I

Columbine, bloodroot,

And wild bergamot,

Gathering armfuls,

Giddily we go.[2]

Ofrendas se llama el libro. Letras de oro sobre una cubierta de un azul deslustrado. El nombre completo de la autora está debajo: Almeda Joynt Roth. El periódico local, el Vidette, se refería a ella como a «nuestra poetisa». Parece haber una mezcla de respeto y de desprecio, tanto por su profesión como por su sexo, o por su predecible coyuntura. Al principio del libro hay una fotografía con el nombre del fotógrafo en una esquina, y la fecha: 1865. El libro se publicó más tarde, en 1873.

La poetisa tiene un rostro alargado, una nariz bastante larga, ojos oscuros, profundos y tristes, que parecen dispuestos a rodar por sus mejillas como lágrimas gigantes; un montón de pelo oscuro reunido en lánguidas ondas alrededor de la cara. Un mechón de pelo gris a la vista, aunque en esta fotografía tiene solo veinticinco años. No es una chica bonita, pero es de la clase de mujer que puede envejecer bien, que probablemente no engordará. Lleva un vestido o una chaqueta oscura con pliegues, galoneado con un adorno de encaje de material blanco —volantes o un lazo— que le cubre la profunda V del escote. También lleva un sombrero, que podría estar hecho de terciopelo, de un color oscuro, para hacer juego con el vestido. Un sombrero sin adornos y sin forma, algo parecido a una gorra blanda, lo que me hace suponer intenciones artísticas, o al menos una excentricidad tímida y obstinada, en esta mujer joven, cuyo largo cuello y cuya cabeza inclinada hacia adelante indican también que es alta, delgada y algo desgarbada. De la cintura para arriba, parece un joven noble de otro siglo. Pero quizá era la moda.

«En 1854 —escribe en el prólogo de su libro—, mi padre nos trajo (a mi madre, a mi hermana Catherine, a mi hermano William y a mí) a las tierras despobladas del oeste de Canadá (como era entonces). El oficio de mi padre era fabricar arreos, pero era un hombre culto, que podía citar de memoria la Biblia, Shakespeare y los escritos de Edmund Burke. Prosperó en esta tierra recién abierta y pudo establecer una tienda de arreos y artículos de cuero, y al cabo de un año pudo construir la cómoda casa en la que vivo, sola, hoy en día. Yo tenía catorce años, era la mayor de los hijos, cuando llegamos a esta tierra desde Kingston, una ciudad cuyas bellas calles no he vuelto a ver, pero que recuerdo a menudo. Mi hermana tenía once años y mi hermano nueve. El tercer verano que vivimos aquí, mi hermano y mi hermana enfermaron de una calentura corriente y murieron con diez días de diferencia el uno del otro. Mi querida madre no recuperó su temple después de este golpe para nuestra familia. Su salud se debilitó y, al cabo de otros tres años, murió. Entonces me convertí en el ama de casa de mi padre y estuve contenta de llevar su hogar durante doce años, hasta que murió una mañana, de repente, en su tienda.

»Desde mi más temprana edad me han deleitado los versos y me he entretenido —y a veces he aliviado mis pesares, que no han sido más, lo sé, que los que cualquier morador de la tierra debe encontrar—, esforzándome mucho, en componerlos. Mis dedos eran realmente demasiado torpes para hacer ganchillo, y aquellos deslumbrantes bordados que a menudo ves hoy en día —los rebosantes cestos de frutas y de flores, los pequeños holandeses, las doncellas con cofias con sus regaderas— resultaron estar igualmente fuera de mis habilidades. De modo que yo ofrezco en su lugar, como producto de mis ratos libres, estas toscas poesías, estas baladas, estos pareados, estas reflexiones.»

Títulos de algunos de los poemas: «Niños en sus juegos», «La feria gitana», «Una visita a mi familia», «Ángeles en la nieve», «Champlain en la desembocadura del Meneseteung», «La desaparición del antiguo bosque», «Un jardín variado». Hay otros poemas, más cortos, sobre pájaros, flores silvestres y tormentas de nieve. Hay algún verso burlesco de intención cómica sobre lo que la gente está pensando mientras escucha el sermón en la iglesia.

«Niños en sus juegos»: la escritora, una niña, está jugando con su hermano y su hermana a uno de esos juegos en los que los niños en distintos bandos intentan atraerse y agarrarse. Sigue jugando mientras el crepúsculo avanza, hasta que se da cuenta de que está sola y es mucho mayor. Inmóvil, oye las voces —espectrales— de su hermano y de su hermana que la llaman. Ven, ven, que vengas, Meda. (Quizá a Almeda la llamaban Meda en familia, o quizá se acortó el nombre para adaptarlo al poema.)

«La feria gitana»: los gitanos tienen un campamento cerca de la ciudad, una «feria» en la que venden ropa y baratijas, y la escritora de niña teme que ellos la roben y la lleven lejos de su familia. En lugar de eso, unos gitanos, a quienes no puede localizar y con quienes no puede negociar, se llevan a su familia lejos de ella.

«Una visita a mi familia»: una visita al cementerio, una conversación unilateral.

«Ángeles en la nieve»: la escritora enseñó una vez a su hermano y a su hermana a hacer «ángeles» echándose sobre la nieve y moviendo los brazos para formar alas. Su hermano siempre se levantaba con descuido, y dejaba a un ángel con un ala estropeada. ¿La habrá perfeccionado en el cielo, o estará volando en círculos con la suya provisional?

«Champlain en la desembocadura del Meneseteung»: este poema celebra la creencia popular y falsa de que el explorador bajó por la orilla oriental del lago Hurón y llegó a la desembocadura del río principal.

«La desaparición del antiguo bosque»: una lista de todos los árboles, con sus nombres, su aspecto y su utilización, que fueron cortados en el bosque primitivo, con una descripción general de los osos, lobos, águilas, ciervos y aves acuáticas.

«Un jardín variado»: quizá pensado como compañero del poema del bosque. Catálogo de plantas traídas de los países europeos, con sus pedazos de historia y de leyenda, y la esencia canadiense final que resulta de esta mezcla.

Los poemas están escritos en cuartetos o en pareados. Hay un par de intentos de sonetos, pero en su mayoría la rima es sencilla: a b a b o a b c b. La rima utilizada es la que antes se llamaba «masculina» («canción/mansión»), aunque de vez en cuando es «femenina» («costa/angosta»). ¿Todavía se conocen esos términos? No hay un solo poema sin rimar.