CAPÍTULO XVII

LAS VOCES FATALES

El capitán Early, de la Patrulla de la Frontera, era esperado en el tren de las dos de la tarde de aquel día. Los tres comisarios fueron encerrados en celdas separadas. En el pasillo en donde estaban situadas las celdas se habían montado una fuerte guardia, no sólo para evitar una posible fuga de los prisioneros, sino para contener cualquier ataque de la multitud enfurecida.

Ellsworth Junction esta de pésimo humor.

La ciudad, como la mayoría de las de Arizona, había oído hablar de las hazañas de Pete Rice y de sus dos comisarios, pero el humor de una multitud es muy variable. Aquellos ciudadanos se habían olvidado de los gloriosos servicios prestados por el trío de la Quebrada del Buitre, y como suele ocurrir en estos casos, sentían más odio hacia aquellos hombres, antaño sus héroes, que si se hubiese tratado de criminales vulgares de la peor especie.

Pete Rice se tomó su encarcelamiento con serenidad. Creía que podría explicarse de manera satisfactoria ante el capitán Early. Teeny, a pesar del calor sofocante y sus magulladuras dormía... y roncaba.

Pero el inquieto Hicks “Miserias” estaba indignado y disgustado.

—¡Después de cuanto hemos hecho por este Estado! —gruñía—. ¡Por todos los diablos! ¡Si salimos con bien de ésta, lo mejor que podemos hacer es marcharnos lo más lejos posible, fuera de un país como éste!

Pete le contestó filosóficamente.

—Las gentes que se disgustan y maldicen el mundo, compañero, no han de olvidar una cosa: que el mundo se olvidará de ellos. No “Miserias”, debemos de aclarar este error antes de que ellos se olviden del mundo, y creo que todo quedará explicado satisfactoriamente en cuanto venga el capitán Early.

Pero cuando llegó el capitán, lejos de arreglase todo, lo que hizo fue empeorarse. Early era un hombre de unos cuarenta años. Tenía una boca dura, cubierta en parte por un bigote recortado, grisáceo, que acentuaba aún más aquélla dureza característica bajo su nariz de halcón. Su mandíbula parecía un granito y sus ojos azules tenían centelleos acerados.

Pete no le conocía personalmente, pero había oído hablar de él. El sheriff conocía a los hombres, y al ver a aquel, comprendió que era un hombre duro, pero recto. Early tenía una fidelidad probada de la Patrulla de la Frontera. Para sus subordinados era a la vez un jefe y un padre.

En cuanto llegó a la ciudad sometió a Pete a un interrogatorio. Le interrogaba como pudiera hacerlo un juez, y cortaba impaciente sus contestaciones cuando no se ajustaban rigurosamente a sus preguntas.

—¡Limítese a contestar categóricamente a mis preguntas! —le dijo autoritario—. No piense intentar convencerme de nada.

Y al hablar así miraba a otra parte indiferente.

—Tal vez se figuraba usted encontrar otro tratamiento más benévolo... por ser Pistol Pete Rice.

Y añadió entre diente, tras una breve pausa:

—Se le tratará a usted como a otro criminal cualquiera.

Se paseaba ante la celda como una fiera enjaulada.

—¿Pero quiere usted explicarme qué es todo este lío, capitán? —preguntó tranquilamente Pete.

—¡Que es usted un asesino! ¡Eso es todo! —bufó Early—. Usted y sus hombres han asesinado a mis muchachos... a mis soldados de la Patrulla de la Frontera, Usted...

—¿No estará usted rematadamente loco por casualidad, capitán? —preguntó Pete con indiferencia irritante—. Creía que tenía usted más sentido común y que no se creería de buenas a primeras una enormidad semejante.

La expresión fría, furibunda del capitán Early no cambió en nada ante este exabrupto.

—¿En dónde estuvieron ustedes desde la última tarde hasta el amanecer de hoy? —preguntó.

Pete explicó lo del extraño telegrama que había recibido en el tren y habló también del telegrama que recibieron sus comisarios.

—Tenemos los telegramas en nuestro poder —continuó el sheriff—. De acuerdo con el que yo recibí, alquilé un caballo de silla en una cuadra de esta ciudad y...

—¡Todo eso son historias! —cortó Early impaciente—. Todo eso pudo ser preparado por ustedes. Pudo llegar aquí cuando dice y alquilar el caballo, y así pudo pasar fácilmente la frontera antes de media noche. Sus dos comisarios podían haber llegado allí al mismo tiempo desde Broken Arrow. Luego, cometido el delito, han podido regresar aquí tranquilamente. No, Rice, no se me cuela a mí una historia tan burda como esa.

Se iba exaltando por momentos.

—No es la primera vez que oigo hablar de hombres que viven dos vidas distintas al mismo tiempo, pero usted ha llegado al límite. Si ha creído que me va a engañar y que va a obtener de mí misericordia en recuerdo de su cargo oficial, debe usted desengañarse. Ha habido otras autoridades que han faltado antes que usted a sus deberes, incluso gobernadores de los Estados. Mi obligación es castigar a los criminales, sean quienes fueren y perseguiría por ese delito hasta a mi propio hermano, si llegase a convertirse en coyote.

—Capitán, alguien ha tramado todo esto contra nosotros. Soy yo quien se lo dice —insistió Pete, impaciente—. Esto ha sido una maquinación odiosa. Por lo menos que sepa yo cómo ha adquirido usted la seguridad de que hemos cometido el delito de que se nos acusa.

