CAPÍTULO XXI

TODO SE ACLARA

Mientras los tres soldados de la Patrulla de la Frontera quedaban atados en uno de los rincones de la cabaña, Pete Rice llevó al maniatado capitán hasta colocarlo junto al lecho en que yacía Elbert Vaughn.

—Ahora, capitán Early —le dijo Pete—, voy a intentar demostrarle algo. Usted ha obrado como debía. Se ha limitado a cumplir con su deber. Cree que somos culpables, pero eso es una ridiculez y voy a intentar demostrarle por qué es una ridiculez.

—¡Me parece que es una tarea bastante dura! —gruñó Early.

—Tal vez no lo es tanto como usted se figura, capitán. He madurado este plan fríamente. Tengo más de una razón para pensar que he de conseguir lo que me propongo.

Mientras hablaba había destapado el frasco de cloroformo y lo había aplicado a las narices de Vaughn. Como había sucedido antes, los primeros efectos fueron sumergir a Vaughn en un sueño profundo. Durante unos segundos quedó como muerto.

El rostro del capitán Early estaba lívido de rabia, pero no protestó. No hizo amenaza alguna, ni siquiera hizo mención de que otros soldados de la Patrulla de la Frontera estaban en camino hacia la cabaña.

Sin embargo Pete, que había oído la conversación particular sostenida por Early con uno de sus hombres, lo sabía perfectamente. Di su plan fallaba, él y sus dos comisarios se verían antes e poco enzarzados en una nueva pelea o tendría que montar a caballo a toda prisa para intentar la fuga.

Los minutos parecía eternos.

Vaughn empezó a agitarse en su lecho. Al principio emitió sonidos inarticulados, pero poco a poco sus palabras fueron haciéndose más inteligibles. A veces daba un chillido penetrante.

Volvía a vivir escenas ocurridas en el Slash C. Llamaba a los hombres por su nombre. Su conversación era a veces vaga, pero algunas partes de ella eran perfectamente razonables.

¡ —Ahora le toca a usted actuar, Laredo— dijeron las palabras que salían de sus labios —. Un trabajo endemoniadamente encantador. Usted se apoderará de la muchacha. Si consigue usted casarse con ella, se habrán acabado los trastornos para nosotros. El rancho será nuestro y entonces...

Las palabras se cortaron al llegar aquí.

“¡Socorro! ¡Socorro!” gritó Vaughn en su delirio. Sus ojos estaban ahora desorbitados, pero no parecía ver nada. Luego los volvió a cerrar.

Del rostro del capitán Early desapareció algo de la expresión de rabia que segundos antes lo animaba y en su lugar apareció en sus ojos una mirada de asombro y admiración a la vez.

Vaughn continuó delirando esporádicamente.

“ —Ahora le toca a usted, McCarron— fueron las palabras siguientes —. Si no quita usted de en medio a ese Pete Rice y a sus comisarios...

Aquel hombre delirante interrumpió bruscamente su discurso y suspiró. Su cuerpo enclenque experimentó como una sacudida y pareció que iba a sumergirse otra vez en el sueño.

Johnny Boot apareció en aquel momento en la puerta.

En estos momentos se dirigen hacia aquí varios hombres a caballo —anunció—. Tal vez sean los otros soldados de la Patrulla..

Pete levantó una mano, imponiéndole silencio, porque Vaughn estaba delirando otra vez.

“ —Ahora le toca el turno a usted, Reynal... Le tengo en mis manos y no se me escapará...

Y, de pronto, elevó un poco más la voz y gritó:

“ —¡Cortadles la retirada! ¡Es muy fácil! ¡Rellenad esas mollejas con plomo! ¡No dejéis a uno con vida para que pueda contarlo!”

Su voz se apagó un poco y unos sonidos ininteligibles salieron de su garganta. Y luego volvió a gritar:

“ —¡Vamos a buscarlos, “Miserias”! ¡Ya has oído que nos han dicho que no dejemos ninguno con vida!...”

—¡Gracias a Dios! —interrumpió el capitán Early—. ¡Jamás lo hubiera creído!

—Voy a acabar d explicárselo, capitán —le dijo Pete, buscando en los bolsillos—. Aquí tiene usted algo que he encontrado en los bolsillos de Vaughn. Como esta tarjeta quizá no le hubiera convencido, he querido que lo oyera de sus propios labios.

