CAPÍTULO XVIII
CASI CONVICTOS
La cárcel de Crooked Creek, a la que fueron trasladados Pete y sus dos comisarios, no tenía celdas. Originariamente no había sido una cárcel, sino que se trataba de un edificio convertido en cárcel al terminarse la construcción del ferrocarril, y producirse en Crooked Creek algunos desórdenes.
En realidad consistía en una espaciosa habitación con dos ventanas enrejadas en la pared encalada de uno de los lados, estando la puerta situada en la pared de la frontera. Las ventanas tenían unas rejas estrechas que hacían imposible todo intento de evasión. En cuanto a la puerta, estaba cerrada con fuertes cerrojos y candados por la parte exterior, habiendo sido estacionados, además, dos guardas fuertemente armados.
Las paredes de aquel caserón habían recibido los rayos ardientes del sol durante todo el día, por lo que en aquellos momentos, ya de noche, la atmósfera en el interior del recinto era asfixiante, como si se estuviese en un horno. Por las ventanas enrejadas apenas si entraba el aire, y el menor movimiento en el interior de la habitación levantaba verdaderas nubes de polvo, que caía como una lluvia del tejado del caserón.
Era imposible conciliar el sueño, hasta para Teeny Butler, quien ciertamente no era de insomnio de lo que padecía habitualmente. A las nueve de la noche se oyó un ruido de paso de varias personas en el corredor contiguo a lo que pudiéramos llamar celda general.
Pete escuchó atentamente y pudo comprobar que aquel ruido se acercaba a la puerta de entrada de la habitación. Aquellos hombres, sin duda, venían con el propósito de lincharlos, pero esto no lo conseguirían tan fácilmente, pues sus puños darían cuenta de más de uno, ya que afortunadamente no estaban atados.
Se oyeron descorrer los cerrojos, y un segundo después entraba en la habitación el capitán Early revólver en mano.
—Venid aquí, muchachos —ordenó sin apenas volverse.
Le seguían ocho hombres, que iban vestidos con los monos de los trabajadores del ferrocarril. Early los puso en fila junto a la pared, y golpeó en la pared como una seña a alguien que debía estar al otro lado y que contestó inmediatamente a su llamada.
Con la cara más dura que una piedra, Early se enfrentó a Pete Rice y le explicó para qué estaban allí aquellos ocho hombres.
Los dos supervivientes de la Patrulla de la Frontera estaban colocados al otro lado de la pared que tenía las dos ventanas enrejadas. Uno de ellos, el llamado Randolph, estaba herido de tanta gravedad, que sería colocado en un colchón en el corredor.
—Esos hombres Emmett y Randolph —empezó a decir Early—, oyeron las voces que aseguran pertenecer a Pete Rice y sus dos comisarios Hicks “Miserias” y Teeny Butler. Vamos a ver si esta noche consiguen identificar esas voces.
Señaló hacia los ocho trabajadores alineados junto a la pared, y continuó:
—Estos hombres son absolutamente extraños a Emmett y Randolph. Ninguno de éstos ha oído jamás las voces de ninguno de ellos. Cada uno de estos obreros es súbdito americano y no tiene, por lo tanto, el menor acento que no sea peculiar de la voz americana. Vamos a ver si ahora ponemos en claro de una vez este asunto.
Volviéndose hacia la puerta de entrada de la habitación, preguntó:
—Centinela, coloque el colchón en que está Randolph junto a la pared del corredor.
Se oyó el ruido como de arrastrar algo en el pasillo y al cabo de uno o dos segundos, una voz dijo desde el otro lado de la pared:
—Ya estoy aquí, capitán Early. Soy el soldado Randolph. Estoy preparado.
—Perfectamente —contestó Early.
—Dé un paso adelante y repita lo que le he enseñado.
El trabajador gritó con voz clara:
—“¡Cortadles la retirada! ¡Es muy fácil! ¡Si no acabáis con ellos, jamás podremos nosotros volver a la Quebrada del Buitre! ¡Rellenad esas mollejas de plomo! ¡No dejéis a uno vivo para que pueda contarlo!”
—¿Ha oído usted eso, Randolph? —preguntó Early.
—Sí, señor.
—¿Era esa una de las voces?
—No, señor. ¡Positivamente, no!
El capitán llamó a otro de los trabajadores y le hizo repetir las mismas palabras.
—¿Es esta una de las voces, Randolph?
—No, señor. No se parece en nada.
A un gesto de Early un tercer trabajador hizo lo que los anteriores, y al final de la experiencia Randolph aseguró que ninguna de las voces de aquellos hombres era la que oyera la noche anterior.
