CAPÍTULO XX

LA IDEA DE PETE RICE

El sheriff y sus comisarios, que durante sus numerosas aventuras habían seguido más de una vez las huellas ajenas de noche, tenían la seguridad de que ninguno de los más expertos hombres de McCarron podrían hallar las huellas que dejaron sus tres caballos.

McCarron debía estar ahora desesperado. En cuanto se enterase de la desaparición de Reynal y Vaughn, alquilaría probablemente un rastreador indio de Broken Arrow y no descansaría hasta dar con los tres comisaros.

Había llegado el momento de echar mano de la estrategia, y Pete Rice era en ella un verdadero maestro. Desde un principio pensó en dirigirse a la cabaña habitada por Johnny Boot y Slapjack Kerlew. Desde que fueron despedidos del Slash C. ambos amigos habían estado viviendo en una cabaña situada a la espalda de Broken Arrow, en los montes solitarios.

Y, sin embargo, Pete galopaba ahora unas cuantas millas fuera del camino que conducía a la cabaña. Dio un largo rodeo hacia el Oeste, pasando por los terrenos de otro rancho. De pronto dio la señal de alto, y, habiendo desmontado, se dirigió hacia un obscuro corral en el que había oído el ruido de cascos de caballo.

Cuando volvió a donde le esperaban sus comisarios, llevaba del ronzal un delgado y diminuto poney indio. Iba a robar, temporalmente, a aquel caballito.

Ya hemos dicho en otras ocasiones, que Pete Rice parecía vulnerar a veces la ley, y era verdad, pero cuando lo hacía, era siempre en beneficio de esa misma ley.

“Miserias” había cogido al caballejo de la crin y llevó los cuatro caballos hacia un terreno rocoso hasta llegar a un pequeño puente para peatones labrado en una hendidura de la roca.

Pete desmontó. Cogió el cuerpo de Reynal y lo llevó al otro lado del puente. Teeny, que también se había apeado de su montura, hizo la misma operación con Vaughn. Luego volvieron ambos al otro lado del puente. Pete pasó entonces, cuidadosamente, a Sonny por el puentecillo hasta dejarlo en el otro lado.

El plan ideado por Pete era que Teeny y “Miserias” con el poney indio galoparan a través del terreno blanduzco que se extendía hacia el Sudoeste, en donde les sería fácil a los rastreadores hallar las huellas de los tres animales, creyendo así que los tres comisarios habían ido en aquella dirección.

—Ahora voy a cargar a estos dos individuos a lomos de Sonny y voy a llevarlos hasta la cabaña de Johnny —dijo Pete a sus hombres—. Yendo solo podré llegar allí esta misma madrugada sin despertar ninguna sospecha.

—Y nosotros seguiremos adelante, ¿no es eso? —preguntó “Miserias”.

—Eso es. Seguid en línea recta. Atravesad ese terreno blando. Puede suceder que vuestros perseguidores os den alcance. En ese caso desensillad y desembridad los caballos y metedlos en algún corral o en algún hierbajo para que pasten. Ocultaos durante el día y, de noche, dirigios a pie hacia la cabaña de Johnny. Nos encontraremos allí, si todo va, como yo espero, viento en popa.

—¿Crees que ese Reynal...? —empezó a decir “Miserias”.

Pero Pete le mandó callar con un gesto y, tumbándose en el suelo, aplicó el oído a tierra. Hacia la parte del rancho Slash C. se oía el galopar de caballos.

—¡En marcha en seguida, muchachos! ¡A todo galope! —acució Pete a sus hombres—. ¡Hasta pronto!

Los comisarios siguieron sus instrucciones y Pete volvió a pasar el puentecillo de piedra y, quitándose su camisa, la hizo jirones para amordazar con ellos a sus dos prisioneros. El rumor del galope de caballos hacia el Slash C. iba en aumento. Pete volvió a tumbarse en el suelo silenciosamente y escuchó.

