CAPÍTULO VIII

TIROS A GRANEL

Cuando Pete llegó, arrastrándose, a estar más cerca, tuvo una idea mejor de lo que había sucedido. “Miserias” había aprovechado una oportunidad y el intrépido comisario se había precipitado sobre Weasel Fenwick.

El bandido disparó su revólver, pero erró la puntería, lo que fue aprovechado por Hicks para asestarle un trompazo que hizo caer el revólver de sus manos.

El diminuto comisario era demasiado astuto para intentar sacar su revólver. Sabía que los compañeros de Fenwick podía hacer de él una criba en pocos segundos. Levantó en alto las manos otra vez en cuanto consiguió hacer caer el revólver del bandido y Fenwick se puso en pie de un modo vacilante.

Los demás bandidos reían a mandíbula batiente. En su actitud demostraban estar un poco celoso de la jefatura que se había arrogado Fenwick sobre ellos. Los revólveres con que apuntaban a Teeny Butler habían descendido un tanto y echaban en cara a Fenwick su poca fortaleza.

—¿Qué es eso, Weasel? —gritó uno de ellos—. ¿Tiene ese muñequillo demasiado veneno para ti?

—¡Déjame que lo mate! —rugió Fenwick—. Parece que vosotros estáis aquí para...

Pero “Miserias” no le dejó terminar la frase y se arrojó sobre él. Enzarzándose en una lucha cuerpo a cuerpo, podía impedir que los otros bandidos se atreviesen a disparar sobre él. Asestó un formidable puñetazo a la nariz del bandido y empezó a molerle el cuerpo a golpes.

La vanidad ofendida de Fenwick le hizo reaccionar y atacó al barberillo con ambos puños. Los dos hombres peleaban en algunos pies de terreno. La maniobra no era exactamente la que Pete Rice deseaba. Él había estado avanzando de lado cautelosamente, preparándose par un plan atrevido.

Cuatro de los bandidos habían estado agrupados cerca de Teeny, guardando al gigantesco comisario con la amenaza de sus revólveres. El objetivo de Pete era arrojar sobre ellos su lazo y cogerlos a los cuatro a la vez, derribándolos a tierra. Sólo Weasel Fenwick hubiese quedado fuera del lazo, y Pete podía haberlo puesto rápidamente fuera de combate con un certero balazo en un hombro. Los comisarios podían haberse hecho cargo de los cuatro bandidos aprisionados por el lazo, quedando en un momento libres de enemigos.

Pero ahora, dos de los hombres que custodiaban a Teeny se habían apartado del grupo para ver mejor la lucha que sostenía Hicks “Miserias” y Weasel Fenwick. En el mejor de los casos, Pete sólo podía sujetar con su lazo a dos hombres, a menos de esperar a que volviesen a reunirse los cuatro, o en último término disparar su revólver a sangre fría sobre los dos que quedasen en libertad.

No entraba esto en la manera de ser de Pete. Él era un sheriff, no un asesino.

—¡Duro con él, Fenwick! ¡Duro con él! —gritó uno de los bandidos—. ¡Aunque él te noquee, nosotros nos encargaremos de él después!

Pero Weasel Fenwick tenía poca suerte y Hicks llevaba hasta entonces ganada la pelea. Aquel bandido de cara de comadreja5, balanceaba sus brazos en el aire de una manera amenazadora. Era bastante más alto que Hicks “Miserias” y mucho más ancho de hombros. Sus puños caían una y otra vez contra el rostro del diminuto comisario.

“Miserias”, no obstante, estaba dando más de lo que él recibía. Por la observación hecha por uno de los bandidos, comprendió el efecto que sus golpes estaban produciendo y redobló su acometida.

No era, ciertamente, la actitud de Hicks la de un prisionero condenado a muerte. Mantenía la cabeza del bandido en un continuo vaivén con certeros golpes de izquierda y de derecha. Aquella serie de golpes que habían convertido la cabeza de Fenwick en un péndulo, fue remachada con un rudo golpe a la barbilla, que hizo tambalearse al hombretón.

