CAPÍTULO XIX

“EL MISTERIOSO REYNAL”

Cuando se hallaron a una milla, aproximadamente, del Broken Arrow, los tres comisarios torcieron hacia el rancho Slash C.

Era difícil que Pete Rice abandonase un caso una vez iniciado. Aun ahora, siendo técnicamente un fugitivo de la justicia, creía que podía ofrecérsele alguna probabilidad de demostrar su inocencia acabando de aclarar algunas cosas que ya sabía.

Cuando los comisarios llegaron a las proximidades de los últimos corrales, vieron que todo parecía estar desierto, pero podía haber uno o dos hombres vigilando a aquellas horas de la noche. Pete decidió continuar el avance a pie y con mucha cautela.

—Tened los caballos preparados, muchachos, en caso de que ocurriese algo allí que nos obligara a partir precipitadamente —dijo a sus comisarios—, o os reunía a mí a menos de oír un grito... o un tiro.

Y echó a andar hacia delante. Buscó una empalizada para escondrijo tan lejos como fuese posible.

Sus penetrantes ojos escudriñaron la obscuridad. Sus oídos estaban atentos al menor rumor de conversación o de pasos.

Pero llegó a la vecindad del corral del sur sin contratiempo alguno.

Desde allí pudo distinguir el reflejo de una luz que salía de la parte más lejana de la casa del rancho y se reflejaba contra unas malezas. Parecía como si alguien en la casa estuviese despierto.

Pete se arrastró, describiendo un ancho círculo, en las proximidades de la ventana iluminada. Vió entonces que la luz salía de la habitación de Elber Vaughn, y recordó que el enclenque y afeminado individuo tenía el antojo de dormir con una luz encendida en su habitación. Pete avanzó cuidadosamente, pretendiendo colocarse junto a la ventana y aún penetrar en la estancia. Súbitamente se detuvo y se aplastó materialmente contra el suelo.

Otro hombre venía por aquella parte de la casa en dirección contraria a la suya. Un rayo de luz de la habitación de Vaughn iluminó de lleno la cara del rondador, que resultó ser Orvin Reynal, el sombrío borrachín, cuya conducta había sido siempre un misterio para los demás huéspedes del rancho.

Era evidente que a Reynal le guiaba algún fin, que debía ser siniestro, según se imaginó Pete. El rostro del viejo bebedor estaba contraído. Pete pudo verle pasar una de las piernas sobre el poyete de la ventana y desaparecer en la habitación de Vaughn.

El sheriff esperó oír el ruido de voces, pero no oyendo nada, al cabo de unos segundos avanzó cautelosamente, aunque no quiso acercarse demasiado para ver lo que ocurría, a través de la ventana. Además hubiera corrido el riesgo de ser descubierto y él no tenía intención alguna de que le descubrieran, porque era evidente que estaba ocurriendo algo importante aquella noche que podía estar relacionado con el total esclarecimiento del misterio del rancho del crimen.

Excepto un débil rozar de pies, el tintinear de unos cristales y una o dos veces un hondo suspiro, ningún otro sonido llegó hasta él de la habitación.

Pete se acercó un poco más, y se irguió durante un segundo. A la luz de la estancia Pete pudo ver la figura de Orvin Reynal inclinada sobre el cuerpo de Vaughn tendido en el lecho.

¿Intentaría asesinarlo? Recordó Pete que Reynal parecía odiar a Vaughn. Estaba Pete en este punto tan interesante de sus investigaciones, cuando Reynal dio media vuelta y se dirigió hacia la ventana, saltó del antepecho y cayó contra el césped.

En aquel mismo instante Pete dio un salto hacia delante y su puño derecho fue a chocar violentamente contra la mandíbula de Reynal.

Este cayó como una piedra y quedó tendido en el suelo sin conocimiento.

Pete llevó el cuerpo inerte de aquel hombre hasta un lugar obscuro y le registró para quitarle las armas que pudiera llevar. No encontró ninguna, pero halló en los bolsillos de aquel individuo una colección variada de objetos, mejor dicho, una desconcertante colección.