Y, al decir esto, puso ante los ojos del capitán una tarjeta de cartón en la podía leerse:

ERIC VIVIAN

El hombre de

¡LAS CIEN VOCES!

Dando ahora la vuelta al mundo

Dirección: Sam Cohen

—Esta es la explicación del misterio, capitán —dijo Pete—. Elbert Vaughn, este hombre que tenemos delante, no es otro que Eric Vivian, el hombre las cien voces. Se ha procurado un alias con las mismas iniciales, a juzgar por los documentos y cartas que he encontrado en su poder.

A continuación explicó al capitán cómo un anoche, cuando representaba el papel del sordomudo Smiley, había oido a Hicks “Miserias” hablarle en la obscuridad.

—Pero no era “Miserias” —continuó—. Era este mismo Vaughn. Tenía sospechas de mí e imitó la voz de mi comisario, para obligarme a hablar y comprobar si era o no sordomudo. Yo caí en la trampa al contestarle.

El capitán Early movió la cabeza como si aún se resistiese a darse por vencido. Era un hombre testarudo, muy difícil de convencer. Vaughn empezó a delirar de nuevo, pero las palabras que salían ahora de su garganta eran una verdadera jerigonza. Su voz se hizo más fuerte, llegando casi a ser taladrante. Parecía aterrorizado por algo.

“ —¡Socorro!— chilló de una manera estridente. ¡Socorro!”

Orvin Reynal, que estaba en el lecho contiguo, se agitó nervioso y abrió los ojos. El viejo borrachín parecía ahora completamente sereno.

—¡Sí, pido socorro, Vaughn! —gruñó—. Veremos si alguien te lo presta.

Sus ojos se posaron en Pete Rice y luego en el capitán Early.

—¡Ha cogido usted a esa carroña! —dijo, con satisfacción—. ¡Me alegro! Seguramente iré a la horca con él, pero yo no le temo a la muerte. He sufrido ya mil muertes... en vida.

Sus ojos obsesionantes estaban animados por el odio y Pete Rice decidió servirse de aquel odio para obtener nuevas declaraciones.

—Sí, he cogido a Vaughn, Reynal —le dijo—. Y el que usted vaya o no al patíbulo depende de Vaughn. Si quiere usted que le ayudemos a conseguirlo, díganos cuanto sepa acerca de Vaughn, y de ese modo podremos ayudarle.

—¡Váyase al infierno! —le interrumpió furiosamente, Reynal—. ¡Ya le he dicho que no le tengo miedo a la muerte!

Y se retorció, impaciente. Sus ojos se fijaron en la jeringuilla hipodérmica que estaba sobre la mesa cerca de donde él se hallaba.

—Deme una inyección de esas. ¡Le digo que me la dé! ¡La necesito!

Y ahora suplicaba humildemente.

—¿Hablará usted? —preguntó Pete.

—¡Haré todo lo que quiera! ¡Pero démela! —y chillaba y pateaba como un chiquillo.

Pete le dio una inyección con la jeringuilla. Aquel hombre, después de todo era un verdadero cocainómano.

Reynal pareció aplacarse algo.

—Hablaré —dijo—. ¿Por qué no? Ya veo que ha empezado el baile. No me importa. No soy más que los restos de un hombre. Ese granuja que está ahí tumbado es el que me puso en este estado. Estaré mejor muerto.

Se oyó ruido de caballos cerca de la cabaña. Hicks “Miserias” corrió hacia la puerta.

—Son tres soldados de la Patrulla de la Frontera, Pete —dijo—. Johnny Boot y yo exploraremos el camino. Vamos a...

—Desáteme, sheriff —le interrumpió el capitán Early—. Voy a dar instrucciones precisas a esos hombres.

Pete cortó las tiras de cuero que mantenían sujeto al capitán, que corrió hacia la puerta.

—¡Soldados de la Patrulla de la frontera, aquí! —gritó—. ¡Soy el capitán Early! ¿Me oís?

—Sí, capitán. —Contestó la voz de uno de los soldados, que acababa de detener su caballo—. Soy el cabo Jonson. Creemos que...

—No importa —gritó Early—. El sheriff Pete Rice y sus hombres son inocentes. Esperadme ahí fuera. Estaré con vosotros dentro de unos minutos.

Y, volviendo al interior de la habitación, se sentó en una silla.

Vaughn dormía ahora plácidamente, peor Reynal estaba completamente despierto. De sus ojos no habían desaparecido aquella mirada de odio con que miraba al hombre de las cien voces.