Pasaron unos minutos. Los jinetes se acercaban, pero Pete, afortunadamente, estaba a salvo. Sus prisioneros estaban amordazados y Sonny su veloz alazán, era un maestro del oficio. Podía confiarse en que no relincharía nunca al oír la presencia d e otros caballos.

Los jinetes seguían acercándose. A Pete le parecieron una mancha borrosa cuando los miró desde su escondite, entre las rocas, y trató de escudriñar en la obscuridad. Los jinetes del Slash C. habían caído en la trampa y seguían ahora las huellas frescas de los tres caballos.

Hacia el Este podían verse en el cielo las aún inciertas señales del amanecer, cuando Pete Rice llegó con sus dos prisioneros a la cabaña de Johnny.

Había tenido necesidad un par de veces de estar algún tiempo tumbado en la obscuridad, cuando pasaron unos jinetes a poca distancia de donde se hallaba.

Pete sabía perfectamente quiénes eran aquellos jinetes. No eran los bandidos del Slash; éstos seguían aún dando caza a Teeny e Hicks “Miserias”. Los que en aquellas dos ocasiones viera Pete pertenecían a la Patrulla de la Frontera.

El capitán Early no dejaría jamás de perseguirle; él y sus hombres recorrerían incansablemente toda la región, hasta que lograsen acorralarle. Pete sabia perfectamente que la orden general era: “¡Matad a Pete Rice y a sus dos comisarios en cuanto los veáis!”

Johnny Boot y Slapjack se levantaron precipitadamente y, medio dormidos aún, dieron la bienvenida a su amigo. Sonny fue ocultado en un colgadizo detrás de la cabaña.

Los cowboys ayudaron a Pete a descargar a los dos prisioneros y a colocarlos en dos camillas, uno junto a otro, y escucharon con interés el relato que les hizo Pete de sus últimas aventuras.

—Bueno —dijo, al terminar, Johnny Boot—, si alguien viene a buscarle a usted aquí, sea o no de la Patrulla de la Frontera, tendrá que luchar con tres hombres.

Pete trató de protestar.

—No quiero meterles en un mal negocio, muchachos, —les dijo, juiciosamente—. No creo que los soldados de la Patrulla lleguen a dar con este refugio, puesto que persiguen las huellas de tres caballos, y no las de uno solo, peor si llegasen a venir, ustedes deben mantenerse aparte en este asunto. Es un mal negocio enfrentarse con la ley.

A pesar de todas sus observaciones, Johnny Boot y Slapjack estaban resueltos a defenderle. Aquel hombre, Pistol Pete Rice, era un amigo suyo. Era inocente de todo crimen y querían estar a su lado en cualquier acontecimiento que se produjera.

Y fue de este modo como Pete Rice se encontró todavía frente a otro problema, el de lanzar a aquellos dos admirables cowboys en contra de la legalidad. Lo único que podía esperar era que la singular situación de la cabaña evitase que los soldados de la patrulla diesen con ella en sus rebuscas.

Estaba preocupado por el éxito de la tentativa que estaban llevando a cabo Teeny e Hicks. Aquella idea de que dos comisarios oficiales tuviesen que estar hurtando el cuerpo a la ley le desazonaba.

El estado de Reynal era otra cosa que le inquietaba profundamente. Había tenido que golpearle dos veces con dureza, y no se le ocultaba que la naturaleza de aquel hombre, minada por la bebida y por las drogas, era poco resistente. Estaba allí en el lecho que le preparara Johnny Boot, como un cadáver. Respiraba aún, pero su boca estaba totalmente cerrada y no hacía movimiento alguno.

Pete era el autor de aquellos golpes. No tenía ninguna prueba absoluta de que Reynal estuviese fuera de la ley. Había algo irregular, algo siniestro en la conducta de Reynal, pero podía haber sido debido a sus hábitos perniciosos.

Cabía la suposición de que Reynal fuese inocente de todo crimen y de que hubiese muerto a consecuencia de los golpes que le diera Pete Rice.

Vaughn, al contrario que Reynal, tenía un sueño agitado y murmuraba algo de cuando en cuando. Se conocía que estaba delirando.

