CAPÍTULO VII
SENTENCIA DE MUERTE
El Rojo Maple lanzó un alarido de miedo. Aferrado de pies y manos al sheriff, se veía ahora pronto a ser la víctima de la argucia que había estado preparando su enemigo. Soltó sus manos asesinas del cuello de Pete Rice y pasó sus brazos desesperadamente en torno al torso del sheriff. Era un esfuerzo instintivo para salvarse a sí mismo, lo que no era tan fácil como le pareciera.
Los dos hombres se hundieron hacia abajo, hacia abajo... Silbaba el aire en torno suyo. Sus cuerpos chocaban contra las paredes del pozo de las que se desprendían trozos de piedra. Parecía inevitable que sheriff y bandido, dentro de pocos segundos, no serían otra cosa más que una masa de carne y huesos despedazados.
En aquel momento la mano de Pete Rice tocó la cuerda tensa que llegaba hasta el fondo en el centro del pozo. No era cosa fácil agarrarla, pero el peligro era un parte de su rutina diaria, y Pete se había acostumbrado a mantener su presencia de ánimo en las circunstancias más difíciles, ¡y consiguió apoderarse de esta cuerda!
El Rojo Maple podía haberla cogido, pero el terror le tenía desesperado por completo e incapaz de pensar. Pete intentó sujetar la cuerda, pero la misma velocidad del descenso hizo que la soga desollase en vivo su mano y el dolor intensísimo le obligó a soltarla contra su deseo.
Sin embargo, se trataba de salvar la vida y apretando los dientes en un esfuerzo desesperado logró asirla de nuevo. Su mano de hierro rodeó la cuerda y otra vez sintió abrasarse su piel; pero tuvo el valor necesario para no soltarla. Suponía que él y Maple habían descendido ya unos cincuenta pies.
La fuerte resistencia del sheriff había sido discutida muchas veces en el distrito de Trinchera como algo extraordinario. Pete aspiró profundamente una bocanada de aire que restableció la circulación de su sangre y le devolvió las energías perdidas Un segundo después asía la cuerda con la otra mano. Acababa de salvar su vida y la de Maple.
Presa de un error pánico, Maple se había aferrado con todas su fuerzas al cuerpo de Pete cuando éste logró asirse a la cuerda. Sus piernas rodearon la cintura del sheriff en un apretón terrible.
Entonces cogió la cuerda con una mano y con la otra dirigió un fuerte golpe a la cara del sheriff. Aun vió una probabilidad de precipitar a Pete al fondo del pozo, a una muerte segura, escapando él de ella.
El puñetazo alcanzó a Pete Rice entre los dos ojos. Durante unos segundos las manos de Pete quedaron inertes. De haber sido Maple más inteligente podía haber tenido entonces la mejor probabilidad des deshacerse de su enemigo, pero al mantener el apretón de sus piernas, evitó que el sheriff se precipitase al fondo del abismo.
Maple echó hacia atrás el brazo para asestar otro golpe que él juzgaba decisivo y al mismo tiempo aflojó la presión de sus piernas. ¡Bam! Su puño chocó otra vez contra el rostro del sheriff en el mismo instante en que soltaba por completo sus piernas. Pete casi soltó la cuerda, mientras Maple lanzaba un alarido de triunfo. Llegó hasta él en la obscuridad el ulular de una lechuza.
Y se repitió el aullido una y otra vez y aquel sonido repercutió claramente en el cerebro de Pete Rice como si un escalpelo de cirujano hubiese rasgado súbitamente el velo que obstruía su pensamiento.
Un instante antes era un ser insensible que iba hacia la muerte y súbitamente se había convertido en un loco furioso. Porque sabía perfectamente que aquellos tres graznidos de lechuza no eran, no, una llamada del pájaro de la noche. Aquellos tres graznidos era la señal convenida entre Pete y sus hombres y significaba que uno de sus comisarios solicitaba su ayuda.
Tal vez Pete Rice no hubiese podido evitar la caída con sus manos, pero su cerebro, aclarado súbitamente de los efectos el choque anterior, le hizo adivinar cuál era el único recurso que había de salvarlo del desastre: el empleo de su pierna. Súbitamente enroscó ésta alrededor de la cuerda mantenida tensa por la plataforma del ascensor que había llegado al fondo del pozo.
