Capítulo Trece
Mientras Ryder y Joanna se descubrían el uno al otro, Alistair Chambers descubría por su parte que beber sólo no resultaba tan divertido como antes.
Después de dejar a Ryder, Alistair se encaminó a la sala de té del Carillon, donde cenó apartado de las celebridades que se apiñaban en las primeras mesas como pájaros raros en una exposición. Se contentó con una mesa en la parte trasera y vodka.
Cantidad de vodka.
Todo aquel asunto con Ryder le estaba saliendo muy caro. La pasada noche, cuando Holland Masters dejó tan claro que no le importaría pasar la noche con él, Alistair estaba demasiado distraído con sus preocupaciones como para aceptar tan generosa oferta.
Hubo un tiempo, no hacía mucho, cuando él hubiera caminado sobre ascuas por pasar la noche con una mujer tan encantadora como la señorita Masters.
Pero aquel asunto con Ryder le ocupaba la cabeza. El chico no sabía dónde se estaba metiendo, colándose en la vida cotidiana normal. El chico necesitaba consejo, necesitaba dirección, necesitaba…
Pero ¿valía la pena? Si Ryder se las arreglaba para romper con PAX, Alistair no dudaba de que tendría éxito en cualquier cosa que eligiera. El mundo necesitaba genios como Ryder, incluso si éstos resultaban un poco impredecibles.
Alistair apuró su vodka. Se sentía como un padre viendo cómo su hijo abandonaba el nido. Ryder ya no era el chaval que Alistair había reclutado para la organización. Era un hombre adulto que tenía derecho a construirse una nueva vida.
Pero, fuera de la protección de PAX, Ryder era buena carnada. Existía un número indeterminado de gobiernos hostiles ansiosos por conseguir a un hombre tan valioso como Ryder O'Neal.
Alistair miró su reloj. Todavía tenía tiempo para llamar a Holland Masters. Una cena en Le Plaisir podría ayudarle a reparar el resbalón de la pasada noche.
Quizás durante la cena pudiera preguntarle cosas acerca de la misteriosa Kathryn Hayes.
En el Carillon, Ryder y Joanna tomaban de nuevo contacto con la realidad sin apresurarse.
Ryder estaba recostado sobre la almohada y la cabeza de Joanna descansaba sobre su pecho. Las pasiones habían sido saciadas, por el momento, y la intimidad por ambos forjada, ahora chocaba con el hecho de ser completos extraños el uno para el otro.
Mirándolo desde otro ángulo, no eran tan extraños. A través de los ojos de Kathryn, Joanna pudo comprobar la ternura de un hombre que había encontrado tiempo para una amistad a secas, sin necesidad de nada más.
Sin embargo, siendo Joanna, él representaba todo lo que ella había estado evitando esos últimos años. Él era el hombre del que podía enamorarse.
—No me esperaba esto —dijo ella suavemente.
—Yo sí —contestó él mientras la abrazaba de nuevo—. Era inevitable.
—Nada es inevitable —dijo ella—. Somos responsables de nuestro propio destino.
—No lo creo, Joanna Stratton; porque si así fuera, habríamos evitado nuestro encuentro.
—Estás muy seguro de ti mismo.
—Soy un estudiante de la naturaleza humana —dijo él, dándole besitos en el cuello.
Ella se apoyó sobre un codo y miró los bellos ojos almendrados de Ryder.
—¿Quién eres, Ryder O'Neal? —preguntó ella con voz queda—. ¿Quién eres en realidad?
Ella se había quitado el disfraz. Ahora le tocaba a él.
Atrapado.
Joanna Stratton lo tenía atrapado.
O le contaba una historia inventada o acababa con PAX para siempre. Ella se merecía la verdad, y la idea de ponerse a su nivel lo tentaba; pero las consecuencias que eso le reportaría a compañeros suyos eran demasiado peligrosas.
—Ya no creo que seas un chico rico malcriado —dijo ella, mirando la pistola que aún seguía en el suelo.
La idea le vino a la cabeza como un rayo.