Pete, que estaba terriblemente cansado, luchaba con el sueño, que empezaba a invadirle, pero a pesar de esto, se sentó junto al camastro de Vaughn y escuchó cuidadosamente. De pronto oyó una frase que hizo que en sus ojos grises centellease un rayo de esperanza, pero, de pronto, Vaughn dejó de delirar y se quedó inmóvil y dormido.

—Este muñeco es un poco más ruidoso que su compañero —observó Johnny Boot.

—Sí —afirmó Pete—. Creo que es el cloroformo. Me parece que le hace delirar. Estaba pensando si una nueva dosis podría ayudarnos, provocando un nuevo delirio. Si no fuera peligroso...

Tocó la frente de Vaughn y vió que no tenía fiebre. Le tomó el pulso y pudo comprobar que era regular. Entonces sacó la botella de cloroformo que encontrara en los bolsillos de Reynal, le quitó el tapón y la aplicó a la nariz de Vaughn.

Al principio el efecto fue completamente soporífero. Vaughn cayó en un sueño profundo, pero como Pete había esperado y deseado, pronto el cloroformo empezó a producir en él los mismos efectos que produjera la primera vez.

Vaughn empezó a agitarse y a delirar en voz alta.

—¿Qué es lo que está diciendo? —quiso saber Johnny Boot—. ¡Santo Dios! Me parece que eso no quiere decir nada.

Pero las palabras que salían de la boca del anestesiado si significaban algo para Pete Rice. Siguió escuchando unos cuantos minutos más y luego cogió una cazuela de agua fría y humedeció con ésta la frente de Vaughn, que entró en un plácido sueño.

Pete bostezó ruidosamente.

—Muchachos —dijo—, voy a tumbarme un momento, porque materialmente me caigo de sueño. Si vierais por aquí cerca algún soldado de la Patrulla de la Frontera, despertadme en el acto. No quiero meteros en más compromisos.

Pero en los rostros de los dos cowboys, en sus bocas contraídas, leyó perfectamente Pete que lo que menos preocupaba a aquellos dos muchachos era el compromiso en que pudieran verse metidos por defender a un amigo.

Pete se envolvió en una manta y durante unos segundos continuó pensando en la situación en que se encontraban sus dos comisarios, pero al fin la naturaleza volvió por sus fueros y se quedó profundamente dormido.

Era ya noche cerrada cuando Pete despertó. Varios jinetes habían estado patrullando durante el día por aquellos andurriales, según le dijo Johnny Boot, pero ninguno de ellos había llegado hasta la cabaña.

—Yo monté a caballo y di una vuelta por ahí —dijo Slapjack Kerlew—. Eran soldados de la patrulla, y hasta estuve hablando un rato con ellos. Les persiguen a usted y a sus dos comisarios, y les han ofrecido un premio importante por su captura. Yo les dije que estaba seguro de que el premio sería para mí. No sospecharon nada. Creo que eso se debe a mi cara de hombre honrado —terminó, haciendo una mueca burlona.

Hicks “Miserias” llegó poco después de las nueve de la noche. Teeny Butler hizo su aparición una hora después. Ambos eran hombres expertos y astutos en seguir una pista y en borrar la suya.

Habían seguido las instrucciones de Pete. Cuando los bandidos estuvieron ya a sus alcances, desensillaron y desembridaron sus caballos dejándolos en un corral, y después de dormir buena parte del día, al anochecer, partieron por caminos separados para llegar a la cabaña de Johnny Boot.

Slapjack Kerlew, en su papel de cowboy desocupado que aspiraba al premio ofrecido por la captura de los comisarios de la Quebrada del Buitre, galopó por los montes cercanos y sirvió de espía con admirables resultados. Cuando regresó aquella noche informó a sus amigos de que los soldados de la patrulla habían empezado el registro de todas las cabañas en unas cuantas millas a la redonda.

Algunas de éstas estaban habitadas por leñadores, otras por cowboys y mineros y algunas por hombres que huían de la justicia. Era lógico suponer que más tarde o más temprano sería registrada la cabaña de Johnny Boot.