El Rojo Maple lanzó un rugido salvaje, aderezado de unos cuantos juramentos groseros. Una vez más trató de golpear al sheriff en la cara. Precisamente Pete había esperado ese ataque y esquivó tales acometidas defendiéndose a puntapiés. Luego rodeó con ambos brazos las piernas de Maple y tiró con fuerza del cuerpo el bandido.
Pete Rice luchaba ahora con la ferocidad de un tigre. Ponía en la pelea una furia inspirada que Maple no podía contrarrestar. Sus comisarios, sus amigos, estaban en peligro y aun podían llegar a ser asesinados. Necesitaban la ayuda de Pete Rice y jamás les había faltado ésta en ocasiones anteriores y estaba resuelto a que tampoco careciesen ahora de ella.
Olvidó todo lo demás y empezó a trepar hacia lo alto como un gato. De todos modos comprendía que la tenacidad de Maple por conservar la vida le harían adherirse como una lapa a la cuerda en tensión. Se elevaba fuera del alcance de aquellos pies cuyas botas podían dar al traste con sus esperanzas. Pero Maple se soltó de una mano y trató de asestarle un nuevo golpe, dirigiendo el puñetazo con su característica dureza.
Pete logró esquivarlo difícilmente. Su sangre estaba en ebullición y se dispuso a salir de aquel pozo fuese como fueses, porque si por alguna casualidad no conseguía hacerlo pronto, moriría allí con el bandido.
Maple era un asesino. La pena que a éstos se les aplica en Arizona es la de muerte. Si Maple había de ser ejecutado más tarde por sentencia legal, Pete estaba dispuesto a actuar ahora como ejecutor al mismo tiempo que como sheriff.
Rodeó con fuerza el cuerpo del bandido. Notó que una hoja de acero atravesaba su chaqueta. Era evidente que Maple había sacado un cuchillo, aunque la obscuridad era demasiado intensa para que el sheriff lo viese y aun para que Maple pudiese precisar el golpe.
El siguiente movimiento que hizo el bandido dio a entender a Pete que se preparaba a repetir la cuchillada. Pete, con la mano que tenía libre, asestó un formidable puñetazo en la barbilla de su contrario. Su puño dio en el sitio calculado y el cuchillo cayó al fondo del pozo. Esto demostraba que Maple había sido tocado seriamente.
Sin embargo, Maple no estaba aún fuera de combate y todavía trató de hundir sus dientes afilados en la garganta del sheriff, que lo evitó de un soberbio derechazo.
—¡Muy bien! —dijo la voz ronca de Maple—. Sáqueme de aquí y no me golpee otra vez. ¡Basta!
Pero Pete no paró. No tenía intención de noquear a Maple y echarlo al fondo del pozo, pero no quería mostrarle tampoco que le hacía merced de la vida. Hasta que Maple estuviese inconsciente, la muerte le acechaba en la obscuridad para precipitarlo en el vacío.
El sheriff se mantuvo sujeto a la cuerda tensa con la mano izquierda, mientras que con el puño derecho infligía a su enemigo un duro castigo. Notó que la sangre empezaba a fluir de las narices de Maple y notó el crujir de los dientes del bandido contra sus nudillos.
El próximo golpe lo envió una pulgada ladeado. Buscaba la mandíbula y al fin comprobó que había hecho blanco en ella.
El cuerpo del bandido tornóse flácido. Pete aseguró aún más la presión de sus piernas en torno a aquella forma inconsciente. Ahora podía emplear ambas manos para trepar por la cuerda. El pensar en que Hicks “Miserias” y Teeny Butler podían hallarse en peligro multiplicaba sus fuerzas.
Era un trabajo muy duro el izarse él e izar a Maple por la cuerda, pero apretó sus dientes con fuerza y continuó la ascensión. El sudor brotaba copiosamente, de sus sienes latían desordenadamente, pero por fin consiguió apresar con una mano el borde del brocal. Sus piernas seguían sosteniendo el cuerpo inconsciente del bandido.
