CAPÍTULO IV
BUEYES SOBRE RUEDAS
El pequeño comisario arrastró seguidamente el cuerpo del bandido hasta un rincón obscuro del cobertizo, pero entonces reconoció los pasos del que se acercaba, que no era otro que su compañero Teeny Butler.
Teeny había dejado los caballos en el corral y se disponía a descansar un rato. Sus ojos penetrantes miraron con curiosidad en torno suyo cuando entró en el cobertizo.
—Creo que el nuevo patrón te dijo que esta tarde tendríamos algún trabajo —le dijo a “Miserias”—. Por cierto que he oído un ruido sospechoso cuando me acercaba aquí. ¿Qué es lo que ha ocurrido?
Dio unos pasos en la habitación y acercándose a donde Hicks estaba escondiendo al bandido, miró la cara de éste.
—¡Qué el diablo me lleve si éste no es Gila Kid! —exclamó—. Amigo, creo que estamos listos si no nos quitamos pronto de encima a este bicho.
“Miserias” le explicó brevemente lo ocurrido, el descubrimiento del bandido, la pelea y su derrota. Le dijo también que había encontrado una bien repleta cartera debajo del sombrero de Gila Kid. Había visto a Gila ponerse precipitadamente el sombrero en el momento en que él le apuntaba con sus revólveres.
—La cartera tiene unas iniciales —dijo “Miserias”—. Debe habérsela robado a alguno de los huéspedes ricos que hay en el rancho. Iré a devolvérsela y así podré entrar en la casa y llevar a acabo una pequeña investigación. Y ahora vámonos de este cobertizo antes de que alguno de los empleados del Slash C. venga.
Teeny escudriñó los alrededores cuidadosamente. Parecían desiertos. Echóse al hombro el cuerpo del bandido con la misma facilidad que si fuese de paja y saliendo fuera del cobertizo fue a ocultarlo en un alto sembrado de alfalfa detrás del pajar.
No tardaría en hacerse de noche, y entonces Teeny pensaba llevar al bandido a la cárcel de Broken Arrow. Conocía al guardián de la prisión y se las arreglaría para que estuviese allí rigurosamente incomunicado todo el tiempo que fuera preciso.
Ya vería la manera de escaparse en cuando se hiciera de noche. Él y “Miserias” habían salvado admirablemente la situación, pero ambos estaban convencidos de que situaciones como aquella habían de ofrecérseles con frecuencia antes de que estuviese completamente aclarado el misterio del rancho Slash C.
Pete Rice llegó al cobertizo pocos minutos después. Preguntó qué había sucedido desde que se vieron y sus humeantes ojos grises brillaron de satisfacción al enterarse de lo ocurrido.
—Voy a deciros lo qué haré —decidió al fin—. Voy a llevar esa cartera a la casa.
Examinó con detención la cartera y al ver las iniciales exclamó:
—¡Hum!... J. O. Creo que Gila Kid le robó esto a Justo Otera, uno de los huéspedes. El devolvérselo a Otera me proporciona la ocasión de penetrar en la casa y escuchar algo que pueda ser interesante. Creo que las gentes que viven allí han sospechado anteriormente de mí. Hasta ahora no he tenido ocasión de penetrar en la casa.
“Miserias” le entregó la repleta cartera y Pete Rice, bajo el disfraz de sordomudo Smiley, se dirigió a la puerta de la casa del rancho y llamó.
Fue William Quayne, el antiguo especulador, quien le abrió la puerta acudiendo a su llamada. Pete le mostró la cartera y le dio a entender por señas que la había encontrado en los alrededores del rancho.
Se envió a buscar al viejo exportador mejicano. Sus ojos chispearon de contento cuando vió la cartera con sus iniciales y llevó consigo al interior de la casa al supuesto sordomudo. Examinó el contenido de la cartera, y al parecer, comprobó que esta intacto, por lo que ofreció en recompensa un billete de diez dólares al enmascarado sheriff.
Pete se deshizo en una pantomima de agradecimiento y salió de la habitación, pero había visto entrar en la casa poco antes a dos extranjeros y creyó que estarían conferenciando con Virginia Calvert, y que aquella conferencia tenía que ver algo con la propiedad futura del rancho Slash C.
Sin ser visto, logró deslizarse hasta una escalera que conducía a las habitaciones superiores. Llegó a éstas y protegido por la obscuridad logró deslizarse hasta una escalera que conducía a las habitaciones superiores. Llegó a éstas y protegido por la obscuridad logró colocarse junto a la puerta de la estancia en que se estaba celebrando la conferencia. A sus oídos llegó la voz de Virginia Calvert, que hablaba en tono lastimero.