—Soy detective privado.
—No te ofendas, pero, no me parece que des el tipo de un detective.
—¿Qué quieres decir con eso?
—Te haces notar —continuó ella, acariciándole el pecho—. Eres demasiado guapo para pasar inadvertido.
—Gracias —contestó él.
—Pero que no se te suba a la cabeza. ¿Y dónde encaja el caballero inglés que me presentaste? ¿Es tu jefe?
—Somos socios —dijo él.
—¿Socios al cincuenta por ciento?
—Sesenta-cuarenta; a mi favor.
—Y ¿qué estás haciendo aquí? ¿Tienes un caso? —preguntó ella, sin apartar la mirada de sus ojos.
—He estado recuperándome —continuó él, algo nervioso ante tanta pregunta—. ¿Recuerdas la pierna rota?
—¡Tu escayola! —dijo ella, mirando la pierna de Ryder—. ¡Te la han quitado!
—Muy observadora, Joanna. ¿Cómo crees que he podido levantarte del suelo?
—No creo que yo resultase ser un buen detective —dijo ella, sonriendo.
—Tienes otras virtudes. Tu disfraz de Kathryn Hayes era perfecto; serías un buen fichaje para una agencia de detectives.
—¿Es esto una oferta de trabajo?
La semilla de una idea comenzó a florecer en la mente de Ryder.
Durante semanas había estado tratando de pensar en algo para ayudar a Rosie Callahan en su batalla contra el dueño del apartamento, pero el miedo a verse demasiado envuelto en el asunto le hizo contentarse con poner nuevas cerraduras y dar algunos consejos.
El violento ataque a Joanna le había involucrado en el problema lo quisiese o no. Si los energúmenos querían jugar duro, él los retaría a un partido que jamás olvidarían.
—Sólo estaba bromeando, Ryder —dijo Joanna mientras se movía hacia el otro lado de la cama—. Tengo más trabajo de lo que puedo abarcar. No pretendía ponerte en una encrucijada.
—Quizás tenga un trabajo para ti.
—Te escucho.
—Ayudarás a una amiga —dijo él.
—Estoy muy a favor de ayudar a mis amigas.
—Podría resultar peligroso.
—No me importa.
—Estaremos trabajando juntos en esto.
—He trabajado con tipos peores —dijo Joanna con una sonrisa en sus labios.
—Muchas horas de concentración intensa —dijo Ryder—. Trabajar de noche.
—Lo que el trabajo requiera —dijo Joanna sin apartar la mirada de él.
—Sólo una cosa más —prosiguió Ryder mientras Joanna se preparaba para lo peor—. Tendrás que disfrazarte de Rosie Callahan para que el trabajo tenga éxito. Rosie está en peligro —dijo Ryder mientras acariciaba la mejilla amoratada de Joanna—. Tú tuviste suerte. Puede que ella no la tenga la próxima vez. Creo que podemos ganar a Stanley.
Joanna se incorporó rozando con sus senos el pecho de Ryder.
—Ya sabes que no sería una buena detective. No me di cuenta de que te habían quitado la escayola, ni de que estás muy moreno para ser febrero.
—¿Me creerías si te dijera que tengo un aparato de rayos ultravioleta en casa?
—No —dijo ella llanamente—, pero no creo que me incumba. Sólo quiero saber qué podemos hacer por Rosie.
—Convenceremos a Rosie para que cambie un poco sus planes y vaya mañana a ver a Bert. Entonces te disfrazarás de Rosie y haremos que Stanley crea que Rosie continúa en el Carillon. Los dos sabemos que lo intentará de nuevo. Esta vez estaremos preparados.
Joanna tembló y Ryder la atrajo hacia sí, la abrazó como si quisiera protegerla del mundo. Por primera vez en su vida, él deseó que eso fuera posible.
—Rosie está en verdadero peligro ¿no es cierto?
—Me temo que sí. Hay dinero de por medio y eso significa problemas.