Un último esfuerzo y logró sacar el cuerpo del pozo. Agarróse con fuerza al borde y poniendo en ello toda su energía, logró extraer también el cuerpo de Maple.
Ya no le quedaba por hacer más que atar y amordazar al bandido y dejarlo prisionero allí en la obscuridad. Sacó de uno de sus bolsillos un cordel, de los que siempre llevaba para estas ocasiones, y ató sólidamente al prisionero a la manera como los vaqueros atan a los novillos en los rodeos. Luego cogió la bufanda del bandido y haciendo con ella una pelota se la metió en la boca a modo de mordaza, atando los extremos por detrás de la nuca.
Aunque la ascensión y lucha habían agotado en gran parte sus fuerzas, aun conservó las necesarias para cargarse al hombro el cuerpo de Maple y llevarlo hasta el alto sembrado de alfalfa detrás del granero.
Llegó hasta él el ruido de cacos de caballos que se acercaba por la parte Sur del corral. Pete se arrastró cautelosamente en esa dirección. Tres jinetes se dirigían hacia el rancho. Tuvo la intuición de que aquellos hombres intentaban jugarles una mala pasada a sus comisarios, ¡pero tampoco él se disponía a jugársela a ellos muy buena!
El sheriff avanzó rápidamente hacia la parte posterior del granero, en la linde del campo de alfalfa. De uno de los pesebres del corral apartó con los dedos la hierba que lo llenaba por completo.
Del pesebre sacó su lazo de cuerda de sesenta y cinco pies de largo, su cinto y sus pistoleras, en las que estaban enfundados sus dos magníficos 45 con culata de nácar.
Eran unas armas preciosas, perfectamente bruñidas, labradas con verdadero primor y en cuyas culatas se veían las iniciales P.R. del sheriff. Eran donativo del viejo Anse Runnison, el patriarca de una numerosa familia a la que Pistol Pete Rice salvara el honor.
El sheriff ajustó rápidamente sus armas. No tuvo tiempo de embridar y ensillar su caballo, porque otra vez se oyeron los tres graznidos de lechuza. Sus comisarios no debían de andar lejos.
Pete inició una rápida carrera. Sus largas piernas volaban materialmente sobre la tierra en largas zancadas y sus manazas enormes acariciaban los revólveres.
Había ocultado aquellos revólveres y el resto de su equipo cuando llegó por primera vez al rancho, dispuesto a representar el papel de Smiley, ya que uno sordomudo desamparado con un lazo de cuerda y un par de revólveres con culata de nácar no hubiese podido por menos de ser sospechoso al menos suspicaz.
Los jinetes galopaban a lo largo de los carromatos entoldados que ya Pete viera aquella noche a primera hora. Oía distintamente el ruido sordo de los cascos sobre el terreno cubierto de césped que se extendía ante él y corrió con todas sus fuerzas.
Cuando avanzó unos cuantos metros pudo distinguir la hoguera encendida en el centro del campamento. Allí era, probablemente, donde se había sostenido la lucha. El sheriff no tenía que esforzarse mucho para ocultarse, ya que el terreno estaba cubierto de salvia y chaparral. Agachándose cuanto podía siguió avanzando.
En pocos minutos se halló junto al corral adonde ya habían llegado los tres jinetes, que habían desmontado y estaban hablando con otros dos individuos, que tenían encañonados con sus revólveres a dos hombres que mantenían en alto sus brazos.
El tamaño de aquellos dos hombres, uno muy grande y el otro muy pequeño, fue para Pete Rice una revelación. Los dos hombres que estaban en peligro de muerte eran Hicks “Miserias” y Teeny Butler.
Pete hizo crujir sus dientes en un apretón nervioso. ¿Llegaba demasiado tarde? Los bandidos estaban a tiro, pero si abría fuego contra aquellos bandidos corría el peligro de herir a sus comisarios. Además, el primer pensamiento de los rufianes al oír un tiro podía ser el de asesinar a los dos prisioneros. La única probabilidad que tenía Pete de obrar con éxito, era valerse de una sorpresa.