Y, sin embargo, para los comisarios, el abandonar aquel refugio era extremadamente peligroso. No podían esperar alejarse de aquella región sin caer en manos de los hombres de la Patrulla de la Frontera. En realidad, Pete no había pensado nunca en alejarse de aquellos alrededores. Tenía otra idea.

Y sobre ella habló detenidamente con Teeny e Hicks “Miserias”.

—Muchachos —les dijo, al final—, acordaos de que no podemos emplear los revólveres. Hemos de hacerlo sin ellos... aun en el caso de que tiren sobre nosotros, pero creo que debemos intentarlo.

—¡Por las barbas del Profeta! —gruñó Hicks, alborozado—. ¡Es la mejor idea que podía haberte ocurrido!

—¡Yo soy tu hombre! —exclamó Teeny Butler por su parte.

Era cerca de media noche cuando iniciaron aquella nueva aventura.

Slapjack, de regreso de una de sus escapadas, para obtener noticias, a las once de la noche, aproximadamente, les informó de que el capitán Early estaba en los alrededores. Slapjack había visto su figura militar acicalada cabalgando hacia el Oeste, registrando minuciosamente cañones, bosques de algodoneros y cabañas de leñadores.

Pete participó sus instrucciones a Slapjack.

—Vuelva a donde le ha visto, compañero —le dijo—. Dígale que debe venir hacia esta parte y tráigales hacia estos parajes a él y a sus hombres, asegurándoles que nosotros estamos ocultos por estos alrededores. Desde luego, hágales pasar por el viejo camino de Papago. Todo irá admirablemente si consigue dejarlos en el camino de Papago.

—Lo haré así —prometió Slapjack—, aunque tenga que llevar al camastrón de su jefe por los bigotes. ¡Déjemelo a mi cuenta, Pete!

Montó en su caballo pinto y galopó hacia el Oeste.

Los tres comisarios de la Quebrada del Buitre se dirigieron a pie hacia el viejo camino de Papago. El camino, en su mayor parte, en un centenar de millas de largo, corría por detrás de las montañas de San Lorenzo, sobre un terreno fresco y lozano a través de bosques espesos, en línea recta hacia Broken Arrow, y luego hacia el desierto del mediodía.

Era precisamente esa sección de arbolado el destino de Pete Rice y de sus dos comisarios. Pete llevaba el lazo de Johnny Boot.

Teeny Butler había pescado un látigo hecho de cuero que Slapjack había estado trenzando días anteriores adaptándolo a la rueda de un carromato viejo. De este modo se había convertido en un magnífico látigo de cuero crudo en cuyo manejo era tan experto el comisario.

Hicks “Miserias” había improvisado unas ”bolas” nuevas con tres trozos de cuero del curtido por Slapjack y tres trozos de piedra atados a la punta.

Tal vez se hallasen los tres en medio de un infierno de tiros, pero habían resuelto formalmente no hacer uso de sus revólveres, pues comprendían que los soldados de la Patrulla de la Frontera no hacían otra cosa que cumplir con su deber. Podían perjudicar a los tres comisarios, pero sus vidas eran sagradas.

Cuando los tres llegaron a la linde de la sección de arbolado, un jinete galopaba por fuera de los árboles. Aquel hombre hizo volver grupas a su montura, lanzó un gruñido inarticulado y, espoleando al animal, despareció entre los árboles.

Pete alzó el revólver instintivamente, pero no llegó a disparar. El jinete no parecía llevar uniforme y tal vez no perteneciese a la patrulla de la Frontera. Sin embargo, podía ser uno de los cowboys que habitan en las cabañas situadas hacia el Oeste y que aspiraban al premio concedido por la captura de los tres comisarios.

—¡Por las barbas de un chivo! Si es no de los hombres de la Patrulla de la Frontera... —empezó a decir Hicks “Miserias”.

—Si lo es —le interrumpió Pete—, seguramente va a decirle al capitán que es verdad lo que le ha dicho Slapjack.