Pete tuvo que hacer un gran esfuerzo para lograr que el capitán Early le contase lo que había sucedió la noche anterior. Y cuando Early habló al fin, contando la trágica historia que los supervivientes le contaron a él, su enjuto rostro había adquirido el color de la púrpura.

—¡Y eran unos hombres valeroso! ¡El cabo Santee era el mejor de todos, aunque los otros también eran bravos, gente sin miedo y sin tacha!

Continuando su relato, habló de las voces que oyeron sus hombres durante la pelea con los contrabandistas.

—Los soldados Emmett y Randolph oyeron vuestras voces —dijo ya fuera de sí—. Antes de ahora, en Hondo, le habían oído hablar a usted y conocían el timbre de su voz, y juran y perjuran que usted estaba en uno de los vagones del tren. Su dedo se tendió acusador hacia Pete al añadir:

—Y no sólo le oyeron a usted, sino a sus dos comisarios, Hicks y Butler. Les llamó usted a los dos por su nombre. Temía usted que se escaparan los hombres de la Patrulla y mandó que los destruyeran, y creyó que, efectivamente, los habían destruido. La evidencia de aquellas voces, Rice, será su condenación. ¡Se lo aseguro!

Pete Rice sintió que un escalofrío recorría su espina dorsal y no era porque tuviese miedo de perder la vida. Había visto muchas veces la cara de la muerte, para que fuera a asustarse ahora de su proximidad pero ¡ir a la muerte con el nombre deshonrado! ¡Él, Teeny y Hicks, acusados como... asesinos! ¡La sangre de tan bravos hombres vertida como criminales y haciendo execrable su memoria!

Pensó en su madre. Ella no creería jamás tamaña atrocidad. Sufriría una agonía indecible. Viviría mil muertes bajo el peso de la terrible ignominia caída sobre el honrado nombre de los Rice. La desgracia acabaría por matarla. Y, en cierto modo, pensaba también en Virginia Calvert. ¿Creería Virginia en su inocencia? No le conocía de antiguo. ¿Creería que toda su actividad en Broken Arrow era sólo para disimular sus otras actividades criminales?

Pensó también en sus comisarios, a quienes iban a quitarles la vida por una maquinación infame.

—Bueno, ¿qué es lo que piensa usted hacer en este caso? —preguntó Pete.

—Mis planes son llevármelos a ustedes de esta ciudad en el tren de las cinco. No quiero que estén ustedes aquí cuando los bebedores se hayan hartado de vino en las tabernas. Están demasiado soliviantados contra ustedes. En manera alguna quiero que perezcan ustedes de una manera ilegal... linchados por la plebe. Tendrán ustedes el fin que se merecen, pero quiero que no puedan negar la evidencia de su culpabilidad. Serán ahorcados... los tres.

Miró su reloj para ver qué hora era y continuó:

—No puedo llevarles a ustedes a Hondo. Hay allí demasiados parientes de los hombres asesinados, y serían capaces de asaltar la cárcel. He pensado llevarlos a ustedes a Crooked Creek, y mantenerlos allí en la cárcel hasta que vayan a empezar el procedimiento legal. Se hará justicia rápida. ¡Y nada más!

Early giró sobre sus talones y se alejó pasillo adelante.

Pete se sentó en un banco de su celda y empezó a pensar en cuanto estaba sucediéndole. ¿Le diría algo al capitán Early de los descubrimientos que había hecho en el rancho de Slash C.?

Después de todo, ¡qué conseguiría de bueno con ello? Podía hasta resultar un perjuicio. Pete Rice había dirigido todos su planes a apoderarse de todos los cabecillas. Si fuese allí algún otro oficial, desbarataría toda su labor.

Era indudable que alguien de Slash C. había tendido un lazo a Pete Rice y sus comisaros. Una investigación demostraría no haber en el rancho chino alguno enterado del contrabando, pues con toda seguridad que los contrabandistas habrían procurado no tenerlos ocultos allí, para de este modo tratar de probar su inocencia. Los chinos habrían sido trasladados con antelación a algún lugar seguro.

¡Voces! Los supervivientes de la Patrulla de la Frontera aseguraban haber oído las voces de Pete Rice, de Hicks “Miserias” y de Teeny Butler, que daban órdenes para que matasen a todos los soldados.

El pensamiento de Pete volvió hacia atrás, a los días en que estuvo desempeñando el papel de Smiley en el Slash C. y recordó el día en que oyera a alguien falsificar admirablemente la voz de Hicks “Miserias”. ¡Algo parecido a lo que había ocurrido la noche anterior!

Pete continuó pensando. Sabía que no todo el mundo en Ellsworth Junction creía en la culpabilidad de sus comisarios y de él mismo. Tenía allí amigos buenos y leales, y uno de éstos era precisamente el carcelero.

Pete dió unos golpes en los barrotes de su celda y llamó al carcelero por el ventanillo de la puerta. Cuando acudió el funcionario, el sheriff le habló unos momentos en voz baja.

—No somos culpables, Jake —le dijo—, y usted lo sabe. Usted podría llevar esto a su destino.

—¡Lo llevaré! —contestó Jake—. No puedo sacarle a usted de aquí., pero arriesgaré mi vida por usted, Pete.

Y desapareció por el extremo del pasillo.

Pocos minutos después, Pete pudo oír el galope de un caballo que se dirigía hacia la calle principal, que, como sabemos, era también la carretera que llevaba a las afueras de la ciudad.