—¿Pero no puede darme usted un nuevo plazo, Mr. Gentry? —rogaba la muchacha—. Yo habría tenido el dinero hoy. Hal Wheeler me traía los siete mil dólares... pero lo han asesinado y le han robado el dinero...
—¿Entonces cómo va usted a entregármelo? —gruñó una voz áspera y dura.
—Unos cuantos vaqueros míos están registrando el país en busca del ladrón. El comisario sheriff de Broken Arrow con otro pelotón lo busca por su parte. Deme usted un plazo, Mr. Gentry. ¡Por favor! Le pagaré el doble, el triple de intereses. Usted es un hombre rico y puede esperar. El Slash C. sólo significa para usted un negocio más. ¡Para mí.. lo es todo!
Tendido en el suelo, en la obscuridad. Pete había aplicado el oído a la pared y no perdía una sola palabra de la conversación. Oyóse a continuación la voz dura de Gentry:
—Siento mucho conocerla a usted en la desgracia, pero yo nunca empleo sentimientos en mis negocios. Pongo sólo mis obligaciones, y cada uno debe mirar su propio interés. He venido por mi dinero, siete mil dólares, o por el título de propiedad a mi nombre.
Pete oyó ahora la voz de otro hombre:
—Atendidas las circunstancias debía usted ser un poco flexible, Mr. Gentry, y emplear un poco de benevolencia en su táctica acostumbrada en los negocios. Si Miss Calvert pierde el rancho, se encuentra materialmente en medio de la calle.
La contestación de Gentry, indicó a Pete quién era el que acababa de hablar.
—Mr. Hegan —dijo la dura voz de Gentry—, usted ha sido el abogado de la familia Calvert durante muchos años. ¿Por qué no adelanta usted esa cantidad y salva el rancho?
Hubo algo de amargura en la contestación de Hegan:
—Si yo tuviese ese dinero lo adelantaría sin vacilación... ¡pero, desgraciadamente, no lo tengo!
—Entonces, vamos a terminar este asunto —dijo de nuevo la voz agria de Gentry—. No perdamos el tiempo en sensiblerías.
Hasta Pete llegaron los sollozos de Virginia. El sheriff esta riñendo una batalla consigo mismo. Hubiera deseado saltar por la ventana y dar al implacable Gentry su merecido, pero sería dejarse llevar de su rencor y transgredir la ley.
Los odios privados no podían ser perseguidos. Pete Rice no era más que un agente rígido de la ley. Habría que esperar el turno, hasta saber más detalles de los misterioso acontecimientos que se estaban desarrollando en el Slash C. y obrar a su debido tiempo.
Oyó el crujir de papeles, el rasguear de una pluma y otra vez la voz de Gentry:
—Bien, el rancho de Slash C. es mío ahora, miss Calvert, y voy a entrar en posesión de él en el acto. Deseo hacer algunos cambios en él. Voy a despedir a algunos hombres y a asalariar a otros. Los huéspedes de pago pueden quedarse aquí... si lo desean.
—En cuanto a mí —se oyó la voz de la muchacha—, como no soy un huésped de pago, seguro..
—Le agradecería que se marchase lo más pronto posible. Si puede ser mañana, mejor...
El rostro de Pete Rice se contrajo. Arrastrándose cautelosamente, llegó hasta la ventana más próxima y saltando por ella halló en la obscuridad del corral.
Deseaba saber si Gentry era uno de los granujas que intervenían en los acontecimientos misteriosos del Slash C. o si se trataba únicamente de un avaro con corazón de piedra, que no tenía más ley que su dinero.
En su fuero interno, el sheriff, deseaba que fuese lo primero, pues así, cuando llegase la hora de hacer justicia sobre Gentry, Pistol Pete Rice sería tan duro y rencoroso como el mismo Gentry.
El sheriff oyó vocear al ganado y el crujir de ruedas. Se arrastró cautelosamente hasta la parte posterior del cobertizo, que era de donde procedía el ruido.
Vió allí seis carromatos cubiertos con lonas formando una cubierta circular. Cada vehículo era capaz para acomodar en él, por lo menos, seis bueyes. En el convoy irían seguramente cuarenta vacas y novillos, lo que representaba un valor aproximado entre mil quinientos y dos mil dólares.
Era probable, pensó Pete, que Gentry hubiese decidido ya repoblar el rancho, pero el sheriff abandonó pronto esa idea. Conocía hacia tiempo a los ladrones de ganado y los métodos que empleaban. Uno de sus trucos era el de transportar el ganado de esta manera, y estaba seguro de que aquel ganado no llevaba el certificado de compra correspondiente.