El fin de algunos de ellos era demasiado evidente. Había varios paquetes de cocaína, morfina y un material hipodérmico completo. El infortunado Reynal era un apasionado de las drogas, al mismo tiempo que un borracho impenitente. Su mismo rostro, desfigurado por los estragos del vicio, lo demostraba bien a las claras.

Pero lo que el sheriff no pudo explicarse en los primeros momentos era por qué llevaba también encima un frasco de cloroformo y tres tubos tapados con tapones de corcho, en uno de los cuales podían verse mosquitos vivos.

Lo primero que debía hacerse, evidentemente, era confiar a Reynal a la custodia de Teeny y “Miserias”. Pete solía llevar siempre esposas y cuerdas en sus bolsillos, pero éstos se los habían vaciado en la cárcel y no podía correr el riesgo de que Reynal recobrase el conocimiento mientras él estuviese investigando lo que hacía Vaughn.

Pensándolo así, cargó sobre sus hombros el cuerpo del borrachín y se dirigió a donde había dejado a sus comisarios con los caballos. Dejó caer a Orvin al suelo sin ceremonia alguna y en breves palabras explicó lo ocurrido a Teeny e Hicks y volvió a la habitación de Vaughn.

Una ojeada al interior de la habitación desde la ventana, le permitió ver que aquel hombre seguía acostado en la misma posición que antes, cuando se acercara a su lecho Orvin Reynal. Parecía como si estuviese muerto o sumido en un sueño muy profundo.

Pete saltó al interior del dormitorio y notó que Vaughn tenía ambos brazos cruzados sobre el pecho, posición que no daba la impresión de ser natural. Los brazos parecían haber sido colocados en aquella postura rara por encima de la sábana y por alguna persona extraña. Podían verse en ellos, además, unas hinchazones rojas.

Vaughn respiraba penosamente. Sus párpados no estaban completamente cerrados y a través de ellos podía verse el blanco de sus pupilas. Su sueño no era un sueño ordinario. Era un estado de suspensión de los sentidos que sólo podía haber sido logrado por la administración de un veneno o de una droga.

Pete miró más de cerca aquellas hinchazones rojas de los brazos y dedujo que incuestionablemente se trataba de picaduras de mosquitos. Además, en el centro de la hinchazón podía observarse una punción algo más grande que la de un mosquito pudiera haber producido. A la mañana siguiente, aquellas punciones habrían desaparecido, probablemente, y la piel sólo mostraría un endurecimiento descolorido.

La solución del misterio fue cosa de un segundo para Pete. Reynal había cloroformizado a Vaughn. Luego había presionado uno de los tubos, abiertos, contra el brazo de Vaughn, manteniéndolo en esta posición hasta que uno de los mosquitos picase la piel.

Terminado este trabajo preliminar, había introducido en el centro de la punción la aguja de una jeringuilla hipodérmica cargada con morfina repitiendo la operación hasta lograr aletargar por completo a su víctima.

Pero, ¿por qué había hecho todo aquello? ¿Qué objeto perseguía con cargar a Vaughn de droga y hacer aparentar que había sido picado por los mosquitos? Sólo Orvin Reynal estaba en posesión de este secreto. Sólo él podía contestar a estas preguntas que Pete se hacía ahora mentalmente.

El sheriff saltó la ventana otra vez y regresó rápidamente hacia donde estaban sus comisarios con el cautivo. Este acababa en aquel momento de volver en sí, y trataba de incorporarse.

Pero la desesperación de Reynal fue temporal, pues su energía era sólo la artificial de los aficionados a las drogas, y se deshizo ante la fortaleza del gigantesco Teeny. Sus uñas, sin embargo, llegaron a alcanzar el rostro de Butler y aun el de Pete, mientras pateaba y gruñía, fuera de sí.

—¡Vuélvame al sitio en que me ha cogido! —gritaba.

Su voz era intermedia entre un sollozo y un gruñido. El miedo de ser desposeído de sus venenos al encerrarlo en una celda, hacía contorsionarse su cuerpo con una fuerza que no se hubiera supuesto en aquel cuerpo raquítico y enfermizo. Sus manos, como garfios, intentaron clavarse en la garganta de Pete.