El capitán Early señaló ahora a Pistol Pete Rice y le dijo:
—Repita usted esas palabras.
Pete no podía negarse a la experiencia y repitió:
—¡Cortadles la retirada! ¡Es muy fácil! ¡Si no acabáis con ellos jamás podremos volver nosotros a la Quebrada del Buitre! ¡Rellenad esas mollejas!.
Un verdadero aullido que sonó en el pasillo interrumpió al sheriff. Era Randolph que gritaba:
—¡Esa es una de las voces, capitán! ¡Me apostaría un millón a que lo es! ¡Lo juro! ¡Es una de las voces!
El capitán Early clavó en Pete Rice sus ojos azules en los que brillaba una mirada de triunfo.
—Repita usted esas palabras —ordenó a otro de los trabajadores.
Obedeció el obrero y al terminar se oyó otra vez la voz de Randolph:
—No, capitán.
Early señaló ahora a Teeny Butler, quien repitió a su vez el párrafo con su fuerte acento tejano.
—¡Ése es uno de ellos, capitán! ¡Ése es uno de los que gritaban que no nos dejaran escapar!
Habló otro trabajador y tras éste le tocó el turno a Hicks “Miserias”, cuya voz identificó también Randolph como una de las que oyera la noche de los asesinatos.
La dura mirada del capitán Early había acentuado aún más su dureza. Por un lado era un representante de la ley, lo mismo que Pete Rice, terrible cuando se trataba de entregar criminales a la justicia, y aún con frecuencia recurría a pequeños trucos grotescos con la ley, que su posición oficial no requería ciertamente.
Pero no tenía la humanidad de Pete, su tolerancia, su inteligencia despejada. Sin embargo, como Pete también estaba resulto a ser recto.
Por eso mandó que se llevaran a Randolph y ordenó que Emmett se colocara al otro lado de la puerta. Las mismas palabras de antes fueron repetidas por todos los presentes en el mismo orden, y como su compañero, Emmett reconoció las voces del sheriff y de sus dos comisarios.
—Hemos terminado, muchachos —dijo a los obreros y les ordenó que se retiraran. Seguía teniendo aún el revólver en la mano.
—¡Intenten ustedes ahora negar esa evidencia! —rugió con voz de trueno dirigiéndose a los prisioneros—. Dos hombres sin complicidad de ninguna clase han reconocido, entre once, las voces de tres hombres, ¡las mismas que oyeron salir de uno de los vagones!
Su dedo volvió a señalar, acusador, a los presos y añadió:
—Están ustedes en camino de acabar sus fechorías en la horca. Van a ser conducidos al lugar del suplicio en el tren de las cinco de la madrugada.
Dio media vuelta, y antes de llegar a la puerta de la habitación, aun se volvió a los presos para decirles:
—¡Están ustedes ahora casi convictos!
Cruzó la puerta y se oyeron sus pasos en el corredor, a tiempo que se cerraba la puerta y se oía el ruido de los cerrojos.
—Es el hombre más fino y más escrupuloso del mundo —dijo Teeny Butler, dirigiéndose a sus compañeros.
—Y ese es el capitán Early —gruó despreciativamente “Miserias”—. El más bruto de sus soldados tendría más sesos que él.
Pete Rice, que no había perdido la serenidad, contestó tranquilamente a “Miserias”:
—Amigo Hicks, hay tanta diferencia entre una alta posición y la cantidad de cerebro, como entre un cuello de papel y una camisa. ¿Qué os parecería si nos echáramos un sueño hasta la hora de coger ese tren?
Sin embargo, Pete Rice no tenía ganas de dormir, aun cuando sus dos compañeros no tardaron en roncar, a pesar del calor y de la amenaza de muerte que pesaba sobre sus cabezas.
Pete parecía esperar algo. De cuando en cuando oía pasos en el corredor y sus nervios se crispaban. Pero no ocurría nada. Volvieron a repetirse los pasos. Los visitantes eran indudablemente ciudadanos que tenían alguna ocupación en la cárcel.
Los guardianes hablaban a veces en voz baja. Luego cesaron las conversaciones y el tiempo transcurrió lentamente. Era indudable que uno de los guardianes se había tumbado a dormir un rato, mientras que el otro hacia la guardia por los dos.
Transcurrió una hora. A través de las ventanas enrejadas pudo ver Pete que la mayoría de las luces se habían apagado en la ciudad. Pasó otra media hora. Se oyeron más pasos en el corredor y de pronto llegó a sus oídos una voz que preguntaba:
—Diga usted, centinela, ¿dónde podría hallar al capitán Early, ahora?