Ryder colocó la manta sobre ambos y dijo:
—Todavía estás a tiempo de echarte atrás, Joanna.
—Nunca he hecho nada realmente importante en mi vida. Esta es mi oportunidad y no me gustaría que me la quitaras —dijo Joanna con voz firme.
—Valientes palabras. No sé si te das cuenta de lo peligrosas que pueden ponerse las cosas —continuó Ryder.
—No le tengo miedo a las pistolas, Ryder. Le tengo miedo a las mentiras.
Sus palabras habían dado en la diana y Ryder confió en que no se le notase en la cara. Cuando ella comenzó a acercarse a él, a tentarlo y excitarlo, comprendió que si fuese un hombre honesto, acabaría con la relación en ese momento, antes de que ella descubriera que su vida se basaba en el secreto y en las verdades a medias.
Pero no lo hizo. Después de todo él era humano, un descendiente de Adán que era presa de todas las debilidades de la carne.
Se encontraba igualmente indefenso ante el poder del amor.
—Esto se está volviendo terriblemente tedioso, Alistair —dijo Holland mientras ponía su tenedor sobre el plato—. Si estás tan fascinado por mi amiga Joanna, debería darte su número de teléfono.
—No conozco a tu amiga Joanna. Me presentaron a su otro yo, Kathryn Hayes.
—Ya te lo he explicado —continuó Holland mientras pensaba que aquello no se parecía a la romántica velada que había imaginado—. Joanna es una profesional del maquillaje. Su disfraz de Kathryn era sólo para ensayar sus técnicas.
—¿Y Kathryn Hayes era su abuela?
—Sí —dijo Holland, suspirando—. Es bastante sencillo, Alistair.
—Y ¿de quién es el apartamento?
—De la madre de Joanna.
—¡Ah, sí! Cynthia, la que se casó tantas veces.
—Muy bien —dijo Holland cogiendo su copa de champán—. Todavía hay esperanzas para ti.
Los ojos azules de Alistair se ensombrecieron cuando la miró. Algo raro se dejó sentir en la boca del estómago de Holland; algo que no había sentido desde hacía mucho tiempo.
—¿Hay esperanzas para mí?
—Quizás —dijo ella, bebiendo para ganar tiempo.
—La noche es joven —dijo él, cogiendo la mano de Holland—, y yo soy un hombre paciente.
La noche era todavía joven y, por el momento, también lo era ella.
Ryder se encontraba profundamente dormido cuando el transmisor de alta frecuencia acoplado a su oreja lo despertó.
Se deslizó fuera de la cama de Joanna, y se dirigió hacia el teléfono del cuarto de estar, confiando en no despertarla. Marcó un número especial y dijo el código de cuatro dígitos.
—Hache–zeta–tres–uno–uno —dijo la voz de Alistair en su oído.
—Uve–eme–seis–cuatro–siete —dijo Ryder mientras aguardaba los seis segundos acostumbrados.
—Más vale que esto sea serio, Chambers.
—Lo es —dijo Alistair—. Pediste trabajos que concernieran a Norteamérica y te han concedido el deseo.
Alistair le explicó rápidamente la situación en un garaje de alquiler de coches en Chicago, donde veintiséis niños estaban retenidos por un preso fugado que había cubierto las ventanas del lugar con explosivos.
—Cook County pidió lo mejor de la organización. Tú decides —dijo Chambers.
—Sabes bien lo que haré.
—Eso me imaginaba. Estáte preparado en diez minutos.
Ryder colgó el teléfono y volvió al dormitorio. Joanna estaba abrazada a su almohada; su suave pelo negro cubría su rostro; tenía una pierna extendida fuera de las sábanas. No había tiempo para explicaciones, y él posiblemente no podría ofrecerle ninguna. Lo que él más deseaba en ese momento era tumbarse al lado de Joanna y mandar al infierno Chicago, PAX y todo; todo menos las maravillas que había encontrado en los brazos de esa mujer. Ella sólo le pedía la verdad. ¡Qué pena que la verdad fuese lo único que él no pudiera ofrecerle!