—¡Vaughn era el pavo real en el rancho del crimen! —dijo—. ¡Con lo raquítico, con lo enclenque, con lo esmirriado que es! Pues sí, señor, lo era. Fue Vaughn quien asesinó a Hal Wheeler y robó los siete mil dólares que aquél había cobrado por la venta del ganado. Es Vaughn el autor de todos los hechos criminales cometidos en el Slash C.

Sus ojos odiosos parecían querer taladrar a su dormido compañero de fechorías.

—Él fue quien me sacó a mí del Estado. Yo era allí un abogado de fama anteriormente... antes de que yo cogiera el vicio de embriagarme. Decidí trasladarme al rancho, donde tal vez hubiese conseguido abandonar ese vicio.

Dejó oír un sordo gruñido, y continuó:

—En vez de conseguirlo, me hice más vicioso que antes. Vaughn deseaba servirse de mis conocimientos de las leyes. Me inyectó la droga mientras dormía, como ha hecho con todos los demás hombres de su organización. Nos convirtió en esclavos suyos... hasta el punto de que con tal de que nos diera la droga hacíamos cuanto él nos decía.

—¿Y es por eso por lo que le encontré a usted en su habitación... para hacerle a él también esclavo de la droga? —preguntó Pete.

—Eso es. No era la primera vez que yo entraba de ese modo en su habitación. Yo tengo varios cerebros. Vaughn es demasiado astuto para que se le pudiera dar una inyección hipodérmica. Por eso me valía de los mosquitos. Al darse cuenta de los pinchazos que aparecía en sus brazos, creía que se trataba de picaduras de mosquito. ¡Pero yo acabé por ser más astuto que él! ¡Más astuto que él!

Y Reynal soltó una carcajada, que tenía algo de demoníaco.

—Quería vengarme de él. Quería hacerle un esclavo de la droga... como él me había hecho serlo a mí. Yo no podía separarme de Vaughn. Estaba demasiado comprometido con él... como él lo estaba conmigo.

—¿Dónde ocultó Vaughn el tren cargado de chinos? —preguntó el capitán Early.

—¡Averígüelo usted! —fue la contestación de Reynal—. No quiero hacer daño a nadie más del Slash C. El único de quien quería vengarme es ese que está ahí tendido. Él era el cabecilla y el culpable de todo.

El capitán Early se encaró ahora con Pete.

—Enviaré algunos de mis hombres a prender un par de docenas de los otros —dijo—. Cabalgaremos hacia el Slash C y acabaremos de aclarar todo esto.

—No estoy seguro de que podamos hacerlo —contestó Pete.

Y dio cuenta al capitán del encuentro que tuvieron aquella misma noche con un jinete, que al verlos penetró en la sección de arbolado del viejo camino de Papago.

—Tengo la idea de que era uno de los hombres de McCarron —dijo—. No llevaba uniforme, por lo que no podía ser uno de sus hombres, pero si esos bandidos no se han presentado por aquí antes de amanecer...

¡Bang! ¡Bang!

Los tiros se sucedían rápidamente en el exterior. Pete y el capitán Early corrieron a la puerta.

—¿Qué es esto? —gritó el capitán.

Fue “Miserias” quien contestó. El pequeño comisario estaba tumbado en un escondite en la puerta posterior de la cabaña.

—¡Son los hombres de McCarron, Pete! Hay uno de ellos allí, cerca del árbol.

¡Bang!

“Miserias” tenía el revólver humeante. Se oyó un aullido de dolor, pero un segundo después, todos los revólveres empezaron a disparar en aquella dirección.

Pete calculó el número de atacantes por las detonaciones de las armas.

Calculó que frente a ellos debía haber por lo menos una docena de hombres.

Corrió al interior de la cabaña y cortó las ataduras de los dos soldados de la Patrulla de la Frontera que hicieran prisioneros al mismo tiempo que al capitán. Con estos dos y los tres soldados llegados últimamente formaban un total de cinco. El capitán Early hacia el número seis. Añadiendo a este número a Pete Rice y sus dos comisarios, Slapjack Kerlew y Johnny Boot, constituían un total de once.

Slapjack y Johnny habían empezado ya a disparar. La muerte llovía en dirección a la cabaña. Los defensores de ésta contestaban un segundo después a este tiroteo.