—Pues, hombre, no lo sé —se oyó contestar;— pero creo que tal vez...
¡Crack!
Se oyó el ruido de un puño al chocar con una masa de carne y la caída de un cuerpo al suelo. Ruido de pasos y otro cuerpo que se derrumbó con estrépito.
En el mismo instante algo crujió sobre la cabeza de Pete. Del tejado cayó una verdadera lluvia de polvo. Alguien estaba abriendo un boquete a hachazos en el tejado de la vieja casona.
—¡Arriba, muchachos! —ordenó Pete a sus comisarios, que se levantaron precipitadamente.
Se oyó otro golpe más fuerte en el tejado y un trozo de la viga cayó en el interior de la habitación. Por el boquete abierto se deslizó una cuerda hasta llegar al suelo.
—¡Tú primero, Teeny! —dijo Pete.
Teeny no se hizo repetir la orden y un segundo después se ató la cuerda al cuerpo por debajo de los brazos. Tres hombres desde lo alto empezaron a izar su voluminosa humanidad.
La cuerda descendió otra vez y “Miserias” desapareció por el boquete el techo. Volvió a caer la cuerda por tercera vez. Un minuto después el sheriff estaba en el tejado con sus dos comisarios y tres hombres vestidos de cowboys.
—¿Está usted bien, Pete? —preguntó uno de los cowboys.
—Perfectamente, Johnny, ¿Trajeron los caballos?
—Todo está listo. Síganme. ¡Pero de prisa!
Los tres comisarios no necesitaban que les anunciaran para hacerlo así y se descolgaron al suelo por una cañería. Luego siguieron a Johnny Boot a través del patio de la cárcel y escalaron la otra pared.
Un revólver retumbó en la oficina de la cárcel y disparó una y otra vez. Las balas silbaron por sobre las cabezas de los fugitivos en el momento en que acababan de descolgarse por la pared y huían amparados por la obscuridad.
Un hombre esperaba cerca de un bosquecillo de árboles, teniendo de la diestra varios caballos, entre los que figuraba Sonny, el velocísimo alazán de Pistol Pete Rice. Otros tres o cuatro cowboys esperaban también a caballo, y todos galopaban a poco alejándose del pueblo.
Se oyó el disparo de un rifle desde la cresta de la pared de la cárcel, pero los fugitivos están ya lo suficiente lejos para no ser alcanzados por las balas. Por unos instantes se oyó el ruido de cascos de caballos que iniciaban la persecución, pero fue apagándose poco a poco.
Los comisarios y sus acompañantes se apartaron de la carretera y siguieron galopando entre la maleza y los matorrales de mezquite. No acortaron ni un segundo su galope desenfrenado, pero por primera vez cambiaron algunas palabras.
—Contaba con usted, Johnny. No le había olvidado, viejo camarada.
—Todo ha ido divinamente —contestó Johnny Boot—, mucho mejor que lo que esperábamos.
—Así lo esperaba —contestó Pete—, pues conozco perfectamente las cárceles de partido. No había olvidado que el techo de esa en que estábamos nosotros estaba formado por vigas completamente podridas.
Cuando ya se encontraron fuera de peligro, Pete explicó lo ocurrido a sus dos comisarios. Se había valido del leal carcelero de Ellsworth Junction para enviar un mensaje a Johnny Boot y Slapjack Kerlew, los dos valientes cowboys que fueron despedidos por el capataz Luke McCarron del rancho de Slash C.
En el mensaje les daba detalles sobre la situación de los guardianes de la puerta principal y sobre el estado ruinoso del tejado de la cárcel. Boot y Kerlew y varios de sus compañeros más fieles habían acudido a su llamada, llevando caballos de repuesto.
Tuvieron la suerte de noquear a los dos guardias y poder ayudar a escaparse los prisioneros.
Cuando los fugitivos estuvieron a poca distancia de Broken Arrow, Pete suplicó a sus amigos que le dejaran sólo y se alejaran. Los cowboys ya habían hecho bastante, y Pete no quería que se lanzasen a un riesgo mayor.
Por último, tras alguna discusión al llegar a la linde de una ancha barranca, los cowboys se separaron de los comisarios.
El trío de la Quebrada del Buitre continuó galopando hacia Broken Arrow. Aun se encontraban en medio del peligro, tanto que en realidad, nunca estuvieron tan en peligro como ahora. Ahora podrían tirotearlos y aun matarles impunemente, tanto los bandidos del Slash C., como todos los soldados de la Patrulla de la Frontera.