Pete avanzó cautelosamente a través de la vegetación que le rodeaba. Su rostro estaba contraído ante el temor de que les ocurriese algo irreparable a sus compañeros, pero en el fruncimiento de sus labios se revelaba la firmeza de su decisión de intervenir costase lo que costase.
Poco a poco fue trazando un círculo hasta llegar a la parte posterior del corral. Sintió que bañaba su cuerpo un frío sudor al ver a un conejo que salió huyendo de su madriguera al acercarse él. Y un escalofrío recorrió su espina dorsal al ver aquel punto blanco, brillante, que pasaba a poca distancia de los hombres que estaba espiando. ¿Comprenderían los captores de “Miserias” y Teeny el significado de aquella fuga precipitada del animalito?
Al parecer, no lo comprendieron; pero al parecer también, Hicks “Miserias” si se dio cuenta de lo que aquello significaba.
—¡Ten cuidado con lo que haces, bicharraco! —gritó la voz insolente de “Miserias”—. Te van a fallar los nervios cuando quieras disparar contra mí. ¡Oye bien lo que digo, yo puedo darte una tunda, Weasel Fenwick! ¡Tú y tus compañeros vais a patear de lo lindo más tarde! ¡Os voy a desengrasar antes de que me matéis, granujas!
El cuerpo de Pete Rice experimentó una sacudida. ¡Weasel Fenwick! ¿Luego Weasel Fenwick formaba parte de esta nueva cuadrilla de bandoleros dirigida por McCarron? Conocía Pete el récord criminal de Fenwick. Era un bicho completamente venenoso. El sheriff se estremeció.
Hicks “Miserias” se estaba jugando la vida. Podía provocar el disparo de Fenwick, espoleando su vanidad y un tiro podía escribir la frase final del discurso pretencioso de Hicks “Miserias” en una fracción de segundo.
Este temor se puso aún más de relieve cuando oyó la voz sarcástica de Fenwick que decía:
—¡Ja! ¡Ja! ¡Oíd al carne de buitre cómo habla! Si yo fuese un buitre, Hicks no embotaría mi pico intentando hallar una molla tierna de carne, mezquino esqueleto!
—¿Si fueses un buitre?. ¡Eres un buitre, Fenwick! —contestó “Miserias”.
Pete seguía arrastrándose hacia la parte más lejana del corral. A pesar de los balidos del ganado, podía oír la conversación bastante clara.
“Miserias” sentía la proximidad de su jefe. El valiente barberillo procuraba distraer a su enemigo.
Otra vez oyó Pete reír sarcásticamente a Fenwick. Esto inyectó nueva esperanza en su corazón. Aquel ratoncillo humano estaba desembuchando toda su aversión a la ley sobre los dos comisarios prisioneros, pero aquel regodeo suyo era un elemento más a favor de los dos representantes de la ley. El deseo del bandido de dar a sus víctimas una tortura moral retrasaba la hora de su ejecución.
Tal vez Fenwick quería que Hicks “Miserias” sintiese antes de morir todo el peso de su humillación. Casi nadie, si había de juzgar sus méritos por su aspecto, creería a Hicks un digno adversario en una pelea a puñetazos dada la mezquindad de su persona.
—¡Estás demostrando ante tus compañeros todo lo cobarde que eres! —dijo “Miserias” despreciativamente.
Otra vez se oyeron las carcajadas de Weasel Fenwick. Era dueño de la situación y sabía que lo era. Su revólver seguía apuntando a su enemigo:
—¡Fíjate en esa luna, Hicks! —dijo.— ¡Es la última luna que ves en la tierra!
Pete seguía acercándose, pero no estaba aún todo lo cerca que deseaba.
Había preparado el lazo con su cuerda de sesenta y cinco pies.
¡Si la suerte le concediese tan sólo unos pocos segundos!... Si sólo...
Se oyó un tiro y vió un confuso movimientos delante de él donde estaban sus comisarios y sus captores.
¡Bang!
Pete intentó taladrar las tinieblas. ¿Habría llegado demasiado tarde?
¿Habría matado a Hicks “Miserias” el odioso Fenwick?