Los pistoleros del Slash C. parecían muy confiados en el éxito final de su tentativa de asalto, y hacían un fuego graneado. Uno de los soldados cayó con una pierna atravesada, pero continuó peleando contra los bandidos.

Pete Rice y el capitán Early disparaban codo a codo. Una vez más la ley los unía contra los que estaban fuera de ella. Early podía ser un hombre testarudo, pero peleaba como un león, con una sangre fría admirable. El estrépito de su 45 sonaba como el repique de un tambor.

Tres bandidos intentaron acercarse a la cabaña llevando en la mano teas encendidas. Intentaban prender fuego a la cabaña, para obligar a sus enemigos a abandonarla y cortarles luego la retirada.

Uno de los jinetes echó el brazo hacia atrás para lanzar una de las teas.

Las “bolas” de “Miserias” silbaron en el aire y fueron a enredarse en las patas del animal. El caballo rodó por el suelo y quedó tendido en el suelo aturdido.

Pete alcanzó en un hombro a otro delos incendiarios. En cuanto el capitán Early no se andaba con contemplaciones. Disparaba para matar a sus enemigos.

Pete, por su parte, no desdeñaba hacer prisioneros. De pronto vió a un individuo de figura cuadrada que llevaba a tres de los bandidos al abrigo de los pinos más cercanos. Era Luke McCarron, el capataz del Slash C.

El sheriff preparó el lazo. Quería coger vivo a McCarron, porque éste podía explicar muchas cosas. Pero antes de que Pete pudiese hacer uso del lazo, el 45 de Early habló dos veces seguidas.

McCarron dobló el pecho hacia delante y cayó de bruces a tierra.

La lucha continuaba. Los revólveres resonaban como los martillos sobre el yunque. Podía oírse claramente el chasquido del látigo de Teeny Butler, seguido de aullidos de dolor.

Se oyó ruido de cascos de caballos hacia el Oeste. Otros soldados de la Patrulla de la Frontera acudían atraídos por el estrépito de la lucha. Se notaba que venían a un galope furioso.

Los bandidos, al oírlos, iniciaron la retirada, pero casi fueron a caer en los brazos de Pete Rice y sus comisarios. Los comisarios se habían corrido hacia el Este para coger a los bandidos de flanco.

—¡Rendios! —gritó la voz potente de Pete Rice—. ¡Arriba las manos! ¡Dispararemos a matar si no lo hacéis!

Esta intimación fue suficiente y la batalla acabó en el acto. Ya no se oía un solo disparo cundo llegó el nuevo destacamento de soldados, y ayudó a reunir a los prisioneros en un solo grupo.

Sólo había que lamentar las heridas de dos soldados. Tres de los bandidos habían muerto y cinco estaban heridos, uno de alguna mayor gravedad... y McCarron de muerte.

El gigantesco y cuadrado capataz parecía experimentar dolores espantosos. Pete le cogió a rastras y le llevó al interior de la cabaña. Con una inyección hipodérmica calmó un tanto los dolores del herido.

McCarron le miró agradecido con sus ojos moribundos.

—Estamos en bandos diferentes, pero no es usted un mal hombre, Rice —dijo.

—Se está usted muriendo —le contestó Pete—. Podía usted darme algunos detalles para acabar de aclarar las cosas. ¿Dónde está el tren con los chinos? ¿Dónde está Lon Brenford? Podría usted decírmelo.

Y McCarron lo hizo. El tren cargado de chinos estaba oculto en un antiguo cañón a unas diez millas al sur de Slash C., según dijo a Pete Rice y al capitán Early y en cuanto a Lon Brenford, el padrastro de Virginia Calvert, lo tenían prisionero custodiado por dos hombres en una cabaña al pie del San Lorenzo.

—No matamos a Lon Brenford —explicó—, porque creímos que podríamos utilizarle otra vez. Le amenacé, haciéndole admitir que Flint Gentry tenía una hipoteca sobre el Slash C., aun cuando esa hipoteca era falsa.

Empezaba a respirar con dificultad.

—Creímos que podríamos servirnos de Brenford para otra combinación. Pensábamos que haciéndole regresar al rancho y haciéndole ver las cosas como más regulares y respetable, podríamos en caso de...

McCarron tuvo dos accesos seguidos de tos. Luego quedó inmóvil. Aquel hombre había luchado a la desesperada por adquirir una fortuna y sólo había conseguido la muerte.