Pete consiguió libertarse fácilmente y asestó un puñetazo a la otra mandíbula d aquel energúmeno. El golpe alcanzó a Reynal, pero no logró contener a aquel lunático envenenado por las drogas, que era como un nidal de avispas irritadas.

Pete se dispuso a acabar de una vez y puso toda su fuerza en un nuevo directo. ¡Chack! El puño alcanzó a Reynal en la quijada. El cocainómano cayó de espaldas y su cabeza chocó contra el suelo con dureza.

Por un momento Pete creyó que lo había matado. Sin embargo, un breve examen le hizo ver que Reynal vivía aún, aunque algo más mal herido de lo que puede estarlo un hombre noqueado simplemente. Estaba completamente inmóvil.

—¡Por los cuernos del diablo! —exclamó Hicks “Miserias”—. Creo que estamos llegando al desenlace de este asunto. Dijiste un día, Pete, que si lograbas coger al hombre que inoculaba las drogas a los empleados del rancho, habrías cogido al jefe de la cuadrilla, y no hay duda alguna de que ese hombre es Reynal. Las pruebas están todas contra él.

Pete permaneció pensativo unos segundos. ¿Por qué había hecho uso Reynal de los mosquitos sobre el cuerpo de Vaughn? Los demás hombres a los que se quiso hacer aficionados a las drogas, fueron cloroformizados, sencillamente, durante el sueño y luego tratados con una jeringuilla hipodérmica. ¿Por qué se había hecho aquella excepción con Vaughn?

Un pensamiento cruzó como un relámpago el cerebro de Pete.

—Esperad un minuto, muchachos —dijo. Y se dirigió de nuevo hacia la casa del rancho. Saltó otra vez la ventana de la habitación de Vaughn y se acercó a éste, que seguía echado en la cama. Pete cogió el cuerpo del durmiente entre sus brazos, se lo cargó al hombro y salió de la habitación de la casa por el mismo camino que ya recorriera dos veces en un espacio de pocos minutos.

Vaughn en medio de sus sueños, murmuraba algo entre dientes. Eran frases entrecortadas que confirmaban lo que ya había sospechado Pete con anterioridad. El sheriff regresó a donde se hallaban sus comisarios.

Reynal continuaba inconsciente y había sido colocado a través de la silla del caballo de Teeny.

—Voy a colocar a este pájaro en la grupa de Sonny —dijo Pete, señalando a Vaughn—, y antes de partir hay que procurar amordazar a estos hombres. Podemos emplear una camisa o...

Un agudo chillido salió de la garganta de Vaughn, que sonó en el silencio de la noche como un pistoletazo.

—¡No podemos entretenernos ahora! —murmuró Pete—. ¡En marcha, muchachos!

Puso a Vaughn en la grupa de Sonny y saltó sobre la silla del alazán. En el momento en que los tres comisarios iniciaban la marcha se oyó una ronca interjección que partía de la casa del rancho. Los comisarios pusieron sus caballos al galope. El ruido debía haberse oído en el rancho.

Se vió surgir un fogonazo que debía de ser un rifle, y una bala silbó sobre sus cabezas. Y luego otro, y otro. Pero el que disparaba tiraba a la ventura, porque las balas silbaban sin dirección alguna.

De pronto las balas empezaron a llegar con una puntería rectificada y una de ellas pasó sobre la cabeza de Sonny. Pete pudo oír una voz que daba órdenes a gritos. Las ventanas de la casa del rancho se iluminaron de pronto y los fugitivos pudieron ver a McCarron que lanzaba sus hombres tras ellos.

—Tendremos que usar las espuelas, muchachos —dijo Pete.

Él rara vez espoleaba a su alazán, pero esta era una ocasión extraordinaria. Sospechaba que dentro de pocas horas habría puesto en claro el misterio del rancho del Slash C.

Y esto ocurriría si tenía tiempo de continuar escapando al encuentro de los pistoleros del Slash C por una parte, y de los soldados de la Patrulla de la Frontera por la otra, consiguiendo que éstos no hallaran sus huellas, las que había que borrar de la superficie de la tierra.