Pete se preguntaba si su compañero estaba ganado tiempo, sabiendo que su jefe, Pete Rice, había oído sus tres graznidos de lechuza que le anunciaban que todavía estaba vivo, y acudir en su auxilio.

Weasel, haciendo un esfuerzo desesperado, se precipitó sobre él con ímpetu. Un formidable derechazo de Hicks le hizo oscilar sobre sus talones. Otro hizo que crujieran sus costillas. Groggi, desorbitados los ojos, el bandido estaba a punto de caer. Su mano intentó apoderarse del revólver que Hicks le había arrebatado de la mano, arrojándolo a algunos pies de distancia.

Pete Rice estaba dispuesto a caer sobre él revólver en mano. Su intervención podría evitar tal vez que los otros bandidos disparasen sobre el indefenso Teeny Butler.

Pero Hicks “Miserias” se arrojó sobre Fenwick como una pantera y mientras molía a patadas al bandido, su puño derecho se aplastó contra la mandíbula de Fenwick. Weasel cayó como una masa inerte y quedó en el suelo sin movimiento.Entonces “Miserias” volvió a levantar los brazos y se dio vuelta hacia los otros cuatro bandidos.

—¡Ese ya está listo! —anunció—. ¡Creo que ahora podéis matarme! ¡Después de todo, esa es vuestra misión!

El tercero de los guardianes de Teeny se acercó rápidamente. El cuarto continuó junto a Teeny y su dedo oprimía el gatillo de su revólver próximo a disparar contra el gigantesco comisario.

Pete Rice estaba perplejo. Si lograba coger con el lazo los hombres que estaban cerca de “Miserias”, el que apuntaba a Teeny podía enviarle al otro mundo de un balazo dirigido al espinazo. Pero unas palabras de uno de los bandidos hicieron concebir a Pete nuevas esperanza.

—¡Indudablemente eres un luchador formidable, Hicks! —dijo—. Desde ahora no dejaremos que Fenwick se las eche de matón con nosotros... a menos de que lo disponga así McCarron, pero no por eso creas que te has librado de morir. McCarron desea que muráis los dos, pero vamos a hacer con vosotros una ejecución militar.

—¿Cómo? —preguntó “Miserias”.

—Que os vamos a ejecutar militarmente. Es lo más que podemos hacer en tu favor, en las circunstancias en que nos encontramos. Tú eres un hombre de una vez, pero nosotros estamos trabajando para McCarron y tenemos que obedecer sus órdenes, y sus órdenes son las de que os matemos.

El hombre que estaba hablando había pasado a ocupar el mando de el pelotón que hasta entonces ostentara Fenwick.

—¡Alineadme a esos dos hombres allí en la orilla del arroyo, muchachos! —dijo a sus tres compañeros—. Vamos a acabar esto en seguida.

A unos pocos metros de distancia del corral un arroyo, ancho y seco, cortaba el terreno desde el Norte, haciendo una curva hacia el Oeste. Pete vió cómo llevaban a sus dos comisarios a la orilla de aquel arroyo. Tenían las manos atadas a la espalda. Una vez colocados en el sitio de la ejecución, los cuatro bandidos retrocedieron varios pasos.

Pete esperó. Quería que los bandidos se reunieran en grupo. El que parecía mandar ahora el pelotón cambió con los otros unas palabras en voz baja. Formaban un grupo aislado, de cara unos a los otros.

Pete calculó la distancia y observó cuidadosamente la posición en que se hallaban los cuatro individuos. No estaban completamente juntos, pero no había más remedio que contentarse con aquella oportunidad, sin esperar a otra que ya no se presentaría más. Su brazo trazó unos círculos en el aire.

¡Swish!