Pete Rice miró a aquel hombre tendido a sus pies. La muerte era para él una vieja conocida. Sin embargo, nunca miraba el rostro de un cadáver, sin pensar que tal vez viviese su madre y habría de llorarle.

Y este pensamiento trajo a su imaginación el recuerdo de su propia madre.

Ahora no tardaría mucho en volver a verla.

Él y sus comisarios habían acabado por descubrir el misterio del Slash C., el rancho del crimen. Gentry podía al fin ser arrestado. No cabalgaba con los bandidos en sus fechorías, pero era tan culpable como cualquiera de ellos. Virginia Calvert recobraría ahora su propiedad.

Fue en la tarde siguiente cuando Pete Rice y sus dos comisarios salían del Slash C., siguiendo la carretera y cabalgaban hacia la ciudad de Broken Arrow. Pete había dormido un poco y había estado trabajando varias horas.

Al llegar al desenlace de aquel intrigante asunto había puesto un telegrama a Virginia Calvert y seguramente la encontraría en el hotel en Broken Arrow. Gentry estaba ahora encerrado en la cárcel con Reynal y Vaughn y se había hecho circular telegráficamente a todo el país la ficha exacta de Justo Otero, el “importador”.

Otero había abandonado el rancho aquella misma mañana, pero sería detenido, indudablemente, dentro de poco. Pete Rice tenía formada una idea de lo que debía hacer Justo Otero con los chinos.

Los pobres chinos entrados de contrabando, fueron hallados en la cabaña de la montaña que indicara McCarron y el capitán Early detuvo a sus dos guardianes.

“Miserias” acercó su caballejo al alazán de su jefe y le preguntó haciendo una mueca:

—¡Estará usted mucho tiempo hablando con esa linda muchacha en el hotel, Pete?

—No lo creo —contestó el sheriff—. Únicamente quiero comunicarle las buenas noticias que tengo sobre el rancho y sobre su padrastro.

Llegaron a la ciudad y Pete dijo a sus hombres:

—Tal vez fuera mejor que vosotros, muchachos, echarais a andar hacia la Quebrada del Buitre, y no creo que me cueste mucho trabajo en alcanzaros con Sonny.

Cuando llegaron a la pequeña calle principal de Broken Arrow, Pete desmontó ante el portalón del hotel, mientras sus comisarios emprendían el camino de regreso hacia la Quebrada del Buitre.

Pete ató a Sonny a una reja y entró en el vestíbulo del hotel. El tren que conducía a Virginia Calvert debía haber llegado ya o estar muy próximo a llegar. Preguntaría por ella en el mostrador.

Cuando entró en el vestíbulo vió al capitán Early hablando con un hombre de elevada estatura que estaba vuelto de espaldas a Pete. Early le saludó con la mano y aquel hombre se volvió y sonriendo y hablando con Early se dirigió hacia el sheriff.

Pete adelantó a su vez y dejó de mascar su goma sorprendido. Aquel hombre tenía un modo de andar particular. Pete acostumbraba a apreciar el valor de los caballos por su modo de bracear, había reconocido aquella manera de andar, aun cuando no pudo ver muy bien la cara de aquel hombre, la última vez que se encontrara con él.

—¡Hola, Lafe Hendricks! —dijo Pete.

—¡Hola, Pete Rice! —contestó su interlocutor—. Sino que mi nombre no es Lafe Hendricks. Soy un agregado al servicio secreto de la oficina de El Paso. Me enteré de un contrabando de chinos que se estaba verificando en esta sección. Vine aquí y notando algo sospechoso en el rancho de Slash C., pensé aquilatar mis sospechas...

—Esos granujas le hicieron a usted prisionero.

—Así fue. Estuve a unto de que me mataran aquella noche cuando los bandidos del Slash les prepararon la celada a usted y a sus dos comisarios. Los bandidos iban a obligarme a cavar mi propia sepultura. Entonces empezó la batalla, y vi la ocasión de escaparme. No sabía quién era usted, entonces... eso explica por qué le mentí cuando me encontró esposado.

—Lo que me intrigó más —dijo Pete—, es su oposición a que le llevara a Broken Arrow.

—No, porque habría estropeado mi asunto. Se habría conocido mi identidad y habría tenido que volver al Slash C.

Hizo una mueca burlona y continuó:

—Hubiera hecho mejor escapándome de usted, en vez de salirle al encuentro como hice después cuando el chino cayó sobre usted. Yo no podía continuar allí y tal vez ver cómo le mataba. Le golpeé en la cabeza con las esposas... y bastante fuerte. Esos chinos no tienen la cabeza muy dura...