Dedujo, pues, que aquel ganado lo sacaban del rancho probablemente para ocultarlo en algún corral, o en el cercado de un cañón hasta que pudiesen hacer desaparecer la marca de sus lomos.
Tenía la convicción de que se trataba de un robo de ganado, pero había algo más que esto y Pete creyó prudente recoger los mayores datos posibles de la verdad, antes de abandonar su papel de Smiley el sordomudo idiota.
Pudo ver entonces la silueta cuadrada del capataz McCarron que se dirigía hacia el cobertizo. Pete se acercó a la pared posterior y trató de escuchar lo que iba a decir el capataz una vez dentro.
—Tengo un poco de trabajo para vosotros, muchachos —estaba diciendo el capataz—. Gentry ha traído hoy unas cuantas cabezas de ganado.
—Creo que he oído sus mugidos —dijo la voz inconfundible de Hicks “Miserias”.
—Sí. Los animales han venido en tren desde Whitewater. Mientras fueron trasladados a los carros en Broken Arrow había varios individuos sospechosos huroneando alrededor. Los milanos están revoloteando ahora hacia el Slash C., según me han dicho. Creo que pretenden apoderarse del ganado para quedarse con él por un precio “fácil”. ¿Comprendéis? Quiero que me ahuyentéis a esos milanos, muchachos.
—¿Y si ellos plantan pelea, qué hacemos? —preguntó “Miserias”.
—¡Pues entonces les plantáis batalla vosotros a ellos! —gruñó colérico McCarron—. No hay ley que se oponga a hacer un escarmiento con esos ladrones de ganado. ¡El menor de vuestros trabajos en Slash C. es el de hacer de niñeras hasta Hereford! Si hacéis un buen trabajo esta noche, encontraréis un modo de haceros una fortunita en poco tiempo.
—¡Al pelo! —le interrumpió Teeny Butler—. Precisamente hacer funcionar nuestros revólveres es nuestra especialidad.
—Pues entonces en marcha, y ya podéis encender la pipa —dijo McCarron en tono más amable—. A caballo, muchachos, y en marcha. Y ya contestaré a vuestras preguntas cuando hayáis acabado vuestro trabajo.
Los ojos de Pete Rice relumbraron en la obscuridad. Comprendió lo que se proponía McCarron. El capataz enviaba fuera del rancho a unos supuestos bandoleros para asesinar a unos hombres honrados, que estaban en duda sobre si aquel ganado había sido robado.
Pete siguió las huellas que habían dejado los carros en el camino y al llegar a una milla de distancia de la casa principal del rancho se ocultó en un bosquecillo de algodoneros y celebró allí una conferencia con sus dos comisarios.
Comprobó que ni “Miserias” ni Teeny se habían dejado embaucar por las órdenes de McCarron, y que no tenían intención alguna de entablar una lucha con gentes honradas para defender un ganado procedente de robo.
—¿Y ahora qué tenemos que hacer, patrón? —preguntó “Miserias”—. Si no atacamos a esos hombres, McCarron creerá que no valemos para nada. Si los atacamos nos convertimos en asesinos.
—Encontraos con esos hombres y decidles la verdad de lo que ocurre y de quiénes sois vosotros. Rogadles que permanezcan ocultos y que no entorpezcan nuestra acción. Yo estoy por apostar que no han de pasar muchas horas, sea como sea, antes de que nosotros logremos descubrir...
Se detuvo de pronto sorprendido. Se había oído un crujido en la parte posterior del bosquecillo a pocos pies de distancia. El ruido podía haber sido producido por algún animal salvaje, o tal vez por algún espía del Slash C. Pete estaba inclinado a admitir esta última suposición.
El peligro avanzaba como un rayo sobre él y sobre sus dos comisarios. Un paso en falso cualquiera y los asesinos del Slash C. caerían sobre ellos como una manada de lobos.
Pero la preocupación de Pete Rice fue fugaz. Estar fuera de peligro o entro de él, era ya un hábito en aquel hombre y hierro.
—Vamos allá, muchachos —les dijo en voz queda a sus comisarios—. Proceded con sentido común, ese sentido que va siendo cada vez más raro en el mundo. Es una cosa que no está a la venta y si así fuera, ningún hombre tendría bastante dinero para comprarlo. Adelante, muchachos. Si salimos con bien esta noche, creo que podemos desentrañar este misterioso asunto del Slash C.
Los comisarios cabalgaron hacia el espacio abierto, mientras Pete retrocedía hacia la agrupación de edificios del Slash C.