Las larga cuerda de Pete silbó en el aire, alargándose en toda su longitud y el círculo formado por el lazo voleó unos segundos sobre las cabezas de los cuatro hombres y luego cayó a plomo sobre ellas.

Instantáneamente la recia cuerda del lazo púsose tensa en un violento tirón dado por Pete en el otro extremo. Los bandidos fueron derribados violentamente, pero uno de ellos tuvo tiempo de disparar rápidamente dos tiros al tiempo de hacer en dirección al arroyo. Pete vió a sus dos comisarios caer hacia atrás.

Otro de los bandidos se debatió unos segundos dentro del cinturón formado por la cuerda y su 45 retumbó dos veces. Una de las balas se hundió en el tronco de un pino unas pulgadas por encima de la cabeza de Pete y el segundo rozó su cuello, haciendo brotar unas gotas de sangre.

Pero Pete mantuvo tenso el lazo, y él mismo continuó pegado a la tierra cuan largo era. Dudó un instante si disparar sobre los cuatro bandidos que acababa de cazar.

¡Bang!

Una llamarada brotó del sitio en donde había caído Fenwick. La bala silbó junto al oído de Pete. Este devolvió el tiro. Su 45 lo empuñaba con la mano izquierda, pero la puntería fue perfecta y la bala atravesó la muñeca de Weasel, que dejó caer el revólver lanzando un aullido de dolor.

Weasel Fenwick ni aun intentó recoger el revólver del suelo. El miedo parecía darle alas y, lanzando alaridos de terror, corrió hacia la parte sur del corral y luego desde allí retrocedió dirigiéndose hacia el cuartel general del rancho. Pero ahora los cuatro bandidos estaban tratando de incorporarse, jurando y blasfemando, al mismo tiempo que disparaban desordenadamente en todas direcciones.

Los revólveres de Pete contestaban de una manera salvaje.

—¡Tirad al suelo esas chimeneas! —rugió Pete—. ¡Estáis arrestados!

Y acompañó esta orden con un fuego graneado que silbó amenazadoramente en los oídos de los facinerosos. Dos de estos pugnaban por escapar al lazo y uno de ellos disparó rápidamente en dirección a Pete.

—¡Es Smiley! —vociferó—. Es él...

—¡No soy Smiley! ¡Me llamo Pete Rice! —gritó el sheriff—. ¡Manos arriba!... ¡Pronto!

Este nombre pareció causar al bandido más efecto que una docena de balas. Apretó el gatillo de su revólver y la bala pasó rozando la cabellera del sheriff. La contestación de Pete hizo caer el arma de sus manos.

Los otros tres, más desembarazados sus brazos de la cuerda ahora, enviaron una andanada de balas al sheriff, pero éste estaba ya en plena acción y uno de los bandidos se derrumbó con el hombro atravesado de un balazo. Los otros tres echaron a correr. El herido se sujetó el hombro con la mano y corrió detrás de sus compañeros.

Los cuatro hombres corrían con toda la velocidad que les permitían sus piernas. Pete podía haberlos detenido a tiros, pero les dejó marcharse. No eran peces de importancia, y además, matar por su propia mano no formaba parte del código de Pete.

Lo que más le interesaba ahora eran sus comisarios. ¿Estaban heridos... o muertos? En cuanto se convenció de que los bandidos no tenían intención de volver, corrió hacia la linde del arroyo. Hicks “Miserias” ya se había puesto en pie. Tenía las manos atadas a al espalda y hacia esfuerzos para salir del cauce del arroyo.

—Hemos representado el viejo truco. Cuando dispararon sobre nosotros nos dejamos caer de bruces, Pete —explicó el barberillo;— pero mucho me temo de que una de las balas haya alcanzado a Teeny.

Pete bajó al cauce del arroyo, en cuyo lecho yacía el enorme corpachón de Teeny Butler. El gigantón estaba inmóvil y parecía estar herido de gravedad, si no muerto.