Y terminó tendiendo la mano:

—De todos modos, le ruego que me dispense ahora el haberle golpeado en aquella ocasión. Tenía que obrar como lo hice, porque sino me hubiese usted traído a Broken Arrow. Por fin llegué a Hondo, en donde el capitán Early me quitó las esposas.

Se oyó un roce de seda a espaldas de Pete, que se volvió inmediatamente con cara encarnada como una amapola.

—¡Miss Virginia! No sabía si su tren había llegado o no... —tartamudeó.— ¿Recibió usted mi telegrama?

—Si, sheriff —contesto la muchacha—. No sé qué decir, ni cómo darle las gracias. Aun antes de saltar del tren en la estación ya he oído comentar a las gentes el brillante triunfo de Pistol Pete Rice en el asunto del Slash C.

Pete se puso más colorado que antes.

—Es que... eso se terminó muy bien —dijo modestamente—. Tengo que agradecer la ayuda de mis comisarios y del capitán Early aquí presente...

Pareció aturullarse otra vez al notar que el capitán Early y su amigo se habían apartado discretamente, pasando al extremo opuesto el vestíbulo.

—De todos modos —continuó—, se acabó... y su padrastro estará aquí dentro de poco. El capitán Early envió alguno de sus hombres a buscarlo. Uno de ellos ha regresado ya, diciendo que está sano y salvo y los otros hombres vienen escoltándole. Hemos metido a Flint Gentry en la cárcel. No era verdad que tuviese hipoteca alguna sobre el rancho que es de su propiedad, miss Calvert. Yo espero que será usted muy feliz allí.

Los ojos de la muchacha brillaron con un fulgor extraño.

—¡Nadie sabrá nunca lo feliz que soy ahora —dijo con emoción—. Pero, sheriff, ¿querrá hacerme un favor? ¿Un favor muy grande?

—Claro que se lo haré... si puedo —contestó Pete.

—Voy a volver a tener huéspedes en el rancho, pero me informaré sobre ellos con un poco más de detenimiento que antes y desde luego espero que ninguno de ellos será de la calaña de Vaughn y Reynal.

Se detuvo un momento, y continuó:

—Me estoy preguntado si no querrá ser usted huésped mío por unos días. Ha trabajado usted mucho y me ha hecho un servicio que jamás podré pagarle. ¿Quiere venir a pasar en mi casa todo el tiempo que quiera? Por mucho que esté... no será nunca bastante para mí —añadió.

Pete no sabía dónde meterse y miraba a todas partes, azorado.

—Mire usted, miss Virginia —empezó a decir—, un sheriff es un hombre que tiene el tiempo tasado, porque debe trabajar constantemente. Tengo mis comisarios en camino de regreso a la Quebrada del Buitre y les he prometido alcanzarlos en el camino. No puedo hacer esa visita... todavía.

En los ojos de Virginia Calvert se reflejó un enorme desencanto.

Pete sintió que iba a flaquear si continuaba mucho tiempo con la muchacha. Era hermosa, muy femenina, amable... de la clase de mujeres que un hombre podía desear para esposa.

Por todas estas razones, Pete Rice procuró terminar lo más brevemente posible su conversación con ella, murmuró un torpe “hasta la vista” y, cruzando el vestíbulo, se dirigió hacia donde había dejado a Sonny.

Desató el alazán, saltó a su silla y poco después el hermoso caballo galopaba a toda velocidad. Pete iba mascando goma y pensando. Sí, era muy hermosa miss Virginia. Había algo especial en sus ojos cuando le invitó a ir al rancho... algo que él no había visto jamás en los ojos de ninguna mujer.

Pero Pistol Pete Rice había escapado al peligro. No estaba dispuesto a tomar mujer. Eso no podía ser en su profesión. Aquello sería una felicidad... sí. Pero esa felicidad tendría que romperse cuando él tuviera que salir en persecución de los bandidos... y podría romperse para siempre. Algunos sheriffs no vuelven a casa después de una lucha con los facinerosos...

Apretó el paso de Sonny. Regresaba hacia la Quebrada del Buitre. Iba al encuentro de sus dos viejas amantes: su madre y la ley.

¡Pete Rice y sus ayudantes habían vencido una vez más! ¡Pete Rice y sus compañeros seguirían luchando contra el crimen!

FIN