—. Pero ¿cómo podría haberlo visto, Joanna? Está en Illinois.
—¡Illinois! —dijo Joanna, saltando de la silla.
Rosie se quedó un poco perpleja ante la reacción de Joanna.
—Se fue alrededor de las dos de la madrugada. Yo… —Rosie vaciló, mirando a Joanna, luego a Holland y de nuevo a Joanna—. Oí cómo cerraba la puerta de tu apartamento sobre la una y media, entonces se metió en el Rolls con su amigo el inglés y se marcharon y…
—¿Te refieres al caballero tan elegantemente vestido? —preguntó Holland.
Rosie asintió con la cabeza.
—Salieron con el coche a eso de las dos —continuó Rosie—. El insomnio es uno de los efectos de la edad; puede ser fantástico si es tan curioso como yo lo soy.
Rosie no se dio cuenta de que su información había hecho mella en las dos mujeres más jóvenes. Joanna la acompañó a la puerta.
—He sido un poco indiscreta ¿no? —preguntó Rosie.
—Un poco —dijo Joanna mientras le daba un abrazo—, pero yo también he debido de serlo.
—Me dio un mensaje para ti —dijo Rosie un poco incómoda todavía.
—¡Oh, qué detalle! —dijo Joanna en tono irónico.
—Dijo que miraras en el bolsillo de tu bata; ha dejado una nota.
Joanna enrojeció hasta la raíz del pelo.
—¿Puedo darte un consejo? —preguntó Rosie.
—No —dijo Joanna—. Preferiría que no lo hicieras.
A Joanna le resultaba difícil no correr en busca de la nota. Se hizo un silencio antes de que Rosie volviera a hablar.
—Ryder me ha contado lo que pasó ayer. Aprecio mucho lo que estáis planeando hacer por ayudarme —dijo Rosie mientras acariciaba la mejilla inflamada de Joanna—. ¿Estás segura de que quieres seguir adelante con ello?
—Eso es lo único de lo que estoy segura, Rosie.
—Ten cuidado, Joanna.
—Te lo prometo.
Rosie le dio las llaves de su casa a Joanna y, con la promesa de llamar desde Fort Lauderdale, se marchó.
Ahora Joanna no tenía más remedio que enfrentarse a Holland.
—Cuanto más tardes en contármelo, más preguntas te haré —dijo Holland desde la cocina.
La nota podía esperar.
—Pregunta todo lo que quieras, Holland —dijo Joanna mientras se dirigía de nuevo hacia la habitación—. No tengo por qué responderte.
—Esa es una actitud enormemente egoísta, Joanna. Te darás cuenta de que tú eres la única que puede responder a la pregunta más importante para mí ¿no?
—No; no tengo el teléfono de Warren Beatty.
—Eso ya no me interesa. Lo que quiero saber es qué pasa entre el señor Chambers y el señor O'Neal.
—No puedo decirte nada sobre el señor Chambers, pero te aseguro que el señor O'Neal es heterosexual.
—Eso es lo que me estaba temiendo —dijo Holland.
Joanna se sorprendió ante la reacción de Holland.
—Creí que eso te haría muy feliz —dijo Joanna.
—Por el brillo de tu mirada, se diría que te hace muy feliz a ti.
—Quiero decir que hay esperanza para ti y el señor Chambers —prosiguió Joanna.
—No lo creo. Si al menos fuera homosexual, podría entender su falta de interés por mí. Ahora lo único que puedo pensar es que no le gusto.
—Si no le gustaras ¿por qué te iba a llevar a sitios como Le Cirque o Le Plasir?
—A algunos hombres les encanta que los vean acompañados por bellas mujeres.
Joanna estaba acostumbrada a la falta de modestia de su compañera.
—Quizás Alistair esté chapado a la antigua —continuó Joanna.
—No creo que queden de ésos en Nueva York.
—Creo que te estás precipitando en tus conclusiones.
—¡Y yo creo que tú eres muy ingenua! Tiene que haber una razón para que dos hombres adultos desaparezcan en un Rolls continuamente, y ninguna de las que he pensado parece servirme de mucho.
—Su agencia de detectives puede ser una de las razones, Holland.
—¿Qué agencia de detectives?
Ryder no le había pedido que guardara el secreto, así que Joanna se sintió libre de comentárselo a Holland.
—O'Neal y Chambers son detectives privados.
—Muy gracioso —dijo Holland, riéndose—. ¿Por qué un corredor de bolsa y un genio de los ordenadores iban a convertirse en detectives?
—¿Corredor de bolsa y genio de los ordenadores?
—Alistair es corredor de bolsa y Ryder trabaja para él —dijo Holland.
—¿Quién te lo ha dicho?
—Alistair. ¿Quién te dijo a ti lo de la agencia de detectives?
—Ryder.
—Uno de ellos está mintiendo —dijo Holland.
—Yo creo que mienten los dos.
Antes de que Holland pudiera comprender la frase de Joanna la radio interrumpió su emisión musical.