Permaneció un momento pensativo.

—Pero, por el contrario, si se tratase de uno de los espías de Luke McCarron, creo que dentro de poco tendremos a todos esos granujas en estos parajes antes de amanecer. De todos modos vamos en marcha para hacer un trabajillo. Vamos allá.

Fue unas dos horas después cuando oyeron el ruido de caballos que se aproximaban. Los tres comisarios se habían escondido al abrigo de los grandes árboles de la sección forestal del viejo camino de Papago.

Pete escuchó cuidadosamente. Los que se acercaban eran Slapjack Kerlew, que guiaba al capitán Early y a sus hombres a la cabaña, eran sólo tres soldados los que acompañaban a su jefe. Un momento después pudo oir Pete una voz. Era fuerte y severa. Parecía sonar como el granizo. ¡Era la voz del capitán Early!

—¿Ha dicho usted a Wilson que corriera como un rayo, McHugh?

—Sí, capitán. Llegará allí seguramente dentro de una media hora. Le dije que reuniese cuantos hombres pudiera y que se diera prisa.

—Cercaremos la cabaña hasta que ellos lleguen —dijo Early, confidencialmente—. Y ¡A cualquier hombre que trate de salir de la cabaña, matadlo sin compasión. Ese Pete Rice y sus hombres son enemigos peligrosos y sus tiros mortales.

El ruido de los cascos de los caballos se oyó ahora más cerca. Pete se agazapó a un lado el camino y pudo ver en primer lugar la acicalada figura del capitán. El sheriff tenía en la mano derecha el lazo de Johnny Boot. La luz no era muy buena que digamos entre aquel arbolado, pero tenía que hacer una puntería exacta la primera vez. ¡Tenía que hacerla, pues de lo contrario todo su plan se venía abajo!

Pete se incorporó a medias en el momento en que Early ofreció un blanco perfecto. Hizo voltear dos veces la cuerda sobre su cabeza y luego la lanzó con fuerza. ¡Whish! La cuerda trazó un círculo sobre la cabeza y luego cayó de lleno sobre los hombros del capitán. Pete dio un tirón enérgico a la cuerda.

¡Bang!

Early lanzó un juramento y aun tuvo tiempo de disparar una vez antes de que el lazo inutilizara sus movimientos por completo. La bala se aplastó contra el tronco de un árbol situado a la espalda de Pete.

Los hombres de la patrulla que acompañaban al capitán lanzaron un grito de alarma y dispararon hacia la obscuridad.

¡Crack!

El improvisado látigo de Teeny Butler entró en funciones y, alcanzando a uno de los soldados en la sien, lo derribó del caballo. Las “bolas” de “Miserias” silbaron en el aire y las tres tiras de cuero se enroscaron a las patas delanteras del caballo del segundo soldado. El caballo dio un traspié y cayó pesadamente al suelo.

Un segundo después Teeny e Hicks peleaban a brazo partido con sus dos prisioneros. “Miserias” había tropezado con un tal Tartar, un gigantón que le estaba dando bastante trabajo, pero Slapjack, quebrantando la promesa que le hiciera a Pete, intervino a tiempo en ayuda del barberillo, y entre ambos no tardaron en deducir al gigante.

El capitán Early y sus dos soldados eran ahora prisioneros de los comisarios de la Quebrada del buitre. Los ataron con unos trozos de cuero curtido y se dispusieron a emprender la retirada, Early era un individuo tenaz, pero Pete le había demostrado que era más testarudo que él.

—¡Le ahorcaré! —rugía el capitán—. ¡No podrá usted seguir mucho tiempo en esta situación! ¡Mis hombres están rastrillando todo el país!

—Déjelos que rastrillen —contestó Pete, con absoluta tranquilidad—. Capitán Early, nosotros no somos tan malos como usted se figura. He aprovechado esta oportunidad. Esta sorpresa puede ser de gran valor para nosotros. Demostrará que somos inocentes o, en caso contrario, Pete Rice y sus comisarios se encontrarán en peor situación que antes.