—Interrumpimos nuestro programa para ofrecerles una información desde Chicago. El problema del colegio Nuestra Señora de Lourdes de Chicago se ha resuelto favorablemente. Las negociaciones se rompieron antes de la medianoche y las esperanzas de liberar a los veintiséis niños atrapados en el edificio lleno de explosivos, habían desaparecido. Sin embargo, WINS ha sabido que fuerzas especiales equipadas con los últimos dispositivos en lucha antiterrorista, pudieron desactivar las bombas, permitiendo que la policía rescatase a los estudiantes sanos y salvos. El sargento Peter Fuqua, de la brigada de rescate, ha comentado…
Joanna apagó la radio y se encontró con la mirada de Holland.
—No se te ocurra ni pensarlo —dijo Holland—, si existen dos hombres que den menos el tipo de trabajar para una brigada de rescate, esos son Ryder y Alistair —dijo Holland con una ceja arqueada—. De veras, Joanna…
Holland seguía hablando, pero Joanna no podía hacer otra cosa más que pensar en la forma en que Ryder la había mirado mientras la apuntaba con la pistola. Sabía que Ryder estaba en Chicago, pero lo que no sabía era en qué lado de la contienda.
En el momento en que la puerta se cerró detrás de Holland, Joanna corrió al dormitorio a buscar su bata de satén. Metió la mano en uno de los bolsillos y encontró un trozo de papel doblado. El deber me llama. Había deseado quedarme contigo. Ryder decía la nota. No era que ella esperara una declaración de amor, pero aquella nota la irritaba y no sabía por qué. La arrugó y la tiró a la papelera que había al lado de la mesa.
«Al infierno con los hombres», pensó Joanna mientras se vestía.
Quizás Holland tuviese razón y lo mejor fuese retirarse a un convento.
Ryder se sentía muy deprimido. En el viaje de vuelta, Alistair había conversado con los otros dos miembros de PAX que los acompañaban en el avión, tratando de arrastrar a Ryder dentro de la conversación sin lograrlo.
Ryder se sentía vacío, como una botella de champán sin presión. Había deseado estar junto a Joanna toda la noche; despertar a su lado por la mañana.
Conocía los miedos de Joanna y no existía ni una maldita cosa que él pudiera hacer o decir para atenuar sus temores. No mientras él perteneciese a PAX.
Cuando aquel asunto de Rosie acabase, Ryder haría las maletas y se largaría del Carillon antes de hacer daño a Joanna, tal y como se lo había hecho en otra ocasión a Valerie.
Estaba a punto de llamar a la puerta de Joanna cuando la alegre voz de Rosie Callahan lo detuvo.
—¿Qué tal por Illinois?
Ryder se volvió y miró a Rosie, que se encontraba en la puerta de su apartamento con un elegante vestido azul claro.
—Maravilloso —dijo Ryder mientras se deslizaba para besarla.
Ella olía a Chanel número cinco.
—Estoy muy preocupada con este asunto de Stanley.
—No te preocupes por Stanley. Se ha marchado a Atlantic City por unos días. Preocúpate por Bert —dijo Ryder.
—¡Qué bien hablas, hijo! —dijo Rosie riendo e invitando a Ryder a pasar a su apartamento—. Estoy esperando el taxi que va a llevarme al aeropuerto.
—¿Le diste las llaves a Joanna?
—Sí —respondió ella mirándolo astutamente—. También le dije lo de la nota.
—No se te ocurra preguntarle nada, Rosie —dijo Ryder apuntándole con el dedo.
—¿Cómo se te ocurre pensar una cosa así? Soy la discreción personificada.
—Por no mencionar el tacto que posees —continuó él recordando todas las preguntas que Rosie le había hecho esa mañana.
No debería haberle dado el mensaje a Rosie, pero sabía que no tendría tiempo para hacer otra llamada telefónica y estaba ansioso por dejar claro ante Joanna que él no era el tipo de persona que se escabullera después de hacer el amor.
—Además —continuó Rosie mientras servía dos vasos de Oporto—, no tengo por qué preguntar. Joanna se ruborizó completamente y tú pareces muy contento contigo mismo.
—Es sólo imaginación, Rosie —dijo Ryder—. Lees demasiadas novelas románticas.
—Leo novelas de misterio —interrumpió ella—, y tú eres el mayor misterio con el que me he encontrado. Sin embargo, esta vez no estás de suerte, Ryder: puedo leer en ti como si fueras un libro abierto.
Ryder hizo una mueca, pero no dijo nada. El portero llamó al telefonillo tres veces y Rosie le dijo que subiera a por sus maletas.
—Tened cuidado los dos —dijo ella mientras besaba a Ryder—. No me gustaría leer nada acerca de un accidente aquí en el Carillon mientras yo estoy ausente.
—No te preocupes. Estoy muy familiarizado con ese tipo de asuntos —dijo Ryder, acompañándola al descansillo.
El portero ya estaba allí y cogió las maletas de Rosie diligentemente.
—¿Significa eso que voy a descubrir finalmente lo que haces para ganarte la vida? —preguntó Rosie con ojos brillantes.
—Soy un vagabundo —dijo él mientras se despedían—. Un vagabundo con muchas habilidades.
—Algún día me enteraré; recuerda mis palabras.
Antes de que Ryder pudiese protestar, Rosie se metió en el ascensor y las puertas del mismo se cerraron al tiempo que oyó el dulce sonido de una voz femenina detrás de él.
—A mí también me gustaría saber tu secreto, Ryder O'Neal.
Joanna Stratton lo miraba desde la puerta de su apartamento, y Ryder sintió que sus fuerzas lo abandonaban.